8.08.2005

Surrealismo en Pomaire


Salgo algo choqueado de la película "La casa de los mil muertos", dirigida por mi muy admirado y respetado Rob Zombie. Una de las escenas que más me gustó de la colorida cinta fue el bizarro tren fantasma, que me trajo muchos recuerdos de un lisérgico viaje a Pomaire que realicé durante la avinagrada semana de Fiestas Patrias.

Aprovechando que mi madre está viajando por Europa, mi hermano chico se adueñó del automóvil y me invitó, junto a mi familia, a conocer ese pueblito campesino lleno de greda, greda y más greda.

Descargué un mapa sencillo por internet y nos fuimos rumbo a Casablanca, donde supuestamente encontraríamos la conexión hacia Pomaire. Después de pagar un peaje y de preguntar en la plaza por nuestro destino, nos encontramos en un misterioso camino de tierra en medio de grandes montañas.

¿Iremos bien? ¿Estaremos perdidos?, me preguntaba mientras enroscaba la tapa de una cerveza mañanera. Mi hijo empezó a marearse y el ambiente se enrareció un poco, especialmente por la polvareda que levantaba el automóvil.

Al girar una curva apareció algo increíble: Bob Esponja. Mi hermano frenó bruscamente mientras yo terminaba mi cerveza y me bajaba para comprobar físicamente la presencia de la extraña aparición. A mi hijo se le había pasado hasta el mareo y miraba por la ventana con los ojos extraviados por la fascinación a su héroe de la TV. Bob Esponja me saludó cordialmente y me extendió un papel donde se promocionaba un resort rural ultra cuico. Volví al auto y tuve que destapar otro botellín para detener las risas.

Después de seguir algunos metros en ese solitario camino, apareció el Pato Lucas y finalmente el afeminado dinosaurio Barney. Era una especie de Disneyworld instalado en una quebrada, en medio de Casablanca y Melipilla. "Un excelente guión para Rob Zombie", pensé, mientras le exigía a mi hermano chofer que consiguiera una botillería para comprar más cerveza.

Al llegar a Pomaire nos encontramos con un pueblo tranquilo y con una variada carta gastronómica. Empanadas de kilo convivían con humeantes cazuelas y decidimos sentarnos en el restaurant "San Francisco" a calmar el apetito.

El joven mozo que nos atendió parecía extraído de una película de Los Tres Chiflados. Eramos los primeros clientes de su vida y los diálogos eran más o menos así:

Nosotros: ¿Qué trae la parrillada especial?

Mozo: Carne.

Nosotros: Claro (risas), ¿pero qué más?

Mozo: Carne.

A esa altura las lágrimas nos corrían por los ojos y las carcajadas sonaban fuerte al interior del restaurante. A los pocos minutos al mozo se le cayeron todos los platos y copas. Yo me trabajé un Carmen Margaux y finalicé con una poderosa menta frapé.

Al retornar con varios cacharros de greda, pasamos por el balneario de Cartagena y aproveché a visitar la tumba de Vicente Huidobro. Me senté en su lápida y me di cuenta de que el mundo está bastante loco y que uno es sólo parte de esta desquiciada y entretenida obra de teatro llamada vida.



ajenjoverde@hotmail.com

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