11.26.2007

Krishnas en el Moneda de Oro



ajenjoverde@hotmail.com

Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais... atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser”, dice el replicante de la famosa película Blade Runner.
Yo desde Valparaíso le contesto: “He visto a dos Hare Krishna entrar al bar Moneda de Oro y sentarse a conversar animadamente, mientras beben sus tacitas de té. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
Sí. Aunque ustedes no lo crean, estaba tomando una botella de vino y comiendo un gran chacarero cuando entraron estos monjes vestidos con sus pantalones naranjas y unas camisas blancas al tradicional bar porteño. Mis compañeros de mesa dijeron: “estos deben ser los trotskistas del grupo krishna y se arrancaron a tomar unos copetitos”.
Nada que ver. Se sentaron y charlaron largamente mientras bebían té. Uno era ultradelgado y el otro tenía pinta de shamán, de maestro, de iluminado.
Hace tiempo que los Hare Krishna están en la ciudad. A veces les da por marchar alocadamente por las calles, con sus platillos y sus cantos religiosos. En otras venden sus exquisitos sandwich de carne de soya, con una especie de mayonesa que nunca he podido copiar.
Ahora ya están en los bares y es un buen signo de tolerancia y diversidad. Al parecer tienen un centro en la Subida Ecuador y en el cerro Alegre. Son misteriosos, atrayentes y muchos jóvenes quedan seducidos por esa vida religiosa, lejana al mundanal ruido de la calle porteña.
También he visto muchos negros caminando por las veredas. Gente de color, como la llaman los norteamericanos. Incluso conocí uno que toca la trompeta en diversos bares. La toca muy mal, pero igual parece un Louis Armstrong en plena juventud farrera.
Me gusta esta mezcla racial. Me gustan que las calles de Valparaíso parezcan publicidad televisiva de Coca Cola o una foto de Toscani._Me gusta la diferencia y como dijo José Luis Rodríguez en su famosa canción: “a todo negro presente, yo le voy aconsejar, que combine los colores que la raza es natural. Que un negro con una negra es como noche sin luna, y un blanco con una blanca es como leche y espuma”.
ajenjoverde@hotmail.com

11.18.2007

¡Qué no se quemen más bares, por favor!


por Ajenjo


¿Qué haremos cuando se queme el Bar Inglés y no tengamos donde tomarnos esos relajantes pisco sour acompañados por esos pancitos con tártaro?
¿De dónde sacaremos lágrimas cuando las llamas extingan el restaurante Menzel y sus privados con sus cortinas rojas desaparezcan para siempre?
¿Quién nos sacará del estado de catalepsia cuando leamos en La Estrella que se quemó el Cinzano y que por milagro alcanzaron a arrancar Carmencita Corena, Pollito, el barman Rodolfo y todos los cantantes?
¿Qué remedios para los nervios me darán cuando me digan que el Moneda de Oro ardió bajo el implacable fuego y los garzones Alonso y Fernando quedaron cesantes en la calle y ya no tienen a quien servirle el heladito colemono?
¿Quién nos consolará cuando nos informen que el Máscara, con todos sus chicos dark y sus niñas góticas, se disolvió en medio de llamas azules y negras? ¿A dónde me internarán cuándo me cuenten que el Liberty ardió en su totalidad y que no pudieron salvar a los pajaritos enjaulados que cantan el himno del Wanderers?
¿Qué ataque de epilepsia me atormentará cuando me informen que El Ascensor a la Luna explotó en fuego y cenizas y las cuecas bravas y urbanas se apaguen con el ruido de las mangueras bomberiles?
¿Qué haremos cuando Valparaíso, como una Roma bajo el látigo de Nerón, arda completa y todo se queme, todo se disuelva en el aire como el humo de un asadito?
Ojalá nunca pase ninguno de los incendios que pronostico, pero no es posible que cada dos o tres meses tengamos que asumir que un pub, un bar, una fuente de soda, muere abrazada a las llamas. Desde esta humilde columna hago un llamado a todos los dueños de locales nocturnos que tomen las medidas necesarias para evitar estas tragedias. Cada bar quemado es una lágrima y sólo queremos reír.
ajenjoverde@hotmail.com
http://ajenjoverde.blogspot.com

11.08.2007

Vergüenza brasileña


Historias cariocas I

Estoy recién bajándome del avión que me trajo desde Río de Janeiro a Santiago y mi celular suena para informarme que mi amiga La Ronca celebraría sus cuarenta años de edad con una nueva y explosiva fiesta en su departamento del cerro Alegre.
Al evento llegaron todos sus amigos, quienes nuevamente al ritmo de algunas botellas de champaña destapadas por el arquitecto, tuvimos que soportar la llegada de los carabineros, que alertados por los vecinos, pusieron freno a la energética celebración.
Yo me sentí un poco culpable, ya que con mi voz bien elevada relaté una de las vergüenzas más grandes que he tenido en el último tiempo y que me pasó en la ciudad de Paraty, ubicada a cinco horas y media de Río de Janeiro y patrimonio histórico de Brasil.
Con mis cuerdas vocales bajo el látigo del vodka Stolichnaya, relaté la siguiente historia: "ese día decidí salir en la noche sin calzoncillos, sólo con el pantalón puesto, a lo gringo como le llaman, ya que el calor me tenía bastante chato. Debido a mi prominente guata de sexy y barrigón ya no puedo abrocharme el botón del pantalón y me lo afirmo sólo con la correa. Junto a mi bella novia fuimos a comprarnos unos vasos de piña colada en la plaza del pueblo y encontramos a dos simpáticas españolas que nos metieron una sabrosa conversa. Las chicas venían viajando hace dos meses por Sudamérica y tenían muchas historias. Yo también colaboraba con alguna mentira y echaba tallas y tomaba mi piñita colada. De repente veo que mi novia se me acerca con la cara desesperada y me dice al oído con una voz de alarma e impacto: "¡súbete el cierre por favor!". Me miré antes de arreglar el entuerto y una de las mayores vergüenzas tomó por asalto mi rostro y cerebro y rápidamente abandoné la escena. Nunca supe si las niñas vieron algo, pero yo tenía un sentimiento de lamentosa sobreexposición".
Las fuertes risas y comentarios sobre la historia de la vergüenza brasileña seguramente terminaron de cansar a los vecinos de La Ronca, quienes para variar llamaron a los carabineros para que advirtieran sobre la posible multa de ruidos molestos.
Me retiré de la ruidosa fiesta, mientras recordaba mi viaje a Brasil, lleno de buenas experiencias, donde conocí nuevos amigos y pude estar con mi hermano chico, que trabaja tatuando a la gente con henna en una feria artesanal.
Además aprendí una de las lecciones más importantes de mi vida: "siempre, pero siempre, usar calzoncillo".
Se los digo en serio.




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