7.14.2009

¿Quién alguna vez tomó Ron Silver?


Por Ajenjo


Cuando era un joven estudiante universitario, hace 20 años aproximadamente, tenía un compañero que estaba obsesionado con un ron de marca Silver.
El brebaje, que valía como 400 pesos, tenía un pirata en su etiqueta y según mi amigo, después de dos o tres tragos, podías conversar seriamente con el hombre del parche en el ojo y mano de garfio.
Estos recuerdos me invaden luego que observara el programa de televisión "Informe Especial" que estuvo dedicado a los tragos que beben los jóvenes y que son muy tóxicos.
Tengo imágenes bastantes distorsionadas de estudiantes en la playa de Caleta Abarca rellenando una botella de ron Silver con jugo en polvo para que "pasara más suave por el gaznate".
Creo que cuando uno es joven (y con pocas monedas en el bolsillo) puede darse estas licencias alcohólicas. El hígado recién está comenzando su aventura en la vida y puede recibir cualquier veneno que se lance para adentro.
Recuerdo un verano en Maitencillo, junto a un actual arquitecto del municipio viñamarino, con quien bebíamos un ron llamado "Siberia" y que nos costaba 500 pesos la botella.
Sentados entre las rocas y filosofando de lo lindo terminábamos bailando en la Disco Pool con santiaguinas que se enamoraban de nuestra extrema distorsión.
También estaban los licores Caribean, que se fabrican en una ciudad al interior de la región, y que dejaban a muchos estudiantes completamente nockout.
Las cervezas mañaneras eran bastante frecuentes y había un grupo que siempre estaba buscando las de marca Escudo que tuvieran 5.5 grados de alcohol, ya que existían otras que tenían algunas décimas menos y no eran "tan poderosas".
Cuando estudié filosofía tenía un compañero, amante de Nietzsche, que nos invitaba a su casa y sacaba una botella de gin marca Booths, de litro, y la metía a la juguera junto a un tarro de piña. Después aseguraba que era el mejor licor del mundo.
Varias veces me comí el gusano que traían las botellas de mezcal, sin embargo ahora me ponen algún trago con olor a tequila y me voy directamente a la cama, pálido y con dolor de estómago.
Hay que educar a los jóvenes en el arte del beber. Por suerte yo tuve un profesor jefe en el colegio, de sobrenombre Tomacho, que junto a un selecto grupo de amigos, tuvo la delicadeza de enseñarnos a destapar buenos mostos desde chicos.
Tener cultura alcohólica es importante y no sólo sirve para distinguir entre un Carmenere o un Merlot, sino que sirva para beber bien y de manera moderada (¡sí, claro) y poder extender la vida y seguir conviviendo con los amigos y arreglando el mundo en torno a un buen vaso de vino o ron.


¿Pero si esos platos nosotros no los pedimos?


Por Ajenjo


A pesar de que desde el cielo lanzaban baldes y baldes de agua, el sábado pasado decidimos ir a conocer el restaurante “Oda Pacífico”, que queda en el cerro Florida y que de boca en boca se ha convertido en todo un suceso gastronómico de Valparaíso.
Junto a simpáticos amigos llegamos hasta el segundo piso del hermoso local, donde la brillante madera tiene un rol protagónico y provoca que uno se sienta muy cómodo. Les pedimos unos tradicionales pisco sour al mozo, que siempre mantenía una voz bastante teatral para explicar los aperitivos.
Nos percatamos que tenían una onda con el arándano, ya que nos ofrecieron arándano sour, jugo de arándano y mantequilla al arándano. El trabajo del mozo era apoyado por un anfitrión, que se paseaba por las mesas con ojos vigilantes y que trataba de ser amigable con los comensales, pero también con ese mismo tono teatral.
Pedimos para comenzar unos tiraditos de pescado de roca con salmón ahumado, un carpaccio de avestruz y unos mariscos en sus salsas y su correspondiente botella de vino blanco y una copa de tinto para mi novia, que es petrolera hasta la muerte. La orden llegó con una falla: en vez de los mariscos apareció una bandeja de ceviches,
sin embargo se veía tan rico que no quisimos reparar la falta.
Se lo hicimos notar al anfitrión, que en tono de broma dijo que traería un martillo y que golpearía los dedos al mozo. Luego nos preguntó que íbamos a comer de segundo y le dijimos que estábamos pensando en seguir pidiendo cosas para picar entre todos o a lo mejor atacábamos los postres.
A los 10 minutos apareció el mozo con tres “piqueos marinos” que nosotros jamás habíamos pedido. “Esto es por el error cometido en la primera pedida”, dijo una de las inocentes comensales en la mesa. Con ese pensamiento atacamos los platos y después pedimos la cuenta y nos percatamos que nos habían cargado
esos tres “piqueos” (con un costo de más de 15 mil pesos). Toda una “genialidad” de los mozos y el anfitrión.
Oda Pacífico es un excelente restaurante, pero no pueden servir algo que uno no ha pedido.


ajenjoverde@hotmail.com

7.03.2009

La vejez no está hecha para los cobardes




Por Ajenjo



Con está dura frase de la actriz Betty Davis y que titula esta crónica comienza la película La Elegida, que es una joyita que uno se encuentra en los clubes de DVD y que sirven para reflexionar por un rato con un buen vaso de tintolio al lado.
En algunos días más cumpliré cuarenta años y realmente es algo que me está quitando parte de mi sueño ya que tiene una especie de carga simbólica, que afecta la mente y que al parecer es la entrada definitiva al mundo adulto, además de marcar la mitad de la vida.
A veces pienso en la gente que asegura que la edad es una situación mental, pero yo no estoy tan de acuerdo ya que los achaques físicos comienzan a surgir y seguramente la mente también tiene un proceso de mutación y cambio.
Pienso por ejemplo en mi Tía Quety, que cumplió 80 años de edad. Participé de un almuerzo por sus festejos
y cuando supo que viajaria a la India me dijo que visitara el Templo del Loto, ya que ella es practicante
de la fe Bahai.
Mi tia siempre ha sido optimista y le ha tocado, como a casi todos los seres humanos, vivir situaciones bastante extremas y dolorosas. Su mente están lúcida y su espíritu sigue igual de fuerte.
También visite hace algunos días a las hermanas de mi abuela en el cerro Placeres, donde también me encontré
con personas que tiene más de 90 años y que me conversaron sobre política y actualidad nacional, me hicieron preguntas sobre mi viaje y mantuve una conversación muy interesante y amable ¡Qué admirable tener cabezas
tan lucidas y optimistas a esa edad!
Ahora, mientras grito por los nuevos triunfos del Everton con litros y litros de ron en el estómago, en el
bar Moneda de Oro, me doy cuenta que estoy más viejito y que las locuras de la juventud las recuerdo con
cariño y ternura.
A veces estoy con mi hijo y le relato historias y los ojos se me llenan de lágrimas, especialmente si me he tomado algunos vasitos de vino al almuerzo. No quiero ser un viejo que se toma dos tragos y anda llorando por todo, pero siento que existe una barrera emocional que se adelgaza día a día y que me deja indefenso frente a los demás.
Ahora sólo me queda pensar en la frase de Tolstoi "la mayor sorpresa de la vida es la vejez" y seguir pidiendo
que me llenen mi vasito con más ron y alegría.