1.21.2010

No todo lo que brilla es oro en el Cerro Alegre


Por Ajenjo

No hay duda que el centro gastronómico más poderoso que funciona actualmente en Valparaíso es el Cerro Alegre, lleno de restaurantes que ofrecen carísimos platos y vinos de hasta ¡120 mil pesos la botella! y más.
Uno podría pensar que "todo lo que brilla es oro" en este turístico cerro, sin embargo la situación no es tan clara y hay experiencias culinarias que tienen que mejorar notablemente.
Después de Año Nuevo se me ocurrió salir a comer algo suave en alguno de estos lugares de la subida Almirante Montt y entre a uno denominado "Jaiva y Cordero".
El nombre ya me parecía atractivo, sin embargo la buena onda se me fue esfumando poco a poco.
Había una oferta de cortes de sushi, por lo tanto aproveché el "happy hour" y me pedí un pisco sour, mientras mi novia bebía sólo una coca cola light producto del firme entrenamiento a que está sometida antes del matrimonio.
Nos entregaron una carta donde estaban todos los platos y copas que se ofrecían en el restaurante. Era de papel rojizo y estaba llena de manchas de aceite.
Mientras trataba de leer los platos, que eran bastante caros, llegó el pisco sour que no estaba mal, sin embargo me lo tomé todo y pasaron muchos minutos antes que el sushi llegara a la mesa. Aburrido le pedí un poco más de pan al joven mesero, quien me señalaba que pronto saldría el arroz con el pescadito.
El sushi estaba reguleque y pensé que era un error andar pidiendo pescado en estas fechas.
Me fui bastante decepcionado y pensé nuevamente en la frase del crítico gastronómico Cesar Fredes, quien me señaló que el futuro de Valparaíso estaba en sus mercados y en el pescado frito con ensalada chilena. Personalmente también apuesto a lo mismo, ya que no hay bolsillo que aguante esos precios y más aún si el servicio y el consumo es un poco mejor que mediocre.

ajenjoverde@hotmail.com

1.12.2010

Carreteando en el Año Nuevo con mi hermano "el diputado"

Por Ajenjo


Escríbete este carrete de Año Nuevo en tu columna", me dice mi hermano mayor, mientras explotan los fuegos artificiales que observamos desde el altillo de mi casa en el cerro Alegre.
Mi hermano es diputado y siempre me anda reclamando que nunca aparece en esta columna; la verdad es que no es un personaje muy carretero y las veces que hemos ido a comer a restaurantes o salir a echar la talla por ahí son contadas con los dedos.
Hace muchos años que no pasaba un Año Nuevo con mi hermano y su simpática familia. Para partir, el 31 de diciembre nos fuimos a almorzar al restaurante Caruso, donde comimos caluguitas de pescado con vinito tinto.
Yo salí medio chispeado y caminando por la calle San Enrique nos encontramos con el dueño del "Vinilo", que a las 16.00 horas sacó una botella de champaña con copas y todo a la calle para celebrar la ocasión.
Yo me la tomé casi toda y tuve que dormir una siesta para enfrentar la última noche del año.
En el paseo Yugoslavo estaba, como todos los años, la masa de locos carreteando de lo lindo.
Los hijos de mi hermano trajeron el famoso cotillón y a las diez de la noche salimos todos disfrazados con máscaras. Mi hermano se puso una máscara de titanes del ring y la gente lo saludaba sin saber quién era.
A las 12 ya estábamos en la casa tomándonos unos vinos "apalta" que el diputado había traído y aseguraba que pasaban "como agüita de la llave".
"Pasa para acá mejor", le dije, y me serví una gran copa, mientras los fuegos artificiales resonaban de lo lindo, marcando un nuevo año en mi Valparaíso querido.
¡Qué nos vaya bien a todos!