12.23.2005

Aire libre


Para todos los viejitos que pasan la Navidad solos

Valparaíso nunca se ha destacado por ser una ciudad con lugares para beber al aire libre. En Viña del Mar están el Samoiedo y el Portal Alamos, además de otras instancias para tragar bebidas espirituosas, especialmente cerveza heladita, respirando oxígeno y sintiendo el viento en la cara.
Con la llegada de mi novia Jacobé desde Barcelona, tuve la imperiosa necesidad de buscar un lugar donde pudiéramos conversar, ponernos al día después de tres meses, pero que no fuera el típico bar porteño, con nubes de humo, viejitos curados y reggaetón por los parlantes.
Una semana antes, con un grupo de brothers, fuimos una tarde de domingo en busca de unos bajativos al Deck 00, en el Muelle Barón, sin embargo estaba cerrado. Terminamos tomando cerveza en una fuente de soda que se instaló en la entrada de este recinto turístico. El lugar es exquisito, ya que te sientas mirando el mar, bajo gigantes parasoles de lona, mientras una mesera trae cervezas de litro con vasos de vidrio sacados del congelador.
Con Jacobé nos tomamos unas latas y después el botellón de litro. Bastante chispeados decidimos ir a ver el partido de fútbol entre la Chile y la Católica, en el Moneda de Oro. El restaurante abrió sus puertas en forma extraordinaria un día domingo, sólo por la gran final.
Mozos de reemplazo, que desconocían a los habituales parroquianos, se encargaban de servir las mesas. Pedimos la tradicional botella de colemono, no obstante se había acabado y empezaron a cocinar en forma inmediata el lechoso caldo para abastecernos.
Seguimos filtrando cerveza, comiendo sanguchitos y papas fritas y rematando con un colemono bien heladito.
El hijo de una chica superpoderosa, que es mi ahijado adoptivo, me encontró en el bar. Es fanático de la "U" y se lanzó un grito de esperanza en el local, que estaba lleno de fanáticos azules. Todos corearon, pero de nada sirvió.
Al final llegamos a la casa bastante dañados y escuchando a Calamaro nos quedamos dormidos.
Durante la semana he vuelto a buscar el colemono del Moneda de Oro. Es como una pequeña cena en el viejo bar, donde observando al Kike Morandé por la pantalla y conversando con los viejos jugadores de dominó y brisca, las horas de soledad se hacen menos pesadas.
Todas esas visiones me hacen entender a los viejos que se gastan su mínima jubilación en puro vinito tinto. Estos seres humanos están solitos y encuentran en la calma de los bares y en la anestesia del licor, buenos momentos para esperar la hora en que los encerrarán en el cajón de madera.
Los bares son generalmente lugares de hombres solitarios, algo perdidos, que buscan detrás de una barra el cariño que muchas veces les fue ajeno en sus casas.
El año pasado celebré la Navidad en un bar, junto al escritor Víctor Rojas, pero eso ya es otra historia que verdaderamente me da pena relatarla. Que quede en la memoria no más.

ajenjoverde@hotmail.com
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12.16.2005

No puedo cambiar


Hay veces en que uno sale a carretear motivado sólo por la costumbre. ¿Cómo me voy a quedar un miércoles en la noche viendo la tele si mañana es feriado?, me pregunté mientras me instalaba mi chaqueta y mis pies me llevaban hacia alguna barra conocida.
Sin tener un rumbo exacto llegué al Exodo, donde me mandé dos vodka naranja y charlaba monotemáticamente con mi brother, quien también se sentía un náufrago de la noche porteña. El tiempo se dejaba llevar tranquilamente hasta que aparecieron los integrantes de LuLú Jam, un grupo de pop radical, que canta cosas como "yo soy un chocolate bom/en un sushi bar/ karaoke de amor/ yo soy un chocolate con licor/ un caramelo amargo/ choco panda de amor".
El extraño grupo, y ocupo la palabra extraño porque no se me ocurre otra cosa, estaba conformado por un chino y dos chicas, una de las cuales había salido en el extinto programa televisivo "Panoramix", cuando Sergio Lagos profitaba de la palabra alternativo. La comitiva era seguida por un grupo de jovencitos, en su mayoría homosexuales, a quienes se les caía la baba viendo a sus ídolos. ¿Qué estamos haciendo aquí?, nos interrogamos y salimos arrancando del local.
Nos fuimos al Cinzano, donde seguimos dándole al vodka naranja hasta que el sueño nos invadió.
La semana pasó volando y llegaron las elecciones y la sequía abstemia a que nos vemos todos obligados. Fui a votar con mi hijo para enseñarle qué significa la democracia. Nos metimos los dos a la cámara secreta y le dije: "Ahora agarra el lápiz y marca la raya en nuestro candidato". El pequeño se mandó la media raya y pasó a llevar dos nombres. Con el dedo empecé a borrar la línea que no correspondía, mientras algunos silbidos de votantes apurados me colocaban algo nervioso. Al final terminé doblando los votos, que quedaron como verdaderos repollos, y apenas pudieron pasar por la ranura de la urna. Los apoderados le entintaron el dedo a mi hijo y los dos salimos contentos, con el deber cívico cumplido. En la casa nos esperaba un programa doble de lujo: "Charlie y la fábrica de chocolates" para él y "Sin City" para mí. Las dos películas ya las habíamos visto, pero valía la pena una revisión en la calma hogareña.
Después de haber pasado el fin de semana bastante tranquilo, me sobrevino un peculiar nerviosismo que tenía su origen en la falta de carrete. ¿Qué pasaría en Chile si cerraran las botillerías durante sólo tres días? Estoy seguro que las clínicas siquiátricas no darían abasto.
Gracias a los dioses, la dueña del Caruso me invitó al primer cumpleaños del restaurante. Tomé los mejores pisco sours de la ciudad, comí cinco tipos de ceviches y tiraditos distintos y me metí vino del bueno, como un verdadero mono del zoo.
Al final, como dice Calamaro: "Me entrego al vino porque el mundo me hizo así y no puedo cambiar...". Punto y final.

ajenjoverde@hotmail.com

12.09.2005

Tomando La Floripondio


A Fritz, Macha , Tuto y Toto. Por esos años locos.

El Macha, líder y vocalista de LaFloripondio, se percata de mi presencia a un costado del escenario del Teatro Mauri. Está vestido sólo con un calzoncillo y en la cabeza lleva un gorro playero. Avanza, se agacha, y me pasa el micrófono para que grite algo al público rockero. Recito un par de frases de un poema y todos se ríen. La fiesta continúa.
La escena anterior corresponde al recital de La Patogallina Saunmachín y La Floripondio, que la semana pasada estremeció a Valparaíso. Toda la historia comenzó, como ya es una tradición, en el restaurante Caruso. Dos botellas de J. Bouchon Sauvignon Blanc, junto a mi brother médico, nos lanzaron al hiperespacio de una noche de juerga que estuvo bastante dura.
Llamamos a nuestro taxista amigo, el señor Maureira, quien nos trasladó desde el restaurante hasta el Teatro Mauri. Una petaca de ron Bacardi fue comprada en una botillería e introducida al recital. Yo llevaba orgulloso mi polera de los Patogallina musicales, que la baterista y la tecladista me habían regalado como agradecimiento por haber dormido en mi casa.
El recital ya había empezado y El Caleidoscopista, con un saco de plumas de gallina blanca, se paseaba por el escenario lanzándolas al público. La gente bailaba tranquila, mientras el vocalista de la Saunmachín gritaba fuertes consignas políticas.
Después salió LaFloripondio, el plato fuerte de la noche. El público danzó y cantó como siempre, demostrando que este grupo ya está arraigado en el alma del carretero porteño.

Conozco a estos músicos desde hace más de diez años. Fui testigo de sus primeras tocatas, cuando El Macha imitaba a Luca Prodan y el virtuoso guitarrista Toto Alvarez apenas se sostenía en el escenario e insultaba a los integrantes y al público en una locura alcohólica juvenil y desenfadada. Junto a mi grupo de punk, Lakaña Rock, los acompañamos por una gira hacia Concepción. Tomamos la micro en Viña del Mar y antes de pasar por Santiago ya nos querían echar por ruidosos, molestos y faltos de respeto.
Tocamos en una discoteca penquista llamada Havana Club y la fiesta terminó con la llegada de carabineros y los integrantes de Machuca presos.
Después LaFloripondio comenzó a cambiar. El Toto fue expulsado por mala conducta y la música tuvo un giro inesperado hacia la cumbia y la pachanga. Eran los nuevos tiempos, donde el mensaje de "yo no los elegí y ellos no me eligieron" se diluía entre bailes de monos y zungas latinas.
Uno de los integrantes más serios es el bajista Tuto, alto y siempre muy amigable. Todavía recuerdo que junto al Macha me robaron una polera con el rostro de Luca Prodan. Yo la di por perdida y luego lo vi en la tele con la camiseta puesta. También está Fritz, el baterista, quien es conocido como "El Excelente". Su rostro chinesco y su parada de galán latino frente a las minas siempre causa mucha risa.
El recital en el Mauri llegó a su esplendor con toda la masa bailando sobre el escenario, mientras El Macha se bajaba los calzoncillos y les mostraba el poto a los presentes. Todo un final clásico de esta banda de Villa Alemana.

El sábado desperté con la ropa puesta y sólo la frazada de la cama encima del cuerpo, símbolo de un carrete poderoso. Me duché y me fui a cortar el pelo a Viña del Mar. Pasé a saludar a mi amiga fotocopiadora y me convidó a beber unas latas de cerveza.
Fuimos a comer un menú al Margarita de calle Quinta y rematamos en el segundo piso del Portal Alamos tomando ron a las cinco de la tarde junto a su novio fotógrafo, que cada cinco minutos sacaba una petaca de Araucano y la besaba nerviosamente.
Bastante dañado tomé el flamante nuevo metro regional y entre el ensueño etílico me sumergí en las profundidaes subterráneas de la ciudad y de mis recuerdos.

ajenjoverde@hotmail.com

12.02.2005

Activando la militancia



A Jani y Cecilia, músicos de La Patogallina

El colectivo La Patogallina anunció su llegada a Valparaíso y como un buen militante de su célula porteña me puse a su completa disposición y me preparé para vivir una semana diferente y muy entretenida.
El jueves llegaron los dos primeros regalos a mi casa: la baterista y la tecladista del grupo se quedarían en mi hogar durante cinco días. Las recibí a las once de la noche, les conversé por algunos minutos y me despedí.
La primera misión específica ocurrió el viernes. La baterista, que también es saxofonista y cantante, me pidió que la ayudara a instalar carteles y a repartir panfletos de una tocata que tendrán hoy en el Teatro Mauri. Así, junto a El Caleidoscopista y otros patogallinos, nos lanzamos a una pegatina carretera que nos dejó bastante dañados. A las cinco de la mañana nos estaban echando del Exodo, mientras yo le colocaba un flyer en el tobillo a una maniquí de adorno y me tragaba la última piscolita.
El sábado tuve que dejarlas solas ya que me largué temprano a un cumpleaños en La Cruz, con asado y piscina que me dejó agotado.
El domingo fui a ayudarlos en el montaje de la obra de teatro "1907: El año de la flor negra". Mi misión fue ser guardia de seguridad en el sector de los músicos. Al empezar la obra un desagradable curadito empezó a proferir groserías. Yo, que jamás le he pegado un puñete a nadie, me instalé frente a él y miré al cielo. El borrachín quería seguir haciendo escándalo y al final llegó un amigo de Papito, quien sabiamente le dijo unas palabras en la oreja que lo dejaron inmovilizado durante toda la obra. Después apareció un grupo de carabineros que intentaron detener la obra, ya que buscaban a una persona en forma urgente. Hacerlos entender que paralizar el montaje era una cosa imposible fue una tarea titánica, desgastadora, pero que finalmente se logró.
Otra labor que se me asignó esa noche fue preparar el asado para después de la función. Junto a otros militantes armamos el fuego y entre vinito y vinito relatábamos las diversas visicitudes que habíamos enfrentado en el montaje. El asado estuvo rebueno y nuevamente terminamos como a las cinco de la mañana.
El lunes almorzamos con las chicas musicales. Les preparé palta rellena con camarón, champiñón con queso y unas machas a la parmesana, que por la excesiva conversa y el sabor del vino blanco helado, se quemaron. Igual fueron saboreadas.
En la noche fui nuevamente convocado como guardia. Hubo que detener a curaditos y escandalosos peleadores. El frío logró que terminada la función partiera corriendo a mi casa y no pudiera apoyarlos en desmontar toda la estructura de la compleja obra teatral.
El martes me levanté temprano y partí a trabajar todo el día. Les dejé una carta de despedida y cuando llegué encontré varios regalos. Las muchachas me habían dejado una polera de La Patogallina Saun Machín, un vinito Misiones de Rengo de cruz plateada, una flor negra de papel y madera, que inmediatamente colgué en mi living, y una hermosa carta.
"Gracias por tu casa, tu música, tus libros, tu risota, tus ojos cara de loco. Espero que nos veamos pronto y gracias también por el vino, las machas quemadas y las conversas... Fue bueno conocerte", rezaba el papel.
Gracias a ustedes y a toda La Patogallina por su frescura y genialidad.
Muchas gracias por hacer lo que hacen.

ajenjoverde@hotmail.com
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11.25.2005

Felicidad electrónica


A los organizadores de Earthdance 2005

Hay experiencias en la vida que a uno lo dejan pegado, transmitiendo
durante días y pensando en el dulce recuerdo de un pasado hermoso.
Así estoy después de haber vivido junto a mi hijo Earthdance
2005, una fiesta de tres días de duración, donde la música electrónica
resonó sin parar en medio de un paradisíaco bosque con río incluido
y con gente muy loca y buena onda.

Había participado antes de fiestas que duraban toda una noche
y más, sin embargo estar 72 horas bajo el hipnotizador sonido
electrónico es bastante raro y convierte la experiencia en algo
alienígena, muy diferente a todo lo que uno está a-costumbrado.

Salimos el viernes en la tarde desde mi casa. Yo parecía un ekeko:
mochila llena de comida adelante, mochila con dos sacos de dormir
y ropa en la espalda, una carpa en la mano izquierda y la manito
de mi hijo en la otra. Así llegué a Santiago, tomé un metro,
atravesé el Persa Estación Central y logré ubicarme en la micro
que se dirigía hacia Isla de Maipo. Estaba reventado y mi espalda
se cuestionaba si valía la pena tanto sacrificio.

Atravesamos Calera de Tango y Lonquén, ese mítico lugar donde
en la década del 70 aparecieron los primeros ejecutados políticos
en un horno. Después apareció Isla de Maipo, que era un pueblito
como gobernado por Los Quincheros y finalmente el cruce hacia
Earthdance.

Caminé 500 metros y me pidieron la entrada, que me había costado
21.600 pesos, varias veces en el camino. Después el ticket fue
cortado y me dieron una pulsera de papel plástico y colores fosforescentes,
bajo la estricta advertencia de que tenía que tenerla puesta
los tres días. Pasé la revisión de mochilas rápidamente ya que
le dije al guardia: "vengo con un niño". La frase me abrió las
puertas de seguridad y el vodka Stolichnaya metido en el saco
respiró tranquilo.

La música ya se escuchaba fuerte. Cientos de carpas se extendían
por un bosque. Atravesamos un par de puentes y encontramos nuestro
sitio, al lado de un riachuelo. El lugar era perfecto para acampar,
sin zancudos y con el piso lleno de una capa de blando pastito.
La ansiedad me hizo levantar el iglú en cinco segundos y partí
a recorrer el área. Primero entramos al escenario principal,
que era una burbuja blanca gigante en un prado verde. Eran las
siete de la tarde y unos 500 jóvenes danzaban totalmente transportados
por el sonido. Mi hijo, tapándose los oídos, me reclamó la violencia
de los parlantes. Ahí saqué mis tapones de silicona y se los
puse en cada oreja. Su cara cambió. Había aprendido ese truco
en 1998, en una fiesta rave en Zurich, con 500 mil personas.
Todos llevaban esos taponcitos de colores.

Seguimos caminando y llegamos a una carpa llamada "hongos mágicos".
Ahí podías fumar tabacos de sabores extraños en pipas árabes.
Todos los jóvenes descansaban en sillones de moderno diseño y
en sus ojos había una profundidad misteriosa, abisal, ya conocida.
Había un restaurante liderado por los Hare Krishna y otro donde
almorzaba merluza frita con ensalada por tres luquitas. Las piscinas
eran espectaculares, ya que 2 eran con agua natural del río.
Mi hijo tenía una piscina para él solo y se bañó hasta quedar
con sus palmas arrugadas durante los tres días. También estaba
la sección "el mundo de los niños", donde había surtidores de
agua y juegos.

En las tardes podías optar por masajes, reiki y otras cosas esotéricas
que no me interesaban. En las noches nos acostábamos temprano
y el suelo retumbaba con el poder de los parlantes. Los tapones
y el vodka me permitían invocar a Morfeo.

Una de las imágenes que más tengo incrustada en mis neuronas
es la presencia de una jovencita. En su espalda tenía tatuadas
dos alas negras, tremendas, impactantes. "Mira papá, es un ángel".
"Sí", le contesté a mi hijo, asumiendo que me encontraba en un
cielo infernal, lleno de gente ultra tolerante y tranquila. Pensé
en tatuarme dos alas y convertirme también en un ángel rebelde.

El domingo llegaron los bomberos y con sus mangueras mojaron
a los danzantes. Mi hijo bailaba contento y lo pude ver tan feliz,
que las lágrimas de alegría se me camuflaron con el sudor y el
agua.
La fiesta había terminado.

ajenjoverde@hotmail.com

11.21.2005

Camino al baile de la tierra


"Llueve sobre la ciudad, porque te fuiste ya no queda nada más. Llueve sobre la ciudad y te perdiste junto a mi felicidad"
Los Bunker

Armar una carpa dentro de una casa es algo extraño, pero es el
único método que tengo para probar que el iglú tenga todas sus
piezas: cordeles, fierritos, varas y ningún orificio extraño.
Tengo que asegurarme que soy capaz de armarla sólo con la ayuda
de mi hijo de cinco años, quien será mi acompañante en Earthdance,
una fiesta por la paz mundial y la música electrónica de tres
días de duración en la Isla de Maipo, en Santiago.

Esta es como la octava versión de esta curiosa fiesta que parte
hoy y es la primera vez que asisto. Sólo tengo algunas versiones
distorsionadas de amigas que han participado, además de la página
web (www.earthdance.cl) que muestra un lugar bastante paradisíaco.
Sólo la idea de acampar para mí ya es bastante freak. El tener
que dormir en un lugar sin televisión, videograbadora y dvd,
será una experiencia casi traumática para mi hijo y yo. Pienso
que a las diez de la noche caeremos en una crisis epiléptica.
Ojalá que no y estoy seguro que los organizadores de la fiesta
deben tener entretenciones visuales para los adictos a los rayos
catódicos.

Siempre las experiencias de campamento son divertidas. En la
juventud están asociadas a la libertad absoluta, sin padres,
sin profesores. Sólo los amigos y las amigas.
Durante varios años acampé en Bahía Inglesa, donde la playa Las
Machas nos acogía cariñosamente sin pagar un peso. Nuestra época
preferida eran las vacaciones de invierno. Armábamos la endeble
casa y nos largábamos a carretear por horas. Llegaban santiaguinas
de otras carpas y con guitarra en mano y decenas de botellas
de cerveza, vino y pisco, la noche se hacía eterna. Eramos hippies
que podíamos cantar una canción de Silvio Rodríguez, Sui Generis,
Slayer y Ozzy, sin caer en ninguna contradicción vital.

Uno de los problemas más frecuentes de la carpa es el baño. En
Bahía Inglesa ocupábamos el del camping oficial. Entrábamos por
la puerta principal, toalla y caluga de shampoo en una mano,
y con cara de que éramos turistas que acampábamos en ese caro
lugar, nos duchábamos y usábamos la querida taza del water.

En el colegio, y asistiendo a unos campamentos de formación en
Colliguay, la situación se tornaba más compleja. Había que hacer
las necesidades básicas en letrinas inmundas o a campo traviesa.
Una vez nos escondimos en la letrina y le tomamos fotos a todos
los compañeros en cuclillas. Los curitas, que sobrevigilaban
el campamento, me quitaron y velaron el rollo de la cámara.
Otra noche de broma salimos y a la carpa del frente le cortamos
todos los vientos. Se vino al suelo, mientras cinco amigos dormían
plácidamente. Durante varios días mantuvimos el secreto hasta
que una de las víctimas se vengó radicalmente. Nos levantamos
y nos encontramos con una bola de caca en la entrada. Los chistositos
habían ocupado de letrina la puerta y como la carpa era mía,
tuve que limpiar rodeado de risas y vergüenza.

Ahora, después de muchos años, vuelvo a acampar. Ahora con un
hijo, más cansado, más carreteado; pero con mucha más experiencia
que la gran mayoría de jovencitos y jovencitas que estarán bailando
frenética y compulsivamente por tres días.

ajenjoverde@hotmail.com

11.14.2005

Miserablemente punk


"Es mejor quemarse que disolverse lentamente"
Kurt Cobain

Estoy en el restaurante y pensión "Mi Casa", ubicado a escasos metros del terminal de buses de Valparaíso. El local todavía mantiene toda la bohemia y dignidad de los antiguos bares, salvo por un gigantesco wurlitzer que por 200 pesos toca desde Pearl Jam hasta las mejores rancheras.
Me estoy bajando una jarra de vino blanco garrafero con chirimoya, esa exquisita fruta que logra nutrir al mosto albo de un sabor dulce y único. La conversa está buena y el tiempo pasa suave, sin hacerse notar. Deben ser las seis de la tarde y la brisa primaveral acomoda más el ambiente.
Estamos esperando el momento exacto para entrar al "Pánico Rock Festival", evento que trajo a la ciudad a Los Miserables, grupo de cabecera de la década de los '90, que nos hizo conocer el punk verdadero y comprometido. En la universidad traficamos sus primeros casetes, especialmente uno llamado "Pisagua", que en
su tapa mostraba uno de los rostros calavéricos que aparecieron en las fosas del desierto.
Antes de llegar a la puerta de un antiguo galpón del Muelle Barón, me compro una petaca de ron Bacardi dorado para ingresarla clandestinamente al recinto, ya que es recontra sabido que en las tocatas punk no se vende alcohol, a menos que se quiera ver la destrucción del local. La revisión del público, de parte de guardias privados, está al máximo, sin embargo y gracias a mis años de experiencia, logro pasar la bebida cubana en medio de mis pantalones.
El recital se observa bastante bueno y empiezo a encontrarme con rostros conocidos, que en su mayoría tienen diez y hasta veinte años menos que yo. No se ven muchos punkies con sus pelos parados, ya que han sido sobrepasados por una nueva estirpe: los ska. Estos chicos sí tienen una onda especial. Se visten con sombreros
de la década del '50, camisas negras, suspensores, chaqueta y pantalón formal, además de zapatos negros ultra brillantes. Parecen un ejército de Al Capone, que se mueve al ritmo sincopado de la música. Me imagino qué pensarán sus padres cuando los ven salir: "Gracias a Dios, mi hijo es super formal y seguramente se dirige a un baile con niñas bien". Las pinzas, ya que los loquitos son los que más se desordenan, demostrando que la piel
no hace al lobo y que la lana no te convierte en oveja.
El animador anuncia a Los Miserables y los músicos santiaguinos se toman el escenario. Uno de los enfervorizados muchachos grita "¡muerte a Bachelet!", mientras otro amigo lo mira con curiosidad
y le dice: "¿no era muerte a Pinochet?" .
El vocalista de Los Miserables es todo un ser freak. Sufre un extraño mal que lo mantiene como un hombre de otra dimensión. Sólo verlo cantar vale las tres lucas de la entrada. Lamentablemente, el sonido era pésimo, ya que el recinto no tenía ninguna arquitectura acústica y no se entendía nada de lo que gritaban los poderosos
artistas. Ahí empecé a darme cuenta de que, aunque los años pasen, exista democracia, las tocatas sean más profesionales y más organizadas; todavía siguen metiéndole el dedo en la boca a los jovencitos.
No es posible que un grupo que tiene un mensaje vocal tan profundo y extremo, no tenga una amplificación decente.
Después que Los Miserables terminan su show, me dan ganas de retirarme, pero faltaban como cuatro grupos más. Me quedo unos minutos viendo a un vocalista flaco, crespo y totalmente ebrio, que se mueve como saltimbanqui sobre el escenario, mientras sus amigos rasguean guitarras y bajos.
Ahí los años se me vinieron encima y vi mi cama calientita, la tele y un néctar de durazno y me fui cantando: "quiero punk, quiero una pausa, quizás morir de amor en tu mirada..."

ajenjoverde@hotmail.com

11.07.2005

Deconstruyendo Halloween


"No es lo que soy por dentro, sino lo que hago me define como
hombre". ("Batman inicia")



Son las nueve de la noche y la calle Almirante Montt, en el cerro
Alegre, está llena de diablillos, dráculas enanos y muchos fantasmas.
Me encierro en mi casa junto a mi hijo de cinco años, a quien
le diseñé en el rostro una calavera a lo Marilyn Manson, para
que recibiera a sus colegas y les repartiera los dulces.

Todo el show de Halloween empezó temprano, cuando una de las
Chicas Superpoderosas llegó a mi casa acompañada de su regalón,
que obviamente vestía una terrorífica máscara verde y una sábana
blanca. Eran las cinco de la tarde y, mientras maquillaba a mi
hijo, nos zampamos una cervecita de litro. Ya con capa de Drácula
y todo, enfilamos rumbo al Vinilo, donde a punta de ron tuve
mi primer enfrentamiento con los apestosos anti-Halloween.
"¿Cómo puedes permitir que tu hijo ande celebrando esta fiesta
yanqui?", "sería mejor que celebráramos las fiestas mapuches",
"es vergonzoso andar disfrazado en una fiesta extranjera y sin
identidad". Pobrecitos, pensaba, mientras seguían con su cotorreo
trasnochado y atemporal.

Soy nacido y criado bajo el cine norteamericano, una de las mayores
influencias de mi vida. Cuando niño, mientras pasaba el exilio
de mi familia en Venezuela y veía más de seis horas de televisión
diarias, sólo soñaba con la oportunidad de vestirme de monstruo
y salir a pedir dulces. ¿Puede haber algo más entretenido que
disfrazarse de vampiro y además exigirle caramelos a la vieja
amargada que uno tiene de vecina? No lo creo.

El discurso político ochentero de "no tomes Coca Cola, porque
cada trago de esa bebida es una bala más para Nicaragua, compañero",
está bastante enterrado. El no asumir que estamos bajo el imperio
norteamericano y todas sus leyes es vivir en la irrealidad más
extrema, y no hay versos, canciones, protestas o guerras que
actualmente logren cambiar el panorama.
La fiesta de Halloween debe ser una de las herencias más entretenidas
de este influjo gringo. Recuerdo los 1os. de Noviembre que viví,
de la mano de mis padres, recorriendo cementerios y sudando la
gota gorda para dejar un ramo de mustias flores al pariente muerto.
Una soberana lata.

Ahora, abro la puerta de mi casa y entran 5 niños corriendo con
máscaras y capas negras. Sus madres, entre las que se encontraba
Fresa Parra, la hija de Eduardito Parra de Los Jaivas, llevan
cámaras fotográficas y de videos. Las hago pasar y les muestro
los poster gigantes de La Momia, Frankenstein y El Hombre Lobo,
que mi hijo instaló en las paredes del comedor. También sacamos
a la Santa Señora Muerte, que sonreía con felicidad eterna en
su día.

La puerta sigue sonando. Aparece Juan Esteban Montero, el encargado
cultural del municipio viñamarino, con sus dos bellas hijas.
Repartimos dulces y me dice: "Esta es la globalización y no podemos
hacer nada". "Sólo disfrutar", le digo yo, mientras nos reímos.
Ya es casi la medianoche y la fiesta se apaga lentamente. Seguramente
en las discotecas los jóvenes dark la pasan mortal, escuchando
Rammstein y bebiendo a destajo para celebrar a los muertos del
mundo.

En el cerro hubo gente que instaló letreros en sus casas diciendo
que no podía celebrar una fiesta "fascista y reaccionaria", términos
que estuvieron de moda hace ya muchos años, pero que ahora generalmente
salen de bocas amargadas y de personas que por sus problemas
internos (y no políticos o sociales) jamás pudieron insertarse
en la sociedad de mercado.
Ahora viene la Navidad, con Viejos Pascueros y sus barbas de
algodón transpiradas a 30 grados de temperatura, mientras cae
nieve artificial y la muchedumbre saquea los centros comerciales.
¡Qué bonito!

ajenjoverde@hotmail.com

10.29.2005

Comiendo y chupando con Anthony Bourdain


Voy al terminal de buses de Valparaíso a retirar una caja que
me llegó desde Barcelona. Al tomarla , me doy cuenta de que trae
libros. No aguanto las ganas de saber los títulos y me voy a
un bar, al lado del Teatro Municipal, y me pido una cerveza de
litro, mientras comienzo a sacar las benditas sorpresas.
Un libro de lujo, de la delicada editorial Taschen, con fotografías
históricas de París me llama la atención. Son escenas de la Primera
Guerra Mundial, de mayo del 68, del barrio bohemio y de otras
esquinas de mi amada ciudad luz. La cerveza baja por mi gaznate
y mis labios quedan empapados de espuma blanca, mientras mis
ojos siguen viajando a través de las páginas.

En una esquina de la caja venía toda una relevación. En su edición
de bolsillo llegaba a mis manos "Confesiones de un chef", de
Anthony Bourdain. Empecé literalmente a devorarlo, mientras me
pedía un sándwich y la segunda cervecita de la calurosa tarde.
Es que, como dice el cineasta Raúl Ruiz, "antes de tomar siempre
hay que tener algo en la guata".

¿Quién es Anthony Bourdain? puede preguntarse el lector. El tipo
es un cocinero que está más loco que yo.
"Confesiones de un chef" es una autobiografía, donde relata su
vida ligada a las cocinas de los restaurantes de Estados Unidos.
El cocinero es capaz de comparar la primera vez que devoró una
ostra con su primera relación sexual. Obviamente gana
la ostra.

Su vida es enfrentarse al mundo tradicional de la cocina. Prepara
manjares con la misma habilidad que se bebe una botella de whisky
o se droga profusamente con sus amigos de la cocina. Es duro,
un Bukowski de la alta gastronomía, un Syd Vicious con gorro
de chef. Actualmente es muy respetado en Nueva York, donde trabaja
como chef ejecutivo de Brasserie Les Halles, un lugar que se
puede calificar como la taquilla de la taquilla.

Cenando en el Bar Inglés con un amigo, me relata que Bourdain
tiene un programa de cable en televisión. "Ese loco ha probado
el corazón aún palpitante de una cobra viva, ha cenado con gángsters
en Rusia, y ha bebido los tragos más extraños que te puedas imaginar",
me dice con ojos de admiración. Me doy cuenta de que el tipo
tiene sus fans y que ya es conocido entre los freaks del mundo.

Voy subiendo hacia mi casa y prendo la tele cerebral. Me imagino
que Anthony Bourdain viene a Valparaíso y me mandan del diario
a entrevistarlo. El famoso chef me pide que le haga un recorrido
culinario por la ciudad. ¿Adonde lo llevaría?
Podría perfectamente acompañarlo al Apolo 77 a comer ostiones
a la parrilla o al Caruso, para que se deleitara con el ceviche
mixto. Sin embargo, creo que con la fama de duro, habría que
entrar hacia el lado más salvaje de la ciudad.
Una buena chorrillana en el Renato podría ser la entrada típica
a la comida porteña. Creo que es la más rica y tiene la cualidad
de que no se repite durante la noche. Después, a comer al San
Carlos un cauceo de patas para tres personas con un botellón
de buen tinto. Ahí creo que podría flaquear, no obstante el muchacho
tiene estilo hardcore y continuaríamos nuestra travesía culinaria.
Unas calugas de pescado en el Dominó, un Barros Luco en el Bar
Inglés en pan batido (uno de los sándwiches más ricos que se
pueden consumir en Valparaiso) y unos huevos duros en un carrito
callejero terminarían la ronda nocturna.
Después lo dejaría ir solo al Barrio Chino a buscar ya no material
para su estómago, sino que para su mente distorsionada y ávida
de nuevas sensaciones.

Yo me iría a la casa a tomar un botellón de antiácido y a dormir.

ajenjoverde@hotmail.com

10.22.2005

El credo del hada

Los niños lo comprenden todo, más que nosotros, y no olvidan nada.
Miguel de Unamuno


Todo comenzó en el restaurante Caruso, donde fui a tomarme unos
buenos mostos con unos amigos. La dueña, siempre con aire de
bella tristeza, nos acompañó por algunos minutos y logramos sacarle
un par de sonrisas. Después enfilamos hacia el Cinzano, donde
las copas cambiaron del color tinto al tradicional roncito con
coca cola. Ahí conversamos con el guitarrista Augusto Díaz, quien
volvió a la bohemia en gloria y majestad luego de estar alejado
algunos meses por motivos de salud. En esta ocasión hablamos
cosas más serias, ya que casi siempre terminamos armando un show
humorístico, donde cada uno cuenta un chiste y el más gracioso
gana.

El ambiente estaba lleno de energía y continuamos en el Vinilo.
Ahí siguió el ron y el grupo de amigos comenzó a desgranarse.
Al final, terminé en la barra del segundo piso del Éxodo, bar
que cada vez está más taquilla. La cajera me regalo tres bonitas
postales de una exposición que se está ejecutando en el recinto.

Después de esa noche, que terminó con bastante daño neuronal,
recibí a mi hijo, quien se aprestaba a pasar el fin de semana
conmigo. Fuimos al Muelle Barón en busca de la exposición sobre
la bomba atómica, sin embargo los encargados decidieron clausurarla
más temprano y no vimos ninguna de las impactantes fotografías.
El día estaba con un sol bastante agradable y mi hijo se puso
a jugar con uno de sus mejores amigos, en los asientos del bonito
bar que funciona en ese lugar: el Deck 00.

Para aprovechar la tarde me fui con los dos niños al estreno
de la obra "Peter Pan", que la compañía "Ilución" está montando
en la sala del IPA, en la calle Condell.
Los niños disfrutaron la obra, que estaba muy buena, con una
escenografía móvil y con cuadros muy alegres. Incluso al final,
cuando los protagonistas gritan en varias ocasiones "las hadas
sí existen, las hadas sí existen", el público se emociona.
Al terminar la obra los actores bajaron a saludar a sus familiares
y amigos que habían llegado a la sala. Mi hijo se levantó de
su asiento y le tocó el garfio al pirata. Quedó transmitiendo
toda la tarde y gran parte de la noche.

La obra "Peter Pan" logró removerme las neuronas memoriales y
me arrastró hacia el año 1983, cuando en un arranque actoral
trabajé para la compañía del León Mauricio, que funcionaba en
la sala superior del ya desaparecido cine Olimpo de Viña del
Mar. Mi padre ya se había percatado de que era muy bueno para
actuar y habló con el dueño de la compañía y montamos la obra
"Pinocho".

Yo era el muñeco de madera que era despertado por la bella hada.
El malo me amarraba con una cuerda y los niños del público, desesperados,
se subían al escenario para ayudarme. Tenía 14 años y me di cuenta
de que los niños se creían el juego teatral verdaderamente y
que para ellos yo era simplemente Pinocho. Al final de la función
me saludaban y hablaban conmigo.
Todo ese cuento me empezó a volver loco y, con la complicidad
del bombardeo hormonal de la adolescencia, decidí no actuar nunca
más y mejor dedicarme a escribir, que es un oficio más solitario
y tranquilo.

Cuando finalizó "Peter Pan" y veía cómo mi hijo aplaudía a rabiar,
pensé si yo todavía creía en las hadas.
Sí, sí creo. Mi hada personal está en Barcelona, deseando volar
hacia Valparaíso para cumplir todos mis deseos. Yo cumpliré todos
los suyos.

ajenjoverde@hotmail.com

10.17.2005

Apolo y los mil tambores


"La flor que anda de mano en mano para qué la quiero yo"
Víctor Jara.

Estoy con el escritor Víctor Rojas mirando pasar "La marcha de
los mil tambores". Niñas desnudas con sus cuerpos pintados se
pasean por las calles, un indigente disfrazado hace de las suyas,
un camión con un contingente de jóvenes con camisas blancas,
pañuelos rojos y muchos instrumentos, toca ritmos tropicales
sin parar. Entre los cantantes reconozco a Bujanda, con quien
hace más de diez años armamos la banda punk "Lakañarock" y tocamos
en bares donde nos pagaban el recital con una botella de pisco.

Entre todos los marchantes aparece el delgado poeta Alejandro
Banda. Viene disfrazado de mimo y reparte panfletos que hablan
sobre el derecho al aborto. Nos abrazamos en la calle y le pregunto
cómo esta. Obviamente no me contesta, es un mimo. Más atrás viene
el líder y organizador de esta bella actividad: Chago, quien
con una máscara de carnaval veneciano grita y se saluda con todo
el mundo. Está contento ya que la gris ciudad nuevamente se llena
de color gracias a su trabajo. Van a pasar muchos años y esta
marcha juvenil y desenfadada crecerá cada vez más, gracias a
este luchador incansable de la gestión cultural independiente.

Con todas esas imágenes en la cabeza, especialmente de las chiquillas
y sus curvas trabajadas por el pincel mágico de Victor Musso,
me quedé dormido y una llamada telefónica me despertó. Era mi
amigo médico, quien gentilmente me invitaba a almorzar.
Después de vagar por varios restaurantes terminamos sentados
en el portal del Apolo 77, ubicado en esa mítica escalera del
cerro Alegre. El lugar era más que acogedor ya que un suave sol
primaveral acariciaba las cabezas e invitaba a la conversación.
Mi brother se mandó un pulpo con un pure de zapallo. Yo almorcé
canelones rellenos con calamares en su tinta y cangrejo dorado,
con espárragos a la parrilla. Para regalonear a las neuronas
nos mandamos unos pisco sour, unas copas de vino blanco y unos
bajativos de ron con cocacola.

Cerca de las cinco de la tarde alguien nos recordó el partido
de la selección chilena. Subimos por la escalera Apolo lentamente,
mientras nuestros jugos digestivos armaban una fiesta en el estómago
con las delicias consumidas. Nos fuimos derechito a la pantalla gigante del Moneda de Oro, donde bajo la influencia de más ron con cocacola, seguimos muy
de cerca las jugadas del partido. El local estaba lleno y llamaba
la atención una mesa llena de hombres con sus esposas, quienes también gritaban y comentaban el partido como expertas en fútbol.
Es que las mujeres porteñas son muy choras y se comen con limón
a las viñamarinas y santiaguinas.
Después de abrazar a medio local con el gol chileno enfilamos
a la inauguración del Festival de Cine de Viña del Mar, para
ver la película argentina "El Aura". La cinta terminó siendo
un diazepan a la vena y los ojos se cerraron en medio de un sueño
etílico y cinéfilo.

A la salida me encuentro con la actriz Paty López. Tiene la cara
desencajada, está pelada al cero, y camina como un zombie. Da
miedo y prefiero evitar su encuentro.

Termine en el cóctel del certamen comiendo canapés y tomando
jugo de tuti frutti, mientras pensaba que el fin de semana había
estado bastante agitado y que un rompecabezas de 700 piezas me
esperaba en la casa, implacable, repartido, complicado y entretenido.

ajenjoverde@hotmail.com

10.07.2005

Rompiendo cabezas


Al terminar mi tratamiento antibiótico decidí beber mi primer
trago después de este breve y obligatorio período de abstinencia.
Fui al Moneda de Oro con mi amigo fotógrafo y nos lanzamos dos
botellas de colemono. Este trago estuvo muy bueno para recomenzar,
ya que tiene leche y es sano para el cuerpo. Dicen.

Sinceramente todavía no me siento cero kilómetro. Estoy como
recauchado, con el vaso a medio tomar, algo cansado, pero con
ganas de volver a las pistas en gloria y majestad.

Para evitar las tentaciones caseras, especialmente la del pisco
sour, estoy armando en las noches un rompecabezas de 700 piezas.
La figura es un dragón medieval que tiene en sus manos a un marino,
en un acantilado totalmente café. Recién llevo 70 fichas ensambladas
y a veces siento que no podré terminar el puzzle.

Mientras rodeo la mesa en que tengo instaladas las piezas, escucho
a Charly García, Calamaro, Sui Generis y Serú Giran. Son mis
amigos que me impulsan a no desconcentrarme y tratar de recomponer
ese cuadro partido en cientos de pedazos.

Cuando analizo mi vida a través del vidrio de vasos y botellas,
puedo asegurar que es como un rompecabezas. Hay miles de situaciones
y acciones que están diseminadas en la memoria y que a veces
trato de juntar. Cuando las piezas no calzan me voy derechito
donde mi amigo barman, quien intenta apaciguarme al ritmo de
las cervezas y los ron cola.

A veces las fichas calzan justito y me pongo muy feliz. Para
celebrar me voy a un bar e invito a los comensales a festejar mi buenaventura y poder decir en forma orgullosa que el rompecabezas se ha terminado. He visto amigos muy mal por no poder armar su rompecabezas. Algunos han terminado presos y otros en el cementerio. Se han vuelto locos porque no logran ensamblar sus pensamientos en forma normal y todo les parece negativo y persecutorio. Algunos le echan la
culpa a los demás, al alcohol y las drogas, a sus padres, a las
pololas, a sus hijos, al siquiatra o al trabajo. Cuando las piezas
del rompecabezas no calzan es complicado y es recomendable pedir
ayuda o asistir al taller mecánico del cerebro.

A veces he tratado de que las piezas de un rompecabezas se ensamblen
a la fuerza, pero eso nunca trae buenos resultados. Lo más placentero
es cuando uno ya está histérico, porque no puede encontrar una
ficha esencial para el rompecabezas, busca y busca como loco
y muchas veces llega a pensar que se perdió; pero ubicarla con
la vista, tomarla entre los dedos y calzarla en el rompecabezas
entrega un sentimiento maravilloso, parecido a ganar en la hípica
o el casino. Es ahí donde vale la pena vivir y todo se ilumina
y se vuelve glorioso.

Actualmente tengo una ficha de viaje, que es vital para mi existencia.
Sé que pronto volverá y el rompecabezas brillará con la luz
más potente, que permitirá ensamblar todos los rompecabezas del
mundo.

ajenjoverde@hotmail.com

9.30.2005

Abstinencia alcohólica


"Existe una relación directa entre mi experiencia cuando te escucho
por teléfono y la de un religioso que a fuerza de tanto ayunar,
de tanta soledad y meditación, alcanza a oír la voz de su dios.
Salvo que tú existes, mientras que, en lo que se refiere a Dios,
tengo mis dudas".
Extracto de una carta de Philip K. Dick a su amada


Tengo que ser honesto: desde el 18 de Septiembre que ninguna
gota de alcohol toca mi estómago y mis neuronas. Estoy tomando
antibióticos para eliminar los rastros de una pulmonía primaveral
que me tuvo entre las cuerdas.
¿Qué hacer? No puedo ir a la barra para conversar con mis sicólogos
barman. No puedo juntarme con la patota para reirme y comer un
rico asado con vino tinto. ¿Qué puedo hacer? fue la pregunta
que comenzó a rondarme el cerebro violentamente.

La respuesta estuvo en Blockbuster y en mi amigo médico que viajó
a Buenos Aires y que me trajo unos buenos libros para matar el
tiempo. Televisión, cine y literatura, una mezcla letal.
Ahora estoy leyendo "Yo estoy muerto y vosotros estáis vivos",
de Emmanuel Carrère. Este biógrafo relata magistralmente la vida
del escritor de ciencia ficción Philip K. Dick, quien se hizo
bastante conocido por la adaptación de una novela al cine, que
se tituló "Blade Runner" y que le voló los sesos a una generación
completa. Este tipo fue un apóstol del LSD en la década del 70
y se convirtió en un gurú de la contracultura norteamericana.

El libro va revelando poco a poco el estado siquiátrico del escritor.
Dick estaba bastante loco y tenía lo que podríamos llamar una
"esquizofrenia mística". El muchacho andaba diciendo: "A quien
Dios habla ¿oye algo más que su propia voz?" Terminó bastante
rayadito, pero sus libros están llenos de un complejo universo
y tiene cientos de fanáticos que lo siguen como a un nuevo Mesías.

Estoy impactado con la vida de este escritor y me ha ayudado
a sobrevivir a esta abstemia antibiótica, que ya entró en su
cuenta regresiva, sin embargo la vuelta a la pista será lenta
y con más juicio y racionamiento.

También terminé de leer "Asfixia" del ultra taquillero Chuck
Palahniuk, donde el protagonista va de restaurante en restaurante
provocándose auto- ahogos con comida para ser rescatado por las
personas. Es un adicto al sexo, enfermizo, que tiene una visión
del mundo particular y negra. Palahniuk es el autor de "El Club
de la pelea", que fue llevada a la pantalla grande con gran éxito
y escándalo.

Ahora este artista escribe cuentos de terror. Cuando los lee
en voz alta, en sus lanzamientos , la gente se desmaya. ¿Será
verdad?

No solamente me he estado nutriendo de libros. He visto, en mi
soledad hogareña, horas y horas de televisión nacional y de películas
en DVD arrendadas. Creo que observé 20 cintas, desde una sátira
a los gringos con títeres que hacían el amor en todas las posiciones
imaginables ("Policía Mundial") hasta la potente "Mar adentro",
que no fui capaz de ver en el cine y que ahora me destrozó los
sentimientos. ¡Grandes Bardem y Amenábar!

Ahora sólo me queda esperar que la enfermedad se retire y que mi novia me llame de
Barcelona todos los días. Lo demás seguirán siendo libros y películas,
hasta quedar con sobredosis.

ajenjoverde@hotmail.com

9.25.2005

Un "18" en la cama


El título de esta crónica, que puede parecer algo erótico, no
tiene nada que ver con sexo. Pasé el 18 de Septiembre acostado,
con 39 grados de fiebre, por una bronquitis primaveral que todavía
me mantiene en cama.

El resfrío me pilló durante la tarde, en las ramadas del Sporting
Club, adonde había llevado a mi hijo que gozaba subiéndose a
unos juegos mecánicos de la década del 50 con la máscara del
Power Ranger negro. Fue ahí que comencé a sentir una extraña
presión en los ojos y en la cabeza. Le dije a mi novia Jacobé
que me compraría un vaso de chicha "para ver si logro sentirme
mejor". El dulce licor sólo logró descomponerme más y tuve que
partir a mi casa y arroparme bajo las sábanas.

Mientras me preparaban tecitos y me hacían cariño para bajarme
la fiebre, comencé a recordar otros 18 de Septiembre, que debe
ser la fecha alcohólica más distorsionada de todo el calendario,
ya que el pueblo sale de sus casas, para cuatro palos, les pone
unas ramas, y se pone a vender copete a diestra y siniestra.

Una de las Fiestas Patrias que más recuerdo fue en mi colegio
de Viña del Mar, donde se hacía una tradicional ramada en el
patio. Toda la familia asistía feliz y los jóvenes bailaban a
Charly García en el subterráneo, las cuecas en la cancha de baby
fútbol y los más viejitos al "salón de los recuerdos", en la
biblioteca, en el segundo piso.

El colegio se transformaba en una gran fiesta y mi familia asistía
completa, incluso algunos parientes santiaguinos. Uno de mis
tíos, que es seco para el trago fuerte, acompañó a mis padres
al "salón de los recuerdos". A las dos de la mañana estaba completamente
borrado y mi papá tuvo que sacarlo tomándolo de uno de los hombros.
Al bajar por la escalera mi padre no pudo con el peso y se fueron
rodando hasta quedar tirados en el pasillo central, a vista y
paciencia del público general.

Yo estaba bailando cueca con mi gran amor colegial que nunca
me pescaba y me avisaron del seudo accidente. Cuando llegué al
pasillo pude observar a mi papá bastante avergonzado, que levantaba
a mi tío, que había quedado igual que Martín Vargas. Un corte
en la ceja le sangraba profusamente. Llegamos hasta el baño donde,
por la urgencia de la herida, recogimos unos papeles del suelo
y logramos taponearle el tajo, mientras se lo llevaban a casa.

Volví a buscar a mi platónica amada a la ramada, pero ya bailaba
con otro, mientras mis compañeros comentaban que dos curaditos
se habían mandado el medio espectáculo. Preferí quedarme callado,
ya que cualquier defensa aumentaría más la historia, que se transformó
en toda una leyenda con el paso de los años. Se hablaba de una
violenta pelea en el "salón de los recuerdos" que había terminado
cuando uno de los protagonistas lanzaba a otro por las escaleras
para abajo. Sensacionalismo puro, pero bueno, así somos los chilenos.

Salgo de la bruma de la fiebre y vuelvo al presente, donde por
la excesiva calentura y el malestar corporal decido llamar a
un médico al hogar. Como es la tradición, el galeno era colombiano
y lo primero que me advirtió era que el termómetro que estaba
utilizando en mi axila "era rectal". Poniendo cara de que no
tenía idea, sólo atiné a decirle: "es que es de mi hijo".

El doc me mandó a sacarme una radiografía a mi pulmón izquierdo
y me llenó de antibióticos. Ahora, mientras una enfermera me
instala frente a la máquina de rayos X en el Hospital Alemán,
pienso en las sabias palabras de mi Jacobé, que en estos momentos
camina por Barcelona: "es bueno mirar el carnet de vez en cuando".

ajenjoverde@hotmail.com

9.16.2005

La hoguera de las vacaciones


Un amigo celebró su cumpleaños en el tercer piso del Barlovento
y partimos, junto a mi novia Jacobé, a ese cubo de cemento que
alguna vez estuvo enclavado en Valparaíso y que ahora está en
Viña del Mar.

Antes pasamos por la botillería "Caroca", ubicada frente a Falabella,
donde compramos un litro de vodka Stolichnaya y dos litros de
jugo de naranja y enfilamos hacia el departamento de un brother,
donde realizaríamos el tradicional "calentamiento de motores",
junto a la patota de siempre.

El Barlovento estaba bien simpático. Mi amigo médico recibía
a los invitados junto a su bella esposa y entregaba unos vales
que podían ser canjeados por tragos con los mozos del recinto.
Yo seguí militando en el vodka naranja, ya que septiembre es
un mes donde hay que evitar a toda costa las mezclas alcohólicas
y digestivas; sin embargo, es casi imposible, especialmente cuando
uno se encuentra de vacaciones y con una novia santiaguina que
ama la buena conversación y la rica cocina.

Durante la semana visitamos varios restaurantes, motivados por
su constante letanía capitalina: "quiero comerme una chorrillana".
La llevé al Renato, donde nos zambullimos en la papita frita,
cebolla, huevo duro, bistec y hasta longaniza. La mesera giganta
nos atendió con un cariño y esmero muy profesional.

Jacobé me contestó invitándome a cenar al Bote Salvavidas, donde
nos servimos unos aros de calamares fritos y un ceviche de camarón.
Para impresionarla, la llevé al Casino de Viña del Mar, donde
con su suerte de principiante se ganó 13 mil pesos.

Almorzamos harto en el Caruso, donde se devoraba el rissoto de
champiñones. También las pizzas en el Michelangelo salvaban la
tarde, que generalmente terminaba con una oncecita en El Desayunador,
ubicado en el cerro Alegre.

Con todos esos panoramas, ya consumidos por mi hígado y mi cerebro,
empinaba mi vodka naranja y sacaba unos rollos fritos llenos
de queso, en pleno cumpleaños de mi amigo.

A la 1.30 de la mañana decidimos irnos a nuestro local de siempre:
el Cinzano. Ahí nos esperaban Carmencita Corena y Pollito, con
su órgano musical que cada diez minutos entonaba el tradicional
"tenemoooos seeeeeed..." En ese momento había que ponerle un
vaso de vino para que la música prosiguiera alegremente.

Al final de la noche estaba agotado y pensaba que uno pide vacaciones
para descansar, no obstante a veces se termina involucrando en
maratones gastronómicas y fiesteras que lo dejan bastante cansado.

El último día de mi semana libre pasé acostado y reflexionando
sobre el amor, las partidas y las despedidas.
Terminé recitando la frase de algún escritor cuyo nombre no puedo
recordar, que señalaba que las ausencias son como el viento.
Una pequeña bocanada puede apagar una vela, sin embargo un viento
potente puede inflamar una hoguera. Sólo hay que tener en cuenta
la cantidad de amor y pasión que uno posea.

Sinceramente, a mí me sobra de las dos, así que sólo espero que
la ausencia sea una gran, fantástica y luminosa hoguera.

ajenjoverde@hotmail.com

9.12.2005

Cinematográficamente guachaca


Mientras la gran mayoría de los chilenos se aprestaba a gritar
por la Selección Nacional frente a Brasil, yo entraba al cine
Hoyts para que mi hijo se deleitara con su primera película en
tres dimensiones, llamada "El niño Tiburón y la niña de Fuego",
del desquiciado Robert Rodríguez.

En la mañana ya habíamos participado de otra proyección, también
bastante extraña, en una pequeña sala de cine recién inaugurada
frente a mi casa, en la calle Almirante Montt, en el cerro Alegre.
Justo al mediodía, mientras la gente avanzaba hacia la iglesia
San Luis, nosotros veíamos unos cortos de Chaplin que nos hicieron
reír durante largo rato.

El lugar, llamado "Ocho y medio", es un bello restaurante y abajo
tiene su acogedora sala de proyecciones, que promete dar excelentes
películas de cine arte. Todo un deleite para los habitantes del
cerro.

Las dos actividades las realicé bastante dañado, ya que había
participado de la inauguración del primer bar guachaca de Chile,
llamado "El primer ascensor hacia la luna", donde casi todos
los invitados terminaron viendo en tres dimensiones, sin utilizar
lentes bicolores.

El bar, ubicado en la calle Victoria, muy cerca de Francia, promete
ser el epicentro de los guachaquitas con plata. Es obvio que
al lugar no van a llegar los verdaderos viejitos que, como esponjas,
beben diariamente litros de vino barato y pipeño. Esos son los
guachacas duros, que botó la ola.

Una de las novedades para Valparaíso de "El primer ascensor hacia
la luna" será la venta de terremoto. Esa adictiva mezcla de pipeño,
fernet y helado de piña se podrá beber en jarra, con sus respectivas
réplicas. Hace poco me documentaba sobre un trago llamado "tsunami",
que en vez de pipeño lleva menta y que supuestamente es un combo
cerebral irreparable.

Dióscoro Rojas y su socio se paseaban algo nerviosos por el recinto.
Tienen muchos deseos de que el local tire para arriba y será
una tarea donde los sedientos de la ciudad jugarán un rol principal.

Ojalá haya poesía, música, teatro y mucha cultura popular. Hay
que encomendarse a Santa Rita y esperar que todo resulte a la
perfección.

Hace un par de días me volví a encontrar con Dióscoro y su socio.
Estaban en la plaza Aníbal Pinto esperando una micro para ir
a un cerro a buscar al arquitecto a cargo del bar. Me contó que
la inauguración terminó con 18 invitados extra. Un fuerte contingente
de carabineros se apersonó en el bar guachaca y les requisaron
todo el licor por no tener la patente alcohólica al día. La fiesta
se acabó injustamente.

Yo me pregunto: ¿Cómo le pueden pedir la patente alcohólica a
Dióscoro y sus amigos? Sólo basta observar sus rostros y darse
cuenta que esa patente la tienen tatuada en cada rasgo de su
cara.

Al final les dije que tenían que regularizar su situación y tirar
para arriba, mientras dirigía mis pasos a la película Sin City
con una petaquita de vodka naranja en el bolsillo de mi chaqueta.
Al final de la extraña cinta, y con una gran cara de interrogación en
mi rostro, pensé que Valparaíso es, sin duda, la Sin City chilena.
Sólo basta pasearse por Pedro Montt y mirar a los mutantes caminar
hacia sus cerros.

Uno también integra esa distorsionada lista.

ajenjoverde@hotmail.com

Militante patogallina


Hace mucho tiempo que se terminaron las militancias. Ya casi
nadie, y menos los jóvenes, está inscrito en algún partido y
tiene su carnet o porta alguna chapita de su colectividad política
preferida.

Esos tiempos ya pasaron, sin embargo yo me declaro un inclaudicable
e inalterable militante activo y combatiente del colectivo artístico
La Patogallina.

El fin de semana partí a Santiago a la casa de mi novia Jacobé.
La lluvia no me detuvo y tomé el metro Pajaritos y me bajé en
la Escuela Militar. El trayecto es muy divertido ya que uno puede
ir observando cómo cambian los rostros de la gente en los carros
según la estación que avanza. Empieza el pueblo y terminan los
rubiecitos. Pensando en esa constante social, y bajo una fuerte
lluvia, llegué hasta su casa en Las Condes.

Almorzamos junto a su familia y nos bajamos casi tres botellas
de vino. La conversa estaba rebuena hasta que sonó la alarma
de nuestras conciencias y se nos ocurrió partir a ver la obra
de teatro "1907. El año de la flor negra", en el Centro Cultural
Matucana 100. Martín, el hermano de mi novia, se compadeció y
sustrajo el auto de su madre, sumándose al carrete teatral.

Los tres ingresamos al recinto y nos encontramos con uno de los
patogallinas más queridos y adorables que pueda existir. Su chapa
de militante es "El Caleidoscopista" y nos recibió con un fuerte
abrazo, invitándonos a observar la obra. El teatro era espectacular,
de madera bicolor, con unos techos curvos y asientos cómodos.
¡Cómo se podía respirar el aire que dejó el gran maestro Andrés
Pérez!

La obra "1907" es una pequeña joya. Una delicadeza que todos
podremos disfrutar pronto, ya que los muchachos se ganaron un
Fondart para hacer una gira por esta región y Valparaíso, era
que no, es una de las paradas. Su trama es sobre los obreros
del salitre y la matanza de la Escuela Santa María. Una alucinante
versión que se aleja de la recontra escuchada cantata y se acerca
a un lenguaje joven, emocional y popular.

En la obra se luce otro amigo y militante patogallina. Su sobrenombre
es "El Rana" y es un actorazo que todavía mantiene inalterable
su lucha por la igualdad social y que no se traga el cuento de
la economía social de mercado.

"El Rana" y "El Caleidoscopista" a veces se dejan caer por El
Puerto. Siempre llegan a la casa de una Chica Superpoderosa,
que es otra militante de este lisérgico movimiento. Con ellos
las botellas de vino se abren mágicamente y las risas florecen
en cantidades industriales.

"El Rana" una vez salió de mi casa como si fuera la imagen de
San Pedro en plena procesión y con "El Caleidoscopista" la vida
se transforma en colores mágicos y brillantes.

Los muchachos son muy choros y su trabajo artístico es impecable.
Sólo basta recordar "El Húsar de la Muerte" para quedar en silencio
por varios minutos. Además existe la "Patogallina Sound Machine", que es el grupo
de rock preferido de mi hijo, que sólo tiene cuatro años de edad,
pero que ya ha asistido a sus recitales y se declara un pequeño
"patogallín".

Sólo queda terminar esta columna con un grito: "ya van a ver,
ya van a ver, cuando los patogallina se tomen el poder". Ojalá.
ajenjoverde@hotmail.com

8.30.2005

Infierno en la cocina


"Los muchachos deben abstenerse de beber vino, pues es un error añadir fuego al fuego."
Platón



Estoy al lado de los parlantes en el recital de Sol y Lluvia,
en La Piedra Feliz. El evento es la nostalgia encarnada y el
recinto está repleto de jóvenes que seguramente tenían cinco
años cuando los hermanos Labra usaban los micrófonos como metralletas
musicales.

Cuando empezaron a cantar el tema que dice "Voy a hacer el amor",
mi mente se disparó a los años '80 e, incentivado por una piscolita
de dos mil 500 pesos, se me aparecieron imágenes de protestas,
barricadas y fuego.

Las fotografías cerebrales comenzaron a mutar lentamente y la
asociación de fuego terminó trasladándome a mi casa, donde una
vez el infierno se hizo material y podríamos haber terminado
todos quemados por esos errores que duran un segundo y que se
recuerdan la vida entera.

Todo comenzó hace muchos años, en un asado al mediodía. Buena
carne, excelente vino y varias botellas de whisky de bajativo.
Conversamos y conversamos durante horas, analizando la política
del momento y riéndonos de las historias personales de cada invitado.

Uno de los presentes había recibido de regalo un aguardiente
boliviano llamado Aguavira, que tenía la potente medida de 90
grados. Todos estaban muy conformes con el licor dorado y sólo
él bebía y bebía de su pequeña garrafa plástica que contenía
el agua de fuego.

En un momento de la noche tomé un poco del Aguavira y lo puse
en una tapa metálica. Después lo prendí y una hermosa llama azul
nos conquistó. Alguien apagó la luz de la cocina y el espectáculo
era bello, como quedarse pegado frente al piloto del califónt.

Quería aumentar más el show y pensé, estúpidamente, que podía
crear una cascada de fuego. Tomé la garrafilla plástica y lancé
un chorrito hacia la tapa, mientras le prendía fuego. El envase
explotó y toda la cocina ardió. Miraba a mi alrededor y me sentía
en pleno infierno. En cuestión de segundos todo se apagó y en
las caras de los invitados había algo más que susto. Algunas
sillas se achurrascaron un poco y el mantel quedó con manchas
negras. Dos de los invitados se quemaron levemente las manos,
sin embargo uno quedó un poco más grave y terminó en la Posta.

Al final nada muy terrible, pero todavía siento el miedo en los
ojos y el peso de la culpabilidad en mi albinegra conciencia.
Mi memoria me retorna de un zuacate a La Piedra Feliz. El recital
ya se termina y todos cantan y saltan como niños chicos. Un tipo,
con un aire de retardo mental, se sube al escenario cada cinco
minutos y es sacado por un joven guardia. Todos salimos felices
recordando los tiempos en que había un fin claro y preciso. Ahora
todo se esfuma y se enreda en palabras y más palabras.

Salgo al centro del local y hay un negro enseñando a bailar salsa
a un grupo de adultos jóvenes, que se miran ansiosos. El cuadro
es bastante bizarro y decido meterme al subterráneo, donde funciona
"La Sala", un lugar para el tecno, el rock y los rostros con
espinillas. Alguien dice que están tocando los hijos de Miguelo,
que tienen una banda de música. Seguramente cualquier cosa que
toquen será mejor que lo que hace su padre en la televisión.

Antes de irme a la casa paso al Cinzano y ahogo mis penas con
una cerveza chica. El barman me despide y subo Almirante Montt
lentamente, mientras enciendo un cigarro y mi mirada se queda
fija frente a la llama. Decido no tener más sueños ardientes
y sólo pensar en la humedad más húmeda que pueda existir: la
mujer.

ajenjoverde@hotmail.com

8.22.2005

Lo opuesto al Nirvana


"El dolor es el vínculo de la conciencia"
Buda

Miro la hermosa boleta de ventas y servicios del restaurante
que abrió un amigo en el Cerro Alegre y me doy cuenta de que
es la número 00002. Había participado de la inauguración no oficial
de "Samsara", el primer local verdaderamente tailandés que está
funcionando en Valparaíso.

Ese mediodía desperté misteriosamente sin resaca y decidimos,
junto a mi novia Jacobé, partir a almorzar al flamante restaurante,
ubicado al frente del ya tradicional Vinilo, en la calle Almirante
Montt. Al llegar sólo una pareja, que debe haber salido con la
boleta 00001, comía extrañas preparaciones en platos de vidrio
cuadrado.

Por mis ojos, mi boca y mi estómago, desfilaron calamares rellenos
de cerdo, cubos de filete en leche de coco y castañas de Cajú.
El postre fueron frutas bañadas con sake y otros productos bastante
exóticos. Mis papilas gustativas quedaron impresionadas con los
raros sabores y olores, además de mi cerebro, que fue bañado
profusamente por un rico Carmenere.

Pienso en el término "samsara" y recuerdo una película y un perfume
de mujer muy caro. Me meto al Google para averiguar más sobre
esta palabrilla y encuentro que es originalmente un término budista,
que se considera el opuesto de Nirvana. En síntesis, es el estado
de no-Iluminación en el cual vivimos, la existencia mundana que
nos permite gozar de los placeres de la vida.

Mi amigo le apuntó medio a medio al nombre de su boliche, ya
que la decoración, la belleza y amabilidad de las personas que
atienden y los platos que se extienden en las mesas son para
gente que tiene al samsara metido radicalmente en sus neuronas.

Tuvimos que irnos a dormir una profunda y larga siesta, donde
en los sueños se me apareció Buda montado en un gran elefante,
que me decía directamente, mirándome a los ojos: "No hay que
ir tras el pasado, ni desear el futuro; lo que es pasado, está
muerto y se fue, y el futuro todavía no llega".

Al otro día mi amigo médico nos pasó a buscar y nos fuimos a
Maitencillo, donde sentados en una roca y rodeados de cientos
de gaviotas nos bajamos dos kilos de almejas crudas con limón
y un suave Rhin.

El médico se había comprometido para asistir al estadio junto
a su sobrino y partimos a Sausalito para observar al querido
Everton. Entre Ventanas y el coliseo viñamarino, me tomé sólo
una botella de un exquisito tinto Montes Reserva, que me había
sobrado en mi cumpleaños.

Al parecer quedé transmitiendo y cuando pasábamos por la población
Glorias Navales mi vejiga ya no aguantaba más y me bajé del auto,
que estaba parado en un taco, buscando un arbolito amigo. De
un tirón de orejas me volvieron a subir al carro, mientras me
advertían que el territorio era hostil y que me podían perforar
el apéndice.

Yo, entre la niebla tintera, sólo atinaba a repetir que si los
patos malos me atacaban con sus cortaplumas les diría, como un
impactante Buda flaco: "El dolor es inevitable, pero el sufrimiento
es opcional".

ajenjoverde@hotmail.com

8.17.2005

Caos letrado y muerte


Para Arturo Rojas

"Si quieres conocer tus defectos: cásate.
Si quieres conocer tus virtudes: muérete".
El Tri y Andrés Calamaro

La confusión ha tomado por asalto mi cerebro. Pensaba en escribir
sobre una comida mexicana que me pegué un sábado en la noche,
donde mis papilas gustativas se regocijaron con un pez sol con
mole poblano hasta gelatina de champaña, acompañado de bellas
mujeres y licores tintos y dorados a destajo, pero no puedo hacerlo.

Una muerte marcó esta semana. El domingo abrí mi correo electrónico
y Marcelo Novoa, escritor y trabajador de la literatura local,
me informaba que un poeta porteño había fallecido. El muchacho
cerró los ojos, dejó de hablar y pelear. Se acabó el sabor, se
acabó el marisco. El loquito se murió y punto.

Muchos dicen que hacer poesía es fácil, comparado a escribir
cuentos y novelas complejas, con decenas de personajes y citas
intelectuales. Realmente no es así.

Hacer poesía es un modo de vida que coquetea siempre con la no
inserción social y la locura. Muchos escribirán sus versos de
amor en la adolescencia, sin embargo, asumir la vida radicalmente
bajo los renglones turbios de las estrofas y versos, es logrado
por la mínima cantidad de artistas.

Al igual que el compañero que se fue, vendí mis textos de mesa
en mesa, en los bares porteños. Mi primer libro, llamado "Neoprén.
Poesía Negra", fue sólo repartido de mano en mano. Al principio
pareció entretenido, pero muy agotador desde el punto de vista
físico y alcohólico. Me cansé y terminé ensamblándome a la comodidad
literaria.

El vate que se nos fue, encarnó durante años la venta de poesía
popular en la ciudad. Junto a un amigo dibujante nos ganamos
un Fondart para hacer un cómic sobre Valparaíso, y lo instalamos
en una de las viñetas como un joven poeta que se acercaba a las
mesas en busca de amor.

Él era extraño, pero jamás se violentó con mi persona. Hablábamos
casi siempre sobre sexo, alcohol, drogas y la muerte, su recurrente
tema final para toda charla. Una vez trató de masacrar con un
fierro a Alvaro Bisama, el crítico literario considerado por
El Mercurio de Santiago como uno de los 50 jóvenes más influyentes
de Chile, y fue vetado por toda la horda intelectual y seudo
poética de la zona.

Miro sus libros, llenos de témpera y caos letrado. Trato de encontrar
alguna respuesta a su partida y un fuerte dolor en el pecho me
intranquiliza. Tengo miedo de morir y dejar a mi hijo solito
en este asqueroso mundo. No tengo certeza de nada y la pelada
con su guadaña siembra, como es su costumbre, un atractivo y
peligroso campo de incertidumbre.

Estoy cansado, como el poeta seguramente estaba de la vida. Me
acerco hacia el ídolo de la Señora Muerte, que una vez traje
del mercado de la brujería de Ciudad de México y que tengo instalado
en un estratégico lugar de mi biblioteca y le pido nuevamente
cosas terribles.

Pónganse los cinturones de seguridad, cabritos, porque la muerte
nunca se lleva sólo a uno. Si se acerca a tocar mi puerta, le
diré que no estoy preparado, que me falta escribir más y seguir
jugando con mi pequeño, que acabo de descorchar una botella de
tinto y que mi joven y bella novia recién está tomando la micro
desde Santiago para visitarme.

Por favor, todavía no me lleves. Por favor.

ajenjoverde@hotmail.com

8.11.2005

Una serie de eventos afortunados


"Resiste, yo sé que existe amor en tu piel"
Charly García


Estoy extraño. En una mesa del restaurante Caruso sólo acaricio
algunas copas de vino tinto y al final decido beber agua, mucha
agua.

Los pasos siguen hacia La Piedra Feliz, donde es el lanzamiento
del segundo número de la revista Cáñamo. Entro y ante mi ampliada
vista aparece todo el "green set" de la región.

El ex seremi de Salud, Aníbal Vivaceta, me toca un hombro y se
esconde. Bailo con mi novia Jacobé, que tiene una cara de alegría
y placer que nunca había visto. Suena música de los '70 y los
'80.

A pesar de todo el empeño en lograr que los jóvenes alternativos
lleguen a este antiguo recinto de la avenida Errázuriz, la situación
no cambia. La mayoría del público está conformada por secretarias
separadas sedientas de encontrar un esposo.

Bastante trastornado, y con una botella de agua en mi mano, me
largo hacia el viejo Cinzano. Los músicos declaran a mi mujer
como "la novia de la orquesta". Nos sentamos y bebemos unas cervezas
chicas como para mantenernos en onda y al final terminamos en
mi casa, transformada en una guarida para entender los procesos
mentales y físicos.

Al otro día, después de dormir en forma interrumpida hasta las
cinco de la tarde, nos lanzamos en una micro a Santiago. Teníamos
una reserva en un hostal para gringos, en pleno Parque Forestal.
La pieza con baño propio costaba veinte luquitas y todo era limpio,
sobrio y muy austero.

"De regalo de cumpleaños atrasado te invito a comer donde tú
quieras", sentencia Jacobé. Caminamos por el barrio Bellavista,
más conocido como Bellabestia, y terminamos sentados en el Pro
Digio, un muy elegante y exclusivo restaurante capitalino.

Cuando llegó el mozo, le pedí un pisco sour y un vino Montes
Reserva de seis mil 900 pesos la botella. Nos trajo los platos
y el rico mosto. Cuando pagábamos la cuenta, el mozo advirtió
que nos habíamos empinado un Montes Alpha, de 19.900 pesos. "Lo
siento, es tuya la culpa", le recriminé, y no hubo más atado.

Con ese tinto entre las venas caminamos hacia un cumpleaños en
un pub. A los segundos de ingresar, el festejado me pasó un vale
que decía "piscola". Fui a la barra y por mil pesos más obtuve
un vodka Stolichnaya con Canada Dry. Hablé y hablé con bellas
mujeres hasta que el ritmo se me metió a las venas y salí a bailar.

Durante la noche el festejado me pasó tres vales más y la situación
se tornó peligrosa. Bon Jovi gritaba en los parlantes algo de "prayer". Me caí, cuan
largo soy, en la pista de baile y boté a una chica. Era la hora
de retirarse.

Al otro día caminé por el Parque Forestal y casí me meto a la
exposición de Dalí, en la Estación Mapocho. Terminamos viendo
la película "Madagascar", donde los pingüinos sicópatas salvaron
la tarde.

¿Será la hora de colgar los guantes? ¿Será el momento de jubilar?
Las pinzas, mis amigos, las pinzas. La fiesta sigue hasta que
el corazón reviente.

Jugoso cumpleaños


Salgo de mi casa con dos bolsas blancas, de ésas que se utilizan
para ir a la feria, llenas de botellas de vidrio. Camino con
destino a una campana gigante de color azul, que tiene dos orificios
por donde se meten los recipientes y se ayuda a Coaniquem u otra
institución social de caridad.

Cada botella que saco de la bolsa tiene su historia, su propia
e individual historia, sin embargo casi la mayoría de los cuarenta
envases que reviento placenteramente al interior de la campana
de plástico provienen de mi cumpleaños, que el fin de semana
pasado fue celebrado como Baco y todos sus cómplices, mandan.

Para alimentar a la patota de amigos que llegó a la casa, decidí
comprar masas de pizza y champiñones, que actuarían como la base
para rellenarlos con aceitunas negras y verdes, palmitos, salame,
jamón, queso, espárragos, alcaparras y otras delicias, cuyo nombre
se me disipa en el huracán cerebral que experimenté.

No le avisé a mucha gente, ya que la mayoría llega solita, con
su botellita en la mano y las ganas de festejar en la otra.

A las 21.30 horas en punto sonó la puerta por primera vez, anunciando
que los socios y socias estaban dispuestos a parrandear sin
límites.

Mi hijo y yo, junto a mi bella novia Jacobé, habíamos ido a ver
a la matiné la película"Charlie y la fábrica de chocolates" y
salimos con la cabeza reventada. Hacía tiempo que no veía una
joyita del mago Tim Burton, tan perfecta y llena de dobles lecturas.

Ya en la casa, y gracias a las manos de una mexicana y un colombiano,
pudimos armar los champiñones y las pizzas y comenzar a recibir
a los invitados.

Unos me regalaron un abridor de vino que parece una pistola de
marciano. El mejor obsequio fue el de mi gran amigo médico, quien
me trajo un libro de fotografía llamado "Archivo histórico El
Mercurio. Imágenes 1973." El valioso documento tiene fotos de
niños viendo Titanes del Ring y jóvenes en Reñaca buscando lolitas,
además de La Moneda en llamas y todo ese triste cuento.

A las 12 de la noche Jacobé, que me había regalado una polera
negra con la palabra "miento" tatuada en el pecho, llegó con
una torta entre sus manos. Al apagar las velitas pedí 36 deseos
(uno por cada año de mi vida) y el más importante fue borrar
todo deseo de venganza y proyectarme a una felicidad plena.

Después del episodio de la torta, algo pasó por mi cabeza. El
demonio de los mil tintos me agarró como a Linda Blair en El
Exorcista y comencé a dar jugo, mucho jugo. La gente bailaba
"El galeón español llegó" y hacían trencitos y túneles. Yo me
subí al escritorio para cambiar la música, ya que el equipo estaba
en altura, y me tiré un piquero a la alfombra, pasando a llevar
a una de las Chicas Superpoderosas, que cayó al suelo, en medio
de las ebrias carcajadas.

Al final de la noche sólo quedaban dos invitados que aprovechaban
la penumbra del living para besarse furiosamente.

Yo miraba a Jacobé y volví a pensar en mi vida. Recordé a Cervantes
y su frase "las venganzas castigan, pero no quitan las culpas",
y me fundí en un abrazo lleno de cariño, ternura y amor del bueno.

ajenjoverde@hotmail.com

Papito


Para el choro más choro de Valparaíso

Mi querida amiga "La Marilyn Manson" llegó desde la Isla de Pascua
y tuvimos que organizar una recepción a la medida de esa mujer.

A las 12 de la noche, y para variar un poco, me encontraba recitando
un poema dedicado a las prostitutas del Puerto a un público que
me miraba con la vista extraviada, debido a las numerosas copas
de vino tinto bebidas en el Moneda de Oro. Entre los comensales
estaba un hombre pelado al cero, con una musculosa negra, que
hablaba con acento extraño y que nos hacía reír a todos. Era
"Papito", el preso de la cultura, el actor-director, el odiado-amado
y regente del Centro Cultural de la Ex Cárcel.

La tropa de borrachines escandalosos continuó su sendero por
el Cinzano. Ahí "Papito" cantó Granada con la voz más gutural
y desafinada que existe, bailó con la mitad de los asistentes
y unos turistas despistados lo filmaron con una cámara de video,
como si fuera una atracción turística más.

Comimos chorrillana, bailamos La Peineta y música pascuense.
Yo, insuflado por el petróleo bebido a destajo, agarraba el micrófono
de Carmen Corena y gritaba: "sabooooorrrrr, color y amistad".
La fiesta estaba re buena y los mozos de la tanguería se reían
a carcajadas, salvo uno que todavía se secaba sus lágrimas por
la derrota del Wanderito.

¿Quién es este "Papito", se puede preguntar el lector desprevenido?
Nadie sabe muy bien. Su vida ya adquirió el carácter de mito
y se dicen muchas, pero muchas cosas. La realidad, al parecer,
es que el muchacho se fue en cana durante largo tiempo por estar
tirando la mano a los desprevenidos transeúntes de la zona. En
la antigua cárcel fue una especie de líder y su afición a la
actuación y la cultura lo fue rehabilitando un poco.

Ahora se ganó un Fondart y ya no es el guaripola de las tropas
de mecheros, chorreros y carteristas, sino que lo sigue la juventud
que quiere hacer teatro bohemio.

Nosotros lo seguimos el pasado fin de semana y terminamos más
locos que una papa. Salimos del Cinzano y la masa no aflojaba
las ganas de seguir metiéndose más alcohol. Nos fuimos al Barrio
Chino, donde el baile siguió hasta que los pajaritos empezaron
su dulce trinar.

El carretón fue apagado violentamente, ya que a Jacobé, mi linda
novia, le robaron su cartera con su celular adentro. Rápidamente
nos comunicamos con los ladrones, quienes nos dijeron que botarían
los documentos en unos pasajes cerca de la Iglesia La Matriz.

Tomé un taxi y bajo la valentía que entrega el tinto, fui en
busca de su carterita japonesa. Obviamente no encontré nada y
sólo la rabia, y la acumulada cuenta del taxi, quedaron como
registros del hecho.

"Papito" nos invitó a continuar la fiesta en una casa de prostitutas.
Nosotros estábamos bastante deprimidos por el robo y nos marchamos
al sobre. Al otro día nos contaron que terminaron en el living
del burdel, bailando con las mujeres, mientras "Papito" les insistía
en forma constante a sus amigos: "pidan lo que quieran, cabros,
pero lo que quieran no más".

A pesar de todo lo que puedan decir, "Papito" ya se ganó un lugar
en el Olimpo del Patrimonio Bohemio de Valparaíso. Un lugar ganado
con mucho esfuerzo y dedicación.

ajenjoverde@hotmail.com

Aplauso cerrado


Con todo el amor para Andrés Pérez

"La Negra Ester ha muerto, hagamos por favor un minuto de silencio",
declama uno de los actores. Un reflejo no controlado de mi pie
desplaza al suelo la botella de vodka de medio litro que mantengo
escondida al lado de mi asiento. El público se ríe algo nervioso,
mientras yo pongo la mejor cara de que no tengo idea de lo que
está pasando.

La escena anterior es una pincelada de lo que me ocurrió el fin
de semana pasado en Santiago, donde partí junto a mi nueva novia
Jacobé al Teatro Oriente, para ver una reposición de La Negra
Ester, obra que catapultó a la genialidad al querido y ya desaparecido
Andrés Pérez, cuyo cuerpo descansa en un cementerio de Villa
Alemana.

La Chispi, productora del evento junto a su esposo, me invitó
al espectáculo, sin embargo, estaba repleto y nos tocó atrás
del baterista. Nos sugirieron que, cuando la función empezara,
nos ubicáramos en una mejor posición. Sonó la alarma y nos sentamos
al medio, pero la "ley de Murphy" volvió a atacarnos y tuvimos
que salir disparados ya que los verdaderos dueños de los asientos
llegaron con algo de atraso. Al final nos posicionamos bien y
la canción nacional chilena dio comienzo al divino espectáculo.

La primera vez que observé esta obra fue en una carpa en el estero
de Viña del Mar, hace muchos años Mi padre me regaló la entrada
y partí solo como un dedo. Me senté en las graderías y encendí
un cigarro a la espera que comenzara el show. Un actor salió
al escenario y avisó por un micrófono: " A la persona que está
fumando le advertimos que esta es una carpa inflamable y que
podemos morir todos quemados. Gracias". Lo apagué en medio de
ojos acusadores y me entregué finalmente a un espectáculo que
me hizo reír y llorar como nunca antes.

Desde ese momento firmé mi fanatismo por Andrés Pérez. Viajé
hasta Santiago para ver el Popol Vuh, con una polola que jamás
en su vida había visto hombres actuando en un escenario. El mismo
Andrés Pérez vendía las entradas en la carpa ubicada detrás del
Museo de Arte Contemporáneo, en el Parque Forestal, y le pedí
un autógrafo. Me escribió: "Para que la magia del teatro nos
una eternamente". Después vino su fracasado proyecto del Centro
Cultural Matucana 100, apagado por voces oficialistas y envidiosas
que vieron en él un peligro para sus intereses económicos. Y
finalmente su muerte, rodeada de polémica, escándalo y mucho
amor, como la mayoría de las personas que surfean con la genialidad.

Actualmente, La Negra Ester se exhibe en el Teatro Oriente y
termina con una gigantografía del desaparecido director-actor,
rodeada de velas y de los aplausos de todo el público. Los ojos
se nublan y Andrés Pérez resucita cada noche de bohemia y show.

Después del shock emocional me fui al Santo Remedio, en Providencia,
donde dos Rusos Negros me mandaron bastante intoxicado al sobre.
Al otro día desperté terriblemente dañado. Las bebidas energizantes,
sumado al licor de café, habían logrado abrir mi estómago. La
cabeza me daba vueltas, hasta que Jacobé llegó para recordarme
que teníamos reservas en el Nolita, uno de los restaurantes más
elegantes y exclusivos de Santiago.

La miré con mi mejor cara y le dije: "Yo hago lo que tú quieras".
Al final del extraño almuerzo y mientras el mozo limpiaba la
mesa con un cepillo pensé en Andrés Pérez y en toda su familia
teatral.

Un aplauso cerrado y de pie.

ajenjoverde@hotmail.com

Ruso negro


"Generalmente, la inconsecuencia cumple una función social" León Trotsky


Odio los tragos complejos que llevan cinco tipos de alcoholes
diferentes, que los encienden o les ponen frutas o aceitunas.

Odio los paragüitas de papel, los vasos con ramas flotando en
su interior o componentes exóticos y agridulces. Me gusta el
whisky en las rocas con una gota de amaretto, el Cuba Libre y
las piscolas con hielo. Tengo algunas excepciones, como los tragos
con limón , ya que esa acidez potente me embriaga rápida y poderosamente.

Odio el sushi y todo lo que lo rodea. Esa manga de snobs que
se reunen a comer arroz helado con minúsculas porciones de salmón,
queso, kanikama, aderezado de jengibre japonés y wasabi, me parece
decadente. Cómo un grupo de comensales puede comparar un pedazo
de salmón frío sobre un arroz sin sabor, a un ceviche peruano
o a una merluza frita con tomate y cebolla.

Esos eran mis odios, hasta que el amor juvenil tocó a mi puerta
y el adictivo sabor que segrega el ser inconsecuente bañó mis
delicadas neuronas. "Todo cambia", canta la gorda Mercedes Sossa,
"todo cambia", entono muy feliz, mientras un trago llamado Ruso
Negro me lanza hacia el espacio y un roll con camarones calma
mi apetito.

La culpa es de Jacobé, que sólo tiene 25 años, y quien es actualmente
mi lazarillo en el mundo del alcoholismo ilustrado. "Es que el
amor tira más que una yunta de bueyes, hermano", me replican
mis brothers.

La primera inconsecuencia me la mande en el Barlovento. Ese famosillo
cubo de cemento emplazado en los alrededores de San Martín, sector
ya conocido como la "Suecia viñamarina", aludiendo a la decadente
calle chantiaguina llena de pubs y restaurantes.

Venía con bastantes cervezas en el cuerpo desde la playa de Cochoa
y de un asado a la parrilla eléctrica con mostos de buena cepa.
Me entregaron la carta de tragos y Jacobé puso su fino dedo bajo
el atractivo nombre de Ruso Negro. "Con dos de éstos vas a quedar transmitiendo más de lo que ya estás transmitiendo", me sentenció la abogada. La miré a la cara
y estaba dispuesto a lanzarle toda la perorata de los tragos
compuestos. Sus ojos brillaron más y mi boca sólo exclamó: "Un
Ruso Negro, por favor".

Me sirvieron una buena dosis de agua rusa con licor de café.
Me tomé dos y, obviamente, salí con la radio cerebral en una
frecuencia bastante distorsionada.

La segunda inconsecuencia se hizo presente cuando preparó un
sushi en mi casa. Desde las siete de la tarde estuvo lavando
arroz, cortando salmón, queso filadelfia y otras delicias. Después
enrolló y enrolló tubos con un alga negra, mientras yo los separaba
con un cuchillo y los depositaba en fuentes y platos.

Mi grupo de amigos empezó a llegar a goteras desde las nueve
de la noche. La mesa estaba resplandeciente y todos alababan
el trabajo estético de la chef. La fiesta fue un éxito y lo comprobé
en la mañana, cuando la cocina estaba convertida en Chernobyl
y las botellas y copas vacías seguían emitiendo la entretenida
radioactividad de una noche de juerga y amistad.

Nos despertamos tarde y almorzamos más sushi. Me devoraba las
exquisitas pelotas de arroz, y pensaba en cuántas inconsecuencias
más me veré involucrado en la vida. Mientras sean situaciones
relacionadas con el trago y la comida, el asuntillo no se torna
tan peligroso. Sin embargo, nunca hay que escupir al cielo. Nunca.

ajenjoverde@hotmail.com

Solito se metió, solito salió


Este es el último texto que escribo sobre Isla de Pascua. Lo
redacto después de beber tres pisco sours en el Bar Inglés y
una botella de vino blanco que encontré en mi refrigerador, y
que me acechaba como un puma albo en una película del Oeste americano.

Tengo que decir que al abrir la mochila del viaje salió un esqueleto
de madera, pero también apareció el amor. A veces pienso que
estoy loco al escribir esto. La realidad es una y hay que afrontarla
con valentía y honestidad Rapa.

La Isla de Pascua me voló los sesos con una bala cargada de amor.
Y después de esa frase sólo queda hincarse y rezar a los dioses.
A Yoda y a La Fuerza que me acompañará en el resto de los días
de respiración que aún me quedan.

Estoy enamorado y hasta las patas. Así es Rapa Nui. Una isla
donde tuve que defender a mi amada cual "yorgo", de decenas de
locos que querían también probar ese sabor dulce y lechoso, que
me tiene totalmente volátil e irresponsable.

Me traje al continente a una mujer joven, alegre, que tiene una
"pila triple A" todo el tiempo. Tengo miedo, pero sólo queda
entregarme a la aventura y ser feliz. Una tarea difícil, complicada,
algo extraña, pero sabrosa y comprometida.

Puedo contarles que la primera vez que durmió en mi cama, fue
raptada por una mujer Rapa. La sacaron con rugidos en moto, argumentando
que "estaba muy ebria y podía cometer cualquier locura". La defendí
con todo lo que pude en la casa de mis anfitriones, quienes se
reían del suceso. Al final salí al patio, mientras su silueta
se alejaba, y juré venganza.

El acontecimiento fue bastante loco y al otro día me enfrenté
a mis amigos con anteojos oscuros y todavía remecido por las
olas del alcohol extremo.

Pasaron los días en la Isla y ella se fue entregando lentamente.
Descubrimos un rincón, al lado de los moai, al que le pusimos
"el lugarcito". Ahí vimos estrellas fugaces y pedimos deseos
a dioses desconocidos. Nos besamos y quedamos atrapados en este
juego satánico llamado amor.

Cuando nos encontramos en el continente, en Valparaíso, confirmamos
que la experiencia vivida en el viaje continuaba. La llevé a
comer al Caruso, donde descubrimos que Javi, la dueña, era una
militante de la isla cósmica y que su restaurante estaba lleno
de secretos pascuenses.

Después aterrizamos en el Cinzano, junto al socio "tahote mata
tahero", y Carmen Corena nos cantó en Rapa Nui y bailamos en
el escenario ritmos profundos y apretados, durante varios días.

Entramos al túnel del ascensor Polanco, bebimos cerveza en el
Dominó, compartí con su tío en el Moneda de Oro, comimos merluza
frita con los pescadores en la fiesta de San Pedro y nos encerramos
bajo la cortina roja de los privados del Menzel.

"Para mí el viaje continúa", me repetía, mientras Valparaíso
seguía exhibiendo su ya pasada bohemia. "Así es mi vida, joven
muchacha", le respondía, mientras pedía otra botella de vino
tinto.

¿Qué hacer?, podría preguntarse el hombre dudoso. Disfrutar,
amigos, disfrutar y autosentenciarse con la frase más poderosa:
"Solito se metió, solito salió".

ajenjoverde@hotmail.com