9.25.2005

Un "18" en la cama


El título de esta crónica, que puede parecer algo erótico, no
tiene nada que ver con sexo. Pasé el 18 de Septiembre acostado,
con 39 grados de fiebre, por una bronquitis primaveral que todavía
me mantiene en cama.

El resfrío me pilló durante la tarde, en las ramadas del Sporting
Club, adonde había llevado a mi hijo que gozaba subiéndose a
unos juegos mecánicos de la década del 50 con la máscara del
Power Ranger negro. Fue ahí que comencé a sentir una extraña
presión en los ojos y en la cabeza. Le dije a mi novia Jacobé
que me compraría un vaso de chicha "para ver si logro sentirme
mejor". El dulce licor sólo logró descomponerme más y tuve que
partir a mi casa y arroparme bajo las sábanas.

Mientras me preparaban tecitos y me hacían cariño para bajarme
la fiebre, comencé a recordar otros 18 de Septiembre, que debe
ser la fecha alcohólica más distorsionada de todo el calendario,
ya que el pueblo sale de sus casas, para cuatro palos, les pone
unas ramas, y se pone a vender copete a diestra y siniestra.

Una de las Fiestas Patrias que más recuerdo fue en mi colegio
de Viña del Mar, donde se hacía una tradicional ramada en el
patio. Toda la familia asistía feliz y los jóvenes bailaban a
Charly García en el subterráneo, las cuecas en la cancha de baby
fútbol y los más viejitos al "salón de los recuerdos", en la
biblioteca, en el segundo piso.

El colegio se transformaba en una gran fiesta y mi familia asistía
completa, incluso algunos parientes santiaguinos. Uno de mis
tíos, que es seco para el trago fuerte, acompañó a mis padres
al "salón de los recuerdos". A las dos de la mañana estaba completamente
borrado y mi papá tuvo que sacarlo tomándolo de uno de los hombros.
Al bajar por la escalera mi padre no pudo con el peso y se fueron
rodando hasta quedar tirados en el pasillo central, a vista y
paciencia del público general.

Yo estaba bailando cueca con mi gran amor colegial que nunca
me pescaba y me avisaron del seudo accidente. Cuando llegué al
pasillo pude observar a mi papá bastante avergonzado, que levantaba
a mi tío, que había quedado igual que Martín Vargas. Un corte
en la ceja le sangraba profusamente. Llegamos hasta el baño donde,
por la urgencia de la herida, recogimos unos papeles del suelo
y logramos taponearle el tajo, mientras se lo llevaban a casa.

Volví a buscar a mi platónica amada a la ramada, pero ya bailaba
con otro, mientras mis compañeros comentaban que dos curaditos
se habían mandado el medio espectáculo. Preferí quedarme callado,
ya que cualquier defensa aumentaría más la historia, que se transformó
en toda una leyenda con el paso de los años. Se hablaba de una
violenta pelea en el "salón de los recuerdos" que había terminado
cuando uno de los protagonistas lanzaba a otro por las escaleras
para abajo. Sensacionalismo puro, pero bueno, así somos los chilenos.

Salgo de la bruma de la fiebre y vuelvo al presente, donde por
la excesiva calentura y el malestar corporal decido llamar a
un médico al hogar. Como es la tradición, el galeno era colombiano
y lo primero que me advirtió era que el termómetro que estaba
utilizando en mi axila "era rectal". Poniendo cara de que no
tenía idea, sólo atiné a decirle: "es que es de mi hijo".

El doc me mandó a sacarme una radiografía a mi pulmón izquierdo
y me llenó de antibióticos. Ahora, mientras una enfermera me
instala frente a la máquina de rayos X en el Hospital Alemán,
pienso en las sabias palabras de mi Jacobé, que en estos momentos
camina por Barcelona: "es bueno mirar el carnet de vez en cuando".

ajenjoverde@hotmail.com

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