8.30.2005

Infierno en la cocina


"Los muchachos deben abstenerse de beber vino, pues es un error añadir fuego al fuego."
Platón



Estoy al lado de los parlantes en el recital de Sol y Lluvia,
en La Piedra Feliz. El evento es la nostalgia encarnada y el
recinto está repleto de jóvenes que seguramente tenían cinco
años cuando los hermanos Labra usaban los micrófonos como metralletas
musicales.

Cuando empezaron a cantar el tema que dice "Voy a hacer el amor",
mi mente se disparó a los años '80 e, incentivado por una piscolita
de dos mil 500 pesos, se me aparecieron imágenes de protestas,
barricadas y fuego.

Las fotografías cerebrales comenzaron a mutar lentamente y la
asociación de fuego terminó trasladándome a mi casa, donde una
vez el infierno se hizo material y podríamos haber terminado
todos quemados por esos errores que duran un segundo y que se
recuerdan la vida entera.

Todo comenzó hace muchos años, en un asado al mediodía. Buena
carne, excelente vino y varias botellas de whisky de bajativo.
Conversamos y conversamos durante horas, analizando la política
del momento y riéndonos de las historias personales de cada invitado.

Uno de los presentes había recibido de regalo un aguardiente
boliviano llamado Aguavira, que tenía la potente medida de 90
grados. Todos estaban muy conformes con el licor dorado y sólo
él bebía y bebía de su pequeña garrafa plástica que contenía
el agua de fuego.

En un momento de la noche tomé un poco del Aguavira y lo puse
en una tapa metálica. Después lo prendí y una hermosa llama azul
nos conquistó. Alguien apagó la luz de la cocina y el espectáculo
era bello, como quedarse pegado frente al piloto del califónt.

Quería aumentar más el show y pensé, estúpidamente, que podía
crear una cascada de fuego. Tomé la garrafilla plástica y lancé
un chorrito hacia la tapa, mientras le prendía fuego. El envase
explotó y toda la cocina ardió. Miraba a mi alrededor y me sentía
en pleno infierno. En cuestión de segundos todo se apagó y en
las caras de los invitados había algo más que susto. Algunas
sillas se achurrascaron un poco y el mantel quedó con manchas
negras. Dos de los invitados se quemaron levemente las manos,
sin embargo uno quedó un poco más grave y terminó en la Posta.

Al final nada muy terrible, pero todavía siento el miedo en los
ojos y el peso de la culpabilidad en mi albinegra conciencia.
Mi memoria me retorna de un zuacate a La Piedra Feliz. El recital
ya se termina y todos cantan y saltan como niños chicos. Un tipo,
con un aire de retardo mental, se sube al escenario cada cinco
minutos y es sacado por un joven guardia. Todos salimos felices
recordando los tiempos en que había un fin claro y preciso. Ahora
todo se esfuma y se enreda en palabras y más palabras.

Salgo al centro del local y hay un negro enseñando a bailar salsa
a un grupo de adultos jóvenes, que se miran ansiosos. El cuadro
es bastante bizarro y decido meterme al subterráneo, donde funciona
"La Sala", un lugar para el tecno, el rock y los rostros con
espinillas. Alguien dice que están tocando los hijos de Miguelo,
que tienen una banda de música. Seguramente cualquier cosa que
toquen será mejor que lo que hace su padre en la televisión.

Antes de irme a la casa paso al Cinzano y ahogo mis penas con
una cerveza chica. El barman me despide y subo Almirante Montt
lentamente, mientras enciendo un cigarro y mi mirada se queda
fija frente a la llama. Decido no tener más sueños ardientes
y sólo pensar en la humedad más húmeda que pueda existir: la
mujer.

ajenjoverde@hotmail.com

8.22.2005

Lo opuesto al Nirvana


"El dolor es el vínculo de la conciencia"
Buda

Miro la hermosa boleta de ventas y servicios del restaurante
que abrió un amigo en el Cerro Alegre y me doy cuenta de que
es la número 00002. Había participado de la inauguración no oficial
de "Samsara", el primer local verdaderamente tailandés que está
funcionando en Valparaíso.

Ese mediodía desperté misteriosamente sin resaca y decidimos,
junto a mi novia Jacobé, partir a almorzar al flamante restaurante,
ubicado al frente del ya tradicional Vinilo, en la calle Almirante
Montt. Al llegar sólo una pareja, que debe haber salido con la
boleta 00001, comía extrañas preparaciones en platos de vidrio
cuadrado.

Por mis ojos, mi boca y mi estómago, desfilaron calamares rellenos
de cerdo, cubos de filete en leche de coco y castañas de Cajú.
El postre fueron frutas bañadas con sake y otros productos bastante
exóticos. Mis papilas gustativas quedaron impresionadas con los
raros sabores y olores, además de mi cerebro, que fue bañado
profusamente por un rico Carmenere.

Pienso en el término "samsara" y recuerdo una película y un perfume
de mujer muy caro. Me meto al Google para averiguar más sobre
esta palabrilla y encuentro que es originalmente un término budista,
que se considera el opuesto de Nirvana. En síntesis, es el estado
de no-Iluminación en el cual vivimos, la existencia mundana que
nos permite gozar de los placeres de la vida.

Mi amigo le apuntó medio a medio al nombre de su boliche, ya
que la decoración, la belleza y amabilidad de las personas que
atienden y los platos que se extienden en las mesas son para
gente que tiene al samsara metido radicalmente en sus neuronas.

Tuvimos que irnos a dormir una profunda y larga siesta, donde
en los sueños se me apareció Buda montado en un gran elefante,
que me decía directamente, mirándome a los ojos: "No hay que
ir tras el pasado, ni desear el futuro; lo que es pasado, está
muerto y se fue, y el futuro todavía no llega".

Al otro día mi amigo médico nos pasó a buscar y nos fuimos a
Maitencillo, donde sentados en una roca y rodeados de cientos
de gaviotas nos bajamos dos kilos de almejas crudas con limón
y un suave Rhin.

El médico se había comprometido para asistir al estadio junto
a su sobrino y partimos a Sausalito para observar al querido
Everton. Entre Ventanas y el coliseo viñamarino, me tomé sólo
una botella de un exquisito tinto Montes Reserva, que me había
sobrado en mi cumpleaños.

Al parecer quedé transmitiendo y cuando pasábamos por la población
Glorias Navales mi vejiga ya no aguantaba más y me bajé del auto,
que estaba parado en un taco, buscando un arbolito amigo. De
un tirón de orejas me volvieron a subir al carro, mientras me
advertían que el territorio era hostil y que me podían perforar
el apéndice.

Yo, entre la niebla tintera, sólo atinaba a repetir que si los
patos malos me atacaban con sus cortaplumas les diría, como un
impactante Buda flaco: "El dolor es inevitable, pero el sufrimiento
es opcional".

ajenjoverde@hotmail.com

8.17.2005

Caos letrado y muerte


Para Arturo Rojas

"Si quieres conocer tus defectos: cásate.
Si quieres conocer tus virtudes: muérete".
El Tri y Andrés Calamaro

La confusión ha tomado por asalto mi cerebro. Pensaba en escribir
sobre una comida mexicana que me pegué un sábado en la noche,
donde mis papilas gustativas se regocijaron con un pez sol con
mole poblano hasta gelatina de champaña, acompañado de bellas
mujeres y licores tintos y dorados a destajo, pero no puedo hacerlo.

Una muerte marcó esta semana. El domingo abrí mi correo electrónico
y Marcelo Novoa, escritor y trabajador de la literatura local,
me informaba que un poeta porteño había fallecido. El muchacho
cerró los ojos, dejó de hablar y pelear. Se acabó el sabor, se
acabó el marisco. El loquito se murió y punto.

Muchos dicen que hacer poesía es fácil, comparado a escribir
cuentos y novelas complejas, con decenas de personajes y citas
intelectuales. Realmente no es así.

Hacer poesía es un modo de vida que coquetea siempre con la no
inserción social y la locura. Muchos escribirán sus versos de
amor en la adolescencia, sin embargo, asumir la vida radicalmente
bajo los renglones turbios de las estrofas y versos, es logrado
por la mínima cantidad de artistas.

Al igual que el compañero que se fue, vendí mis textos de mesa
en mesa, en los bares porteños. Mi primer libro, llamado "Neoprén.
Poesía Negra", fue sólo repartido de mano en mano. Al principio
pareció entretenido, pero muy agotador desde el punto de vista
físico y alcohólico. Me cansé y terminé ensamblándome a la comodidad
literaria.

El vate que se nos fue, encarnó durante años la venta de poesía
popular en la ciudad. Junto a un amigo dibujante nos ganamos
un Fondart para hacer un cómic sobre Valparaíso, y lo instalamos
en una de las viñetas como un joven poeta que se acercaba a las
mesas en busca de amor.

Él era extraño, pero jamás se violentó con mi persona. Hablábamos
casi siempre sobre sexo, alcohol, drogas y la muerte, su recurrente
tema final para toda charla. Una vez trató de masacrar con un
fierro a Alvaro Bisama, el crítico literario considerado por
El Mercurio de Santiago como uno de los 50 jóvenes más influyentes
de Chile, y fue vetado por toda la horda intelectual y seudo
poética de la zona.

Miro sus libros, llenos de témpera y caos letrado. Trato de encontrar
alguna respuesta a su partida y un fuerte dolor en el pecho me
intranquiliza. Tengo miedo de morir y dejar a mi hijo solito
en este asqueroso mundo. No tengo certeza de nada y la pelada
con su guadaña siembra, como es su costumbre, un atractivo y
peligroso campo de incertidumbre.

Estoy cansado, como el poeta seguramente estaba de la vida. Me
acerco hacia el ídolo de la Señora Muerte, que una vez traje
del mercado de la brujería de Ciudad de México y que tengo instalado
en un estratégico lugar de mi biblioteca y le pido nuevamente
cosas terribles.

Pónganse los cinturones de seguridad, cabritos, porque la muerte
nunca se lleva sólo a uno. Si se acerca a tocar mi puerta, le
diré que no estoy preparado, que me falta escribir más y seguir
jugando con mi pequeño, que acabo de descorchar una botella de
tinto y que mi joven y bella novia recién está tomando la micro
desde Santiago para visitarme.

Por favor, todavía no me lleves. Por favor.

ajenjoverde@hotmail.com

8.11.2005

Una serie de eventos afortunados


"Resiste, yo sé que existe amor en tu piel"
Charly García


Estoy extraño. En una mesa del restaurante Caruso sólo acaricio
algunas copas de vino tinto y al final decido beber agua, mucha
agua.

Los pasos siguen hacia La Piedra Feliz, donde es el lanzamiento
del segundo número de la revista Cáñamo. Entro y ante mi ampliada
vista aparece todo el "green set" de la región.

El ex seremi de Salud, Aníbal Vivaceta, me toca un hombro y se
esconde. Bailo con mi novia Jacobé, que tiene una cara de alegría
y placer que nunca había visto. Suena música de los '70 y los
'80.

A pesar de todo el empeño en lograr que los jóvenes alternativos
lleguen a este antiguo recinto de la avenida Errázuriz, la situación
no cambia. La mayoría del público está conformada por secretarias
separadas sedientas de encontrar un esposo.

Bastante trastornado, y con una botella de agua en mi mano, me
largo hacia el viejo Cinzano. Los músicos declaran a mi mujer
como "la novia de la orquesta". Nos sentamos y bebemos unas cervezas
chicas como para mantenernos en onda y al final terminamos en
mi casa, transformada en una guarida para entender los procesos
mentales y físicos.

Al otro día, después de dormir en forma interrumpida hasta las
cinco de la tarde, nos lanzamos en una micro a Santiago. Teníamos
una reserva en un hostal para gringos, en pleno Parque Forestal.
La pieza con baño propio costaba veinte luquitas y todo era limpio,
sobrio y muy austero.

"De regalo de cumpleaños atrasado te invito a comer donde tú
quieras", sentencia Jacobé. Caminamos por el barrio Bellavista,
más conocido como Bellabestia, y terminamos sentados en el Pro
Digio, un muy elegante y exclusivo restaurante capitalino.

Cuando llegó el mozo, le pedí un pisco sour y un vino Montes
Reserva de seis mil 900 pesos la botella. Nos trajo los platos
y el rico mosto. Cuando pagábamos la cuenta, el mozo advirtió
que nos habíamos empinado un Montes Alpha, de 19.900 pesos. "Lo
siento, es tuya la culpa", le recriminé, y no hubo más atado.

Con ese tinto entre las venas caminamos hacia un cumpleaños en
un pub. A los segundos de ingresar, el festejado me pasó un vale
que decía "piscola". Fui a la barra y por mil pesos más obtuve
un vodka Stolichnaya con Canada Dry. Hablé y hablé con bellas
mujeres hasta que el ritmo se me metió a las venas y salí a bailar.

Durante la noche el festejado me pasó tres vales más y la situación
se tornó peligrosa. Bon Jovi gritaba en los parlantes algo de "prayer". Me caí, cuan
largo soy, en la pista de baile y boté a una chica. Era la hora
de retirarse.

Al otro día caminé por el Parque Forestal y casí me meto a la
exposición de Dalí, en la Estación Mapocho. Terminamos viendo
la película "Madagascar", donde los pingüinos sicópatas salvaron
la tarde.

¿Será la hora de colgar los guantes? ¿Será el momento de jubilar?
Las pinzas, mis amigos, las pinzas. La fiesta sigue hasta que
el corazón reviente.

Jugoso cumpleaños


Salgo de mi casa con dos bolsas blancas, de ésas que se utilizan
para ir a la feria, llenas de botellas de vidrio. Camino con
destino a una campana gigante de color azul, que tiene dos orificios
por donde se meten los recipientes y se ayuda a Coaniquem u otra
institución social de caridad.

Cada botella que saco de la bolsa tiene su historia, su propia
e individual historia, sin embargo casi la mayoría de los cuarenta
envases que reviento placenteramente al interior de la campana
de plástico provienen de mi cumpleaños, que el fin de semana
pasado fue celebrado como Baco y todos sus cómplices, mandan.

Para alimentar a la patota de amigos que llegó a la casa, decidí
comprar masas de pizza y champiñones, que actuarían como la base
para rellenarlos con aceitunas negras y verdes, palmitos, salame,
jamón, queso, espárragos, alcaparras y otras delicias, cuyo nombre
se me disipa en el huracán cerebral que experimenté.

No le avisé a mucha gente, ya que la mayoría llega solita, con
su botellita en la mano y las ganas de festejar en la otra.

A las 21.30 horas en punto sonó la puerta por primera vez, anunciando
que los socios y socias estaban dispuestos a parrandear sin
límites.

Mi hijo y yo, junto a mi bella novia Jacobé, habíamos ido a ver
a la matiné la película"Charlie y la fábrica de chocolates" y
salimos con la cabeza reventada. Hacía tiempo que no veía una
joyita del mago Tim Burton, tan perfecta y llena de dobles lecturas.

Ya en la casa, y gracias a las manos de una mexicana y un colombiano,
pudimos armar los champiñones y las pizzas y comenzar a recibir
a los invitados.

Unos me regalaron un abridor de vino que parece una pistola de
marciano. El mejor obsequio fue el de mi gran amigo médico, quien
me trajo un libro de fotografía llamado "Archivo histórico El
Mercurio. Imágenes 1973." El valioso documento tiene fotos de
niños viendo Titanes del Ring y jóvenes en Reñaca buscando lolitas,
además de La Moneda en llamas y todo ese triste cuento.

A las 12 de la noche Jacobé, que me había regalado una polera
negra con la palabra "miento" tatuada en el pecho, llegó con
una torta entre sus manos. Al apagar las velitas pedí 36 deseos
(uno por cada año de mi vida) y el más importante fue borrar
todo deseo de venganza y proyectarme a una felicidad plena.

Después del episodio de la torta, algo pasó por mi cabeza. El
demonio de los mil tintos me agarró como a Linda Blair en El
Exorcista y comencé a dar jugo, mucho jugo. La gente bailaba
"El galeón español llegó" y hacían trencitos y túneles. Yo me
subí al escritorio para cambiar la música, ya que el equipo estaba
en altura, y me tiré un piquero a la alfombra, pasando a llevar
a una de las Chicas Superpoderosas, que cayó al suelo, en medio
de las ebrias carcajadas.

Al final de la noche sólo quedaban dos invitados que aprovechaban
la penumbra del living para besarse furiosamente.

Yo miraba a Jacobé y volví a pensar en mi vida. Recordé a Cervantes
y su frase "las venganzas castigan, pero no quitan las culpas",
y me fundí en un abrazo lleno de cariño, ternura y amor del bueno.

ajenjoverde@hotmail.com

Papito


Para el choro más choro de Valparaíso

Mi querida amiga "La Marilyn Manson" llegó desde la Isla de Pascua
y tuvimos que organizar una recepción a la medida de esa mujer.

A las 12 de la noche, y para variar un poco, me encontraba recitando
un poema dedicado a las prostitutas del Puerto a un público que
me miraba con la vista extraviada, debido a las numerosas copas
de vino tinto bebidas en el Moneda de Oro. Entre los comensales
estaba un hombre pelado al cero, con una musculosa negra, que
hablaba con acento extraño y que nos hacía reír a todos. Era
"Papito", el preso de la cultura, el actor-director, el odiado-amado
y regente del Centro Cultural de la Ex Cárcel.

La tropa de borrachines escandalosos continuó su sendero por
el Cinzano. Ahí "Papito" cantó Granada con la voz más gutural
y desafinada que existe, bailó con la mitad de los asistentes
y unos turistas despistados lo filmaron con una cámara de video,
como si fuera una atracción turística más.

Comimos chorrillana, bailamos La Peineta y música pascuense.
Yo, insuflado por el petróleo bebido a destajo, agarraba el micrófono
de Carmen Corena y gritaba: "sabooooorrrrr, color y amistad".
La fiesta estaba re buena y los mozos de la tanguería se reían
a carcajadas, salvo uno que todavía se secaba sus lágrimas por
la derrota del Wanderito.

¿Quién es este "Papito", se puede preguntar el lector desprevenido?
Nadie sabe muy bien. Su vida ya adquirió el carácter de mito
y se dicen muchas, pero muchas cosas. La realidad, al parecer,
es que el muchacho se fue en cana durante largo tiempo por estar
tirando la mano a los desprevenidos transeúntes de la zona. En
la antigua cárcel fue una especie de líder y su afición a la
actuación y la cultura lo fue rehabilitando un poco.

Ahora se ganó un Fondart y ya no es el guaripola de las tropas
de mecheros, chorreros y carteristas, sino que lo sigue la juventud
que quiere hacer teatro bohemio.

Nosotros lo seguimos el pasado fin de semana y terminamos más
locos que una papa. Salimos del Cinzano y la masa no aflojaba
las ganas de seguir metiéndose más alcohol. Nos fuimos al Barrio
Chino, donde el baile siguió hasta que los pajaritos empezaron
su dulce trinar.

El carretón fue apagado violentamente, ya que a Jacobé, mi linda
novia, le robaron su cartera con su celular adentro. Rápidamente
nos comunicamos con los ladrones, quienes nos dijeron que botarían
los documentos en unos pasajes cerca de la Iglesia La Matriz.

Tomé un taxi y bajo la valentía que entrega el tinto, fui en
busca de su carterita japonesa. Obviamente no encontré nada y
sólo la rabia, y la acumulada cuenta del taxi, quedaron como
registros del hecho.

"Papito" nos invitó a continuar la fiesta en una casa de prostitutas.
Nosotros estábamos bastante deprimidos por el robo y nos marchamos
al sobre. Al otro día nos contaron que terminaron en el living
del burdel, bailando con las mujeres, mientras "Papito" les insistía
en forma constante a sus amigos: "pidan lo que quieran, cabros,
pero lo que quieran no más".

A pesar de todo lo que puedan decir, "Papito" ya se ganó un lugar
en el Olimpo del Patrimonio Bohemio de Valparaíso. Un lugar ganado
con mucho esfuerzo y dedicación.

ajenjoverde@hotmail.com

Aplauso cerrado


Con todo el amor para Andrés Pérez

"La Negra Ester ha muerto, hagamos por favor un minuto de silencio",
declama uno de los actores. Un reflejo no controlado de mi pie
desplaza al suelo la botella de vodka de medio litro que mantengo
escondida al lado de mi asiento. El público se ríe algo nervioso,
mientras yo pongo la mejor cara de que no tengo idea de lo que
está pasando.

La escena anterior es una pincelada de lo que me ocurrió el fin
de semana pasado en Santiago, donde partí junto a mi nueva novia
Jacobé al Teatro Oriente, para ver una reposición de La Negra
Ester, obra que catapultó a la genialidad al querido y ya desaparecido
Andrés Pérez, cuyo cuerpo descansa en un cementerio de Villa
Alemana.

La Chispi, productora del evento junto a su esposo, me invitó
al espectáculo, sin embargo, estaba repleto y nos tocó atrás
del baterista. Nos sugirieron que, cuando la función empezara,
nos ubicáramos en una mejor posición. Sonó la alarma y nos sentamos
al medio, pero la "ley de Murphy" volvió a atacarnos y tuvimos
que salir disparados ya que los verdaderos dueños de los asientos
llegaron con algo de atraso. Al final nos posicionamos bien y
la canción nacional chilena dio comienzo al divino espectáculo.

La primera vez que observé esta obra fue en una carpa en el estero
de Viña del Mar, hace muchos años Mi padre me regaló la entrada
y partí solo como un dedo. Me senté en las graderías y encendí
un cigarro a la espera que comenzara el show. Un actor salió
al escenario y avisó por un micrófono: " A la persona que está
fumando le advertimos que esta es una carpa inflamable y que
podemos morir todos quemados. Gracias". Lo apagué en medio de
ojos acusadores y me entregué finalmente a un espectáculo que
me hizo reír y llorar como nunca antes.

Desde ese momento firmé mi fanatismo por Andrés Pérez. Viajé
hasta Santiago para ver el Popol Vuh, con una polola que jamás
en su vida había visto hombres actuando en un escenario. El mismo
Andrés Pérez vendía las entradas en la carpa ubicada detrás del
Museo de Arte Contemporáneo, en el Parque Forestal, y le pedí
un autógrafo. Me escribió: "Para que la magia del teatro nos
una eternamente". Después vino su fracasado proyecto del Centro
Cultural Matucana 100, apagado por voces oficialistas y envidiosas
que vieron en él un peligro para sus intereses económicos. Y
finalmente su muerte, rodeada de polémica, escándalo y mucho
amor, como la mayoría de las personas que surfean con la genialidad.

Actualmente, La Negra Ester se exhibe en el Teatro Oriente y
termina con una gigantografía del desaparecido director-actor,
rodeada de velas y de los aplausos de todo el público. Los ojos
se nublan y Andrés Pérez resucita cada noche de bohemia y show.

Después del shock emocional me fui al Santo Remedio, en Providencia,
donde dos Rusos Negros me mandaron bastante intoxicado al sobre.
Al otro día desperté terriblemente dañado. Las bebidas energizantes,
sumado al licor de café, habían logrado abrir mi estómago. La
cabeza me daba vueltas, hasta que Jacobé llegó para recordarme
que teníamos reservas en el Nolita, uno de los restaurantes más
elegantes y exclusivos de Santiago.

La miré con mi mejor cara y le dije: "Yo hago lo que tú quieras".
Al final del extraño almuerzo y mientras el mozo limpiaba la
mesa con un cepillo pensé en Andrés Pérez y en toda su familia
teatral.

Un aplauso cerrado y de pie.

ajenjoverde@hotmail.com

Ruso negro


"Generalmente, la inconsecuencia cumple una función social" León Trotsky


Odio los tragos complejos que llevan cinco tipos de alcoholes
diferentes, que los encienden o les ponen frutas o aceitunas.

Odio los paragüitas de papel, los vasos con ramas flotando en
su interior o componentes exóticos y agridulces. Me gusta el
whisky en las rocas con una gota de amaretto, el Cuba Libre y
las piscolas con hielo. Tengo algunas excepciones, como los tragos
con limón , ya que esa acidez potente me embriaga rápida y poderosamente.

Odio el sushi y todo lo que lo rodea. Esa manga de snobs que
se reunen a comer arroz helado con minúsculas porciones de salmón,
queso, kanikama, aderezado de jengibre japonés y wasabi, me parece
decadente. Cómo un grupo de comensales puede comparar un pedazo
de salmón frío sobre un arroz sin sabor, a un ceviche peruano
o a una merluza frita con tomate y cebolla.

Esos eran mis odios, hasta que el amor juvenil tocó a mi puerta
y el adictivo sabor que segrega el ser inconsecuente bañó mis
delicadas neuronas. "Todo cambia", canta la gorda Mercedes Sossa,
"todo cambia", entono muy feliz, mientras un trago llamado Ruso
Negro me lanza hacia el espacio y un roll con camarones calma
mi apetito.

La culpa es de Jacobé, que sólo tiene 25 años, y quien es actualmente
mi lazarillo en el mundo del alcoholismo ilustrado. "Es que el
amor tira más que una yunta de bueyes, hermano", me replican
mis brothers.

La primera inconsecuencia me la mande en el Barlovento. Ese famosillo
cubo de cemento emplazado en los alrededores de San Martín, sector
ya conocido como la "Suecia viñamarina", aludiendo a la decadente
calle chantiaguina llena de pubs y restaurantes.

Venía con bastantes cervezas en el cuerpo desde la playa de Cochoa
y de un asado a la parrilla eléctrica con mostos de buena cepa.
Me entregaron la carta de tragos y Jacobé puso su fino dedo bajo
el atractivo nombre de Ruso Negro. "Con dos de éstos vas a quedar transmitiendo más de lo que ya estás transmitiendo", me sentenció la abogada. La miré a la cara
y estaba dispuesto a lanzarle toda la perorata de los tragos
compuestos. Sus ojos brillaron más y mi boca sólo exclamó: "Un
Ruso Negro, por favor".

Me sirvieron una buena dosis de agua rusa con licor de café.
Me tomé dos y, obviamente, salí con la radio cerebral en una
frecuencia bastante distorsionada.

La segunda inconsecuencia se hizo presente cuando preparó un
sushi en mi casa. Desde las siete de la tarde estuvo lavando
arroz, cortando salmón, queso filadelfia y otras delicias. Después
enrolló y enrolló tubos con un alga negra, mientras yo los separaba
con un cuchillo y los depositaba en fuentes y platos.

Mi grupo de amigos empezó a llegar a goteras desde las nueve
de la noche. La mesa estaba resplandeciente y todos alababan
el trabajo estético de la chef. La fiesta fue un éxito y lo comprobé
en la mañana, cuando la cocina estaba convertida en Chernobyl
y las botellas y copas vacías seguían emitiendo la entretenida
radioactividad de una noche de juerga y amistad.

Nos despertamos tarde y almorzamos más sushi. Me devoraba las
exquisitas pelotas de arroz, y pensaba en cuántas inconsecuencias
más me veré involucrado en la vida. Mientras sean situaciones
relacionadas con el trago y la comida, el asuntillo no se torna
tan peligroso. Sin embargo, nunca hay que escupir al cielo. Nunca.

ajenjoverde@hotmail.com

Solito se metió, solito salió


Este es el último texto que escribo sobre Isla de Pascua. Lo
redacto después de beber tres pisco sours en el Bar Inglés y
una botella de vino blanco que encontré en mi refrigerador, y
que me acechaba como un puma albo en una película del Oeste americano.

Tengo que decir que al abrir la mochila del viaje salió un esqueleto
de madera, pero también apareció el amor. A veces pienso que
estoy loco al escribir esto. La realidad es una y hay que afrontarla
con valentía y honestidad Rapa.

La Isla de Pascua me voló los sesos con una bala cargada de amor.
Y después de esa frase sólo queda hincarse y rezar a los dioses.
A Yoda y a La Fuerza que me acompañará en el resto de los días
de respiración que aún me quedan.

Estoy enamorado y hasta las patas. Así es Rapa Nui. Una isla
donde tuve que defender a mi amada cual "yorgo", de decenas de
locos que querían también probar ese sabor dulce y lechoso, que
me tiene totalmente volátil e irresponsable.

Me traje al continente a una mujer joven, alegre, que tiene una
"pila triple A" todo el tiempo. Tengo miedo, pero sólo queda
entregarme a la aventura y ser feliz. Una tarea difícil, complicada,
algo extraña, pero sabrosa y comprometida.

Puedo contarles que la primera vez que durmió en mi cama, fue
raptada por una mujer Rapa. La sacaron con rugidos en moto, argumentando
que "estaba muy ebria y podía cometer cualquier locura". La defendí
con todo lo que pude en la casa de mis anfitriones, quienes se
reían del suceso. Al final salí al patio, mientras su silueta
se alejaba, y juré venganza.

El acontecimiento fue bastante loco y al otro día me enfrenté
a mis amigos con anteojos oscuros y todavía remecido por las
olas del alcohol extremo.

Pasaron los días en la Isla y ella se fue entregando lentamente.
Descubrimos un rincón, al lado de los moai, al que le pusimos
"el lugarcito". Ahí vimos estrellas fugaces y pedimos deseos
a dioses desconocidos. Nos besamos y quedamos atrapados en este
juego satánico llamado amor.

Cuando nos encontramos en el continente, en Valparaíso, confirmamos
que la experiencia vivida en el viaje continuaba. La llevé a
comer al Caruso, donde descubrimos que Javi, la dueña, era una
militante de la isla cósmica y que su restaurante estaba lleno
de secretos pascuenses.

Después aterrizamos en el Cinzano, junto al socio "tahote mata
tahero", y Carmen Corena nos cantó en Rapa Nui y bailamos en
el escenario ritmos profundos y apretados, durante varios días.

Entramos al túnel del ascensor Polanco, bebimos cerveza en el
Dominó, compartí con su tío en el Moneda de Oro, comimos merluza
frita con los pescadores en la fiesta de San Pedro y nos encerramos
bajo la cortina roja de los privados del Menzel.

"Para mí el viaje continúa", me repetía, mientras Valparaíso
seguía exhibiendo su ya pasada bohemia. "Así es mi vida, joven
muchacha", le respondía, mientras pedía otra botella de vino
tinto.

¿Qué hacer?, podría preguntarse el hombre dudoso. Disfrutar,
amigos, disfrutar y autosentenciarse con la frase más poderosa:
"Solito se metió, solito salió".

ajenjoverde@hotmail.com

Mujeres Rapa


Para María José Bowen Silva

"No sabe aquél lo que gana un hombre cuando pierde una mujer"
Andrés Andwanter, "Especies intencionales"

Una de las mujeres más poderosas de la Isla de Pascua es Berta.
Es una fémina maravillosa que tiene un restaurante llamado "La
reina de las empanadas". Ella es rapa (nacida y criada en la
isla). Vivió en la década del '50 en el cerro Alegre, en el pasaje
Gálvez. Es una mujer "power metal", que nos metió en un Vitara
y nos hizo recorrer las cuevas más profundas de Rapa Nui. Ella
bautizó a mi amigo como el "tahote mata tahero" y fue una compañera
fiel en una poderosa aventura. En su local tiene la pintura de
una mujer rapa joven, desnuda, exquisita. Era una de sus hijas.

En su restaurante trabajaba Nati. La más bella de la isla. Es
una morenaza de temer y los hombres continentales caían arrodillados
a sus pies. La pude observar cortar un gigantesco pescado con
un afilado cuchillo y la sangre corría por su cuerpo. Ella tenía
un buzo enamorado que la cortejaba débilmente, mientras "tahote"
le hablaba de viajes fantásticos y promesas de reencontrarse
en la tierra.

Titi es una de las maravillosas hijas de Berta. Tiene 19 años
y un hijo llamado Maratiri. Nos sirvió erizos crudos y me decía
"si sacas una roca de esta isla, te condenarás por siempre, tú
y toda tu familia". Tenía que devolver las piedras volcánicas,
mientras le explicaba que yo profesaba un ateísmo materialista
extremo. Ella es mágica, profunda, misteriosa y letal. Tuve ocasión
de bailar con ella en la disco "Piriti", donde su vista jamás
se posó en mis ojos y sus pupilas danzaban al ritmo del zuko,
música oficial de la isla marciana.

Otra de las hijas de Berta es Tita. Vive con un surfista francés
y su casa es un museo viviente. Llegamos muy ebrios a su hogar
y nos sacamos los zapatos en la entrada de la casa, en la más
oriental. Sus hijos jugaban Play Station, mientras ella se reía
de las raras anécdotas recogidas durante el día.

La última hija de Berta que conocí, fue la Sofía. Su esposo es
un verdadero sumo que relató cómo se había tomado tres pitcher
en una visita a Santiago. Eran jarras de cerveza para seis personas,
pero en su mano eran un dedal de agua. Ella me habló sobre el
Kava Kava y me abrió los ojos al misterioso mundo que una vez
existió en el ombligo del planeta azul.

Una buzo de Galápagos trató de conquistarme. Era rubia, pequeña,
con un cuerpo muy potable. Arrendó un auto y me llevó por la
carretera hacia la playa de Anakena. Todavía no entiendo qué
me pasó. No la pude besar. Me gustaban las isleñas, no las rubias
franco ecuatorianas.

También estaba Eliana, la madre de Mario, nuestro anfitrión.
Tenía un restaurante camino a la playa y durante un almuerzo
me mandé el plato de lentejas más poderoso del mundo. Quedé peinado
para atrás, tocando batería, con el ombligo parado y muy agradecido.
Entre la bruma de la memoria, aparece la vendedora de completos
del carrito azul y la Mary, esposa de uno de los taxistas más
elevados del lugar. También recuerdo a la esposa del Ipe, un
viñamarino loco que había estudiado en el Mackay y que se enamoró
hasta los huesos de ese mágico terruño marino.

Y así fueron desfilando en las noches polinésicas las mujeres
Rapa. Lindas, hermosas, llenas de un perfume inigualable y de
una capacidad de seducir hasta el hielo. Las quiero y les tengo
miedo. Pueden embrujar y llevarte a lugares insospechados.

Se dice, entre los hombres de la isla, que las mujeres Rapa manejan
un gran secreto sexual. Yo no lo descubrí, pero ganas no me faltaron.
Estoy juntando platita para volver. Espérenme.

ajenjoverde@hotmail.com

Soy el Kava-Kava


A Mario Silva Araki y Jimena Ramírez

He retornado de la Isla de Pascua más loco que nunca. La experiencia
asumida y bebida en ese lejano y minúsculo lugar del planeta
me voló los sesos. Me siento diferente en la ciudad, desubicado,
no inserto, extranjero, algo triste y muy, pero muy cansado.
Por dónde partir es el problema. Playas paradisíacas, arqueología
marciana, cervezas mañaneras y vodka al atardecer, amistad profunda
y amor verdadero, conforman una amalgama que me tiene en un estado
de aceleración total. Quiero parar, pero los recuerdos son un
trueno implacable.

Salí volando un 21 de mayo y no me detuve más. Con mi brother
médico, ahora conocido en la isla como el "tahote mata tahero",
nos zampamos varias latas de cerveza antes de tocar con nuestros
pies Rapa Nui. Nos recibió mi amiga que trabaja para el Gobierno
y nos instaló un collar de flores, trasladándonos a una campestre
cabaña que comparte con su compañero isleño.

Ahí se armó un asado que duró más de doce horas. Sacamos chuletas
de cerdo, entrañas y abastero, pollo, cecinas, vino y ron. Comenzó
a llegar la gente y la amistad verdadera apareció como el gran
espíritu del Kava-Kava, que ahora está a mi lado escribiendo
esta crónica.

Yo soy el Kava-Kava. Un moai muy delgado, de cara huesuda y risa
irónica, que demuestra el estado de desnutrición que hace muchos
años atacó a los habitantes de la Isla de Pascua. La figura de
este espíritu da miedo, pero es un gran cuidador del alma.

Subí y bajé volcanes en extinción, ingresé a cavernas semi prohibidas,
donde el silencio de los muertos era respetado obligatoriamente.
Observé dibujos ancestrales, comí erizos arrancados de rocas
negras , desayuné empanadas de atún y participé de cientos de
asados de costillar de chancho.

Anakena era arrancada de una película. Debe ser una de las playas
más impresionantes del mundo, ya que reúne palmeras, arenas blancas,
moais y un mar muy temperado. Salíamos con el taxista Héctor
a las 12.30 del día, quien nos dejaba en un estado de semi normalidad,
para recogernos seis horas después, transformados en militantes
activos y combatientes del vodka Stolichnaya.

En la noche visitaba rutinariamente la casa del abogado de la
Gobernación. Fue ahí donde comí el sushi más sabroso de mi vida,
que era preparados por las brillantes manos gastronómicas de
este joven profesional de las leyes. También servía sachimi y
era el mejor anfitrión de toda la isla, con un corazón y un cariño
del porte del volcán Rano Kau.

Uno de los episodios más raros en esa casa fue que otro abogado,
apodado El Oso, llegó a Rapa Nui con el Episodio III de "La guerra
de las galaxias" en DVD. Era una copia de prueba, antes de lanzar
el formato definitivo. Entre la emoción de mirar cómo Darth Vader
ingresaba al Templo Jedi y el duelo final con Obi Wan Kenobi,
me zampé solo una botella de vodka con jugo de naranja. Al otro
día desperté en mi cabaña, con los audífonos puestos y escuchando
a Silvio Rodríguez, mientras una amiga me relataba que me había
transformado verdaderamente en el Kava Kava y que, semi desnudo,
había salido corriendo a la calle con el celular en una mano
y la botella en la otra.

Ahora recuerdo entre brumas esas escenas y la risa se desplega
desde mi cabeza llena de imágenes, y se estaciona a un costado
de la playa Pea, donde el cielo polinésico acarició mis mejillas
y mis enredadas neuronas continentales.

ajenjoverde@hotmail.com

El infierno está en los demás


A Jean Paul Sartre

El sol otoñal debe ser uno de los mejores del año. No cansa como en el verano e invita a destapar botellas y a conversar. Decidí sacar dos pisos de madera a la calle y con mi amiga santiaguina nos pusimos a tomar pisco sour, mientras la gente pasaba por la vereda de almirante Montt y el sol se encariñaba con nuestra piel. Eran las dos de la tarde.

Después de varias copas enfilamos hacia el "Vinilo", donde yo me cambié a la cervecita, mientras mi socia seguía empinando esa mortal mezcla de limón y pisco. "Quiero conocer más bares de Valparaíso", me dijo. La llevé al redondo privado del "Menzel", en la calle Las Heras, y continuamos hacia el "San Carlos", donde me comí un cauceo de queso de cabeza, porotos y cebolla, con dos botellines de vino tinto y tapa rosca.

En la mañana del otro día, mi amiga partió. Me quedé con mi hijo y fuimos a ver una distorsionada función de marionetas en el Teatro Mauri. El titiritero advirtió al público que la segunda parte del espectáculo era medio porno, pero "nada que los niños no hayan visto en la tele". Mi hijo se quería quedar y vimos cómo una toplera y un striper marionetas realizaban un show con desnudo total. El cuadro finalizaba con un afeminado títere que se lanzaba sobre los asombrados padres. Un show muy bueno, pero bastante bizarro.

En la noche se puso a llover y decidí quedarme solo en la casa

y beber pisco sour con varios libros en la mesa. Ya me había bajado las tres cuartas partes de la jarra y entre la bruma etílica se me apareció una columna sobre el filósofo Jean Paul Sartre. El texto era bastante duro y señalaba básicamente que nuestra respuesta a las acciones humanas era lo más importante en la vida. El filósofo agregaba que "el infierno son los demás" y esas palabras me quedaron dando vueltas en el cerebro durante varias horas.

¿Cuál es mi infierno? ¿Por qué no me atrevo a salir de él? ¿Por qué no me atrevo a romper con la mirada del otro, con los vínculos de dominación?, me preguntaba ya bastante afectado. Entre algunas respuestas me percaté de que en Chile son los demás los que te recuerdan diariamente tu infierno y que muchas veces uno está feliz y basta encontrarse con alguna persona para deprimirse y enrollarse negativamente.

Si los demás son el infierno, hay que dejar a los demás de lado y esta individualista y poderosa visión me hizo sonreír y darme cuenta de que el vaso de la juguera estaba vacío de su licor gris verdoso. Era la hora de dejar a Sartre tranquilo y dormir.

Me desperté al mediodía y partí a saludar a mi madre. Antes de llegar me junté con mi hermano y fuimos a un restaurante de comida italiana, frente a la Plaza México, en Viña del Mar, donde compramos canelones bañados en salsa de almendra y una lasaña de jamón para llevar a la casa. Mientras esperábamos en la barra observé cómo el barman llenaba su coctelera de pisco sour y la batía rítmicamente. No soporté la tentación y le pedí dos para amenizar la mañana dominguera.

Mi madre nos recibió ya bastante chispeados y nos reímos mucho en la mesa, mientras con mi hermano nos bajábamos un tinto y rematábamos con unos generosos vasos de whisky.

Para bajar el almuerzo me fui a caminar a la Quinta Rioja, mientras se me diluía la visión de mi infierno y se afianzaba un Paraíso particular, donde sólo están las personas que actualmente quiero y respeto. Los demás que se quemen en las grandes hogueras de Satanás.



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Mi socio Jack


Voy con el carrito del supermercado y observo que el whisky bourbon Jack Daniels está en oferta. Compro una botella y agrego otra de amaretto, para enseñarle a mi amiga santiaguina cómo se bebe en Valparaíso.

Este trago de exquisito color dorado, símbolo de los rockeros más duros, lo he tomado en muy pocas ocasiones y siempre trato de reservarlo para momentos extraordinarios o carretes que trascenderán en el tiempo y en el espacio.

Después de almorzar unos tutos cortos de pollo asados con salsa mexicana, con su respectivo vino tinto, comenzamos el ritual de abrir la botella de etiqueta negra y empezar a bajarla lenta y aromáticamente.

Un llamado de teléfono me avisó que el grupo de rock Zurdaka estaba a punto de llegar a mi casa. Durante un microsegundo se me ocurrió esconder el Jack Daniels, sin embargo, rápidamente me convencí de que la actitud, además de ordinaria, estaba revestida del egoísmo etílico.

Los muchachos del grupo Zurdaka habían llegado hace algunos días a Valparaíso desde Concepción. Tocaron en Quilpué y sólo les quedaba el último día de carrete. El más famoso del grupo, Feliciano, que apareció en el reality "Protagonistas de la música", se quedó durmiendo en otro lado, ya que estaba literalmente con sus "neuronas agotadas".

Los músicos eran muy simpáticos y cultos. Hablamos durante horas de política y sexo, riéndonos bajo el mágico influjo de esta bebida de Tennessee. El equipo de música pasaba de los Fiskales a De Kiruza y después que la botella escupió su última gota, decidimos salir al Festival Ska en la Ex Cárcel.

Antes de llegar al antiguo recinto penitenciario, se nos ocurrió hacer una vaca y volver a entrar al supermercado, para salir con el segundo bourbon de la noche, una bolsa de hielo y vasos plásticos de cumpleaños infantil.

El Festival Ska estaba lleno de punketas con sus pelos de colores y sus ropas de cuero y blue jeans. Para variar, llegamos atrasados, cuando los Fiskales Ad Hoc ya habían tocado. De todas maneras hablamos unos segundos con Alvarito España, quien atendía a varios adolescentes, que con un estúpido rostro miraban a su ídolo musical.

Los integrantes de Zurdaka querían más fiesta. Feliciano, el "chico famoso", ya se había adosado al grupo y era ultra buena onda, alejado de todo estereotipo televisivo o rockero.

Los llevé al Cinzano, ya que querían escuchar a los músicos porteños, y pedimos sólo dos botellas de vino. El presupuesto, a esa hora de la noche, estaba bastante escuálido.

Como es la tradición, el cantante Manuel Fuentealba actuaba con todas las pilas puestas. Se acercó a nuestra mesa y cual santo católico besaba a todos en las manos y en la frente. Feliciano, junto a todo el grupo, entonaba el tango "Volver" y la gente pedía más y más temas.

Carmen Corena, ya bastante cansada, entonó el Chipi Chipi y por primera vez pude bailarlo con mi socia capitalina, mientras pensaba que si llego a tener otro hijo le pondré Jack Daniels. ¿No será mucho?



ajenjoverde@hotmail.com

Cementerio y guachacas


(A Dióscoro Rojas y su tropa de lindos borrachos)

Estoy en el mausoleo de Salvador Allende, en el Cementerio General de Santiago. Mi hijo está con su nuevo brother, que corre disfrazado de hombre araña, y juntos saltan de tumba en tumba. Caminamos por lisérgicos senderos con estatuas extrañas y lápidas con relieves y dibujos de otros tiempos.

"Mira, papá, vienen los vampiros", me dice mi pequeño, entre atemorizado y fascinado. Sigo el camino de su vista y observo a cuatro muchachos vestidos de estricto negro. Uno lleva un sombrero de copa y camisa blanca llena de vuelos. Otro tiene un bastón, y sus rostros están maquillados con el blanco más blanco. Son jóvenes que cultivan el "dark extremo" y que pasean por el cementerio recreando escenas de un romanticismo victoriano ideal.

Entramos a un reducto del camposanto destinado a no católicos y extranjeros. Ahí las tumbas son cada vez más extrañas y algunas gotas que escupió el cielo nos hicieron salir de ese bello lugar y tomar un taxi para partir a casa y empezar la concentración previa para asistir a la Cumbre Guachaca, en la Estación Mapocho.

La dueña de casa tenía un ron Cacique y lo bajamos lentamente, mientras comentábamos la increíble visita al cementerio santiaguino. Como a las once de la noche, y después de llenar una petaca de vidrio, tomamos la micro que nos dejó en las puertas del palacio del pipeño y del sánguche con mortadela.

La entrada costaba cuatro mil pesos, pero hábilmente me había acreditado para entrar como reportero. Mi amiga no tuvo inconvenientes en acompañarme y juntos ingresamos a la Estación Mapocho y nos fuimos directamente al salón "Hip", donde atendían a la prensa y a los invitados especiales.

En una barra instalaron sánguches de mortadela y pebre picante, una olla con huevos duros, y piscola y pipeño en forma gratuita. Empecé con unas hallullas, seguí con generosos vasos de pipeño, un huevo duro y el ron que mi socia sacó de su cartera.

Dióscoro Rojas, el guaripola de los guachacas, me abrazó cariñosamente y les exigía a las meseras que nos atendieran bien, "ya que vienen desde Valparaíso a visitarnos y los porteños son guachacas de toda la humanidad".

Dióscoro es un personaje viviente. Su rostro está lleno de surcos que son historias verdaderas, con miles de anécdotas para reír y llorar. Me contó que trabajaba para el BancoEstado y que pronto soltaría una gran sorpresa a todo Valparaíso, "y será algo grande y muy entretenido".

A las dos de la mañana, la Octava Cumbre Guachaca estaba que ardía. Quería tomarme un terremoto y bajé hasta los locales que expenden ese adictiva mezcla (pipeño, fernet y helado de piña).

Seguí tomando más ron, mientras me encontraba con algunos guachacas del puerto, especialmente el Guachimán de Concón, que bailaba como trompo con su bella compañera.

A las 04.30 de la mañana decidimos salir de la juguera. Mi cerebro estaba bastante dañado y recuerdo que compré cuatro pancitos amasados calientitos para el desayuno, que fueron consumidos en medio de una cañazo infernal y de imágenes que quedarán enquistadas en la frágil memoria carretera.



ajenjoverde@hotmail.com

El show debe continuar


(Para Kayla, hija de Juanita y nieta de Gabriel Parra)

Junto a mi brother reportero gráfico, estábamos destapando una botella de colemono en el "Moneda de Oro" cuando el celular me avisó que mi amiga santiaguina venía bajando por Santos Ossa y estaba a punto de llegar al terminal de buses, para pasar otro fin de semana violentamente porteño.

"Vamos a tener que bajarnos este licor rápido", le dije al sediento fotógrafo. "Qué le hace el agua al pescado", me respondió, y en diez minutos teníamos la botella seca y nuestras neuronas en la puerta de entrada de la anestesia alcohólica.

Recogí a la muchacha en el rodoviario y tomamos la "O" para llegar a mi casa en el cerro Alegre. La santiaguina se mareó un poco, sin embargo se calmó después que terminamos sentados en una mesa del "Caruso", con dos pisco sours, un ceviche mixto y una botella Sauvignon Blanc J. Bouchon Chicureo 2004, mi vino albo preferido.

En la mesa de al lado estaba Juanita Parra, baterista de Los Jaivas, junto a su esposo y un hermoso coche donde dormía plácidamente un bebé. No soporté la tentación y fui a mirar a la recién nacida. El marido me cuenta que la niña se llama Kayla y significa en hebreo "coronada por olivos". En sus pupilas veo los diablillos de la Tirana bailando suavemente. Es la nieta de Gabriel Parra y la leyenda continúa viva en el espacio sideral.

Emocionados salimos del "Caruso" y nos estacionamos en el "Cinzano". En la barra del local, un anciano sufrió un violento ataque. Totalmente pálido, el hombre permanecía tirado en el suelo, mientras yo le gritaba a Carmen Corena: "El show debe continuar, queremos el Chipi-Chipi". Un mozo pasó suavemente por mi lado pidiéndome tranquilidad. Al final nos retiramos, mientras una ambulancia se llevaba al pobre viejito.

Al otro día pudimos salir del sopor sabatino a las siete de la tarde. Mi amiga quería tomarse unos vasos de ron en un mirador y una banca del Gervasoni nos acogió amigablemente. Después nos encaminamos hacia el bar "Renato", donde la mesera "giganta" nos atendió con más cuba libre.

Una periodista me había invitado a su cumpleaños en el "Rincón de las Guitarras". Ese reducto era totalmente desconocido en mi agenda carretera y partimos con curiosidad y una petaquita de ron en nuestros bolsillos. En el recinto, ubicado en la calle Freire, cantan cuecas choras y se come uno de los pescados fritos más sabrosos de la zona. El cantante popular Jorge Farías se subió al escenario y se mandó dos tremendos boleros. Me acerqué a saludarlo y me dijo que estaba listo para cantar en la Cumbre Guachaca que este fin de semana se inaugura en la Estación Mapocho.

Después de ese bálsamo artístico y gastronómico nos fuimos al sector Puerto, donde observamos a varios jóvenes disfrazados de "vampiros dark", entrando a un subterráneo. Mi amiga me empujó hacia el local, que se trataba de "La Secta", donde un ejército negro se movía al ritmo de Placebo.

El recinto era de lujo y fuimos atendidos con cariño y amabilidad. Un simpático empleado, de nombre Ariel, nos llevó hasta un guardarropía donde dejamos nuestras chaquetas. Terminé bailando sin polera en una sección llamada "dark room", donde el tecno violento resonaba explosivamente.

Llegamos casi de amanecida a rematar nuevamente al Cinzano. Los mozos sólo atendían a Eduardo Parra, poeta e integrante de Los Jaivas, y me aseguraban que "el viejito del ataque se salvó y hoy apareció de nuevo".

Estaba más que claro: el show debe continuar.

¿Quién lleva la batuta?


"Aunque me tiren al agua y me agarren a palos, me traten de basura y me amarren las manos, voy a ser muy porfiado porque ahora yo decido cuándo empiezo a vivir mi vida".

Fiskales Ad Hok

Estoy con mi hijo, y un ramo de flores, en las afueras de la Estación Mapocho, a la espera de que llegue mi amiga santiaguina. Nos había invitado a su casa, en el barrio de Independencia, para almorzar locos y salmón, que fue acompañado por un buen vino tinto.

Durante la tarde salimos de su casa con rumbo al Parque Forestal, donde nuestros niños observaron un entretenido show de marionetas y terminaron agotados de tanto correr por ese mítico y literario lugar capitalino, que en la década del '50 acogió a Lafourcade, Linh, Jodorowsky, entre otros potentes escritores chilenos.

En la noche venía el plato fuerte: el lanzamiento del disco nuevo de LaFloripondio en La Batuta, reducto esencial de todos los rockeros chilenos.

Para llegar en buena onda nos compramos una botella de ron Pampero y la fuimos bajando lentamente. Mi amiga ya había decidido no manejar esa noche y utilizar micros y taxis para llegar hasta la Plaza Ñuñoa. Quería beber sin los límites que impone el enfrentarse a un volante.

Fritz, el baterista de LaFloripondio, nos había puesto en una lista para entrar gratis, ahorrándonos los cuatro mil pesos que costaba el ticket. Eran como las doce de la noche y el recinto, de no muy grandes dimensiones, estaba semi vacío.

Me encontré con integrantes del grupo de teatro La Patogallina y nos saludamos efusivamente. Al rato pude divisar al vocalista de los Fiskales Ad Hok, Alvarito España, y recordamos los viejos tiempos de la revista Klitoriz y de los recitales donde terminaba tras las rejas. "El 30 de abril estaré tocando en Valparaíso y podríamos juntarnos para carretear", me señaló el líder del grupo punk más emblemático del país. "No te preocupes, te estaremos esperando junto a los amigos y veinte vinos y tres cervezas", le respondo, parodiando uno de sus temas más famosos.

Después empezó el recital y La Batuta estaba repleta. El Macha, vocalista del grupo, salió rompiendo los tímpanos, mientras Juanito Gronemeyer tocaba un balón de gas de 45 kilos con toda la potencia villalemanina.

El show lo empezamos a mirar parados desde los asientos de la barra, sin embargo, al tercer o cuarto tema nos fuimos adelante, donde la juguera del pogo (baile tribal punk) se convertía en un atractivo imán. Me despojé de algunos prejuicios y me tiré al centro del huracán. Suaves empujones y sana locura colectiva eran el mejor remedio antiestrés provocados por la semana laboral. La masa cantaba y gritaba "bailando como mono quiero encontrarte" y era exactamente lo que pasaba en La Batuta.

Para no cambiar el trago, bebimos varios ron Mitjans con Cocacola a dos mil pesos, que era uno de los líquidos más baratos que se vendían en la barra. A las tres y media de la mañana decidimos marcharnos y buscar la calma para enfrentar el temido domingo.

Al bajarme del taxi, me estrellé violentamente contra un árbol y terminé con una bolsa de hielo en la frente y los cariñosos retos de mi amiga.

Logré quedarme dormido al amanecer y en mi cerebro todavía resonaba fuerte el rock de La Batuta y la fuerza de la juventud que se diluye en cada implacable segundo que marca la ruta hacia el panteón.

ajenjoverde@hotmail.com

Tomate



"Y aunque el olvido que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guarda escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón".
"Volver", Carlos Gardel y Alfredo Le Pera

Salgo de la película "Entre copas" con una sed increíble de vino y amistad. Voy al supermercado y me compro un Doña Dominga Carmenere 2003 y lo descorcho solo en mi casa, con unos cigarros y la ventana abierta, mirando a la gente pasar.

Pienso en la soledad y en la libertad, mientras la botella escupe la última copa. Saco una caja metálica llena de recuerdos del pasado y encuentro una postal de Canadá, donde un gran amigo me contaba sus experiencias en ese país del norte. Se trataba del "Tomate", antiguo reportero gráfico de la zona, quien falleció producto de un acelerado cáncer estomacal, dejándonos una lección de amistad tan profunda que perfectamente podría llevarse al cine y convertirse en un éxito.

"Tomate" llevaba ese sobrenombre porque cuando nació su familia era tan pobre que no tenía dinero para una cuna, y lo instalaron en una caja de tomates que había depositado un barco de carga venezolano. Fue en el Barrio Chino donde se crió y comenzó su larga vida en Valparaíso, cosechando muchas tristezas; sin embargo, fueron la alegría y el optimismo sus armas esenciales para enfrentar el destino.

Aprendió el oficio de la fotografía, destacando rápidamente

entre sus pares y trabajó en varios medios escritos de la región. El año 1973 fue encerrado en la Academia de Guerra, donde fue torturado y gracias a una rápida gestión de Agustín Squella, logró salir con vida.

Yo lo conocí cuando ya tenía 60 años más o menos. La primera vez que me vio les gritó a todos los demás: "Cachen, parece un brujo chico". En ese tiempo yo usaba una barba que me acercaba físicamente al Profesor Nostradamus. Terminamos en el "Mokambo Chico", en la calle Quillota de Viña del Mar, desde donde salimos con los labios morados y el estómago afectado de tanto reírnos.

No nos separamos más. Comíamos platos y platos de calugas de pescado, su manjar preferido, mientras yo le relataba mi joven visión del mundo. Él escuchaba con mucha atención y me repetía insistentemente que el tiempo y la experiencia eran los mejores profesores.

Una de sus características principales era que no utilizaba billetera. Una vez, en "El Dominó", después de una ultra regada noche llena de cervezas, vino y whisky, se cayó de una silla y un papel de diario salió disparado de su bolsillo. Lo recogí pensando que era basura y adentro habían más de 70 mil pesos. Era su billetera.

Cuando ya el vino entraba fuerte en sus venas, cantaba tangos. Podía ser "Casas viejas", pero todos esperábamos impacientes "Volver" y coreábamos a todo pulmón, mientras los ojos se mutaban en acuarios y las pupilas en peces negros.

Cuando ya no podía tomar más, le pedíamos un taxi, que se lo llevaba desde Valparaíso a Viña, mientras él descansaba en sus sueños etílicos, llenos de amores apasionados y de amistad verdadera.

Cuando jubiló me pidió consejos para invertir su dinero. "Yo no cacho nada, pero mete la plata en fondos mutuos", le dije. Llegó al banco con un cartucho de pan con seis millones de pesos. Me señaló que le había "sacado una puntita para que nos peguemos un almuercito regadito". Imagínense como terminamos.

"Tomate", te recuerdo en cada copa de vino y en cada locura que todavía cometo en la vida. Salud por ti y los tuyos.

ajenjoverde@hotmail.com

La Merluza (Cubo negro en Valparaíso)


Las santiaguinas son raras. La frase puede parecer algo fuerte,
sin embargo pude comprobarlo nuevamente con la aparición de mi
amiga pintora, La Merluza, que anduvo por la zona "pelando cables" y demostrando la locura capitalina.

La Merluza me avisó que junto a un colectivo de arte llamado
Caja Negra, realizarían una instalación en la Plaza Cívica de
la Intendencia Regional y después en la playa San Mateo, "y ojalá
puedas aparecer ya que estoy segura que te gustará".

Después de llevar a mi hijo al médico, ya que se había resfriado
por un carretón de Semana Santa en Cau-Cau, me aparecí por las
inmediaciones de la Plaza Cívica. A lo lejos pude observar un
gran cubo armado como mecano, sin paredes, con varios objetos
adentro.

El más impresionante era una pera de boxeador gigante de color
rojo, con un martillo y una hoz. Uno de los artistas le pegaba
con un bate de béisbol, mientras los transeúntes miraban con
extrema curiosidad lo que pasaba.

La Merluza estaba esperándome y la invité a comer unas empanadas
de queso al Moneda de Oro. Cuando estaba pidiendo la tradicional
botella de colemono, me advirtió que hace tres años que no tomaba
y que no quería romper su personalidad abstemia. Pedí sólo un
vaso grande del lechoso alcohol, mientras ella se bajaba un néctar y me mostraba el libro "Palabras mágicas para reencantar la tierra", de Ziley Mora.

El texto había sido escrito por una mujer que había convivido
con mapuches. Lo abro al azar y leo en voz alta la frase "ya
que es tan corto el tiempo en que vivimos, ¿no tendríamos que
volver a vernos?".

La Merluza asiente con la cabeza y me dice que nuestra amistad
está ligada con un viento especial. La miro fijamente a los ojos
y me doy cuenta de que está bellamente loca y seguimos conversando de nuestras tristezas, del yoga, del I Ching, de la ayahuasca y de San Pedro de Atacama. También le conté que había enmarcado un cuadro que me había regalado hace un par de años y que lleva por título "La mujer chancho".

Comenzamos a emigrar hacia San Mateo Beach. Paso a una botillería
y me armo con algunas latas de cerveza para observar el performance playero más a tono.

Sentados en las rocas, la pintora me revela que su actuación
consistirá en enterrarse bajo la arena, con una caja en la cabeza.
La acompaño a pedir una pala prestada a unos obreros. También
nos conseguimos una caja con la dueña del kiosko de la playa
que advirtió que "a la primera basura que tiren llamaré a la
patrulla".

Comienza el performance. Un joven sale amarrado desde una carpa
y queda colgando con una cuerda en el cubo. Dos muchachas vestidas como princesas chinas construyen castillos de arena. La Merluza se entierra y un artista forma círculos azules al interior de la estructura metálica.

Me empino la última lata de cerveza y el sol de la playa San
Mateo se extingue en el horizonte porteño, al igual que la razón
y la cordura en el cerebro de estas hermosas muchachas santiaguinas.

ajenjoverde@hotmail.com

Alucinando con Luciana


“Te regalo mi locura y las pocas neuronas que me quedan ya”, retumba Shakira en los fonos de mi discman. ¿Qué hago escuchando el disco de grandes éxitos de esa cantante colombiana, mientras camino por mi Valparaíso querido?

La culpa la tiene la famosa modelo Luciana Salazar, a quien entrevisté en el Festival de la Canción de Viña del Mar. Bastaron unas miradas y nos hicimos grandes amigos. Después de grabar un programa de televisión en Santiago, la rubia me llamó al celular para avisarme que quería pasar unos días en Valparaíso “y como me contaste que tú casa es grande, igual que tu corazón, pensé en que me podías alojar, che”.

Al principio dudé, pero después le dije que la esperaba el viernes, a las 22 horas, en una mesa en el “Cinzano”, “para que conozcas a la mejor cantante de Valparaíso y bebamos vino al ritmo del tango y los boleros”.

Fue así como me encontré con un pisco sour en la mano, esperando nervioso la llegada de Luciana. Apareció radiante, con diez minutos de atraso, y le pedí otro sour. Lo bebimos lentamente mientras le ordenaba al mozo dos paltas cardenales, “para que comamos liviano”. Siguió un vino Santa Emiliana y un remate con ron.

Una de las chicas superpoderosas entró al “Cinzano”, quedando congelada al verme con tamaña compañía. Se sentó durante algunos minutos y comprobé que la rubia era amigable y amable.

La noté algo cansada y me dijo que quería irse a dormir temprano para aprovechar todo el sábado conociendo la ciudad. En su auto subimos a mi casa, donde nos esperaban dos Budweiser de litro en el refrigerador, que es la única marca de cerveza que bebe la hermosa modelo.

Charlamos sobre nuestras vidas sentados en la alfombra. Después ella se levantó, sacó de su cartera el disco de Shakira y marcó una canción árabe. Se puso a bailar sensualmente por algunos minutos, hasta que cayó rendida.

Al otro día le llevé desayuno a la cama y me dijo que le comprara otra Budweiser, “para empezar el día a tono, che”. Bajamos caminando por Almirante Montt y la llevé al “Vinilo” y después al “Café del Poeta”, donde seguimos bebiendo cerveza al aire libre.

Unos amigos se acoplaron y nos acompañaron al “Moneda de Oro” y después al “Liberty”, en la plaza Echaurren, terminando con enormes vasos de araucano con hielo. “Este lugar me encantó, tiene mucho poder y esos sombreros de marino son muy chic y la gente que atiende es muy amable”, me decía Luciana, ya un poco mareada.

Rematamos esa noche en el cumpleaños de la líder del grupo Maiziping, sin embargo Luciana no compartió mucho y se dedicó, junto a mí, a tomar cerveza en la cocina de la casa.

El domingo dormimos hasta tarde. Le volví a traer desayuno y conversamos durante largas horas, hasta quedar agotados. Un fuerte temblor nos sacó de nuestra hipnosis. La despedí desde el portal de mi casa, mientras instalaba a todo volumen el disco de Shakira, que dejó olvidado en la biblioteca.

Y desperté de ese extraño sueño. Un alucinante sueño con Luciana.



ajenjoverde@hotmail.com

La hiedra


Por culpa de una mujer estoy en Santiago, una ciudad que sobre todo en el verano me provoca verdadera angustia y rechazo, pero que ahora me recibe en forma tranquila y sana. Estoy recostado en el pasto del Parque Forestal, observando cómo mi hijo se divierte con su amigo en entretenidos juegos coloridos, y mi mente se lanza un piquero hacia recuerdos de una extrema juerga porteña que casi me deja como a la protagonista de "Million Dollar Baby".

Todo partió en mi restaurante chino preferido: el “Pekín”. Ese recinto de calle Pudeto siempre me ha acogido en forma amable y parte importante de mi vida ha desfilado frente a los wantanes y la carne mongoliana. Fue ahí donde cité a un antiguo amor y decidimos tomarnos unos pisco sour y una botella de Pinot Undurraga, en su tradicional envase de cantimplora, para amenizar el menú.

Bien contentos íbamos rumbo al “Éxodo” cuando hicimos un alto en “Moneda de Oro”, "para que pruebes uno de los mejores colemonos de Chile", le expliqué justificando la parada. Ahí nos reímos con el pequeño mozo que atiende en forma risueña y bromista a todos los comensales y cada vez que pasaba por la mesa repetía como un loro esquizofrénico: "Está rico el cola de monkey, ¿o no?"

Después sacamos pasajes al “Éxodo”, donde nos bajamos unos cubas libres. La muchacha tuvo que retirarse, dejándome abandonado en ese bar porteño. Caminé hacia el Proa al Cañaveral, donde se desarrollaba una fiesta del grupo Greenpeace. Me imaginaba que adentro todos bailaban al ritmo de sonidos de ballenas y gritaban "no contaminemos el mar y la tierra".

No estaba preparado para un cuadro así y me marché al London, donde cuatro jóvenes tocaban el más puro rock pesado. Me tomé una cerveza mientras recordaba los tiempos de recitales, poleras negras y agitamientos de cabeza.

Comencé la migración hacia mi hogar y observé que la puerta del Cinzano todavía estaba entreabierta. Un grupo de franceses escuchaba a Carmen Corena, mientras los mozos colocaban las sillas sobre las mesas y la barra. El barman, que ya es mi amigo-confesor, me vendió la última cerveza de la noche.

Carmen Corena me saludó desde el micrófono y le pedí que por favor cantara "La hiedra", bolero que actualmente me eleva desde el suelo hasta la inconsciencia más emocional. "Jamás la hiedra y la pared podrían apretarse más, igual tus ojos de mis sueños no pueden separarse jamás, donde quiera que estés, mi voz escucharás, llamándote con mi canción, más fuerte que el dolor, se aferra nuestro amor, como la hiedra", escucho mientras la Escudo desciende por mi garganta.

Todavía con "La hiedra" retumbándome en la memoria retorno al Parque Forestal, en Santiago. Miro a mi amiga a los ojos y una sonrisa se desplega en mi rostro y le digo que terminemos ese hermoso día en “La Piojera”, con un terremoto en la mano y con la esperanza del amor en la otra.



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La piel de tu cuerpo


"No puedo vivir siempre soñando. Tengo que aprender a ser más duro. El futuro me estaba esperando. Ahora me está ahorcando la ilusión", dispara Andrés Calamaro desde los parlantes de mi casa, mientras me tomo el primer trago a la espera de que mi nueva amiga santiaguina, "La Negra", me pase a buscar y nos lancemos a la noche porteña.

La muchacha es puntual y decido llevarla a mi bar de cabecera: Vinilo. Luego de comernos unas tablas y tomar cuba libre, la invito al Muelle Barón, donde supuestamente nos esperaba la luna llena. El recinto estaba cerrado y sólo nos quedó el Éxodo como lugar para seguir bebiendo.

A las dos o tres de la mañana, nos invitaron a salir del local. La última parada fue mi casa, donde nos bajamos una botella de Bacardi y hablamos hasta que el sol salió. El cántico de los pajaritos nos alertó de la hora y se fue rápidamente, mientras las promesas de volvernos a ver quedaban en el aire de este año que recién comienza a despertar.

Un correo electrónico me volvió a la realidad y me advirtió que mi casa sería el epicentro de la despedida de una chica apodada la "Marilyn Manson", que emigra hacia la Isla de Pascua por dos años. El evento estuvo total, especialmente por la presencia de los actores de la compañía de teatro La Patogallina, quienes nos hicieron llorar de la risa con sus borrachas bromas.

Al otro día desperté con severos daños neuronales, sin embargo tuve fuerzas para llegar hasta la ex Cárcel de Valparaíso y disfrutar de una alocada fiesta llamada "La piel de tu cuerpo".

Cancelé las dos lucas y entré por la antigua galería de los presos hasta un jardín interior. Desde el balcón de una celda, ubicada en el tercer piso, el actor Benjamín Vicuña anunciaba la salida de "una chica que los volverá locos". En cuestión de segundos apareció una pequeña mujer, muy parecida a la "Tetarelli", y realizó un desnudo completó que dejó impresionada a la audiencia.

La masa siguió bailando y tomando ron o pisco a mil pesos el vaso plástico. Los dos tragos era de una calidad muy dudosa. Entre los personajes que se paseaban por el patio estaba Augusto Góngora, el conductor del programa "Cine Video", y su pareja, la actriz Paulina Urrutia.

La chica que me acompañaba se quería lanzar sobre Benjamín Vicuña y le pedí calma y cordura, dos cosas que a esa hora estaban bastante ausentes de la fiesta carcelaria. "Papito", quien es como el dueño de la ex Cárcel y organizador del evento, se movía feliz por todos los rincones y prometía "más carnaval y diversión para poder juntar dinero para nuestra compañía de teatro, llamada Los Manchaos".

A esa altura de la noche, los días de carrete anteriores estaban cobrando la cuenta y el eclipse cerebral se anunciaba de un momento a otro. Era la hora de descansar y rearmarse para todo lo que queda de vida.



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Luna negra


"Vivir correctamente significa vivir intensamente y vivirlo todo, lo bueno y lo malo a la vez, y en sus formas más intensas y embriagadoras"

Tres maestros, Stefan Zweig



Estoy con mi hijo esperando la micro "O" para que me lleve al cementerio de Playa Ancha, cuando desde un auto me hacen señas de reconocimento. El vehículo se detiene y observo que dos mujeres van sentadas adelante y dos niños atrás. "Súbete", me señala una de las chicas, que pertenece al poderoso pasado que uno nunca piensa que puede volver a resucitar.

Terminamos en mi casa con los niños corriendo y viendo películas, mientras nosotros nos bajábamos cinco cervezas de litro y hacíamos memoria de recuerdos bellos y chistosos, de una juventud de pelo largo y chalecos de lana multicolores, donde la alegría y la irresponsabilidad forrmaban parte de todo el día.

Ahora estamos coqueteando con las cuatro décadas y seguimos igualitos de buenos "para la chicha", sin embargo, la alegría está desapareciendo producto de las desilusiones amorosas experimentadas en el tiempo.

"Se acabó la época de llorar y las invito mañana a un festival sónico en un local llamado "Clan del Mar" en las Torpederas, donde tocarán varias bandas independientes", les señalé. La más entusiasmada fue "La Negra", una de esas almas donde se conjuga la potencia y la ternura sin límites.

Al otro día me levanté bien optimista, sabiendo que un atractivo panorama estaba por empezar. Descongelé una lasaña y me la engullí. Bajé al Cinzano y me mandé la primera cervecita de la tarde. Después me encontré con unos amigos, y en mi alegría interna, me rajé con dos botellas de colemono bien helado.

Bastante afectado volví a mi casa, donde esperé a las chiquillas con un ron Pampero y cositas para picar.

El recital estaba programado para las cinco de la tarde, pero una llamada telefónica nos alertó de que se había retrasado bastante. Seguimos bebiendo y sólo"La Negra" me acompañó a Las Torpederas.

Sentados en la barra continuamos la conversa hasta que el grupo Umbría en Calafate empezó su show. Después vino Olor a la Banda y terminó Dangan, unos muchachos que cultivan el "rock degenerado". La mayoría de sus integrantes viste falda y su vocalista se instala una máscara griega para cantar. Eran muy buenos y hasta hicieron bailar al público.

Con "La Negra" se nos había acabado el dinero y fuimos a beber los últimos tragos a una gigantesca terraza. La luna estaba casi completa y proyectaba el camino de plata en el mar hasta nuestros pies. Seguimos hablando sobre nuestras relaciones fracasadas, hasta que bajamos a bailar a la pista y las mentes se dispararon hacia galaxias más lejanas.

Cerca de la madrugada me fue a dejar a la casa. Nos despedimos rápidamente y abrí la puerta de mi hogar, mientras escuchaba que el vehículo descendía veloz, rápido, a toda máquina. Igual que mi pasado.



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A puro Calamaro


"La fiesta ya se terminó
nada de sexo frío
nada de amor
un poco de alcohol y rock and roll
y a seguir adelante
con farmacia y con aguante
porque me falta lo más importante".

Negrita, Andrés Calamaro



Después del acto de ordinariez emocional más grande a que he sido sometido en mi ajetreada vida pensé que me hundiría en las tinieblas de la locura y la distorsión, sin embargo una de las chicas superpoderosas llegó al rescate y exorcizamos nuestros demonios en la barra del "Exodo", con roncola de mil pesos y nuestro querido Andrés Calamaro cantándonos a todo cerebro dañado.

El disco "Honestidad Brutal" me tiene pelando cables hace algunas semanas. Frases como: "no quiero ser el estúpido que te llama a partir de las tres de la mañana, pero negra, es que mi corazón se desintegra" y otras que reflejan el estado de desgarramiento interno a que puede uno llegar como ser humano me hacen ser empático con el trovador argentino.

Después terminé en mi casa abriendo los últimos cofres de madera con dos filetes adentro: uno blanco y el otro tinto de marca Miguel Torres, que conseguí a un bajo precio.

Al otro día anduve vagando por las calles de Valparaíso como un zombie. Algunos conocidos pasaban por mi lado y sentía que no eran capaces de detenerme para no escuchar una lata o ponerse a llorar. Entre a una multitienda y me compré un discman último modelo para poder escuchar música y caminar por los pasajes de mi querido Puerto. Ojalá no me asalten.

Decidí irme a acostar a las seis de la tarde. Un buen baño de tina con sal de mar y "Sabados Gigantes" en la tele. La decadencia encarnada. Los ojos se me cerraban cuando un antiguo brother golpeaba la puerta. "Vine acompañarte en tu dolor, hermano", pero no tengo ni una moneda para tomar".

Después de esa sentencia nos compramos una cerveza de litro y un Gato Negro Carmenere y lo bebimos mientras relatabamos fantásticas proezas sexuales. Bajamos al "Vinilo" donde matamos un 120 Tres Medallas "al lapiz" y conversamos animadamente con Alvaro Peña y Gonzalo Ilabaca, que son ya casi parroquianos de ese recinto. Les recité un poema y escuchamos discos.

Avanzamos hacia el café "La Tertulia", donde la eterea y fosforescente Pax, con su vestido negro, su pelo tomado, su bajo enervante y su grupo Umbría en Calafate le volaban los sesos a un fiel público. Bebimos algunas cervezas y marchamos.

La última parada fue el tradicional "Cinzano". Nos pusieron una jarra de vino con frutilla y se armó la fiesta. Carmencita Corena me abrazaba y me susurraba al oído: "tire para arriba no más, tire para arriba".

Llegó la oleada que venía del Festival del Tango. Le metí conversa a un camarógrafo ruso-argentino que filmaba un documental con sus socios de un canal internacional. Seguí bebiendo hasta que no me quedó ni una luca en la billetera y sólo los ochocientos para el taxi permanecian en un bolsillo inviolable.

Era la hora de retirarse y la canción de Calamaro resonaba fuerte y clara: "esto es más hambre que hambre, más sed que la sed peor".



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Honestidad Brutal


Estoy en la barra del "Cinzano" pidiendo mi primer botellín de cerveza del día. Es un caluroso sabádo y estoy nervioso, muy nervioso, ya que había organizado uno de los almuerzos más importantes de mi vida y no quería que nada fallara.

Para poder tranquilizarme decididí beber un poco y lograr la ansiada calma neuronal que sólo el alcohol logra entregarme. Los que saben de lo que hablo entienden perfectamente esa dulce anestesia del primer trago de helada cerveza.

Al lado de la barra se me instalan dos tipos. Uno tiene la cabeza canosa y se nota que tuvo una noche agitada y que se está estabilizando con vasos llenos de frutilla y vino tinto. El otro es un anciano de 92 años que ocupa sombrero y lentes gruesos de un plástico muy negro. Es delgado y cuando habla todo el mundo se ríe.

El anciano bebe su borgoña y se larga del bar, mientras que el canoso me mete conversa. Me cuenta que está separado y que los problemas lo agobian constantemente, mientras el barman se ríe en forma cariñosa de sus desgracias.

Pienso en la gente que bebe antes del almuerzo en la barra de los bares. Son tipos extraños, conversadores, solitarios, algo perdidos en la vida, que buscan un bastón en los condenados vasos transparentes.

Yo siempre que llegó temprano a una barra me compro un diario. Hago como si lo leo y paro las orejas a las conversaciones ajenas. Pueden pasar horas y me entretengo mucho, sin embargo los borrachines siempre atacan a la tranquilidad e intervienen. Si la persona es entretenida puedo iniciar una conversación, pero si la cosa se torna violenta o aburrida, sigo hojeando mi diario y todo retorna a la normalidad.

El canoso me invita la segunda cerveza y reflexiono: "si sigo tomando voy a llegar a medio morir saltando al almuerzo y no es la idea". La acepto, pero con la personal condición de que fuera la última.

Salí del "Cinzano" menos nervioso, sin embargo el aquelarre instalado en mi estómago era fruto del nerviosismo que todavía bajaba por la corteza cerebral. Me encontré con mis invitados y nos fuimos al "Caruso". Dos pisco sour, un vino blanco, un ceviche y un platillo de mariscos al merquén en pocillo de greda me liberaron de mis preocupaciones.

Al final de la comida apareció una de las sorpresas que había preparado. Una torta llena de velitas era el corolario de un emocionado almuerzo y canté un cumpleaños feliz lleno de esperanza y honestidad.

Después mis invitados se fueron y quedé solo. Caminé por Valparaíso pensando en las vueltas de la vida, en la montaña rusa emocional a que nos sometemos, al eterno resplando de una mente llena de recuerdos, a la honestidad brutal de decir y hacer lo que uno siente.

Terminé en la barra del "Vinilo", donde me encontré con el músico Alvaro Peña y su brother pintor. Conversé algunos segundos con ese extraño artista y seguí pensando en esta vida porteña. Ahora tengo que destruir el miedo y entrar a un futuro incierto, pero lleno de esperanzas.

El problema es que esa frase ya la había escrito antes.

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Mi equilibrista precaria


Estoy enamorado. Estoy profundamente enamorado de la equilibrista del "Cirque", que se desliza como una erótica gata sobre una gruesa liana de acero. Fui a ver la función del domingo de esos actores franceses, en el centro Cultural Ex Cárcel de Valparaíso, acompañado de mi más fiel amiga: la resaca. Había ultrajado una caja de 12 vinos Morandé Pionero 2003 y bajo la carpa azul transpiraba Cabernet Sauvignon.

Todo había comenzado en la Gala del Vino, que se realizó en los jardines del Sporting Club. Tuve que reportear, sacrificadamente, cada una de las mejores viñas de Chile. Mi copa fue llenada en trece ocasiones con diferentes ensamblajes de doble y triple cepa, causando que la anestesia de la uva fermentada tomara por sorpresa cada escondido lugar de mi cabeza. Esa misma noche fui al bar "Mi Casa" y después al "Vinilo", donde sólo bebí cerveza acompañado de las mismas caras que trabajan empinando el codo sin cesar.

Al otro día almorcé en el "Caruso" el tradicional ceviche peruano y bebimos mostos blancos de alta jerarquía. Después me pegué una siesta y en la noche, con un tradicional cómplice, abrimos la caja de vinos Morandé y el demonio tinto marcó la conversación nocturna, dejándonos con los labios negros y la mente blanca.

Desperté el domingo bastante vapuleado y me acordé de la invitación para el "Cirque", una compañía de franchutes que ya me habían impresionado en 1994, en una carpa en el estero de Viña del Mar.

En esa ocasión pude ver un curioso payaso que mostraba sus famélicas costillas en forma extrema, mientras llevaba un letrero que decía "tengo hambre". Terminaba su show atacando a una señora del público y comiéndose una mano de utilería que chorreaba sangre.

Ahora el "Cirque" montó un espectáculo repleto de poesía. El final, con el barco-avión volando sobre el techo de la carpa, y la frase "no sirve de nada escapar, sólo sirve ser uno mismo", es de lujo y varias lágrimas recorren rostros que minutos atrás se retorcían de la risa.

Me voy a dormir pensando en la hermosa equilibrista. Una mujer que sobrepasa los cánones normales de la belleza y que aparece en el escenario vestida de princesa o de novia, con su pelo lleno de flores y una pronunciación del español capaz de lograr derretir la Antártida.

A los días después volví al "Cirque" bajo el argumento que mi hijo debía observar el show. Sin embargo, mi mayor objetivo era poder recrear mi vista y mi cerebro con ese rostro de porcelana y ese cuerpo de diosa de la bohemia.

Sigo pensando en ella y en todas las situaciones que me pasan en la vida y me doy cuenta que estoy en una encrucijada de equilibrio precario. En cualquier momento puedo llegar al otro lado de la cuerda floja o caer a un pozo sin fondo, donde me aguardan los cocodrilos cancerberos de la memoria que amenazan con no dejarme tranquilo ningún minuto.



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8.10.2005

Semana sin fin (o fin de semana)


Son las dos de la mañana de un viernes y me encuentro con un brother que se fue a vivir a la Isla de Chiloé y que aparece, como un fantasma sureño, sólo en los períodos de vacaciones.

Vamos al renovado bar "Mi casa", en la calle Cumming, en Valparaíso, y tomamos unas cervezas. El mozo nos trae dos vasos de shop que estaban en el congelador, situación que en el verano se agradece mucho. Decido no beber en forma ilimitada, ya que mi amigo se trastorna con el licor en exceso y siempre quiere teñir de puño y violencia el ambiente en que se encuentra.

El bar "Mi casa", famoso por su nombre y su mural, ha sido siempre un reducto de viejos buenos para el pipeño. Ahora se puso bastante taquilla y recibe caras jóvenes y frescas que quieren invadir los pocos reductos que mantienen los jubilados que se conservan en alcohol barato.

Me largo al sobre y despierto el sábado con una invitación para almorzar en la costa conconina. El lugar escogido es el "Albatros", frente al Club de Yates de Higuerillas. Pisco sour, machas a la parmesana, un ceviche, un congrio con salsa de camarones y dos botellines de blanco fueron el menú. Mi amigo médico promete comprarse una lancha y realizar fiestas mar adentro.

Seguimos hacia la Feria del Libro de Viña del Mar, donde nos reímos con las estupideces que habla Nicolás López, el joven director de la película "Promedio rojo", a un público conformado por ancianitas que venían despertándose de una larga siesta. Para finalizar la tarde me tome un café helado en el "Enjoy del Mar" y terminé arrendando un video, que sólo utilicé para inducirme el sueño.

El domingo desperté nuevamente con una invitación telefónica. A la una de la tarde me encontraba sentado en el "Café del Poeta", en la plaza "Kaníbal Tinto", bebiendo una cerveza individual y leyendo la prensa del día. Una de las chicas superpoderosas me pasó a buscar en su automóvil y nos fuimos al mercado del Barrio Chino. La señora Rosita nos agasajó con ceviche y mariscos crudos, más dos "tecitos helados de la casa".

Para darle un broche de oro al fin de semana me fui a la terraza del "Café Turri", donde mi amiga le pidió al mozo un trozo de pie de limón y dos Manhattan. Nunca había tomado ese licor compuesto por whisky, vermouth, amargo de angostura y una guinda de adorno. Me parecía bastante snob, y hasta de poco hombre, beber esos licores mezclados, sin embargo me gustó bastante, especialmente por el rápido y certero efecto en las neuronas.

El público del Turri no cambia. Uno que otro santiaguino cuico y puros turistas hablando en su idioma y comentando la belleza de Valparaíso. Me terminé mi Manhattan y me largué a la casa en busca de calma y tranquilidad.

Siento que algo quema mi mano. Abro el puño y me encuentro con entradas para Fatboy Slim en el Terminal de Cruceros. Ya me estoy armando para ese evento, que obviamente será pasto para otra columna. Ojalá sobreviva.



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El eterno resplandor (de una mente saturada de recuerdos)


"¡Qué felices son las vírgenes que viven sin culpa!
Ellas se olvidan del mundo y son olvidadas por éste.
El eterno resplandor de una mente sin recuerdos,
que sólo aceptan sus oraciones y rechazan sus deseos".

Alexander Pope

¿Se imaginan que les abran la cabeza y les peguen un violento martillazo en su cerebro? Eso me sucedió el domingo pasado, luego de terminar de observar el DVD de la película "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos", que desde hace algunas semanas está en las repisas de los video clubes.

Me había lanzado a un fin de semana bastante extremo. Primero asistí a un cumpleaños de un periodista que viene llegando de México y que duró hasta que los pajaritos nos avisaron que eran las 6.30 de la madrugada. Al otro día, después de tomarme una caja de cafiaspirina, partí con mi hijo a una función de marionetas de "El Principito", visité la Feria del Libro de Viña del Mar, cené en el Caruso con una de las chicas superpoderosas y terminé en la casa, junto a un ron Pampero, discutiendo sobre las verdaderas posibilidades que tiene Michelle Bachelet de llegar al sillón presidencial.

El domingo decidí descansar y me largué a Cochoa. Unas empanadas de camarón-queso, una cerveza de litro y un quitasol de totora fueron mis aliados durante la tarde. Antes de irme al sobre, pasé por el Blockbuster y arrendé la película que me voló los sesos.

"¿Quieres ser John Malkovich?" y "El ladrón de orquídeas" cuentan con el mismo guionista de esta película: Charlie Kaufman, quien debe ser uno de los escritores con más imaginación del mundo. La película narra la historia de un tipo con una violenta desilusión amorosa, que descubre que su novia decidió pagarle a una empresa para que borrara de su memorias todos los recuerdos de la relación.

Jim Carrey, quien antes me repugnaba por sus morisquetas, pero que después de "The Truman show" comenzó a tener todo mi respeto, calza perfectamente en el papel del loco enamorado.

La escena más hermosa es cuando la actriz Kirsten Dunst recita el poema que encabeza esta columna, mientras que Kate Winslet (que está para echarle limón y cebollita picada) observa a unos elefantes circenses pasear en la calle.

La película la observé con bastante resaca, causando que las emociones se duplicaran. El matar la memoria es algo muy atrayente y que todos los fines de semana practico un poco, sin embargo, el acabar con recuerdos específicos y malignos es algo que cambiaría la raza humana.

Muchos artistas han trabajado con el tema de la memoria, como el escritor Ray Loriga en su texto "Tokio ya no nos quiere", donde un narcotraficante recorre el mundo con una droga que elimina malos recuerdos.

Quedé tan embalado con la historia que encontré hasta la dirección en internet de la empresa ficticia que hace los lavados de recuerdos: www.lacunainc.com. Si saben algo de inglés, atrévanse con el cuestionario que trae para evaluar a los pacientes y pónganse un cinturón de seguridad en el cerebro.



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El tocadiscos colombiano


"¿Sabes? A veces creo que tengo un tocadisco instalado en el cerebro y todos los días la aguja baja y toca la misma música", le digo a Simón, hijo del actor Francisco Reyes, quien es uno de los invitados que pululan en mi casa, que está convertida en una pensión veraniega.

"Todos tenemos un disco, lo importante es que no se raye", me responde el sabio muchacho, mientras seguimos trabajándonos un suave ron tropical de marca "Viejo de Caldas", y el reloj avanza en forma implacable hacia la medianoche de Año Nuevo.

Al grupo se integró una pareja de simpatiquísimos colombianos y una amiga "chilanga" por adopción (como les llaman a los que viven en la capital de México). Todos bebiamos con ansiedad y decidimos llenar un cooler con hielo y partir al Paseo Yugoslavo a observar los fuegos artificiales.

Miles de jóvenes se esparcían champaña por el cuerpo y el olor a marihuana paraguaya invadía toda la plazoleta. ¡Son las doce!, gritaron todos y me fundí en un abrazo con mi amiga mexicana, prometiéndonos felicidad y buenaventura para todo el 2005.

La fiesta siguió en ese lugar durante toda la noche y me acosté bastante dañado. Salí de mi pieza a las tres de la tarde y sólo atiné a balbucear algunas palabras y continué acostado. Me sentía bastante enfermo e intoxicado para seguir la parranda de final de año.

La juguera conformada por los Carnavales Culturales y la fiesta con fuegos de artificio había sido bastante extrema. Por mi memoria desfilaba el Rockódromo emplazado en la ex Cárcel de Valparaíso, con La Patogallina Sound Machine cantando a todo pulmón: "¡La mandanga es buena pa' gozar!". También aparecía el lanzamiento del libro de Eduardo Parra en La Matriz y el recital del Ensamble Stalker, con Chico Toto y el trompetista loco.

La última noche de carnaval llevé a la pareja de colombianos al recital de Tommy Rey en la avenida Pedro Montt. Los chicos se sentían como en Medellín y la cumbia chilena resonaba fuerte en medio de la challa. Seguimos en el Barrio Chino y quisieron tomar unas piscolas en el Lo de Pancho. Para variar terminamos en el Cinzano, donde la "mexicana" se cayó de la silla en medio de las carcajadas de Carmen Corena.

Como a las dos de la mañana, y para impresionar más a los extranjeros, nos metimos a los laberintos del cerro Concepción y llegamos al mirador Gervasoni. La colombiana se puso a llorar por la emoción y me percaté de que la juerga porteña debía terminar.

Antes de que se fueran a Santiago fuimos al cementerio de Playa Ancha, donde aproveché a dejarles unas velas al santo asesino. Paseamos por la feria de antigüedades y comimos una chorrillana en el O'Higgins. Subimos por el ascensor Polanco y observamos un incendio y un viento huracanado que azotaba violentamente a Valparaíso.

Cuando el taxi los pasó a buscar me envolvió una nostalgia de amistad. Les prometí que los visitaría en Colombia, donde llevaría en una caja un poco de viento y mar de Valparaíso, además de las respectivas botellas de tinto y pisco.



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