5.26.2010

Comiendo pizza y tomando vinito con Los Patogallina


Por Ajenjo

El Rana y El Antonio, mis viejos compinches de la gran compañía artística La Patogallina, estuvieron en Valparaíso presentado dos obras de gran calidad y emotividad.
A través del correo de las brujas, los invité a mi casa, para ofrecerles una bienvenida porteña.
Fue así como casi 15 actores y miembros de este colectivo cultural se tomaron mi humilde hogar y pasamos una noche llena de la mejor conversa.
Yo estaba algo nervioso, ya que no sabía si la casa iba a responder. En la cocina preparaba pizzas, mientras uno de los actores me servía vino en forma constante. El alcohol subió a mis neuronas y la masa de las pizzas quedó completamente mojada en jugo de tomate, sin embargo a todos les gustó y creo que premiaron más el esfuerzo que la calidad del bocado.
Ya con algunos rones en el cuerpo me dio por recitar algunos poemas, captando la atención de mis célebres invitados.
Al otro día llevé a mi hijo al Aula Magna de la Universidad Santa María para ver “Los caminos de Don Floridor”, una de las joyas del teatro familiar chileno de los últimos tiempos.
El pequeño miraba la obra con la boca abierta y se reía a carcajadas con las aventuras de los actores.
Yo trataba de reconocer las caras tras los maquillajes y descubrir quien fue la joven que me ayudó a armar las pizzas o quien fue el que me dio el trago.
¡Salud por estos genios!

ajenjoverde@hotmail.com

Carreteando con Alejandra Alvarez o el mejor Shawarma de Valparaíso



Por Ajenjo


Estoy nuevamente en Chantiasco acompañando a mi esposa en algunos carretes familiares, cuando nos invitaron al bar Narciso, en Providencia. Estos bares santiaguinos son como si unos amigos arrendaran una casa, la pintaran de rojo, le pusieran un letrero y vamos para adelante.
El asunto era un cumpleaños y el festajado, como buen ciudadano santiaguino, no había puesto nada para tomar y unas ramitas y papas huachas eran el cóctel para calmar el estómago.
Bajé a la barra y me compré un gran ron de 3.300 pesos. El barman agarró los hielos con la mano y los depositó en el vaso (no soporto ese gesto, lo encuentro insalubre) y me lancé a beber.
De repente veo pasar a la famosa Alejandra Alvarez, quien estuvo involucrada en un escándalo de fotos de carácter pornográficas que salieron a la luz pública. Vestía un gorro y un largo abrigo y nos miraba como si nosotros fuéramos extraterrestres.
Yo la miré un rato, pero mi mujer se puso algo celosa y atiné a dejarla tranquila visualmente y dedicarme a mis rones.
Al volver a Valparaíso encontré un nuevo puestos de shawarmas al paso, ubicado en la calle Huito. Soy fanático de los shawarmas, como ya lo he dicho con anterioridad y éste es “onda fusión”. A los tradicionalistas no les gustará mucho, sin embargo amo estas mezclas de sabores y la combinación de colores y olores.
Las ensaladas son frescas y la salsa de ajo exquisita. Uno puede agregarle palta y otras cosillas para convertir el shawarma en una bomba de sabor. También hay creps y el más rico es el de manjar con salsa de chocolate.
Ojalá le vaya bien a estos chiquillos, que tienen una cocina abierta, donde uno ve los ingredientes y la limpieza con que preparan todo. Me gustaría que pudieran convertirse en restaurante y aumentar sus mezclas y sus inventos gastronómicos.
Cuesta emprender en la vida.
Personalmente he impulsado muchos proyectos que la mayoría se han caído en el camino, sin embargo sigo luchando y creyendo que en la vida, para ser feliz, hay que emprender, emprender y emprender.


Lucho Barrios y un inolvidable recital en el Teatro Imperio



Por Ajenjo

Era el año 2002 y mi ex mujer me había invitado a un recital de Jorge “Negro” Farías, Luis Alberto Martínez y Lucho Barrios en el ya desaparecido Teatro Imperio, en la avenida Pedro Montt.
Antes de entrar me encontré con mi ex suegro (actual amigo del alma) y le dije que me esperara, ya que iría a comprar una petaquita de pisco con coca cola para hacer que el evento se convirtiera en una velada más grata.
Las entradas numeradas nos llevaron a una fila pegada en el escenario y casi podíamos tocar a los artistas. Unos músicos salieron a calentar los instrumentos y de repente mi ex suegro, con una voz de emoción intensa, me gritó: “están tocando la canción Apache”. Yo me reía ya que el guitarrista tocaba el típico ritmo de los pistoleros persiguiendo a los indios, en esas viejas películas en blanco y negro.
Me comencé a beber el combinado y mi ex suegro, influido por la emoción, me pidió unos tragos.
El primero en salir fue el Negro Farías. Con sus grandes anteojos y su peculiar forma de cantar emocionó a los presentes. “El trago le fregó la carrera a este gran cantante”, me dijo mi acompañante al oído, mientras por mi garganta bajaba ese típico sabor dulzón de la piscolita chilena. Después salió Luis Alberto Martínez, a quien le decían “el cantante de las madres”. Se supone que hay dos teorías de ese apodo, pero es mejor no profundizar más este tema.
Finalmente apareció Lucho Barrios. El Teatro Imperio se levantó completo y se
escuchó un largo aplauso.Sus canciones, imposibles de no haberlas escuchado alguna vez, llenaron el recinto, y se despidió con un tsunami de gritos emocionados.
Ahora que Luchito Barrios se fue para siempre, pienso en Farías y en la Carmen Corena.
¿Dónde estarán? ¿Acaso cantando boleros eternos, borrachos por amores sufridos e hijos olvidados?

ajenjoverde@hotmail.com

Visiones de un todo incluido en "Santo Domingo"


Por Ajenjo

Después de experimentar por ocho días lo que es vivir en “Natura Park”, un resort donde toda la alimentación y las bebidas están incluidas las 24 horas, tengo algunas visiones que me gustaría compartir respetuosamente. En mis sueños se me aparece una anciana que parece hombre, quien prepara cientos de tortillas de huevos durante la mañana. Junto a ella hay una gringa que debe pesar, a vuelo de pájaro, más de 150 kilos. Carga un plato con mucho pan, jamón, queso de diversos colores, salchichas, tocino, huevos duros, tacos mexicanos, tomate, cebolla, tostadas francesas, churros y plátano frito. Tiene el descaro de colocarle sacarina al tazón de café.
En la playa está lleno de cincuentonas europeas que deben haber tenido una bella juventud física. Ahora, en la paradisíaco lugar, se sacan sus partes de arriba del traje de baño y exhiben sin pudor sus senos, que parecen racimos de melones a punto de caer al piso. Las jovencitas hacen muy poco topless ya que los hombres, la mayoría bastante bebidos, las miran no con muy buena intención. Una de las visiones más impresionantes se produce a las seis de la tarde. En una gran piscina que tiene un bar en su interior hay un rincón donde salen burbujas. Ahí se juntan los curados más extremos, que en termos especiales beben todo tipo de tragos inimaginables. No se si será mi turbia imaginación, pero los veo que se miran libidinosamente. Hay mucha tensión sexual donde jóvenes abrazan y se ríen con viejujas ebrias, quienes a su vez miran a los negros que atienden como bistec humanos.
Yo también me veo en las visiones tomando un trago llamado “zombie” (que te dejaba tal cual su nombre). En un momento ingreso a una denominada “Fiesta del Coco”, donde bailo alrededor de la piscina y me regalan por mi esquizofrénica danza, un coco lleno de ron. A esa altura las visiones ya son muchas, de olores y colores diferentes, y sólo queda prepararse para
la ducha en la pieza y buscar el puesto donde se reparten hamburguesas, pizzas y hot dogs para seguir la fiesta.

ajenjoverde@hotmail.com

All Inclusive o el matrimonio más raro de mi vida


Por Ajenjo

Estoy en el matrimonio de la hermana del gimnasta Tomás González y puedo decir, sin titubeos, que es la boda más rara a la que he asistido en toda mi vida. Nos dijeron que una “machi de Limache” realizaría la sagrada unión, pero en vez de llegar una señora bajita y regordeta, llegó una rubia de ojos azules con pinta de neo hippie que dejó a todos locos. “Hermano viento, abuelo fuego, bendice a esta pareja”, decía en voz baja, mientras prendía fuego y salía un aromático humo.
Entre los asistentes había un tipo vestido de indio, con turbante y todo y cuando estábamos bastante ebrios, uno de los invitados temía que el excéntrico invitado explotara como un hombre bomba.
Ahora, aunque ustedes no lo crean, estoy escribiendo desde un carísimo cyber en República Dominicana, en esos hoteles gigantescos donde todo está incluido, celebrando mi luna de miel. Llegué el miércoles en la noche y tuve que viajar desde la capital Santo Domingo, hasta Punta Cana, en un distorsionado viaje en una van de tres horas y un poco más.
Dentro del auto iba una pareja de chilenos de la tercera edad que trabajaba vendiendo pescado y mariscos en una feria de Estación Central, en Santiago. Uno de sus hijos le había regalado el viaje. El chofer de la van, que era dominicano, se puso a despotricar contra los haitianos (con quienes comparten esta gigantesca isla caribeña), tratándolos de “demonios”, mientras el caballero le decía que “parecen monos”. Todo el racismo chileno en su máxima expresión.
Avergonzado de mis compatriotas llegué de noche a un resort ecológico. Al principio estaba tímido, pero poco a poco empecé a comer y beber como un cosaco. Anoche me acosté con dos cervezas en el cuerpo y tres piñas coladas de alto poder. Aquí no hay límites para nada y tengo miedo. En la mañana tomé desayuno y lo acompañé con un Bloody Mary (vodka, jugo de tomate, salsa de
tabasco y una rama de apio), comenzando una anestesia corporal y cerebral exquisita.
Puedo beber todo lo que quiera durante las 24 horas. Comer hamburguesas con papas fritas o “perros calientes” durante todo el día y tomar ron hasta caer tendido en la playa.
¿Sobreviviré?

ajenjoverde@hotmail.com