9.29.2006

La noche en que Dióscoro volvió a tomar


Por Ajenjo

Ya había relatado en esta humilde columna que el 18 de septiembre pasado me fui a meter a la fonda guachaca que el famoso Dióscoro Rojas había instalado en su restaurante en Valparaíso, y no lo encontré. Desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche, el conocido Guaripola estaba desaparecido y ni siquiera su compadre Porto sabía de su paradero.
Cansado de su ausencia me retiré y terminé en otros lados, zapateando y tomando. El 21 de septiembre recibí un llamado telefónico de Dióscoro pidiendo las disculpas correspondientes y me invitó a almorzar al restaurante el sábado, "y vaya con su novia y su amigo el oftalmólogo".
Fue así como me encontré sentado con un salpicón de carne como entrada, un bistoco a lo pobre de segundo y un duraznito en cubos con crema de postre. Me empipé varios vasos de cerveza negra y unas suaves piscolitas de bajativo, mientras escuchaba la historia del guachaca.
Todos saben que Dióscoro no toma hace muchos años. El doctor le sentenció lo que un día nos llegará a todos: "Un trago más y pa’l camposanto, hermano". Ha cumplido con estricta disciplina; sin embargo, este 17 de septiembre algo pasó.
"De repente vi un vaso de pipeño en la mesa y me lo mandé para adentro no más. Fue simple la cosa. Empecé a tomar de a poco y de repente me percaté que estaba medio curado", relata el guaripola.
"Los mozos del restaurante se dieron cuenta y cuando pedía otro vaso de pipeño me servían un poco solamente. Yo me enojaba, pero me daba cuenta que no querían que se me pasara la mano. Después me tiré unos wiskachos, pero aquí la situación se pone algo oscura y me acuerdo de las cuecas, la gente saludándome, el local lleno y de repente eran las diez de la mañana" .
Dióscoro se fue acostar. Durmió y durmió varias horas el 18 de septiembre, mientras el sol estaba colocado. Después, como un buen vampiro, salió de la tumba con sábanas y se fue al local donde le contaron el show.
Todos hemos jurado no tomar más en la vida. Todos hemos despertado dañados física y cerebralmente, sin embargo siempre hay recaídas en la vida.
Una anécdota más en el rostro del Dióscoro y en la vida de todos los guachacas de Chile.

ajenjoverde@hotmail.com

9.22.2006

16, 17, 18 y 19


Por Ajenjo

Mi semana dieciochera partió el sábado en el Jardín Botánico de Viña del Mar, donde junto a un grupo de nostálgicos realizamos un picnic a la antigua, con huevos duros, sanguchitos de jamón queso, jugos varios y mucho vino tinto. Estiramos un mantel largo en un gran césped y mientras los niños elevaban volantines, peleaban, corrían en sacos y jugaban a la pinta, nosotros reflexionábamos bajo el notable influjo de la naturaleza y el Pinot.
El domingo decidí hacer un asado particular para mi novia y mi hijo, donde comimos salchichas, choripanes y un rico bistoco. Había decidido sólo beber en la noche, ya que cada almuerzo regado me estaba dejando con un nocaut cerebral que me impedía razonar bien el resto del día y me esperaba un recital de Sol y Lluvia en El Huevo.
Llegué a las once de la noche a ese tremendo local porteño y como es la tradición, el grupo se asomó por el escenario como a las dos de la madrugada. El público estaba bastante excitado, más aún por las canciones que salían por los parlantes como aperitivo: "El pueblo unido", "La batea", entre otros temas setenteros bastante combativos y sin dobles lecturas. Me había tragado varias vasos de vodka con bebida energizante y después apliqué cervezas a granel, causando que me moviera como saltimbanqui en la pista. Llegué al Cinzano donde el piloto automático y la amabilidad del barman Rodolfo me mantuvieron algunos minutos hablando incoherencias con los cantantes y los mozos. Un Barros Luco calmó el hambre y nos fuimos para la casa.
El 18 apareció mi nueva suegra, quien venía desde Santiago a zapatear a suelo porteño. La recibí en mi casa, bastante dañado, con un pequeño asado. Mi amigo médico llegó al rescate tipín cuatro de la tarde y tuvimos un largo bajativo con whisky. A las 18.30 horas yo informé a la masa que teníamos que partir en forma inmediata a la ramada del Dióscoro Rojas ya que se llenaría. Este síndrome persecutorio de "quedar afuera del recinto", lo he padecido por años: saco entradas con meses de anticipación, llego tres horas adelantado a la gigantesca fila, sin embargo nunca hay nadie. En esta ocasión pasó lo mismo y el restaurante "El primer ascensor hacia la luna" se encontraba con un sola mesa ocupada y con la ausencia total del compadre Dióscoro. Seguimos bebiendo whisky y hasta bailé una pequeña pieza de música costumbrista.
Estábamos sentados en una larga mesa con muchos amigos y el local obviamente empezó a llenarse, pero a las tres horas después. Mi suegra me hablaba de matrimonio en forma de broma, mientras yo hablaba y hablaba parodiando al loro de siete lenguas de Jodorowsky.
Al final terminé bailando en el Cinzano y tomando un taxi rumbo a mi casa.
El 19 fue un día casi sacado de una película de Antonioni. Todo el mundo se movía lento y sólo unas copas de vino a la hora de almuerzo, en la casa de mi madre, me revolvieron la conciencia.
¡Y ahora viene Halloween!

ajenjoverde@hotmail.com

9.14.2006

Septiembre extremo


Por Ajenjo

Todavía no se inauguran las ramadas y me encuentro bastante destruido. Siempre culpo a este maldito mes que me agudiza mis nervios y me provoca una ansiedad que sólo puede ser calmada por el trago.
La semana pasada comenzó con mi participación en un campeonato de bowling de los periodistas en el mall Marina Arauco. Para afinar la puntería, junto a mi socio de equipo, entre bola y bola nos mandamos dos petacas de ron panameño marca El Abuelo. Terminamos en el Exodo bebiendo whisky 100 Pipers a mil pesos el vaso.
Al otro día me fui a la cata del restaurante Caruso, donde el vino chileno homenajeaba a la comida peruana. Llegué tarde, cuando repartían brochetas de corazón, y me mandé varias copas de vino y remates de limonchelo que me dejaron el ciberespacio del alcohol.
El viernes me fui a Santiago, donde mi joven novia me llevó a una reunión de sus compañeros de curso. Tenía diez años más que todo el lote que participaba en un karaoke en el living de una casa.
Para mí el karaoke es símbolo de un carrete decadente, donde cuatro japoneses ebrios cantan "Nueva York Nueva York". Después de beber, vino, whisky, ron y pisco (exactamente en ese orden), no había nadie que me quitara el micrófono. Me canté una de Calamaro y otra de Charly y terminé recitando arriba de la mesa de centro mi poema dedicado a las prostitutas de Valparaíso. Lo único desagradable de esa noche fue que un tipo me puso "el Julio César Rodríguez". ¿Parecido físico? ¿Mucho tollo? No se, personalmente encuentro a ese tipo asqueroso, por lo tanto la tallita me cayó como patá en la guata.
Al mediodía del sábado partí a conocer a mi suegro. Es un calmado arquitecto que se rajó con un almuerzo en El Parrón del Parque Arauco. Me engullí tres prietas con ensalada de apio palta y sorbí un vino reservado que pasaba como agüita de la llave. En un momento del almuerzo les relaté la realidad porteña vista desde las levas de perro y les pareció bastante interesante. ¿Habré estado bien?
El domingo desperté en la casa de mi novia y mi suegra ya estaba preparando el almuerzo. Una sopa de tomate, unos tallarines con camarones y dos botellas de vino me dejaron nuevamente colocado. Mi novia apareció con una botella de whisky JB de bajativo, y luego de chuparme un par de vaso me dije: "Esto se acabó, llevo días bajo la suave anestesia del alcohol y debo parar".
Salimos de la casa y nos fuimos directo a la exposición de Nicanor Parra debajo del palacio de La Moneda.
Conozco bastante la obra de este poeta e incluso mi hijo lleva por segundo nombre Nicanor, sin embargo nada nuevo brillaba bajo ese subsuelo capitalino, salvo ver ahorcado a Pinochet y Allende juntos.
En la micro devuelta a mi Valparaíso querido apoyé mi cabeza en el asiento mientras desde los parlantes salía una cueca...
¡A juntar fuerzas para lo que viene!

ajenjoverde@hotmail.com

9.11.2006

Se vende

Por Ajenjo

Esta semana recibí una de las noticias que ningún arrendatario quiere escuchar: "La casa se vende, por lo tanto la compras o te largas".
Lamentablemente vivo en el cerro Alegre, en Valparaíso, y he visto mutar el barrio y convertirse en la taquilla de los políticos y artistas santiaguinos, quienes llegan con sus millones de pesos para comprar una vivienda en el barrio de moda de Chile. ¡Qué asco!
En este país hay varios lugares para experimentar el llamado turismo místico. San Pedro de Atacama, Chiloé y Valparaíso (dejando obviamente afuera a la Isla de Pascua, ya que eso no es Chile). Siempre recuerdo el concepto de "turismo miseria", que el crítico literario Álvaro Bisama ocupa tan magistralmente para relatar cómo los gringos llegan hasta este Puerto a llenarse sus zapatillas con mierda de perro y comer porotos a 500 pesos el plato con una copita de pipeño.
¿Por qué no se quedarán en sus plásticas ciudades, comiendo sus platos chatarra y viendo sus programas de televisión basura? Porque la miseria, la fealdad, las levas de perros con arestín, la basura en las calles, los indigentes en el suelo rajas de borrachos son una postal que les atrae mórbidamente. Es como la atracción que provocan los cuerpos deformes, los accidentes automovilísticos o los rostros de los muertos.
Ahora esa moda, ese turismo, esa locura por Valparaíso (basta ver los anuncios de TV), me tiene programando la mudanza en los próximos meses. ¿A dónde me iré? ¿Cómo será mi nuevo hogar? ¿Podré tener un perro? ¿Tendrá parrilla para hacer asaditos con mis amigos?
Provengo de una familia gitana por esencia. Tengo 37 años y debo haber vivido en 13 lugares diferentes, entre casas y departamentos, países y ciudades distintos. Conozco a la perfección los grados de estrés en que se cae al cargar el camión e instalarse en una nueva residencia.
¿Qué hago con mi colección de revistas pornográficas? ¿Las botellas de absenta las boto? ¿Regalo los juguetes viejos? ¿Y las películas en VHS?
Creo que las mudanzas son en esencia momentos de reflexión y cambio. Es cerrar una historia y comenzar otra, con nuevos vecinos, nuevo almacenero y nueva botillería, que es uno de los locales comerciales donde más hay que tejer amistades.
Me da tristeza dejar a las actuales dueñas de la botillería de la plazuela San Luis. Son dos señoras muy amables. Una de ellas tiene una hija muy buenamoza y simpática, que a veces es la encargada de entregarme los Gato Negro Carmenere, las botellas de Ron Varadero o el tradicional pisco de 35 grados. Ellas conocieron a mi hijo recién nacido y lo tuvieron entre sus brazos, le regalaron paletas de chocolates y lo hacían reír. Después lo vieron irse y aparecer intermitentemente, sin embargo siempre le guardan un cariño especial.
Tendré que dejar muchas cosas. Hay que desarraigarse para evolucionar, dicen los entendidos.
Sinceramente yo estoy un poco cansado para estos trotes. Ojalá me vaya bien.

ajenjoverde@hotmail.com

9.01.2006

A de amigdalitis


"Nos dicen que recordemos la idea, no al hombre, porque los hombres fallan. Los pueden atrapar, los pueden matar y olvidar. Pero 400 años después una idea todavía puede cambiar el mundo. Yo he visto el poder de las ideas, he visto a gente matar en su nombre, morir defendiéndolas. Pero uno no puede besar una idea, no puede tocarla, ni abrazarla. Las ideas no sangran, no sienten dolor. No aman".
("V de venganza")


Por Ajenjo
Lamentablemente esta semana no pude participar de ninguna fiesta, cena regada o visita a mis bares tradicionales, ya que me atacó la enfermedad que durante mi niñez me dejaba postrado en cama con cuarenta de fiebre: la amigdalitis purulenta.
Las placas blancas detrás de mi garganta fueron claves para entender el proceso que estaba viviendo y por más que me tomé 30 sobres de Tapsin noche y día, nada detendía el malestar generalizado que se tomaba mi cuerpo.
Al final no me quedó otra que llamar a los médicos a domicilio, quienes me dieron la respectiva licencia médica y los antibióticos. En esta ocasión elegí los orales, ya que los inyectables necesitan como adicional a una enfermera o el antiguo "practicante" y uno ya no está para andar mostrándole las nalgas a desconocidos.
Mi padre, ya descansando en el cementerio, era el encargado de colocarme los famosos benzetaciles al final de la columna vertebral. Él gozaba cuando el médico me recetaba esos millones de penicilinas por vía intramuscular. Para mí era sentir vidrio molido que entraba al organismo, en un dolor rápido y necesario para evitar el aumento de la infección en la garganta.
Mi novia ofició de enfermera y en mis momentos febriles me pregunté: ¿por qué las enfermeras son un símbolo erótico si cuidan a los heridos y moribundos?
Al final mi enfermera fue al Blockbuster y llegó cargada de películas. La lista la integraban "Suegra de cuidado", "Desayuno en Plutón", "El exorcismo de Emily Rose", "Se arrienda", "Good bye Lenin", "Match Point" y "V de venganza".
La mayoría de las películas ya las había visto en el cine, pero me sirvieron para obtener una lectura más profunda.
De todas las que pude ver, mientras me tragaba mi remedio llamado inequívocamente "Infex", la que me dejó atontado fue "V de venganza".
La cita con que parte esta columna es la misma con que comienza la película. Su trama es aplicable a muchos países del mundo, pero especialmente a Chile.
Hoy comienza septiembre, donde hay tanto paño que cortar y llorar por los traumáticos procesos políticos vividos, y sin duda que "V de venganza" es una buena cinta para mirar. Ojalá ese enmascarado hubiera existido en la década del ochenta, sin embargo todo lo solucionó supuestamente un plebiscito.
Y a todo esto viene el 18 de septiembre con sus cuecas, chichas y empanadas... ¿Qué lindo, no?

ajenjoverde@hotmail.com