3.20.2008

Aburridos poetas


Por Ajenjo

Por estas cosas del destino y del azar terminé sentado en el bar "Pajarito", en la calle Salvador Donoso, al lado de un extraño cantante que le dicen "Chinoy" y que es catalogado como el nuevo Bob Dylan chileno. Su cara es bastante atípica y proyecta un aura de buen tipo.
En la mesa hay personas relacionadas con la poesía porteña, ya que es un día martes, donde se lleva a cabo un show denominado "micrófono abierto" y donde los escritores salen a recitar sus tristes y melancólicos versos.
¿Puede haber algo más aburrido que escuchar a un tipo de largo abrigo negro que recita "quiero morir, por favor mátenme si pueden"? Personalmente podría haber sacado una lanza o un machete y lanzarlo, sin pensarlo dos veces, hacia la cabeza del maldito vate; sin embargo, alguna vez recité en actos de este tipo y la vergüenza me impidió seguir pensando en el acto asesino.
Casi todo el público está bastante ebrio o camino a una fuerte borrachera. Muy pocos escuchan a los que recitan y en mi mesa se habla y se habla sobre los combos que le pegaron a un tal Mellado, que incriminó cobardemente a unos poetas en un robo de una mochila.
"Menos mal que ya no tiene tribuna", asegura uno de los organizadores de recitales poéticos; sin embargo, el tal Mellado apareció más violento y virulento con un mortal cuento denominado "Ratas", donde insulta y despotrica contra todos los literatos porteños. A esta altura a mí ya me da lo mismo toda esta pelea, porque cumplí con mi cuota de recitales, donde pinté el mono varias veces. Me sacaron a violentos empujones del Journal, me gritaron traidor los militantes socialistas y una vez un par de viejas locas me agarró a garabato limpio en la Feria del Libro de Viña del Mar.
En ese tiempo pensaba que la poesía era algo social, que tenía un mensaje que necesitaba, imperativamente, salir al exterior. Ahora creo que la poesía es algo personal, para leer en silencio en momentos en que uno no sabe si agarrar una pistola o la Biblia.
Cada uno con lo suyo y sin joder a los demás, es mi lema de vida. Yo ya no estoy para salir a recitar "la vida se me escapa por que tú no estás". Estoy chato de tanta cursilería aburrida y sinceramente prefiero tomar antes que leer o escuchar poesía.



3.18.2008

Comiendo conejo


Por Ajenjo

Mi novia me lleva de la mano a cenar en un restaurante del barrio Yungay, en Santiago, conocido como “La peluquería francesa”. El asunto es bastante cuico y me recuerda el “J. Cruz”, ya que además de servir comida y vino, está lleno de antigüedades que se venden a los clientes.
Miro la carta y me la juego por un conejo a la mostaza. Me llega un plato que parece un gran pedazo de pollo, pero con un mínimo de carne. Lucho contra el plato tratando de sacar algo y la carne es bastante sabrosa, pero algo dura.
Al ver al conejo en el plato recordé un episodio universitario en Colliguay, cuando con un grupo de compañeros, más un arquitecto colado, decidimos acampar a la orilla del río y vivir como hippies un par de días.
Mientras abríamos unas latas de atún para instalarlas en las hallullas llegaron unos cazadores que cargaban dos conejos. Se los cambiamos por 300 pesos, unos cigarrillos y una caja de vino a medio tomar. Los hombres se apiadaron de nosotros y les sacaron la piel a los conejos, les cortaron las patas (yo me llevé una de recuerdo) y nos dejaron los cuerpos para que los cocináramos.
Ninguno de nosotros sabía que hacer con esas especies de gatos descuerados que colgaban desde un árbol y que atraían a las moscas y las molestas avispas chaquetas amarillas.
En un arranque de vocación de chef decido cocinar los conejos “al palo”. Encendimos una fogata y crucificamos a los animales. El asunto empezó a transformarse en algo bastante raro. Cualquier vecino que transitó por ahí se debe haber pasado la película de un grupo satánico o de brujería negra.
La carne apenas se asaba y el hambre nos motivaba para acercar los cuerpos al fuego. Al final tratamos de comernos los conejos en la más “cromañón” y decidimos abrir una botellita de pisco para olvidar el episodio y los sonidos estomacales.
Ahora sentado en la cuica “Peluquería francesa” pienso que el conejo no es una buena carta a la hora de cenar. Me dicen que su carne es dura y de muy fuerte olor y que hay que dejarla reposando en sal y vinagre por horas.
¡¿Por qué no habré pedido una merluza frita con ensalada chilena?!

ajenjoverde@hotmail.com

3.07.2008

La placa de dientes


Por Ajenjo

He visto cosas muy raras en Valparaíso, como un hombre lavándose los sobacos en un bebedero público inaugurado hace poco o una chica punk inyectándole antibióticos a perros callejeros que ya no tienen pelo, pero lo que vi esta semana supera todo lo anterior.
Pasé a beber unas cervecitas al Moneda de Oro para tratar de aplacar el calor producido por los incendios forestales y me encontré con una mesa compuesta por cuatro ancianos, que no eran veteranos típicos del local. Estaban bastante borrachos y tomaban vino con fruta.
El garzón Alonso le trajo un Barros Luco a uno de los vejetes y el tipo, obviando cualquier regla de decoro y buenas costumbres, se sacó su placa delantera de dientes, la depositó caballerosamente en el vaso con fruta y se dispuso a comer el sanbiruche.
El acto llegó a su plenitud cuando otro de los veteranos le sirvió vino en el vaso y la placa se confundía con los trozos de durazno. La visión que nosotros teníamos desde la mesa era bastante repugnante y me acordé de otra historia relacionada con placas dentales.


Una numerosa familia estaba en Laguna Verde carreteando un domingo cualquiera. El trago del día era el tradicional vino blanco de caja con melón. Como a las cuatro de la tarde a la abuelita se le perdió su placa de dientes y la buscaron por todos lados, sin embargo, el aparato bucal había desaparecido mágicamente.
Ya cuando el sol se estaba poniendo, los jóvenes que bebían el vino con melón decidieron comerse la fruta. Con un cuchillo cortaron en dos el meloncito se encontraron con la placa de la abuelita enterrada muy firme en la carne del sabroso postre.
¿Será verdad esta historia o será un mito urbano más de Valparaíso? Después de ver al anciano tomando de un vaso con una placa de dientes en su interior, pensé que la historia del melón con vino puede ser cierta.
En Valparaíso puede pasar cualquier cosa y eso la convierte en una urbe mágica, extraña y llena de diarias sorpresas que pueden ser repugnantes o maravillosas.


ajenjoverde@hotmail.com

3.03.2008

Devorador de quiltros

Por Ajenjo

Son como las doce de la noche y salgo bastante mareado de la película Cloverfield, donde monstruos gigantescos destruyen Nueva York, al igual como Osama y sus aviones lo hicieron en septiembre del 2001.
La película está filmada con cámara en mano y todo se mueve tan rápidamente que los ojos y la mente se vuelven locos y a mi me dio sed, mucha sed.
Para tratar de calmar esa ansiedad etílica llegué nuevamente al bar Verde Absenta de Salvador Donoso, donde en un ataque de "new rich" me pedi el trago más caro. Un ajenjo de color rojo, de 5.500 pesos, que no tiene gusto a anís y que, según la carta, es el más parecido a la alucinante receta original. El trago es exquisito y lo que provoca en el cerebro es bastante adormecedor.
A todo el mundo le ando recomendando ir al Verde Absenta y muchos de mis amigos llegan reclamando por el fuerte gusto a anís de este mítico trago. Hay que tomar el de color rojito y veran que la cosa cambia bastante.
Con las imágenes de Cloverfield y el absenta colorado comencé a despedir este verano 2008. Me fui a las mesas que mi querido bar Moneda de Oro instala en la calle durante el día, para aprovechar el solcito estival. Me estaba bajando una helada cervecita cuando observé como llegó un grupo de personas vestidas como enferemeros y con un lazo comenzaron a atrapar a los perros callejeros de Valparaíso.
Los tipos eran bien valientes y los perseguían por la plaza Cívica, metiéndolos en una caja que decía: "esterilización".
Una señora comenzó a insultarlos y profería fuertes groserías contra "la nueva perrera". Yo, insuflado por el espíritu cervezero, arremetí contra la mujer y le dije que parara tanta ignorancia ya que Valparaíso era una ciudad que sufría de una plaga canina y esa gente sólo estaba ayudando a tener una urbe más civilizada.
La viejita la agarró conmigo. Me lanzó un rosario de garabatos que logró que, en cuestión de microsegundos, me bajara el vaso, dejará la plata en la mesa y saliera corriendo.
Sano y salvo me puse a pensar que podría llegar un gran Monstruo, tipo Cloverfield, y comerse a todos los perros callejeros de la ciudad. Me imaginé la escena en Pedro Montt, mientras el Godzila porteño masticaba un quiltro. Demasiada absenta roja.