2.16.2006

Fantasmas en la India


Un pisco sour exquisito baja por mi gaznate en la barra del recién inaugurado resto-lounge “ganesha”, en la ultra taquilla subida Almirante Montt, en el cerro Alegre.
El restaurante, de muy bello diseño, está adornado con motivos de la India y la comida que se sirve está basada en los platos que se consumen en ese exótico país.
La dueña, una porteña con alma de viajera, se fue a la India y se enamoró de un hindú. Frente a la barra tiene una fotografía con su atuendo de novia, donde resaltan sus bellas manos adornadas con pintura henna.
¿Quien te hizo esos dibujos?, le pregunté curioso, mientras ella se preocupaba nerviosamente de coordinar la atención de mesas.
“Se contrata a una persona”, me dice, y le da severas instrucciones a los mozos sobre los platos y los exquisitos vinos que se sirven.
Me siento en una mesa, solitario, y me pido un plato de trozos pequeños de reineta cubiertos con coco rayado y un rico arroz. El pedido se demora, pero como el asunto está en marcha blanca todo se perdona. Para amenizar el mastique me mandé un vino carmenere “traditional” , de una viña que mi castigada memoria no puede recordar.
En eso estaba cuando a mi mesa llegó un fantasma. Se sentó para acompañarme e impedir que cenara solo, como comen los hombres duros, sin pasado, sin presente y con un incierto futuro.
El fantasma era bueno y suave y me hablaba cosas como “eres un tipo con muchos temas para conversar ya que has viajado por el mundo y eres culto y muy inteligente”.
“Gracias”, le respondía, mientras esperaba más halagos y palabras bonitas. En un momento de la conversación me doy cuenta que la botella del buen tintolio se había acabado y que frente a mi mesa un espejo proyectaba mi cara.
Había estado hablando con un fantasma que era mi reflejo y que sólo se dedicaba a piropear a su otro reflejo.

“¿Estaré pelando cables pesado?”, se me pasó fugazmente por la cabeza, mientras exigía una menta frappé para aliviniar mis pensamientos y descansar de la rica comida.
Llegue a mi casa y me miré en el espejo del baño. Ahí estaba de nuevo el reflejo que seguía hablándome: “ya no es tiempo de venganzas, ahora tenemos que concentrarnos en nosotros”, me repetía incensantemente.
Me asusté y me tiré a la cama, donde me quede dormido con toda la ropa puesta.
En la mañana me despertó mi novia desde Barcelona, quien acarició mis neuronas con su telefónica voz de amor. Después me llamó Dióscoro Rojas, el “guaripola de los guachacas”, quien me invitaba a una comida “sólo para periodistas amigos, tu sabes, los que se la pueden”.
No se si mandaré a mi reflejo o ire yo. Vaya quien vaya, lo más probable es que salga bastante filtrado.

ajenjoverde@hotmail.com

2.10.2006

Venganza

"En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre".
Friedrich Nietzsche

Por Ajenjo
Tengo un amigo a quien llamo "el pensionista", ya que de cuando en cuando se deja caer con su mochila y se instala en la pieza donde antiguamente dormía mi hijo. Es un personaje tranquilo y muy educado y en muchas ocasiones ni siquiera noto su presencia en la casa.

El sábado pasado desperté al mediodía y junto al "pensionista" me fui a tomar una cerveza mañanera de desayuno al "Vinilo".
"Te invito a un mariscal", dijo mi brother, y partimos al mercado Puerto a buscar los ricos platos de Doña Rosita. Ahí nos manduqueamos una paila de lujo, sin ningún marisco de tarro en su interior, y un pescado frito con fresca ensalada.
"El pensionista" tomó bebida y yo "un tecito" en botella de bebida. El que sabe, sabe.
Después nos separamos y me largué al mall de Viña para saciar mi curiosidad cinéfila con "Old Boy". Ahí mis neuronas se infartaron con varias escenas, especialmente la del pulpo.
La venganza es la esencia de la cinta y demuestra que la obsesión por castigar al que provocó dolor, puede ser una de las más extremas terapias.
Frases parecidas a "una piedra y una roca igual se hundirán en el agua" o "soy menos que una bestia, pero ¿por qué no tendré derecho a vivir?", dejan marcando ocupado al espectador consciente.
Con la mente dañada por el puñete visual llegué hasta el Caruso, donde la dueña me dejó tomar unas piscolitas en la barra antes de cerrar. Después seguí al Cinzano y me encontré con Papito, quien me relató su distorsionado matrimonio en la Ex Cárcel con su simpática esposa Natacha.
De regalo de bodas les invité un botellón del bueno y una chorrillana y la noche seguía su ritmo musical y distorsionado.

A la mesa que habíamos armado unas cuatro personas se sumó un faunesco lote. Viejos, autoridades del Gobierno Regional, poetas y uno que otro loco, se sentaron en las sillas y bebieron de las botellas de tinto que tuve que pagar por un arranque de desprendimiento económico que me tendrá por unas semanas tomando tecito puro.
Durante la noche seguí pensando en la película "Old Boy" y en la venganza. Fui al baño de la tanguería y me encontré con mi reflejo en el espejo. Mis labios estaban negros, al igual que mis dientes y mi lengua.
El vino había actuado como un tatuador temporal en mi rostro y el agua logró desteñir las marcas exteriores, pero no las interiores.
Alguien dijo: "¡Vamos al Máscara!", pero todo estaba cerrado y sólo quedaba irse a la cama a soñar con utópicas venganzas y con un desierto gigante que pronto saldré a conquistar.

ajenjoverde@hotmail.com

2.04.2006

Brujeria


"Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo"
(Proverbio árabe)


Por Ajenjo
“¡Vamos que se puede!”, me grita por el teléfono mi novia desde Barcelona, tratando de reflejar el sacrificio que significa mantener la relación a una distancia kilométrica.
“Vamos que se puede”, le respondo, mientras me subo a una micro llena de trasher con destino al recital de música rock más extremo del que he participado en mi vida: Brujería.
Viajo junto a mi carnal de recitales, con quien hemos observado juntos a grupos tan variados como Los Jaivas, Sex Pistols y Cannibal Corps.
La micro estaba organizada por una tienda de música rock y con mi amigo andábamos bastante perdidos frente al terminal de buses de Viña del Mar. Cuando la encontramos ya tenía el motor prendido y tuvieron que sacar a dos cabros chicos que no habían cancelado con anterioridad las cinco lucas del pasaje. Nos sentamos en el último lugar e hicimos amistad con unos adolescentes con espinillas que tomaban cervezas y ron como agüita de la llave.


Yo llevaba mi botella de Sauvignon Blanc reserva Tarapacá de tres lucas en una bolsa llena de hielo y el correspondiente vasito plástico.
En la mitad del camino comenzaron a sonar Los Jaivas por los parlantes del bus, que era un Barón-Puerto, terrible de ordinario. Todos los trashers movían sus chascas al ritmo del Gato Alquinta.
La micro se detuvo dos veces para dejar que todos los rockeros orinaran litros de cerveza en la berma de la ruta 68, mientras uno de los adolescentes ya había empezado a invocar al infaltable compañero de cimarras: Guajardo.
Bastante dañados nos bajamos en el Parque O´Higgins y antes de entrar a La Cúpula, epicentro del recital, acompañé a mi carnal a comprar discos de música medieval al Paseo Ahumada.
A las siete de la tarde ya estábamos haciendo la fila para entrar y la revisión, en busca de objetos contundentes y drogas, fue una de las más específicas de mi vida.
Adentro reservamos unas buenas butacas y partió el show. Primero salió un grupo chileno ultra distorsionado. Llevaban trajes de obispo y máscaras sadomasoquistas y el vocalista cantaba en castellano unos temas bien potentes y modernos.

Después aparecieron unos locos con pinta de gringos (dos metros, pelo largo y rubio), que no aportaron nada nuevo a esta música gutural, primitiva y política.
Al final el plato fuerte de la noche. Los mexicanos Brujería aparecieron en gloria y majestad, sonando espectacular. Su vocalista, Juan Brujo, llevaba un machete al cinto que utilizó al final cuando cerraron con la magistral “Matando güeros”.
Para mí era un sueño que se convertía en recital. Ver en vivo a Fantasma cantando y a Pinche Peach con su cara deformada son cosas casi indescriptibles. Sólo los que estuvimos ahí somos capaces de comprender tanta inmensidad.
Ahora puedo morir en paz.

ajenjoverde@hotmail.com