11.24.2006

Pan tostado con mantequilla

Por Ajenjo

Estoy sentado en el Play Back Estudio del Parque Arauco de Santiago. Es una mezcla entre un estudio de grabación, restaurante y bar. Puedes grabar tu disco, comerte unos sandwich y tomarte los copetes.
Esas son las raras mezclas que hacen los santiaguinos (¿o chantaguinos?) en sus hermosos mall, que copiamos en forma desesperada en la sana y verde provincia.
Estoy en la capital porque estoy expiando mis culpas amorosas. Aprovecho un gigantesco y moderno cine (¡que tienes salas con sillones de cuero reclinables y bar!) para ver "Los infiltrados", de Martin Scorsese.
Obviamente no les voy a contar la película, sin embargo la imagen de Jack Nicholson con una pecera llena de cocaína de alta pureza lanzándola a una cama para agasajar a una modelo negra es algo que queda tatuado en las neuronas.
Terminé tomando cerveza y Kir Royal, el trago preferido de mi bella novia, en el bar-estudio, mientras relacionaba en mi mente el nombre de este famoso centro comercial: Parque Arauco.
¿A quién fue el que le cortaron las manos? ¿A Lautaro o Colo-Colo? ¿Y a quién sentaron en la pica? Le pregunto a mi acompañante, mientras asumo que a los indios los españoles los hicieron polvo, pero nosotros en homenaje levantamos un gigantesco templo del consumo y lo bautizamos con el nombre de las víctimas. Bonito detalle de estos chantaguinos.
La reflexión indígena me siguió dando vueltas y nuevamente me encontré con el tema por el partido de Colo-Colo. Junto a Dióscoro Rojas, guaripola de los guachacas, y otros amigos, vimos el encuentro en el Moneda de Oro. A la octava botella de cola de mono el mozo advirtió: "Se acabo chiquillos, así que hasta aquí no más llegaron". Justo el partido había terminado y los colocolinos saltaban de alegría por el triunfo.
Dióscoro quería comer pan tostado con mantequilla . Entramos a más de cinco fuentes de soda y en todas nos dijeron que vendían sandwich de todo tipo, "pero de ese estilo no tenemos". ¡Cómo puede ser posible!
En el bar Mi Casa nos atendió una hermosa señorita que gentilmente accedió a tostar el pancito, "pero le vamos a poner manteca no más, ya que aquí no se trabaja con mantequilla". Dióscoro aceptó la oferta, sin embargo en la cocina se apiadaron del gran guaripola y le pusieron paltita molida y su correspondiente taza de te.
Yo me empipé una cerveza de tres cuartos y transmitiendo en frecuencias extrañas terminamos la noche hablando, como siempre, de política y de la ajetreada contigencia nacional.
Me fui a la casa caminando, mientras mascullaba para mi interior un grito desesperado: ¡Cómo es posible que no vendan pan tostado con mantequilla en las fuentes de soda de Valparaíso!

ajenjoverde@hotmail.com

11.20.2006

Gracias Carpintero!


"Estoy cansado de buscar,
algún lugar encontraré,
estoy malherido,
estuve sin saber que hacer, en algún lugar... te espero".

Algún lugar encontraré, Andrés Calamaro.


El vocalista de "La Radio Carpintero" se lanza al suelo y empieza a temblar como si tuviera un ataque epiléptico. Es el único imitador de Sandro que he visto en vivo y directo y es excelente.
Estoy en La Tertulia, en Valparaíso, tratando de pasar las penas amorosas con este show que me levantó un poco el ánimo. "Tira para arriba", me decían las Chicas Superpoderosas, que me ponían ron tras ron para que volviera a convertirme en el de siempre.
La banda "La Radio Carpintero" tenía la media explosión en el escenario. Tocaban temas de Zalo Reyes y cumbias famosas, y todo salían a contornearse.
Bastante dañado me voy al Cinzano, donde me encuentro con el humorista Palta Meléndez. Son las cuatro de la mañana y el cómico está en el mismo estado en el cual me encuentro yo.
Me voy para la casa arrastrando la pena y entonando canciones de Calamaro. En la mañana decido pedir perdón y viajar a Santiago en busca del beso que ya no tenía.
Antes de tomar la micro pase a comprar un perfume para que fuera mi escudo de entrada a la hora de la conversación que no quería escuchar. El regalo tenía la forma de una manzana roja que al abrirse entregaba su rico aroma.
Mi bella novia me recogió en el metro Manuel Montt y me dijo: "ahora tenemos que hablar". Saqué el envase plateado con una cinta blanca y la miré a los ojos con cara de perro degollado.
Ella entendió a la perfección y me dejó besarle su cuello y una breve comisura de sus labios. ¡Estaba perdonado y más enamorado que nunca!
Nos vinimos a nuestro Valparaíso querido y pensé: "Para rematar esta reconciliación sólo falta una rica cena con vinito tinto".
Nos fuimos a buscar sushi al nuevo restaurant de la calle Esmeralda, que está de moda. Mi novia, adicta a esa comida japonesa, pidió varias manjares que fueron devorados con ansiedad, mientras un rico tintolio nos amasaba las neuronas.
Después a la casa a terminar la reconciliación definitiva. Al otro día un desayuno con palta y huevos revueltos me dejaba como un rey, sin embargo las heridas cierran lentamente y hay que usar un buen cicatrizante.
Creo que el mejor Hipoglos para el amor es la comida, la bebida y los regalos, además de un buen show de un imitador de Sandro.
Agradezco públicamente a la orquesta "La Radio Carpintero", quienes al ritmo del cantante argentino y de Zalo Reyes, me dieron la fuerza de asumir las culpas y de rescatar lo prioritario y esencial que tengo en mi vida.
Muchas gracias.

ajenjoverde@hotmail.com

11.10.2006

El cumpleaños de la Ronca


Por Ajenjo

Una amiga que vive en un edificio en el corazón del cerro Alegre me invitó a su cumpleaños el lunes recién pasado.
A ella la bauticé cariñosamente como La Ronca, ya que su cajetilla diaria de cigarrillos, que consume compulsivamente, la han convertido en una fémina con un erótico timbre de voz.
Le compré el libro de Dougland Coupland, "Todas las familias son sicóticas". Este escritor canadiense se hizo famoso por redactar "Generación X", un libro de culto que me emocionó en los comienzos de la década del ‘90.
Llegué cerca de las nueve y media a su departamento y la mesa ya estaba llena de simpáticos y conversadores locos.
Destacaba un arquitecto que aprovisionado de cuatro botellas de champaña, las iba destapando lentamente, generando un griterío y huidas del público femenino.
Desde su balcón se observa la bahía de Valparaíso en todo su esplendor. Alguien gritó: ¡está saliendo la luna! Un inmenso huevo amarillento empezaba a asomarse entre las dunas de Concón. Fue un verdadero e impactante amanecer lunar y muchos bromearon que habíamos contratado un show de efectos especiales para la cumpleañera.
Entre los invitados estaba una simpática y bella argentina, de Rosario, quien me contaba que en su ciudad habían nacido maravillosos locos, como el Che Guevara, Fito Paez y Fontanarrosa. Una buena tripleta.
Yo me bajaba las copas de champaña rápidamente, mientras conversaba animadamente bajo el influjo del vino espumante.
En realidad todos los invitados conversaban y el departamento, al parecer, se empezó a convertir en un parlante gigante que causaba molestias al vecindario.
La primera alerta fue una llamada telefónica de la portería del edificio, que advertía que algunos vecinos estaban molestos por la bulla. Nadie pescó y siguió la conversa.
Los temas eran variados y La Ronca, ya bastante dañada, se puso a recitar unos textos de un poeta uruguayo. Sus estrofas fueron interrumpidas por el timbre. Era el cuidador, quien ahora de cuerpo presente, trataba de explicar que si no bajábamos el volumen corporal, la situación se tornaría más compleja.
Todos acordaron hablar más bajito, sin embargo a los pocos segundos las reflexiones sicopoliticas aumentaron de nivel.
En eso llegó la torta y el cumpleaños feliz cantado hasta en mapudungún. Ahí el griterío aumento. Se destapó la última botella de champaña . La fiesta estaba rebuena, hasta que sonó el timbre fuerte y claro.
Yo me asomé por el ojo de pescado de la puerta y grite: ¡hay un carabinero! A la Ronca le fueron a lavar la cara, mientras otros preguntaban graciosamente: ¿quién es?
Al final la sentencia fue clara y definitiva: "si no se callan, a la segunda les sacó el parte". El policía se fue y la conversa siguió en penumbras, pero yo pronosticaba que quedarse era un error.
Solitariamente tomé mi chaqueta y me fui . Ya en la calle miré la luna y le agradecí vivir en una casa donde puedo hacer hasta un combate de titanes del ring y a nadie le molesta.
Cosas de la arquitectura.

ajenjoverde@hotmail.com

11.03.2006

Cumming in the night


Por Ajenjo

¿Quién se acuerda cuando en la pérgola de flores de la subida Cumming vendían la mejor malta con huevo de la ciudad?
Ahora ya no funciona, sin embargo, ese sabor espumoso de un buen vaso mañanero era una experiencia guaripolo.
Los gringos toman Bloody Mary (jugo de tomate y vodka) para pasar las cañas. Aquí lo mejor es una rica maltita con huevo y un aliado jamón queso para no despedazarse el estómago.
Ahora la subida Cumming está toda taquilla. En el cajón de recuerdos universitarios tengo la imagen del calvo dueño de la botillería Las Rejas, quien antes de las restricciones horarias vendía copete hasta las seis de la mañana, ¿o las ocho? Varias historias corrían detrás de esta botillería, que hasta la actualidad sólo atiende tras las rejas. No hay mesón, ni la posibilidad de verle las etiquetas a los vinos. La reja siempre abajo , al parecer, le han salvado la vida en varias ocasiones a su propietario.
La subida Cumming comienza con el hermano del Moneda de Oro. Se llama Grill Moneda y con su pantalla gigante es el favorito de los amantes del fútbol, especialmente los domingos, ya que abre todos los días del año.
Después viene El Dominó y su eterno aroma a papa frita. Más arriba asoma el taquilla Mi Casa, que hasta un par de años era un reducto de viejos vinagreros y perdedores poetas. Ahora siempre está lleno y son famosas sus empanadas y un negro que con su trompeta llena de música el cervecero ambiente.
Este fin de semana conocí un nuevo restaurante peruano instalado en Cumming. Se llama Carpe Diem y al parecer está involucrado el antiguo chef del Journal. Ofrecían por tres mil 500 pesos, a la hora de almuerzo, un pisco sour, unas papas a la huaicaína, un ají de gallina y un postre. Me tomé mi pisco y el de mi novia, que estaba reguleque, además de una botella de vino marca Veo y que tenía su etiqueta en inglés.
La comida es rica y la música peruana resuena todo el tiempo, especialmente una canción que a cada rato decía "cachís, cachís". Mi hijo, que se aburre en los restaurantes, comenzó su estadística de los chicles debajo de las mesas, lo que obviamente significaba que había que marchar.
También está el viejo Canario, ese minúsculo bar que cuando está lleno cierra la puerta y la gente grita por los barrotes de la ventana que le abran la puerta.
Está el Troley, uno de los pocos bares temáticos de Valparaíso, y uno cuyo nombre no puedo recordar, pero que tiene el símbolo de Los Jaivas pintado en su escenario. Ahí se reúnen jóvenes de izquierda que cantan a todo pulmón los viejos temas revolucionarios.
De todas maneras, aunque muchos digan que es cuico, mi preferido es el Caruso. Una de sus dueña es la Javi Luco, conocida por algunos pocos como la Nicole Kidman de Valparaíso, quien siempre está atenta a todo lo que sucede. De ese local he salido con mi panza llena de ceviches y he sido atendido con una amabilidad y generosidad .
Cumming in the night: un clásico de la actual bohemia carretera de Valparaíso.

ajenjoverde@hotmail.com

10.25.2006

Casi un sueño



Voy caminando junto a mi novia por la larga playa Las Machas de Maitencillo. El sol está a punto de esconderse para mostrar el mítico rayo verde, que permite obtener algunos deseos a los bienaventurados que logren alcanzarlo con sus ojos.
A lo lejos observo unas pequeñas luces en la arena. Decidimos, como buenos animales curiosos, acercarnos para saber qué ocurría. Las luces eran pequeñas antorchas y una suave música empezó a invadir el espacio.
"¿Será una misa en la playa?", me preguntaba mi chica. Muevo la cabeza bajo el signo de la incertidumbre y camino como si estuviera hipnotizado.
Al llegar al grupo no lo podía creer. Una pequeña orquesta de música clásica, integrada por niños, tocaba "El cigarrito" del gran Víctor Jara. Había violines, contrabajos, un órgano, trompetas y todo lo necesario para ejecutar bellos sonidos. Unas 30 personas miraban el concierto, mientras el sol ya dejaba de existir.
Me senté en la arena, frente a la directora, que era una hermosa rubia que dirigía con pasión a sus infantes músicos.
"Ahora tocaremos del famoso grupo Los Jaivas el tema 'Sube a nacer conmigo hermano'". Ahí tomé con fuerzas la mano de mi novia, cerré los ojos y me invadió una de esas emociones poderosas donde la tristeza y la alegría se amalgaman en algo caótico e incontrolado. Quería llorar y apenas tragaba saliva.
"Esto está muy bonito", me decía mi novia. No podía contestarle ya que las lágrimas, apretadas como el champaña a punto de ser descorchado, podían salir disparadas si abría mi boca. ¿Por qué no podremos llorar libremente? ¿Por qué le tendremos vergüenza al agua salada que vive en los ojos?
El concierto terminó con "Nueva York", de Frank Sinatra, y con todos los músicos, incluída la directora, bailando y riéndose en la arena. Contaron que eran un grupo de Quillota, que había partido como un juego, pero que gracias a la pasión y el esfuerzo de sus integrantes, se habían convertido en niños profesionales de la música.
Al otro día llevé mi brother médico y a su novia a observar el concierto. Aproveché a meter una botella de ron añejo en un bolso y una coca cola, para poder realizar esa dulce mezcla. La sorpresa y la emoción no fue la misma, sin embargo todavía quedaban rastros del poder de la música.
Decidimos celebrar el hallazgo en el restaurante La Canasta, ubicado en la calle principal de Maitencillo. El lugar era, por decir lo menos, encantador. Había cascadas de agua y un ambiente cuicón hippie muy relajador.
Pedí una michelada, que era un vaso largo con un pichintún de tequila, cerveza y jugo de limón y comimos una tortilla y una pequeña pizza, ya que la cuestión no era muy barata.
Después dormí durante varias horas bajo el implacable recuerdo de lo escuchado. No había visto el rayo verde, pero me había encontrado con un sueño real y eso ya es mucho pedir.

ajenjoverde@hotmail.com

10.16.2006

Un loro en Los Andes


Estoy escribiendo este texto desde un cibercafé en Mendoza. Hace diez años que trabajo en el diario y por primera vez me mandaron a una visita al extranjero. La idea me emocionaba, más aún porque teníamos que cruzar la mítica Cordillera de los Andes en un minibus, junto a un grupo de colegas que también viajaban a esta fome ciudad trasandina.
El mini bus había que abordarlo afuera de la Intendencia Regional. El periodista a cargo pensó que era mejor que almorzáramos en el Moneda de Oro, ya que así tendríamos menos paradas en el camino. El grupo estaba conformado por los periodistas de TVN y de UCV y sus respectivos camarógrafos, el reportero del Mercurio, el periodista institucional y quien escribe, además del simpático, amable y paciente chofer. Para asombro de mis colegas, me almorcé una botella de colemono y una empanada camarón queso, lo que me dejó bastante chispeado. Ellos bebieron cervezas y me interrogaron sobre mi adictivo gusto al lechoso licor.
Ya arriba del minibus comenzaron las conversaciones que se tienen entre puros hombres: mujeres, alcohol, mujeres, algo de política, mujeres, pelambre de autoridades varias, mujeres, gastronomía y vinos, mujeres y mujeres.
El calor que empezaba a dañarnos antes de llegar a Los Andes logró que convenciéramos al periodista institucional de realizar una parada. Creo que la localidad era Panquehue y el restaurante era un humilde recinto especializado en el jabalí. ¿Se imaginan un restaurante con mantel de plástico y una garzona gordita y crespita, que ofrece un filete de jabalí con puré picante? Bueno, así están las cosas en esta rara y hermosa franja de tierra llamada Chile.
El sediento grupo sólo quería beber y, pronosticando que ya no pararíamos más, me lancé una piscolita para amenizar la tarde y la conversación entre mis compañeros. Ahí tome la guaripola de la charla. Hablé, hablé y hablé hasta que alguien dijo: "¿Por qué no te quedas callado un ratito, ya que no tienes hinchadas las neuronas?". Tenían razón, ya que había contado chistes, hablado sobre las intimidades más profundas de mi vida, además de disertar sobre sociología, religión y misticismo extremo.
Comenzó la distorsionada subida Caracoles. Apareció la nieve y los túneles, el Hotel Portillo y el fin de Chile. Yo trataba de dormir, pero mi lengua inquieta y alcohólica seguía con ganas de tener una oreja amiga.
A la medianoche recién habíamos llegado a Uspallata, un pueblo donde me comí el primer bife de lomo. Tomamos unas cervezas y seguimos hasta llegar a Mendoza, donde al final quedé durmiendo en una cama de media plaza y un calor insoportable y pegajoso.
A la espera de los actos oficiales fui a unas librerías. Compré "El libro de Caín", de Alexander Trocchi, y otros filetes. Seguí tomando cervecita Quilmes sentado en una de las veredas de la ciudad, mientras el periodista institucional me decía que diéramos una vuelta por el casino antes de ir a conocer unas viñas.
¡Harto fomeca Mendoza! Ahora entiendo por qué durante decenas de veranos los argentinos llegaban hasta nuestras playas a quitarnos nuestras pololas. Las chilenas serán más feítas, pero están insertas en un pueblo mucho más entretenido y bello geográficamente.
¡Viva Valparaíso, mierda!

ajenjoverde@hotmail.com

9.29.2006

La noche en que Dióscoro volvió a tomar


Por Ajenjo

Ya había relatado en esta humilde columna que el 18 de septiembre pasado me fui a meter a la fonda guachaca que el famoso Dióscoro Rojas había instalado en su restaurante en Valparaíso, y no lo encontré. Desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche, el conocido Guaripola estaba desaparecido y ni siquiera su compadre Porto sabía de su paradero.
Cansado de su ausencia me retiré y terminé en otros lados, zapateando y tomando. El 21 de septiembre recibí un llamado telefónico de Dióscoro pidiendo las disculpas correspondientes y me invitó a almorzar al restaurante el sábado, "y vaya con su novia y su amigo el oftalmólogo".
Fue así como me encontré sentado con un salpicón de carne como entrada, un bistoco a lo pobre de segundo y un duraznito en cubos con crema de postre. Me empipé varios vasos de cerveza negra y unas suaves piscolitas de bajativo, mientras escuchaba la historia del guachaca.
Todos saben que Dióscoro no toma hace muchos años. El doctor le sentenció lo que un día nos llegará a todos: "Un trago más y pa’l camposanto, hermano". Ha cumplido con estricta disciplina; sin embargo, este 17 de septiembre algo pasó.
"De repente vi un vaso de pipeño en la mesa y me lo mandé para adentro no más. Fue simple la cosa. Empecé a tomar de a poco y de repente me percaté que estaba medio curado", relata el guaripola.
"Los mozos del restaurante se dieron cuenta y cuando pedía otro vaso de pipeño me servían un poco solamente. Yo me enojaba, pero me daba cuenta que no querían que se me pasara la mano. Después me tiré unos wiskachos, pero aquí la situación se pone algo oscura y me acuerdo de las cuecas, la gente saludándome, el local lleno y de repente eran las diez de la mañana" .
Dióscoro se fue acostar. Durmió y durmió varias horas el 18 de septiembre, mientras el sol estaba colocado. Después, como un buen vampiro, salió de la tumba con sábanas y se fue al local donde le contaron el show.
Todos hemos jurado no tomar más en la vida. Todos hemos despertado dañados física y cerebralmente, sin embargo siempre hay recaídas en la vida.
Una anécdota más en el rostro del Dióscoro y en la vida de todos los guachacas de Chile.

ajenjoverde@hotmail.com

9.22.2006

16, 17, 18 y 19


Por Ajenjo

Mi semana dieciochera partió el sábado en el Jardín Botánico de Viña del Mar, donde junto a un grupo de nostálgicos realizamos un picnic a la antigua, con huevos duros, sanguchitos de jamón queso, jugos varios y mucho vino tinto. Estiramos un mantel largo en un gran césped y mientras los niños elevaban volantines, peleaban, corrían en sacos y jugaban a la pinta, nosotros reflexionábamos bajo el notable influjo de la naturaleza y el Pinot.
El domingo decidí hacer un asado particular para mi novia y mi hijo, donde comimos salchichas, choripanes y un rico bistoco. Había decidido sólo beber en la noche, ya que cada almuerzo regado me estaba dejando con un nocaut cerebral que me impedía razonar bien el resto del día y me esperaba un recital de Sol y Lluvia en El Huevo.
Llegué a las once de la noche a ese tremendo local porteño y como es la tradición, el grupo se asomó por el escenario como a las dos de la madrugada. El público estaba bastante excitado, más aún por las canciones que salían por los parlantes como aperitivo: "El pueblo unido", "La batea", entre otros temas setenteros bastante combativos y sin dobles lecturas. Me había tragado varias vasos de vodka con bebida energizante y después apliqué cervezas a granel, causando que me moviera como saltimbanqui en la pista. Llegué al Cinzano donde el piloto automático y la amabilidad del barman Rodolfo me mantuvieron algunos minutos hablando incoherencias con los cantantes y los mozos. Un Barros Luco calmó el hambre y nos fuimos para la casa.
El 18 apareció mi nueva suegra, quien venía desde Santiago a zapatear a suelo porteño. La recibí en mi casa, bastante dañado, con un pequeño asado. Mi amigo médico llegó al rescate tipín cuatro de la tarde y tuvimos un largo bajativo con whisky. A las 18.30 horas yo informé a la masa que teníamos que partir en forma inmediata a la ramada del Dióscoro Rojas ya que se llenaría. Este síndrome persecutorio de "quedar afuera del recinto", lo he padecido por años: saco entradas con meses de anticipación, llego tres horas adelantado a la gigantesca fila, sin embargo nunca hay nadie. En esta ocasión pasó lo mismo y el restaurante "El primer ascensor hacia la luna" se encontraba con un sola mesa ocupada y con la ausencia total del compadre Dióscoro. Seguimos bebiendo whisky y hasta bailé una pequeña pieza de música costumbrista.
Estábamos sentados en una larga mesa con muchos amigos y el local obviamente empezó a llenarse, pero a las tres horas después. Mi suegra me hablaba de matrimonio en forma de broma, mientras yo hablaba y hablaba parodiando al loro de siete lenguas de Jodorowsky.
Al final terminé bailando en el Cinzano y tomando un taxi rumbo a mi casa.
El 19 fue un día casi sacado de una película de Antonioni. Todo el mundo se movía lento y sólo unas copas de vino a la hora de almuerzo, en la casa de mi madre, me revolvieron la conciencia.
¡Y ahora viene Halloween!

ajenjoverde@hotmail.com

9.14.2006

Septiembre extremo


Por Ajenjo

Todavía no se inauguran las ramadas y me encuentro bastante destruido. Siempre culpo a este maldito mes que me agudiza mis nervios y me provoca una ansiedad que sólo puede ser calmada por el trago.
La semana pasada comenzó con mi participación en un campeonato de bowling de los periodistas en el mall Marina Arauco. Para afinar la puntería, junto a mi socio de equipo, entre bola y bola nos mandamos dos petacas de ron panameño marca El Abuelo. Terminamos en el Exodo bebiendo whisky 100 Pipers a mil pesos el vaso.
Al otro día me fui a la cata del restaurante Caruso, donde el vino chileno homenajeaba a la comida peruana. Llegué tarde, cuando repartían brochetas de corazón, y me mandé varias copas de vino y remates de limonchelo que me dejaron el ciberespacio del alcohol.
El viernes me fui a Santiago, donde mi joven novia me llevó a una reunión de sus compañeros de curso. Tenía diez años más que todo el lote que participaba en un karaoke en el living de una casa.
Para mí el karaoke es símbolo de un carrete decadente, donde cuatro japoneses ebrios cantan "Nueva York Nueva York". Después de beber, vino, whisky, ron y pisco (exactamente en ese orden), no había nadie que me quitara el micrófono. Me canté una de Calamaro y otra de Charly y terminé recitando arriba de la mesa de centro mi poema dedicado a las prostitutas de Valparaíso. Lo único desagradable de esa noche fue que un tipo me puso "el Julio César Rodríguez". ¿Parecido físico? ¿Mucho tollo? No se, personalmente encuentro a ese tipo asqueroso, por lo tanto la tallita me cayó como patá en la guata.
Al mediodía del sábado partí a conocer a mi suegro. Es un calmado arquitecto que se rajó con un almuerzo en El Parrón del Parque Arauco. Me engullí tres prietas con ensalada de apio palta y sorbí un vino reservado que pasaba como agüita de la llave. En un momento del almuerzo les relaté la realidad porteña vista desde las levas de perro y les pareció bastante interesante. ¿Habré estado bien?
El domingo desperté en la casa de mi novia y mi suegra ya estaba preparando el almuerzo. Una sopa de tomate, unos tallarines con camarones y dos botellas de vino me dejaron nuevamente colocado. Mi novia apareció con una botella de whisky JB de bajativo, y luego de chuparme un par de vaso me dije: "Esto se acabó, llevo días bajo la suave anestesia del alcohol y debo parar".
Salimos de la casa y nos fuimos directo a la exposición de Nicanor Parra debajo del palacio de La Moneda.
Conozco bastante la obra de este poeta e incluso mi hijo lleva por segundo nombre Nicanor, sin embargo nada nuevo brillaba bajo ese subsuelo capitalino, salvo ver ahorcado a Pinochet y Allende juntos.
En la micro devuelta a mi Valparaíso querido apoyé mi cabeza en el asiento mientras desde los parlantes salía una cueca...
¡A juntar fuerzas para lo que viene!

ajenjoverde@hotmail.com

9.11.2006

Se vende

Por Ajenjo

Esta semana recibí una de las noticias que ningún arrendatario quiere escuchar: "La casa se vende, por lo tanto la compras o te largas".
Lamentablemente vivo en el cerro Alegre, en Valparaíso, y he visto mutar el barrio y convertirse en la taquilla de los políticos y artistas santiaguinos, quienes llegan con sus millones de pesos para comprar una vivienda en el barrio de moda de Chile. ¡Qué asco!
En este país hay varios lugares para experimentar el llamado turismo místico. San Pedro de Atacama, Chiloé y Valparaíso (dejando obviamente afuera a la Isla de Pascua, ya que eso no es Chile). Siempre recuerdo el concepto de "turismo miseria", que el crítico literario Álvaro Bisama ocupa tan magistralmente para relatar cómo los gringos llegan hasta este Puerto a llenarse sus zapatillas con mierda de perro y comer porotos a 500 pesos el plato con una copita de pipeño.
¿Por qué no se quedarán en sus plásticas ciudades, comiendo sus platos chatarra y viendo sus programas de televisión basura? Porque la miseria, la fealdad, las levas de perros con arestín, la basura en las calles, los indigentes en el suelo rajas de borrachos son una postal que les atrae mórbidamente. Es como la atracción que provocan los cuerpos deformes, los accidentes automovilísticos o los rostros de los muertos.
Ahora esa moda, ese turismo, esa locura por Valparaíso (basta ver los anuncios de TV), me tiene programando la mudanza en los próximos meses. ¿A dónde me iré? ¿Cómo será mi nuevo hogar? ¿Podré tener un perro? ¿Tendrá parrilla para hacer asaditos con mis amigos?
Provengo de una familia gitana por esencia. Tengo 37 años y debo haber vivido en 13 lugares diferentes, entre casas y departamentos, países y ciudades distintos. Conozco a la perfección los grados de estrés en que se cae al cargar el camión e instalarse en una nueva residencia.
¿Qué hago con mi colección de revistas pornográficas? ¿Las botellas de absenta las boto? ¿Regalo los juguetes viejos? ¿Y las películas en VHS?
Creo que las mudanzas son en esencia momentos de reflexión y cambio. Es cerrar una historia y comenzar otra, con nuevos vecinos, nuevo almacenero y nueva botillería, que es uno de los locales comerciales donde más hay que tejer amistades.
Me da tristeza dejar a las actuales dueñas de la botillería de la plazuela San Luis. Son dos señoras muy amables. Una de ellas tiene una hija muy buenamoza y simpática, que a veces es la encargada de entregarme los Gato Negro Carmenere, las botellas de Ron Varadero o el tradicional pisco de 35 grados. Ellas conocieron a mi hijo recién nacido y lo tuvieron entre sus brazos, le regalaron paletas de chocolates y lo hacían reír. Después lo vieron irse y aparecer intermitentemente, sin embargo siempre le guardan un cariño especial.
Tendré que dejar muchas cosas. Hay que desarraigarse para evolucionar, dicen los entendidos.
Sinceramente yo estoy un poco cansado para estos trotes. Ojalá me vaya bien.

ajenjoverde@hotmail.com

9.01.2006

A de amigdalitis


"Nos dicen que recordemos la idea, no al hombre, porque los hombres fallan. Los pueden atrapar, los pueden matar y olvidar. Pero 400 años después una idea todavía puede cambiar el mundo. Yo he visto el poder de las ideas, he visto a gente matar en su nombre, morir defendiéndolas. Pero uno no puede besar una idea, no puede tocarla, ni abrazarla. Las ideas no sangran, no sienten dolor. No aman".
("V de venganza")


Por Ajenjo
Lamentablemente esta semana no pude participar de ninguna fiesta, cena regada o visita a mis bares tradicionales, ya que me atacó la enfermedad que durante mi niñez me dejaba postrado en cama con cuarenta de fiebre: la amigdalitis purulenta.
Las placas blancas detrás de mi garganta fueron claves para entender el proceso que estaba viviendo y por más que me tomé 30 sobres de Tapsin noche y día, nada detendía el malestar generalizado que se tomaba mi cuerpo.
Al final no me quedó otra que llamar a los médicos a domicilio, quienes me dieron la respectiva licencia médica y los antibióticos. En esta ocasión elegí los orales, ya que los inyectables necesitan como adicional a una enfermera o el antiguo "practicante" y uno ya no está para andar mostrándole las nalgas a desconocidos.
Mi padre, ya descansando en el cementerio, era el encargado de colocarme los famosos benzetaciles al final de la columna vertebral. Él gozaba cuando el médico me recetaba esos millones de penicilinas por vía intramuscular. Para mí era sentir vidrio molido que entraba al organismo, en un dolor rápido y necesario para evitar el aumento de la infección en la garganta.
Mi novia ofició de enfermera y en mis momentos febriles me pregunté: ¿por qué las enfermeras son un símbolo erótico si cuidan a los heridos y moribundos?
Al final mi enfermera fue al Blockbuster y llegó cargada de películas. La lista la integraban "Suegra de cuidado", "Desayuno en Plutón", "El exorcismo de Emily Rose", "Se arrienda", "Good bye Lenin", "Match Point" y "V de venganza".
La mayoría de las películas ya las había visto en el cine, pero me sirvieron para obtener una lectura más profunda.
De todas las que pude ver, mientras me tragaba mi remedio llamado inequívocamente "Infex", la que me dejó atontado fue "V de venganza".
La cita con que parte esta columna es la misma con que comienza la película. Su trama es aplicable a muchos países del mundo, pero especialmente a Chile.
Hoy comienza septiembre, donde hay tanto paño que cortar y llorar por los traumáticos procesos políticos vividos, y sin duda que "V de venganza" es una buena cinta para mirar. Ojalá ese enmascarado hubiera existido en la década del ochenta, sin embargo todo lo solucionó supuestamente un plebiscito.
Y a todo esto viene el 18 de septiembre con sus cuecas, chichas y empanadas... ¿Qué lindo, no?

ajenjoverde@hotmail.com

8.31.2006

¡Salud, Miguelito!


Los que han visto en cine o leído el libro de Alberto Fuguet, "Tinta Roja", saben a la perfección que la relación entre un periodista, el reportero gráfico y el chofer del automóvil es profunda e intensa. Es un equipo que debe funcionar como un reloj, donde cada pieza es fundamental para buscar noticias y plasmarlas finalmente en el diario.
Hace algunos días fuimos a enterrar al cementerio de Playa Ancha a uno de los reporteros gráficos más famosos de la vieja guardia: Miguel Contreras.
Tuve la posibilidad de trabajar muy poco con este caballero de la fotografía, sin embargo, los recuerdos que atesoro están llenos de risas y de historias de la bohemia porteña de mediados del siglo pasado. Cada vez que me encontraba con Miguel en la calle, le pedía que me contará una experiencia en particular: la marcha de las prostitutas.
No tengo la seguridad sobre el presidente que ordenó cerrar las casas de prostitución en Valparaíso. ¿Alessandri o Ibáñez del Campo? La cuestión es que con esa ley quedaban sin pega muchas personas, quienes organizaron una desfile por las calles de la ciudad para exigir la derogación de la norma.
La marcha estaba compuesta por prostitutas y travestis del Puerto, quienes, con carteles, reclamaban por sus derechos. Miguel, que en ese tiempo trabajaba en el diario La Unión, sacó las fotografías correspondientes, que fueron publicadas en el periódico. La ley terminó siendo derogada y toda la bohemia realizó una gran fiesta para agradecer a todas las personas que habían ayudado.
Nuestro reportero gráfico relataba con lujo de detalles cómo llegó a Los Siete Espejos y en una larga mesa había tres pelelas llenas de cocaína pura, que los mayores traficantes de la ciudad habían entregado para festejar la reapertura de las casas de huifa. Las prostitutas más bellas estaban a disposición gratuita de los comensales. Miguel, obviamente, se retiró del lugar, sin embargo las imágenes que alcanzó a observar le quedaron grabadas en su memoria fotográfica.
Las historias de Miguel eran muy entretenidas. Podías pasar horas escuchando a un hombre apasionado por el periodismo, y por quien el siglo XX pasó, dejando imborrables huellas en su vida.
A pesar de que políticamente siempre estuvimos en veredas opuestas, eso no fue un obstáculo para generar una amistad donde las historias de un pasado lleno de bohemia fueran el caldo de cultivo para ser amigos.
Miguel me decía con tono irónico y cariñoso Pablito Neruda, por mis ínfulas de escritor y poeta. Yo me reía en la calle Cumming, mientras le entregaba unos minutos de mi tiempo para que me contara más historias. La del negro de Nueva York es para morirse de la risa, sin embargo, la autocensura me impide relatarla.
Ahora sólo queda decir adiós y empinarse un vaso de tinto en el Cinzano, mientras se mira una de las fotografías más impactantes de la fuerza del mar en Valparaíso.

ajenjoverde@hotmail.com

8.18.2006

Sin cigarrillos no hay bares


Todo este alboroto por la nueva ley de cigarrillos me tiene algo nervioso... ¿Y si después les viene con el trago y hay que andar tomando escondido en el baño?
Creo sinceramente que en la esencia del bar está el humo del cigarrillo. El entrar a un recinto con aire limpio, sin gente que tosa, sin ceniceros repletos, sin la oportunidad de decir: "¿te enciendo el cigarillo, nena?", no tiene sentido alguno. Seguramente en un lugar así venderán leche o tecito o jugos naturales, pero no trago.
Personalmente, yo sólo fumo cuando bebo. Hace muchos años que no prendo un cigarro si no tengo al lado un vaso de cerveza, ron, vodka o una copa de tinto. No tiene sentido, para mi peculiar razón de la vida, estar fumando por nerviosismo, ansiedad o para pasar el tiempo.
Los vicios están encadenados. Al primer trago de piscola empiezo a mirar a mis brothers para que me suelten un tubo de nicotina. Nunca compro cajetillas, a menos que sea un evento especial, onda matrimonio o recitales de música, por eso siempre ando pidiendo tabaco.
El domingo pasado, antes de que la nueva ley empezara a regir, pasé por el Vinilo, en la subida Almirante Montt. Tenía ciertas dudas sobre la definición de ese local que los gringos aman tanto. ¿Sería un recinto para fumadores o no? Aproveché la presencia del dueño, quien no estaba muy al tanto de las nuevas medidas. "Sabes, yo creo que a la hora de almuerzo será no fumadores y en la noche fumadores". Le dije que estaba loco (siempre le digo lo mismo), ya que la ley obliga a definirse. "Es que los vendedores de cigarrillos me dijeron que podía usar ese método", replicó, generando las risas de los que escuchaban la conversación.
Está más que claro que la mayoría de los bares de Valparaíso serán declarados fumadores, incluso esta ciudad es como de fumadores empedernidos, ¿o acaso se imagina escuchando tango sin estar bebiendo un buen vino y fumando un cigarrito?
Los bares que se declaren no fumadores están perdidos, según mi humilde opinión.
Los fumadores empedernidos son como personajes de novelas. Tengo una amiga socióloga que se mete más de una cajetilla diaria. En el ambiente carretero se le conoce como "La Ronca". Su voz es muy sexy, sin embargo, desde la perspectiva médica debería dejar el vicio.
Cuando era joven y subía por Agua Santa rumbo a mi universidad a estudiar periodismo siempre encendía un cigarrillo Life. En esa época me gustaba echarme humo para dentro desde las ocho de la mañana y la cajetilla de 20 costaba cien pesos.
Una mañana, donde seguramente me encontraba con una caña severa, prendí el cigarrillo y una gran arcada casi me tira al piso. El organismo me estaba avisando, sin dobles lecturas, que ya estaba harto de ese tóxico humo.
Decidí sólo fumar cuando bebiera y lo he cumplido hasta hoy. Por esta razón, y muchas otras, abandonaré radicalmente los bares que no sean definidos como fumadores.
Es una promesa de vida y muerte.
ajenjoverde@hotmail.com
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8.15.2006

Dinosaurios Animalcoholic


Por Ajenjo

Una nueva visita a Santiago con mi hijo tenía como meta principal poder visitar la exposición "Dinosaurios Animatronic", que se instaló en la Estación Mapocho para el divertimento de todos.
Antes de visitar la muestra, llegamos hasta la casa de mi novia, en Las Condes, donde se había preparado un rico almuerzo para festejar la integración del pequeño al nuevo grupo familiar. Había varios invitados, todos muy simpáticos, además de comida y bebida a destajo. Mientras el niño se entretenía pegando figuritas de un álbum, yo me dedicaba a tomar generosas copas de vino y transmitir mi visión porteña de la vida a estos comensales santiaguinos.
Como pasa en casi todas las casas chilenas, cuando las visitas son muchas, los anfitriones sacan las sillas, pisos, sillones y todo lo que sirva para estar cómodos, aunque estén medios endebles. A mí me tocó una silla que no resistió mi excesiva gesticulación y tuve mi propio megaterremoto, mientras las carcajadas en la mesa ya eran un signo de relajo etílico.
Uno de los invitados, que es dueño de un restaurante, sacó de sorpresa un amareto sureño, y terminamos la jornada bebiendo en pequeños vasos esta dulce ambrosía que proviene de las almendras o de los cuescos del durazno, ya que ambos dejan el mismo sabor en la boca y en las neuronas. Para ser sinceros no recuerdo el número de vasitos que empiné, sin embargo me detuve cuando alguien dijo: "A ese ritmo verán en la exposición no sólo tiranosaurios, sino que además elefantes rosados".
Un grupo de bellas jovencitas nos acompañó a la muestra de los dinosaurios y para ser responsables pedimos un taxi que nos dejara en la primera estación del metro. Mi hijo iba bastante emocionado, sin embargo, la enorme cantidad de gente que se apiñaba como ovejas en los carros del metro lo estresó un poco.
La exposición era bastante impresionante y se podían ver videos y reproducciones reales de estos bichos. Me percaté de mi estado de confusión cuando fui al baño y al salir me perdí. No podía encontrar la entrada de la muestra hasta que un guardia de seguridad, amablemente, me señaló la ruta correcta.
Al salir mi hijo me empezó a reclamar por que su dinosaurio preferido, el terodáctilo, no tenía su modelo animatronic, y me pidió que le comprara uno. Encontré una bolsa con animales plásticos, que en todas las tiendas valen 500 o mil pesos, y que aprovechando la curiosidad infantil, los comerciantes lo vendían al triple. A esa altura sacaba billetes arrugados de mi bolsillo y no me importaba nada, ya que con la resaca siempre viene el conteo de lo gastado y se suma a los terribles dolores de cabeza.
Salimos de la Estación Mapocho y me di cuenta de que estaba frente a La Piojera. Mis cuicas amigas, a pesar de ser santiaguinas de toda la vida, no conocían ese hermoso templo del terremoto y el pernil. Pasamos a servirnos unos vasos de pipeño con fernet y helado de piña y nos fuimos para la casa bastante dañados.
La sonrisa en la cara de mi hijo y mi dolor de cabeza en la mañana se fundieron en un solo gesto de amistad filial.
ajenjoverde@hotmail.com

8.08.2006

Esperando a Los Tres


"Gastaré toda mi vida
en comprar la tuya"
("Amor violento", Los Tres)


Por Ajenjo
Nunca me he sentido muy fanático de Los Tres, sin embargo la canción "Amor violento" formó parte esencial e intensa de mi vida y la convertí en un himno personal e íntimo.
Por esta razón decidí esperar a Los Tres en el bar Cinzano, junto a los boleros y los tangos, mientras los fanáticos bailaban y gritaban a cero grados de temperatura en el Valparaíso Sporting Club.
Antes de llegar al recontra conocido bar me fui a comer unas exquisiteces mexicanas en el restaurante "Delicias del mar", donde me engullí unas fajitas con frijoles y unos solomillos con mole verde. Mi novia se tiró unas "pechuguitas deliciosas", haciendo honor a una de las partes más hermosas de su cuerpo.
El menú incluía "bebidas y licores a placer", por lo tanto deben imaginarse cómo salimos de ese hermoso local de Reñaca, que tiene uno de los museos del vino más completos de la región.
Con ese exquisito aperitivo nos fuimos directo al Cinzano, donde nuestro barman Rodolfo nos preparó ron colas y vodka naranjas, para que nuestra espera de Los Tres se hiciera menos larga.
El Cinzano estaba lleno de santiaguinos que estaban en la misma y se paseaban nerviosos mientras los ágiles mozos les exigían que debían consumir el mínimo para permanecer en el local.
La cantante Carmen Corena me contó que el violinista que muchas veces los acompañó tocando en escenarios de la región había fallecido. Ricardo Puga, uno de los grandes hombres del tango bohemio del Puerto, se había ido para siempre.
"Te voy a escribir su vida en unas servilletas y tú, si puedes, la publicas en el diario". Fue así como la cantante del "Chipi Chipi" me entregó un bello texto redactado con pasión y recuerdos fuertes, que me emocionaron profundamente y que dejaban entrever que además de tener una bella voz, Carmen Corena guarda una escritora en su interior.
Al Cinzano llegó mi amiga Marilyn Manson, que vive desde hace dos años en la Isla de Pascua, y la fiesta interminable seguía y seguía.
Como ya es la costumbre, bailé bien apretadito "La hiedra" y seguí agitando el cuerpo con "Mejillones". La cosa estaba tan re buena que tuve que salir disparado al bancomático de la Intendencia, a sacar más plata para seguir chupando.
A las cuatro de la mañana la cosa empezó a calmarse. El licor ya reposaba en el estómago y las neuronas y el cansancio se hacía evidente entre los comensales.
Fue en ese momento en que alguien preguntó: "¿Y Los Tres?".
Nunca llegaron.

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7.30.2006

Un cumpleaños pirata


Nuevamente estuve de cumpleaños, pero en esta ocasión me alejé de grandes fiestas y jaranas extremas y dejé pasar la fecha como una especie de sueño no asumido.
De todas maneras igual mis seres queridos me celebraron y mi novia me llevó a comer al Caruso unos ostiones a la parmesana con bastante vino tinto y un remate de apiao como bajativo. Qué curioso es este licor de apio, que no tiene competencia en frescura y en el punch que deja en el cerebro.
Nací el día que nació Simón Bolívar, un 24 de julio, y mi círculo de hierro me celebró en el bar Moneda de Oro. Al llegar me percaté que el refrigerador que guarda los colemonos estaba casi vacío. Un grupo de señoras había arrasado con el trago, por lo tanto sólo tuve que consolarme con la última botella y algunos rones con cocacola que calmaron la angustia de tener un año más de vida. El único regalo que me llegó fueron unos bombones con licor.
Un bombero, que es un amigo de un amigo, llegó hasta la mesa donde se celebraba mi cumpleaños. Lo acompañaba un carabinero con uniforme, que se sentó unos minutos a la mesa para conversar.
Dos amigos que llegaron atrasados me saludaron y miraban con suma incredulidad la presencia del carabinero en la mesa. ¿Habrá pasado algo? ¿Se lo estarán llevando preso? ¿Estará demandado?
El carabinero era muy simpático y para más remate era amigo de una de las Chicas Súper Poderosas que se encontraba en la mesa. Después de algunos minutos de bla, bla, bla, el uniformado se retiro.
¡Como nos cambia la vida!, fue la frase más recurrente en la conversación, mientras yo asumía la presencia del carabinero como uno de los gestos de reconciliación más extraños que he tenido en mi vida.
Nos comimos una chorrillana y finalmente nos retiramos temprano, ya que todo el mundo tenía que trabajar.
Al final uno de los recuerdos que más tengo tatuado en mi dañada cabeza es a mi hijo saltando en el cine, mientras imitaba los movimientos del gran Jack Sparrow, en Piratas del Caribe 2. Cada vez que salía el villano, con su terrible cara de anguila, el pequeño me tomaba la mano y la apretaba con suma fuerza. Al final terminó batiéndose a duelo imaginario con todos los piratas del mundo, mientras las yugoslavas del San Carlos, ese barcito de Las Heras, le miraban el rostro y le decían que se parecía físicamente a un argentino.
Al final pasó un año más de vida. Un año lleno de experiencias, viajes, botellas vacías y resacas infernales. Un año lleno de esperas y retornos, sin embargo todavía estoy asumiendo que tiene que llegar un despertador gigante e instalarse en mi oreja para salir a la calle y gritar: ¡estoy vivo!
ajenjoverde@hotmail.com

7.21.2006

¿A dónde van los bares que mueren?


Por Ajenjo
Seguramente la frase que titula esta columna pertenece a otra persona, sin embargo eso no es lo importante. Lo esencial es: ¿adónde van a parar las conversaciones, los vasos quebrados, los vómitos, las discusiones, las peleas y todo lo que rodea un bar? ¿Cómo es posible que con sólo cerrar un puerta e instalar un candado se muera un lugar así?
Esta pregunta comenzó atormentar mi cerebro luego de pasar cerca de la calle Arlegui, arriba de una micro, y mirar el lugar donde antes funcionaba el bar Correo.
Ese recinto viñamarino era muy particular, especialmente para un grupo de viejitos que todos los días le repetían a sus también viejitas esposas: "voy al correo y vuelvo altiro". Los ancianos se penqueaban de lo lindo con vino barato y cerveza y después llegaban a sus casas con una modulación bastante extraña.
En la década del ochenta había que tener 21 años para poder beber en un bar. Nosotros, con nuestros espinilludos rostros, llegábamos hasta las mesas y el dueño nos instalaba una buena dosis de Escudos. Quedábamos bastante "cuáticos" con el licor dorado y uno de nuestro amigos, en una especie de sicosis, se dedicaba a llenar de ketchup el envase de mostaza y viceversa. Después su gran obsesión era ver la cara de los comensales que se equivocaban.
Había un vejete que atendía en el bar Correo y que era bastante extraño. Siempre cuando la borrachera llegaba a su climax nos decía que en el segundo piso habían piezas para arrendar. Nunca nadie aceptó su invitación para "ir a conocerlas".
Otro bar viñamarino que se perdió en la memoria del mundo fue el Caribean. Ubicado a un costado del puente Libertad atendía hasta altas horas de la noche en un ambiente medio cuicón y mafiosesco. La leyenda dice que una bella mujer cantaba y que un periodista terminó enamorado hasta las patas de su voz y de su cuerpo. ¿Será verdad?
Ahora, cuando me encuentro en la barra o en las mesas del Moneda de Oro, del Cinzano, del Renato, del Vinilo, del Exodo, del Dominó, del Liberty o de cualquier bar porteño, pienso que todo desaparecerá, incluso nosotros.
A pesar de mi incredulidad religiosa creo que las cosas, especialmente los muebles, se cargan de la energía de las personas. ¿Cómo será utilizar una mesa que estuvo durante años en el Roland o en el American Bar?
Seguramente los vasos se caeran mágicamente y mancharán de tinto el mantel y los recuerdos.
¿Cómo es posible que todas estas cosas se esfumen y nadie diga nada?
¿Por qué los bares no tienen vida eterna? ¿Por qué?

ajenjoverde@hotmail.com

7.16.2006

Santiasco


Dedicado a todos los que aman la vida provinciana

Mi novia llegó nuevamente de Barcelona, pero ahora a quedarse con maletas y petacas a Chile y , si la suerte nos acompaña, a nuestro querido Valparaíso.
Pasamos el viernes en el Moneda de Oro, el Caruso , el Cinzano y finalmente El Máscara, donde terminé dando un jugo de proporciones, pero que tenía justificación en la emoción de la llegada.
El sábado partí a Santiago, donde nuevamente fui recibido con mucho cariño por la familia de mi chiquilla, y almorzamos unas ricas costillitas, con vino tinto y un conversador remate de ron.
En la noche asistí a un cumpleaños en plena comuna de Las Condes, donde conversé con un grupo de animados abogados, entre los que se contaban defensores penales, jueces de menores, relatores y una fauna leguleya bastante simpática. Se habló bastante de la delincuencia, de la reincidencia y de las cárceles.
A las tres de la mañana mi novia me levantó sus cejas y dejé el vaso de Cuba Libre en la mesa y salimos a buscar un taxi. Un tipo, que tapaba su cabeza con un gorro y un jockey nos miraba curiosamente.
Yo, asustado y precavido, le dije a mi novia que mejor esperáramos que el tipo se retirara. "¿Qué me estay mirando?", me gritó, mientras corría agresivamente hacia mi encuentro. No lo pensé dos veces y salí disparado en busca de ayuda. Gracias a mi santita que siempre me cuida, nada me sucedió y el tipo se diluyó en la violenta noche capitalina.
A las cuatro de la mañana ya estaba acostadito en una pieza de la casa de mi mujer, cuando unos gritos me alertaron. Afuera se armó una pelea cinematográfica entre varios jóvenes totalmente alcoholizados.
Se pegaban brutalmente correazos, se sacaron las camisas y se abollaban los autos a patadas. Mi novia llamó a carabineros y primero llegó una camioneta de seguridad ciudadana, que sólo se limitó a anotar en una libreta las patentes de los protagonistas. Y todo esto en la cuica comuna de Las Condes.
Al final llegó la policía y todo, al parecer, se había calmado. Traté de volver a conciliar el sueño cuando otro automóvil volvió a la carga y supuestamente reventaron algunos vidrios de la casa.
Al otro día el comentario en el desayuno de la violencia fue obligado. "¿Esto seguramente también pasa en Valparaíso?", me preguntaba mi nueva suegra. "Sí", le respondí, sin embargo no tengo recuerdos cercanos de noches de violencia tan extremas.
¿Que le pasa a los santiaguinos?, me preguntaba mientras tomaba el bus en la estación del metro Pajaritos.
Viví en Caracas durante seis años de mi vida y conocí de cerca la cara de la delincuencia de las grandes urbes. Me robaron más de cinco veces mi patineta y una vez hasta me apuntaron con una pistola, mientras un grupo de hombres con medias en la cabeza asaltaba el negocio donde compraba jugo y queque para llevar al colegio.
Creo que las grandes concentraciones de seres humanos sólo sirven para sacar lo más horrible de nosotros. El vivir achoclonados sicotiza a los hombres y les instala la violencia ciega en la cabeza.
¡Amo la provincia, pero también amo a mi santiaguina! ¿Que puedo hacer?

ajenjoverde@hotmail.com

7.06.2006

Me robaron la manito


Llevo viviendo casi diez años entre los cerros Concepción y Alegre y mi contacto con la delincuencia siempre ha sido mínimo; sin embargo, el viernes pasado me robaron la manito de la puerta de mi casa, esa que le sirve a las visitas para anunciar que ya llegaron.
Me percaté del robo cuando apareció una amiga santiaguina, junto a un colombiano, a pasar un distorsionado fin de semana en Valparaíso. Llamaron a la puerta cerrando su puño y golpeando la madera, situación que me pareció muy rara.
La manito, a la que le tenía mucho cariño, era de mujer y con un hermoso anillo en uno de sus finos y largos dedos. Era de bronce y ahora seguramente estará recostada en un paño en la feria de la calle Merced y el reducidor cobrará 15 lucas al interesado que se la quiera llevar.
Apesadumbrado por el robo, comenzó el carrete con los invitados. Compramos comida china para llevar en el Pekín y varias botellas de tintolio. En la mesa de mi casa la conversa estuvo presente hasta las 5.30 de la mañana.
Al otro día, y con bastante daño neuronal, partimos a la chanchería Sethmacher, en el Barrio Chino, para comprar longanizas y costillar y tirarlas a la parrilla eléctrica. Lamentablemente, el tradicional negocio sólo atiende hasta las 13.00 horas los días sábado. Para pasar la tristeza fuimos a Liberty a calmar la sed.
En ese bar, lleno de curaditos patrimoniales, nos tomamos una cervecita de litro que arregló todos los problemas y vimos cómo Portugal eliminaba a los penales a Inglaterra, en una pequeña televisión instalada arriba de un refrigerador.
En un supermercado nos abastecimos de las cosas para el asado y volvimos a mi casa con su puerta huérfana y comenzó la fiesta.
Desde las cuatro de la tarde hasta las doce de la noche resistí bien, sin embargo, el sueño me invadió y decidí ir acostarme, advirtiéndole a los invitados que la cosa estaba llegando a su fin.
Uno de mis amigos me dijo que había llamado por teléfono a un grupo que recién comenzaba a carretear y que venían por la plaza Aníbal Pinto con ron y tinto.
"Yo no doy más", dije, y me fui acostar a la pieza totalmente derrumbado. A la 1.30 de la madrugada sentí gritos y música fuerte en la cocina. Con mi pijama invernal de algodón bajé la escalera y llegué hasta el centro del carrete y dije: "¡por favor, estoy durmiendo arriba con mi hijo, pueden irse a carretear a otro lado!".
Todos salieron corriendo con rumbo a La Máscara, mientras yo retornaba al colchoncito y a la calma del sueño.
Al otro día, y con un sol espectacular, terminé recorriendo el Museo Naval junto a mis invitados extranjeros, mientras seguía pensando en la manito robada de la puerta y su incierto destino.

ajenjoverde@hotmail.com

6.30.2006

San Peter


Por Ajenjo

Un bote con la bandera pirata es el último que zarpa tras la figura de San Pedro, que se interna en el mar en una nueva celebración de esta fiesta de los pescadores en Valparaíso.
En el muelle Prat "El Rana" y su polola, junto al "El Caleidoscopista", dos integrantes del colectivo La Patogallina, se suben a este bote y haciendo sonar sus matracas le exigen al capitán pirata de la embarcación que se apure, ya que la procesión marina había comenzado.
El pasaje costaba dos lucas por persona y poniendo el motor a toda marcha el bote pirata se posicionó como el líder de la procesión, haciendo feliz a sus marineros.
Los actores santiaguinos casi podían tocar la figura de San Pedro con sus manos, hasta que el capitán pirata les dijo que "hasta aquí no más llegamos". La tripulación comenzó un improvisado motín y le aseguraron al capitán que no le pagarían el dinero acordado, ya que el trato no se había cumplido.
Nada le importó al jefe de la embarcación, quien los depositó en el muelle Prat, mientras contaba las lucas ganadas con su bote pirata.
Después de eso comenzó el cumpleaños de una amiga en la avenida Alemania. Yo había llegado a la una de la tarde con pescados y verduras para cocinar mi especialidad: ceviche de tres colores. En la casa sólo estaban sus hijos, quienes ni siquiera tenían la llave de la reja para abrirme y tuve que saltar unas peligrosas puntas metálicas para ingresar a su hogar.
Corté el pescado, piqué los pimentones, el ají verde y la cebolla, mientras un ayudante sacaba jugo de limón y lavaba la loza.
El cumpleaños era un almuerzo, sin embargo eran casi las cuatro de la tarde y la festejada y dueña de casa seguía sin dar señales de vida.
Como es la tradición, en cuestión de minutos todo el mundo llegó. Se comieron el ceviche, prendieron una parrilla eléctrica y sacaron pollos y choripanes y se destaparon más de una veintena de botellas de tinto y blanco.
A eso de las siete de la tarde estaba transmitiendo en una rara frecuencia etílica. Recuerdo haber estado contando, a un grupo de bellas señoritas, los cuentos de Chuck Palahniuk, que son catalogados como de "terror sexual".
Después estaba bailando con unos niños de diez años "la voz de los 80" de Los Prisioneros y gritando a todo pulmón "los hippies y los punk tuvieron la ocasión de romper el estancamiento, en las garras de la comercialización murió toda la buena intención".
Ahí empecé a cachar que el tragullo me tenía medio trastornado y que si no me calmaba terminaría agarrando la torta y lanzándola al techo, esperando que el público me aplaudiera o me echara a patadas.
Al final terminé de piernas cruzadas saboreando la rica torta y riéndome a carcajadas de la historia del bote pirata.

ajenjoverde@hotmail.com

6.23.2006

Una historia violenta


Una mujer pide su cuarta botella de colemono en el Moneda de Oro, ese bar ubicado a un costado de la Intendencia Regional. La mujer ya está bastante ebria y sólo la acompaña un hombre que se deduce, a ojo de águila, que tiene más edad que ella.
Después de tomarse esa cuarta botella la mujer comienza un episodio de violencia extrema bastante radical. Grita incoherencias como una loca y bota todo lo que hay en la mesa.
Los mozos del local tratan de contenerla, sin embargo es imposible. La mujer está totalmente descontrolada y se lanza contra la puerta de entrada, quebrando un gran vidrio. A esa altura los propietarios del bar llamaron a carabineros, quienes apoyados por dos furgones se la llevan.
La pregunta es: ¿qué tenía el colemono que esa mujer quedó en ese estado de locura bestial?
Yo llegué cuando el vidrio estaba quebrado y la mujer seguramente en lacomisaría, durmiendo una gran mona. Alonso, el garzón responsable del colemono, explicó que ellos tienen un extracto que echan directamente a la leche y al aguardiente, provocando que aparezca una de las bebidas más ricas que se venden en el plan de Valparaíso.
Fernando, el garzón más pequeño de estatura, nos relató la historia de la mujer loca y el colemono, mientras destapaba una de las botellas del lechoso licor. Después de encargar la segunda nos dice, en tono de broma, que ojalá no nos pase nada, ya que tiene temor de lo que está causando en el cerebro la bendita bebida.
Personalmente el colemono me pone bueno para la conversa y la gesticulación, pero jamás para realizar un espectáculo del tipo "rompamos el local".
Recuerdo estar bebiendo hace como diez o doce años en "El Dique", que se ubicaba al lado del "Proa al Cañaveral". El bar se había convertido en un reducto de trasher y rockeros duros. Había noches en que la pólvora explotaba y comenzaban peleas tipo "cantina de vaqueros". El dueño sacaba un bate de béisbol y comenzaba a golpear el mesón, como anunciando que reventaría más de alguna cabeza si la situación no llegaba a la calma rápidamente.
Dejo los recuerdos de lado y retorno a mi casa, siempre reflexionando sobre la violencia. Decido ver dos películas para calmar mis agitadas neuronas: Violencia diabólica, de Rob Zombie, y Una historia de violencia, de David Cronenberg.
La primera fue mal traducida, ya que se llama Los renegados del diablo y es un filete de colores y locura de sangre. La de Cronenberg es más reflexiva, pero deja pensando seriamente en la importancia del pasado en la vida de los hombres.
Al final subo a mi casa y me imagino la escena de la mujer que se bebió cuatro botellas de colemono. Sueño que estoy en una silla con la palabra director pegada en la espalda y digo: ¡Acción!, mientras una loca rompe con su puño un gran vitral.

ajenjoverde@hotmail.com

6.16.2006

La porfía de AC/DC


Los fines de semana largos son cosa seria, especialmente para el hígado y el cerebro, dos de los órganos fundamentales a la hora de salir a destapar corchos.
Después de dos días en que el tradicional recorrido compuesto por el Moneda de Oro, el Cinzano, el Ascensor hacia la Luna y el Caruso se agota y aburre por la excesiva presencia de rostros y conversaciones conocidas, es la hora de innovar.
Leo en el diario que tocará Ballbreaker, el grupo de música que hace un espectacular tributo a los australianos AC/DC. Ya los he visto y tengo la certeza de que será un show bueno.
Es domingo y la entrada al Huevo, lugar del recital, cuesta tres lucas con derecho a una piscolita. Me acompaña un amigo, que es habitué del recinto y explica que llegamos muy temprano y que podemos mirar unos grupos de heavy metal que tocan en el subterráneo.
Los muchachos le ponen todo el empeño a esa antigua música. Los solos de guitarra, si no son de un virtuosismo y una densidad extrema, me parecen muy aburridos. Entre el público hay unos jóvenes que sacan un pito de marihuana. Un guardia de seguridad se acerca y los obliga a apagarlo y lanzarlo al suelo.
En el segundo piso se anuncia que antes de Ballbreaker tocarán unos imitadores de The Doors. El vocalista se asemeja a Jim Morrison en su etapa decadente: alcohólico, drogadicto, borracho y con la media guata. No soporto la escena y vuelvo al subterráneo, donde empiezo a tomar piscolas a mil pesos a la velocidad de la luz.
Llevo varios días arriba de la pelotita y necesito descansar o mover la cabeza un rato con Back in Black o Hells Bells y olvidarme del mundo y sus angustiantes problemas económicos.
El recital es transmitido por una radio jipi, que convoca a cuarentones decadentes que creen que por bailar a los Rolling Stones con un vaso de ron en la mano serán jóvenes otra vez. Es penoso el espectáculo que hace un viejo de camisa roja y blue jeans, que se mueve como un títerre oxidado junto a su señora. Vuelvo a mirar y me doy cuenta de que la mujer es más digna. Pienso que las féminas envejecen con más gusto y filosofía que los hombres actuales.
Anuncian la salida de Ballbreaker. El grupo es bien bizarro. Sus componentes, además de tocar exactamente como AC/DC, cultivan un look muy parecido. El vocalista entra desde adelante del escenario. El público extiende sus brazos y toca al doble de Angus Young, el mejor guitarrista del mundo. Me acuerdo de un compañero de curso que vivía en Chorrillos y que le escribía cartas y se las mandaba a Australia.
El recital se empieza a diluir y mi cabeza ya no da más. Termino comiendo un completo en el Sibarítico de Valparaíso, que está vendiendo sus sandwich gigantes.
Tuve que levantarme dos veces en la noche y como dice Charly, "hacer promesas sobre el bidet".

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6.09.2006

Maldito Combo


Nunca me he agarrado a combos en mi vida. Jamás le he pegado a otro ser humano y mi rostro nunca ha recibido la furia de un puño. No soy un santo, ya que he insultado, humillado y garabateado a numerosas personas, pero no he militado en la bronca y la violencia física.
El viernes pasado un amigo, que estudia en el Bellas Artes de Viña del Mar, me invitó a participar de una fiesta artística en un nuevo local denominado "Francia", ubicado en pleno Barrio Chino, muy cerca de la antigua Aduana de Valparaíso. El evento prometía mucho y bajo el conocido slogan de "La imaginación al poder" se anunciaba venta de terremoto, borgoña, piscolitas y algunos números artísticos.
Mi amigo me dijo que podía recitar unos versos, por lo tanto aproveché de invitar a algunos conocidos para que me hicieran barra, mientras declamaba mis textos. Para calentar el cuerpo y aumentar la personalidad nos reunimos en la casa a tomar vino, piscolas y algo de ron. Bastante dañados salimos del Cerro Alegre y un brother que andaba manejando nos dejó frente al local donde se desarrollaba la fiesta.
El ambiente estaba bastante entretenido. Un grupo de música, compuesto por jóvenes con tambores, comenzó a ejecutar esas danzas tipo ritual, muy parecidos a las batucadas. Uno de los conocidos que andaba en nuestro grupo, y que estaba bastante ebrio, comenzó a bailar irónicamente al ritmo de los tambores. Se tiraba al suelo y se levantaba moviendo los hombros, generando risas entre el público que lo observaba.
De repente la cosa se transformó. El improvisado bailarín se estaba agarrando a combos con un conocido pintor porteño. La pelea se armó en la puerta del local y en cuestión de segundos apareció una batahola de violencia y ordinariez. La cosa terminó con un cabezazo en el rostro del pintor, mientras mi brother médico trataba por todos los medios de separar a los pugilistas.
El agresor, junto a su socio, salieron corriendo, mientras la cara del artista se hinchaba lentamente.
A los segundos me vinieron a increpar a mí por lo sucedido. "Tú trajiste a esta gente, tú debes responder", me dijeron. Yo argumenté que todos estábamos cerca de la cuarentena y que cada uno era responsable de sus actos. Caminé hacia la barra y me compré un ron de dos lucas. Me di cuenta que estaba solo y que por unos combos estúpidos la noche se había transformado.
Deprimido me dirigí hacia el Exodo, donde me senté en la barra con un roncola de mil pesos. Me dieron ganas de fumar y no tenía cigarros. Le pedí a la barwoman dark que atiende en el primer piso. Me alargó uno amablemente y ese gesto me hizo volver a creer en el ser humano.
Pensé en Chuck Palahniuk y su último libro "Fantasmas", que es uno de los textos más distorsionados que he leído en el último tiempo. En uno de los cuentos se relata la existencia de un bar donde un travesti se pone a cantar la canción de Titanic, en un decadente escenario. El público paga 70 dólares y puede lanzarle un puñete en la cara, con toda la fuerza posible. El travesti, con otro socio, juntaron una buena suma de dinero, y se hicieron muy conocidos en el servicio de urgencia del pueblo.
Dejé de pensar en Palahniuk, que a todo esto es el autor del "Club de la pelea" y seguí mi camino. Entré al Cinzano y hablé con Carmencita Corena, quien un poco enojada me mando a mi casa. La violencia había cesado.
pancho667@hotmail.com

5.31.2006

El anillo de Tanger


Te recordé desnuda
bajo el cielo protector
tomando té, adormecida
sobre el chador
cuando te amé
en las terrazas de Hafa Café.


Luis Eduardo Aute

Por Ajenjo
uchas veces uno idealiza situaciones y personas a un nivel tan fantástico que cuando aterrizas a la realidad el costalazo es tan grande que puedes llegar a quedar inconciente y malherido emocional o cerebralmente.
Algo no tan grave me pasó en Marruecos, en la parte final de mi viaje, en la mítica ciudad de Tanger. El territorio de Bowles y Burroughs era el escenario ideal para entregarle a mi novia un sencillo y hermoso anillo que había adquirido en una galería de Viña del Mar. La joya había pasado por Casablanca, Marrakech, Meknes y Fez y su destino estaba ligado al Hafa Café, que mi brother fotógrafo me había recomendado como uno de los sitios ideales de ese puerto marroquí.
Mi amigo, que es adicto a la música española, me relató que en ese lugar carreteaban los famosos y que era un sitio de culto que aparecía nombrado en canciones de trovadores y poetas.
Metí el nombre de Hafa Café un par de veces al Google y, junto a mi nutrida imaginación, comencé a diseñar el escenario de la puesta del anillo. Balcones de hermosa cerámica apoyaban mesas ultra blancas. Mozos árabes ofrecían pipas con tabacos aromatizados a sus clientes. Podías pedir variados tipos de té con menta, mientras la brisa marina envolvía a los parroquianos en un sueño mágico y surrealista. Esa era la visión que mi mente había creado.
El último día en suelo marroquí llegó y cerca de las cinco de la tarde le dije a mi chica que teníamos que llegar al Hafa Café antes del atardecer. Ella se metió a una tienda de souvenir buscando un obsequio para su nana en Chile. Me comencé a poner histérico y el anillo en mi bolsillo me quemaba la pierna.
Al final accedió a mi apuro y con la cara larga paró un taxi que nos llevó hasta el famoso sitio ubicado en un cerro de Tanger.
El local tenía una puerta de madera que ya se caía de vieja y un letrero pintado a mano. Al entrar me di cuenta que estaba en "La Piojera Turca" y que mis sueños y visiones se destrozaban ante la presencia de un anciano lanzando un escupitajo al suelo.
No había una organización muy clara en el Hafá Café y los clientes se sentaban en unas viejas sillas de madera a la espera que apareciera el vejete y trajera un té con menta.
La mayoría fumaba hachís tranquilamente, mientras se extasiaban mirando la costa española y los ferrys entrando hacia el puerto.
Mi novia puso cara de ¿y esto es el Hafa Café? Saqué un pedazo de papel de diario y se lo puse entre sus manos, mientras mis ojos gritaban: "ya no doy más". Ella abrió el paquete y se encontró con el anillo, mientras yo miraba al piso. Estaba derrotado.
Sus besos y caricias me calmaron un poco, sin embargo esa noche puse a mi imaginación en un pelotón de fusilamiento, pero no me atreví a dar la orden del disparo.

ajenjoverde@hotmail.com

5.26.2006

Mil estrellas


Por Ajenjo

"Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte".
Unamuno

Me bajo en la estación de trenes de la mítica ciudad de Marrakech junto a mi novia y gracias a un amigo musulmán, que habíamos contactado en el vagón, pudimos llegar al centro de la urbe antigua en una micro.
Al entrar a sus callejones inmediatamente un tipo se abalanzó con un cántico demencial: "están todos los hoteles llenos amigo, pero no problema amigo, yo conseguiré donde dormir amigo, no problema amigo, sígame amigo, todo tranquilo amigo, yo no problema amigo".
No paraba de repetir su frase como una oración hipnotizante, mientras nos guiaba a hoteles cada vez más raros y oscuros. La paciencia se me terminó cuando llegamos a una casa de prostitución, llena de muchachas bastante potables. La cara de mi chica no era de agrado, especialmente cuando empecé a consultar a las niñas sobre las comodidades del alojamiento.
Salimos de ahí y le pasé al supuesto guía unas mínimas monedas que me encontré en el bolsillo. El tipo las miró, escupió al suelo y tiró algunos céntimos al piso, mientras me insultaba violentamente.
El sol se empezaba a esconder y la ciudad nos miraba hambrienta y desconocida. ¿Dónde dormiremos?, me preguntaba con los ojos mi novia.
Seguimos buscando alojamiento y encontré un cartel que decía: "Fantasía". Entré y con el lenguaje universal de la desesperación logré comprender que el hotel estaba copado, pero que podíamos dormir en las terrazas, al aire libre, por un módico precio y al otro día tendríamos una buena habitación.
Dejamos las mochilas en el hall y nos largamos a comer un "chawarma" y a tomar bebidas para calmar la ansiedad, mientras pensaba en el lugar que esa noche acogería mis huesos.
Después de un par de horas volvimos al hotel "Fantasía". Un muchacho nos llevó a las terrazas, ubicadas en el cuarto piso, donde había un colchón dos plazas, con almohadas, sábanas y frazadas.
Al lado había un grupo de mochileras alemanas y más tarde llegó un grupo de habladores españoles.
Yo miré al cielo y dije: "este sí que es un hotel mil estrellas", y mientras los demás se reían, los ojos se me cerraron acompañados de una suave brisa nocturna.
A las cuatro de la mañana desperte de un tirón. Un cántico musulmán resonaba fuerte por un parlante ubicado en la torre de una mezquita, al frente de nosotros. Me levanté adormilado y me apoyé en el borde de la terraza, mientras observaba la noche de Marakech. Los cánticos se multiplicaban al ritmo de las numerosas mezquitas que había en el lugar. Nunca en mi vida me había sentido tan extranjero y una emoción indescripitible invadió mi cerebro.
Esa sensación de sentirse ajeno al lugar donde uno está, pero amarlo por su belleza y misterio, es algo que también puede aplicarse al amor.
En la mañana despertamos con los pajaritos. Mi novia fue a buscar al encargado para que nos llevara a una pieza con baño privado y televisor.
Ahí, tirado en la cama y viendo una película músical de la década del setenta en árabe, recordé las terrazas y el despejado cielo de Marrakech y pensé en dormir en lugares así toda mi vida.
El viaje estaba resultando.

ajenjoverde@hotmail.com

5.22.2006

Los recuerdos son cicatrices


Por Ajenjo

¿Por qué todas las personas que venden sánguches de potito son gordas?, le digo a mi hijo a la entrada de la galería donde está la barra del Everton. El niño me mira con cara de obviedad. Está claro que quien vende esos productos se come la mitad de lo que produce.

Llegué a Sausalito cinco minutos antes que el partido entre Everton y Wanderers comenzara. Saqué mi entrada de tres lucas para la galería Laguna, donde me esperaba la barra del Everton en gloria y majestad.
Desde que tengo uso de razón soy del Everton. Mi padre me llevaba a los partidos cuando el equipo oro y cielo estaba en segunda. Las "viejas" del Everton, que se ubicaban en la tribuna Andes me alimentaban de sánguches, mientras mi progenitor se llenaba el cerebro de cerveza. En los ochenta vendían alcohol en el estadio y todos los hombres les pedían permiso a sus esposas para ir un rato al estadio a relajarse. Ahora hay que llevar el líquido vital escondido entre las ropas. Las cosas cambian para mal.

Sin nada que beber, y con el crío al lado mío, entré a la galería.
La cosa está fuerte. Todos los evertonianos están metidos en el mismo lugar y sólo faltan segundos para que los equipos salgan a la cancha.
Me siento en el ala izquierda de la galería y le pregunto a mi hijo: ¿Tú soi de Everton? "Soy del Wanderers", me dice con una risa de oreja a oreja.
Le digo que se quede callado, que a los cinco años de edad que tiene seguramente no le pasará nada, pero que no ande gritando por su preferencia verde en plena barra evertoniana.
¡Te pueden hasta pegar un combo en el hocico! le digo. Trato de cambiarle su mente y le explico que aunque uno viva en Valparaíso, como yo, igual puede ser "guata amarilla".

El partido comienza. El primer tiempo es ultrafome. He visto muchos cero a cero en este estadio mundialista y ya no quiero más. Pienso que es una maldición, mientras mi cabro posa su cabeza en mis piernas aburrido de un fútbol mediocre y decadente.
En el entretiempo me compro un sánguche de pernil. Me costó 500 pesos y me lo vendió una gordita con ojos picarones. Al niño le embutí una leche en cajita y un paquete de galletas con forma de animales.

Comienza el segundo tiempo y empiezan los goles del Everton. El primero lo sentí en el baño, ya que al pequeñín le dieron ganar de evacuar y mientras le pasaba el papel confort, en los subterráneos del estadio, sentimos el grito desgarrador de los hinchas evertonianos.
Lo limpié en un dos por tres y subimos a nuestro puesto en la galería. La fiesta estaba re buena y los wanderinos al otro lado lloraban con decenas de bengalas.
Desde la galería del Everton empezaron a salir fuegos artificiales. Explotaban en el cielo igual que en el Año Nuevo y mi cabro empezaba a poner cara de evertoniano.
El segundo gol llenó de alegría toda la galería. Mi hijo mutaba de wanderino a evertoniano. ¿Podrá ser cierto?

Después, caminando por la avenida Los Castaños, en busca de la micro, pensaba en la mente del pequeño.
Los recuerdos son cicatrices en el cerebro.


ajenjoverde@hotmail.com

5.18.2006

El vodka musulmán



Viajar por un país musulmán para un chileno es algo bastante agotador, especialmente por la inexistencia de bares, botillerías o lugares para beber una buena cervecita helada o un combinado para calmar los nervios. De todas maneras, yo estaba informado de esta grave situación y opté por llevar una botella de vino chileno tres estrellitas y un vodka de litro para recorrer Marruecos.
La primera vez que necesité beber algunos tragos fue entre el trayecto Casablanca-Marrakech. Era un viaje en tren de seis horas aproximadamente, por lo tanto necesitaba relajar los músculos y el cerebro.
Llevaba un envase de plástico transparente de un litro, que utilizan los ciclistas, y que posee una bombilla, por lo tanto no era necesario destaparlo a cada rato para beber. Compré jugo de naranja y realicé la mezcla.
Nos fuimos junto a mi novia en un carro de segunda clase, para poder compartir con el pueblo marroquí. En la mitad del viaje ya me había tomado todo el líquido y estaba transmitiendo pesado. Un viejo, que hablaba algo de italiano, me empezó a meter charla. A esa altura ya era multilingüe, por lo tanto conversé con mi nuevo brother sobre el intercambio de mujeres por camellos.
"¿Cuántos camellos me das por esta mujer?", dije arrastrando la lengua y apuntando a mi novia. El tipo me respondió algo inentendible, mientras se reía nerviosamente. Mi novia argumentó que ella valía, al menos, cincuenta dromedarios.
"Imposible", me dijo el tipo, quien explicó que los camellos valen millones de dinares. "Bueno, entonces dame dos camellos por lo menos", le dije en broma, provocando que mi chica se enojara y me empujara del asiento.
Ese acto, para el pueblo musulmán, es totalmente desubicado, ya que las mujeres socialmente no tienen mucha personalidad y andan todas tapadas. Los árabes que iban en el vagón miraron sorprendidos. Aprovechando una parada del tren me bajé y salí corriendo a campo traviesa, como para demostrar mi enojo, mientras todos gritaban: "se volvió loco, se volvió loco". Retorné con una gran sonrisa y me preparé una segunda mamadera.
Finalizando mi estadía en Marrakech me percaté de que a la botella de vodka le quedaba un suspiro. Llené el envase sólo con el transparente líquido ruso y me dirigí hacia un carrito que vendía jugo de naranja fresco y helado.
Le expliqué al vendedor, con señas y cara de sed, que le echara juguito al tarro. El tipo agarró el envase y creyó, para mi pesar, que era agua. Tiró el vodka a la basura, mientras me nacía un grito desde lo más profundo del ser adolorido: ¡noooooooooooo! El vendedor pensó que había matado a alguien y otros peatones se acercaban creyendo que estaba pasando algún hecho policial.
El vodka se había acabado y quedaba más de la mitad del viaje en Marruecos.
Caminé por la plaza de Djemma El-Fná con una pequeña depresión que se disolvió lentamente al recordar que las tres estrellas todavía continuaban con su corcho bien puesto.
El vino chileno salvaría el viaje.

ajenjoverde@hotmail.com

5.11.2006

Maldito Sudaca


(Crónicas de viaje)

Estoy a un minuto de que me atienda un policía aduanero en el aeropuerto de Barcelona y me siento algo tenso. Justo me tocó el guardia pesado, amargado, que seguramente tiene graves problemas con su mujer y se descarga con los cientos de latinos que diariamente tiene que dejar entrar a su país.
Afuera del aeropuerto me espera mi novia. Había llegado temprano para recibirme con un atuendo especial y cargada de cariño.
"A qué viene usted", me pregunta el policía aduanero. Le respondo que visitaré por un mes a mi novia, que estudia en Barcelona, y que cuento con una carta de invitación notariada que se exige para las personas que llegan a España sin un programa turístico prepagado.
"Usted perfectamente puede no conocer a esta persona", me responde groseramente el guardia. A esa altura la paciencia se agotaba, sin embargo era el miedo el sentimiento que se concretaba en imágenes cerebrales de repatriación y deportación.
"Enséñeme su pasaje de retorno", me ordena el policía. Ahí se me vino el mundo abajo, ya que debido a la regada fiesta de despedida que había tenido en mi casa, se me había olvidado echar en la billetera una copia impresa de mi ciberticket.
Con una suave voz le dije: "no tengo la copia ya que mi pasaje aéreo lo saqué por internet y si quiere pregunte en Iberia".
El guardia gritó algo incomprensible en catalán, pero que se deducía que eran groserías. Tiró mi pasaporte a un lado y me señaló que pasara a una sala especial. A esa altura las ganas de orinar eran el máximo reflejo del terror y avancé al cubículo donde habían dos africanos que transpiraban como maratonistas y una bella colombiana con pinta de prostituta.
(Leer con voz de colombiana tropical) "Pero oye, chico, ¿que tú eres estúpido o qué? ¿Cómo se te ocurre no tener tu ticket de retorno?". Me explicó que ella se había pasado tres meses de su permiso anterior y de los africanos no sabíamos nada, ya que no hablaban castellano, pero en sus ojos había muchísimo miedo.
Pasó una hora y media y recordé que mi mochila debía de estar dando vueltas, solitaria, en la manga de recepción de equipaje. Salí corriendo sin autorización de nadie, llegué a la cinta donde estaba y la recogí. Volví nuevamente y me metí en la sala con mis nuevos amigos.
De repente llegó un auto de policía con balizas prendidas. Ahora, junto a las ganas de orinar, tenía los medios retorcijones de guata. Dos guardias se bajaron y apuntaron a los africanos y a la colombiana. Los subieron al auto y se los llevaron.
A mi me volvió a llamar el policía amargado y me preguntó si traía euros. Después me pidió mis tarjetas de crédito. Con una cara de perro me instaló el selló en el pasaporte y me dejó pasar.
Habían pasado dos horas de terror y salí corriendo a los brazos de mi novia, que ya estaba a punto de armar un escándalo en el aeropuerto por mi desaparición.
Muy asustado le relaté el episodio, mientras ella intentaba calmarme. Yo sólo recordaba en mi mente la canción del desaparecido grupo Circo dedicado a los guardias de seguridad prepotentes: "perros guardianes del poder, maldita raza".
En realidad la maldita raza es la latina, que recibe a los gringos con los brazos abiertos, mientras ellos nos humillan en cada momento.
ajenjoverde@hotmail.com

5.05.2006

Aterrizaje forzoso



Aterrizar después de un largo viaje no es sólo un fenómeno físico, sino que también es una acción mental que conlleva mucho esfuerzo y sacrificio. Estar un mes dando vueltas por diversas ciudades musulmanas del norte de Africa y carretear en las callejuelas del bario Raval de Barcelona para después volver a reinsertarse en la realidad laboral, familiar y social es algo complejo que necesita tiempo y reflexión.
Uno puede bajarse del avión, no obstante el cerebro sigue viajando a mil por hora y la realidad se disuelve y se transforma como un flan de caramelo.
Al llegar al terminal de buses de Valparaíso con más de 30 kilos de carga distribuidos en mochilas y bolsos lo primero que hice fue discutir con el taxista para que me llevara a mi casa en el cerro Alegre por un módico precio. No lo logré y el conductor pirata se llevó las pocas lucas que me quedaban.
Entré a mi casa, respire hondo y tocaron la puerta. Llegó mi madre, mi hijo, una amiga y todos juntos partimos al restaurante Caruso a celebrar mi llegada con ceviche y vino blanco.
Mi santa madre pidió un pez llamado “vieja” con arroz. La frase “yo jamás me he comido una vieja” me salió en forma automática, provocando un estallido de risas en la mesa.
Después de ese gastronómico recibimiento me fui al Moneda de Oro a rellenarme de colemono. Eran las seis de la tarde, pero para mi era la medianoche, debido al terrible cambio de horario que existe entre Europa y América.
Dormí por varios días sin asumir muy bien la hora en que me encontraba. El término de todo este proceso, conocido científicamente como “jet lag”, fue una fiesta en mi casa que me auto organicé para agasajar a mis grandes compañeros de la vida.
Preparé variadas tapas españolas, con quesos, champiñones, aceitunas y salmón ahumado. Traté de hacer una tortilla de patatas, pero casi quemo la cocina y cuatro sartenes. Mis amigos llegaron a la hora prevista y después de comer saqué una botella de absenta (ajenjo) marca Perla Vella que decía en su etiqueta: “fórmula centenaria, a base de un celoso secreto familiar y artesanal en la antigua elaboración de esta mágica bebida, que nos transporta a nuestro particular limbo”. La había comprado en una vieja botillería barcelonesa, especialista en este tipo de bebidas espirituosas.
Mis amigos la bebieron en copas, con sus cubos de azúcar encendidos. Al apagar la luz el espectáculo fue hermoso y nuevamene un espíritu de amistad eterna invadió mi espacio.
Estaba en casa, con mis amigos.
Sano y salvo.

ajenjoverde@hotmail.com

3.23.2006

Africa Mia


“No me confundas, no voy a cambiar, yo sé lo que busco y sé donde está”.
Nicole, banda sonora de “Se arrienda”

Por Ajenjo
Dentro de cuatro días comenzaré uno de los viajes más distorsionados de mi vida: Africa. Estoy muy nervioso ya que las imágenes del Desierto del Sahara me han perseguido desde mi niñez y en esta ocasión lo podré pisar, ya no imaginariamente, sino que en forma real y palpable.
Pienso en la cantimplora que tendré amarrada al cinturón y obviamente no contendrá agüita mineral, pero bueno, al parecer los muchachos son musulmanes y hay que tener cuidado con el trago.
Como sonido particular de mi viaje he elegido la banda sonora de la película “Se arrienda”, que hace días me tiene cono los sesos fuera de la cabeza.
Ya envié el tema principal via e-mail a Barcelona, que será la primera parada de la travesía. Ahí me estará esperando mi bella novia, que con un atuendo especial y secreto me recogerá en las afueras del aereopuerto.
Hace varios años ya estuve en “Barceloca”, como la llaman los chilenos que en masa viven en esa ciudad española. Recuerdo estar sentado en la Rambla, el paseo central de la urbe, con una muy buena amiga y una china que nos metió conversa en inglés. Yo no entendí nada pero al final sacó un montón de fotos a mi rostro, de frente y de lado, ya que mis facciones le parecieron “extremadamente raras”.
En ese tiempo utilizaba un barba sin bigote que me acercaba mucho a un rabino joven. En el diario me decían “el brujo chico” , por el parecido con el Profesor Nostradamus (creo que esto ya lo había contado, pero la artereosclorosis avanza y avanza).
Ahora me enfrentaré a Europa en forma diferente, sólo como un paradero de micro, ya que el destino especial y salvaje será Marruecos.
Quiero entrar a la ciudad de Marraquech dominada por encantadores de serpientes y comer las cosas más raras y sabrosas que en el mercado vendan los cocineros con turbantes.
Quiero seguir la huella de William Burroughs y los demas beatniks ,que en los años ‘50 y ‘60 hicieron de Tanger su ciudad preferida, y donde se redactó el texto final de “El almuerzo desnudo”.
Quiero conocer las terrazas del Hafa Café y beber con los parroquianos sustancias secretas y reírme al ritmo de la música marroquí y sacar una sorpresa con nombre de amor.
Quiero entrar a los laberintos de la ciudad mágica de Fez y tocar todas sus murallas blancas y vírgenes.
Quiero muchas cosas, pero lo más importante es encontrar la calma cerebral en una aventura sin límites, donde el cariño del reencuentro será el gran protagonista de una travesía hecha ya muchos años virtualmente.
Desapareceré unas semanas, pero volveré cargado de cuentos y mentiras. Ojalá todos mis dioses me acompañen.
Para los que se quedan y los que se van, muy buena suerte.

ajenjoverde@hotmail.com

3.21.2006

Tunquén


Mira. En la casa de allá vive la Vacarreza y en las de más allá, ésa que parece un cubo blanco, vive la Claudia Conserva", me dice una amiga que me invitó a pasar unos días a la cabaña del actor Pancho Reyes, en Tunquén, reducto costero para políticos y famosos de la TV.
Mi socia es la cuñada del rostro
de "Cómplices", quien amablemente le cedió la casa por una semana y yo, junto a mi hijo, partimos a visitarla.
Llegar es muy difícil, y como no tengo automóvil ni idea de manejar, tuve que
contratar los servicios de la señora María y su famoso taxi amarillo, que por diez lucas te va a buscar a tu hogar en Valparaíso y te deja en la puerta de la cabaña de Tunquén.
La casa es bien bonita y tiene el mismo sello de humildad que este actor y su familia han proyectado siempre a la sociedad.
Para entrar en onda llegué con elementos para un asado: carbón, costillas de cerdo adobadas con orégano, y aceite de oliva buenos bistocos de asiento, pollito, longanizas,pan batido, vino del bueno y del otro y un pisquito.
Antes de encender el fuego bajamos a la playa. En diez minutos estábamos felices en la arena, enfrentándonos al bravo Pacífico. El calor era heavy metal y tuvimos que lanzarnos unos piqueros para calmar la transpiración.
De ahí vino el asado, que contó con la participación de un niño de diez años que realizó las imitaciones del grupo Miranda!, Sergio Lagos y el borrachito Ruperto. El muchacho, que nos sacó lágrimas de la risa, seguramente dará que hablar en el futuro de las tablas chilenas, ya que es un actor en potencia.
Los asados que comienzan a las cuatro de la tarde generalmente terminan en la oscuridad. Se apaga la luz del sol y se apagan las cabezas de los comensales.
A las once de la noche estábamos todos durmiendo y al otro día, muy tempranito, agarramos un bote plástico y nos internamos en una laguna de mar.
Ahora que comienza marzo y la rutina de todo el año de acomodarse lentamente,pienso en esos días breves en Tunquén y obviamente caigo en una pequeña depresión.
Todo el grupo de amigos está igual y para subirnos el ánimo, el médico del lote organizó un asado de fin de verano en la casa de sus padres.
El galeno preparó "la mejor parrilla de tira y entrañas" y junto a un grupo selecto de invitados, entre los que se contaba la bella dueña del restaurante Caruso, despedimos el calorcillo estival.
Ahora las hojas empiezan a caer, el vientecito helado porteño aparece después de las cinco de la tarde y las once con tecito y pan con palta se convierten en un placer.
Ha llegado el otoño y hay que degustarlo.

ajenjoverde@hotmail.com