1.25.2008

Chupando en el Club de la Unión


El fin de semana pasado me tocó estar en el lado de la balanza de los cuicos, ya que mi novia abogada me invitó a un matrimonio en el nuevo Club de la Unión, ubicado en el encopetado barrio El Golf, en Santiago.
En el matrimonio el 90 por ciento de los invitados eran "leguleyos", entre los que se contaban un grueso número de fiscales, jueces y jefes del ministerio Público.
La misa fue muy curiosa, ya que el curita se mandó una prédica bastante extraña, donde metió en una juguera los conceptos de marxismo, machismo, poligamia, el mundo árabe y el derecho canónico, mientras los asistentes se miraban incrédulos.
Después al nuevo Club la Unión ubicado en un edificio de cristal. El lugar es minimalista, de piedra caliza blanca, mucho vidrio y madera. Sinceramente no le encontré ninguna identidad, ya que puede replicarse en cualquier lugar del mundo globalizado, que en pocas palabras es fome y aburrido.
Lo importante fue el comistrajo y la bebida. Gigantescos camarones ecuatorianos, filete, ricos vinos y de bajativo me tenían amaretto Disaronno y whisky, una mezcla que toda la vida me ha gustado mucho mucho.
"Póngame una pinta de whisky y otra de amaretto señor barman", y con mi acaramelado vaso llegaba hasta la mesa y les decía a los comensales: "los abogados son muy fomes ya que siempre o están estudiando o trabajando".
Nadie en la mesa se rió y mi novia empezó a poner cara de nerviosa, mientras yo volvía a la barra por el combinado dorado y millonario.
La conversa estaba re buena y el baile también. En el momento del "cotillón", la nueva moda de los matrimonios chilensis, apareció una batucada que era liderada por una negra en colaless y con un cuerpo moldeado por Rodin.
La negra bailaba como loca, mientras yo, con antifaz incluido y una cornetilla que se estiraba y recogía según la voluntad de mis pulmones, me lancé al ruedo y quedé en trance por algunos segundos.
Mi novia se reía y yo seguía siempre visitando a mi barman amigo hasta que finalmente le pedí un vaso de agua y con una modulación bastante atípica le dije: "hasta aquí llego no más, así que denme un buen vaso de agua y hasta luego".
En el taxi rumbo a la casa tuve los flash de la mesa, la conversa, el baile, los camarones y la negra y me di cuenta que los "leguleyos" no son tan fomecas.

1.18.2008

¡Corena a Viña!


Estoy en el palco del Festival de la Canción de Viña del Mar 2009, después de desembolsar 170 mil pesos en dos entradas y me siento nervioso y muy ansioso ya que en pocos minutos más saldrá Carmen Corena y los músicos del Cinzano para cerrar el gran espectáculo musical.
Carmen Corena viste un hermoso vestido azul, muy parecido al que utilizó en una gala en el terminal de Cruceros que organizó una multimillonaria naviera.
Ella es la primera que sale, mientras un foco la sigue por todo el gigantesco escenario. Sonríe tranquila, mientras en el fondo "Pollito" y sus brothers toman lo instrumentos.
Estoy rodeado de cuicos, pero no arrugo y saco una sabana blanca donde está escrito con pintura spray: "¡Grande Carmen Corena!".
Las cámaras de televisión me apuntan y el letrero se desplega hacia todas las pantallas del mundo. La cantante vuelve a sonreír y los primeros acordes del bolero La Hiedra resuenan por los parlantes y El Monstruo se hinca ante tan sublime espectáculo. Se llevan gaviota y 3 antorchas.
De repente un sonido que hace bip, bip, bip, me empieza a trastornar y despierto de este emotivo sueño. Apago mi celular alarma y me preparo a salir a trabajar.
El sábado pasado volví a meterme al Cinzano, a pesar de sus prohibitivos precios, y estuve sentado con Carmencita y muchos amigos degustando unas buenas whiskolas, que es mi nuevo trago veraniego.
Le volví a prometer a Carmencita que llenaríamos un carro del metro para llegar hasta Olmué y vitorearla en el Festival del Huaso este domingo 20 de enero, sin embargo, por motivos laborales no podré asistir y sólo los rayos catódicos emitidos por la tele serán mi compañía.
Ella me contó qué vestido usaría esa noche, "pero por favor no lo cuentes en el diario ya que a veces se te pasa la mano relatando intimidades", me replicó.
"Yo sólo escribo la verdad", le contesté tocándole su mano de artista verdadera y sintiendo que soy parte de la historia más profunda de los sobrevivientes de la bohemia porteña y que son comparados mundialmente con los Buena Vista Social Club, que ya han pasado de moda.
Titae Lindl, el gran bajista de Los Tres, es nuestro Win Wenders porteño, que se la ha jugado por mantener el más puro y verdadero patrimonio intangible de Valparaíso. Salud por él.

1.16.2008

Soponcio en el bar


El hijo del dueño del Bar Inglés fue a pescar a Rapel y llegó con un buen número de pejerreyes que se transformaron en una rica cena el martes pasado.
Celia, la mejor y más bella garzona de Valparaíso, arregló la mesa con pancitos con palta y crudos, una ensalada de tomate, lechuga, apio y mucha buena onda.
En la mesa éramos cuatro y empezamos a degustar unos pisco sour y unos vinos, mientras esos pequeños pescados fritos se deshacían en la buena conversa.
En un momento inesperado de la cena, luego de algunas bromas sobre el matrimonio y la vida en pareja, mi novia se puso de color blanco y nos avisó que se sentía un poco mal.
Volvió a los minutos más pálida que el cochero de la muerte y emitió unas palabras que significaban, sin dobles lecturas, "me voy a desmayar".
Mi brother médico se la jugó entero. La tiramos al suelo mientras constatábamos que su piel estaba fría y sudaba nerviosamente. Por suerte ya nadie quedaba en el bar y sólo nosotros participábamos como testigos de este peculiar soponcio femenino.
En general las mujeres son buenas para los desmayos, pero a uno siempre le cuentan que pasan estas cosas y ahora éramos los protagonistas.
La hora del soponcio coincidió justo con la del bajativo, ya que si mi novia se hubiera desmayado en la mitad de la degustación de pejerreyes fritos, tendría que haberle pedido a la Celia que me los pusiera en una cajita de plumavit para seguir comiéndolos en la casa.
Mi amigo fue a buscar su automóvil, mientras yo le tiraba aire románticamente en la cara y le preguntaba por quinta vez y con cara de cordero degollado: ¿No será que estás embarazada?
La subimos al auto mientras poco a poco la calma llegaba a su cuerpo. En la casa exigió un guatero caliente y que todo el grupo siguiera conversando alrededor de la cama.
Como el bajativo había quedado interrumpido, subí un Juanito Caminante y lo bebimos con hielo, mientras comentábamos el desmayo, ahora con tintes más humorísticas.
Al final todo pasó y la vergüenza del soponcio ya está instalada en el álbum familiar de los recuerdos chistosos, acompañada de todas esas extrañas situaciones dramáticas que terminan en un final simple y feliz.
Así debería ser toda la vida.

1.07.2008

¡Güena la fiesta!


Por Ajenjo

Tengo un antifaz dorado y una corbata de plástico multicolor y bailo cumbia frente a la tumba de Arturo Prat y me percato que estoy sacándole el jugo a las fiestas callejeras de Valparaíso organizadas para amenizar la llegada del Año Nuevo.
Todo comenzó el 30 de diciembre con un regado asadito en la casa para recibir a los santiaguinos que repletaron mi casa con su alegría y ganas infinitas de pasarlo bien.
Durante el asado me filtré tempranito y decidí hacerles un show con diapositivas de gente deforme para terminar en el bar Cinzano.
El 31 en la mañana partí a Caleta Portales que estaba convertida en la Torre de Babel. No había ningún idioma extranjero, sin embargo nadie modulaba en forma normal producto de las tremendas tomateras nocturnas. Yo entendía todo lo que me decían y debo haber hablado muy parecido a los parroquianos pescadores.
Compré machas, ostiones y reineta y partí rumbo a la casa. Llevé a los santiaguinos a La Sebastiana y recorrimos un poco el bello cerro Bellavista. Hice un ceviche y mariscos a la parmesana, mientras me preparaba para el momento de las 12.
Salimos de la casa disfrazados y caminamos por la Avenida Alemania bien aperados de petacas de pisco sour casero, vodka naranja, botellas de champaña y sus correspondientes vasos de plástico. Quedamos estacionados en la plaza Bismark y ahí observamos panorámicamente los fuegos de Valparaíso hasta Concón.
Después bajamos por unas quebradas interminables y llegamos al plan hasta la plaza Sotomayor, donde bailé reggaetón con mi cuñada al ritmo de “hagamos sexo con ropa”, mientras mi novia me miraba con celos cariñosos.
Después enfilamos hacia el Cinzano donde me encontré con Carmen Corena y su vestido impecablemente blanco. Bailé sus temas y le prometí llenar un carro del metro regional con fans para apoyarla en el Festival de Olmué con cartel incluído.
Después aparecí en una fiesta electrónica al frente de la Intendencia Regional donde el “punchi punchi” terminó una dorada noche llena de juerga y buena onda.
A las 5.30 tomé el colectivo para mi casa, mientras una jovencita me sermoneaba sobre el alto consumos de alcohol en estas fechas. Sólo la miré, sonreí y cerré los ojos, mientras el auto me llevaba cerro arriba...

1.03.2008

Sobreviviendo al Año Nuevo


Después de pasar 10 años seguidos el Año Nuevo en Valparaíso ya me siento capacitado para entregar recomendaciones de supervivencia a los turistas que llegarán a este exótico puerto maldito en busca de jarana, fuegos artificiales y pachanga hasta el amanecer.
Lo primero que les puedo gritar es que no se les ocurra meterse a ninguna fiesta pagada. Las promesas de barras abiertas de 100 metros son una sarta de mentiras comprobadas. Al final uno termina pagando veinte lucas y trata de sacar un trago y sólo recibe codazos y codazos y finalmente terminas con una piscola aguada entre las manos. Los organizadores de estas fiestas aprovechan la enorme cantidad de gente y prometen de todo en afiches multicolores. El papel aguanta todo y no hay que dejarse tentar por esas aburridas fiestas.
Una recomendación positiva es pasar el Año Nuevo en la calle junto a la masa que grita, aulla, se abraza, bebe y hace pichi en el gran living en que se convierten las arterias y plazas porteñas. No se le ocurra tratar de comprar trago en alguna botillería del plan, ya que las filas son largas e incomodas. Después de ver los fuegos artificales salga aperado de la casa con su botellita de lo que sea y piérdase entre el ritmo urbano.
Dicen que en esta ocasión se montará una fiesta electrónica en la plaza frente a la Intendencia Regional. El año pasado un grupo de enajenados punk y anarcos alcoholizados, al ritmo del licor barato y los pitos paraguayos, rompieron vidrios y puertas. Ahora la situación promete cambiar, pero es altamente recomendable retirarse con los primeros rayos del sol, ya que a esa hora la cosa parece relajarse y la violencia puede llegar. Nadie quiere estar el 1 de enero con puntos en el craneo.
Otra recomendación importantísima a la hora de celebrar esta fiesta es no ponerse a tomar temprano. Hay giles que a las 5 de la tarde llevan 20 vinos y tres cervezas en su conciencia y a la hora de abrazar están babeando como mongólicos. Sea precavido y el 31 en la tarde beba mucha agua y relájese. Si es posible métase a la tina con sales de mar.
No coma pesado. Si pretende salir a jaranear a la calle no engulla como cerdo. La experiencia indica que las mezclas estomacales finalmente se vierten hacia el exterior y andar llamando a Guajardo es realmente desagradable. Nadie quiere abrazar a un tipo pasado a vomito. Hay que cuidar la imagen.
Finalmente descanse mucho el 1 de enero. No se le ocurra estar tomando cervezas recomponedoras o mariscales calientes. Coma ensaladas y trate de dormir.
Y lo más importante es que todo lo que haga y diga con la botella de champaña chorreando por su cabeza le será perdonado. En estas fechas el exceso está permitido y el arrepentimiento sólo está presente en las mentes débiles. Lo comido y lo bailado no se lo quitará nadie y menos si tiene un Alka Seltzer a su lado.