5.27.2007

Con la sopaipa súper pasá


Llego con algunos minutos de retraso al restaurante "Caruso", donde mi brother médico, junto a su familia, está celebrando el cumpleaños de su padre con un abundante almuerzo marino.
Traigo un vinito de buena cepa de regalo y saludo a los 14 comensales, mientras trato de reformar mi cara que, cuando desperté ese domingo, tenía todo el aspecto de andar "con la sopaipa súper pasá". Había asistido a la IV Cumbre Guachaca en los salones del VTP, donde me bajé, obviamente junto a mis socios y socias, cuatro jarras de terremoto.
Me pusieron un pisco sour como entrada y al sentir ese ácido y adictivo sabor bajando por el gaznate pude oír la explosión del licor de la noche anterior en mi cerebro y mi lengua se soltó de sus amarras y comenzó una epiléptica sesión de conversa distorsionada.
Un caballero, que era un experimentado galeno santiaguino, escuchaba con atención mis exageradas aventuras y relatos de la vida periodística. ¿Qué especialidad tiene usted?, le pregunto con mucha educación. "Soy ginecólogo", me responde. "Que choro su trabajo", digo casi en forma automática y una risa general invade la mesa.
Mi novia también se rió a mandíbula batiente, pero su cara ya expresaba que mis chistes podrían pasar la raya de la "buena onda" a la "ordinariez total". Comenzaron los discursos y uno de los yernos del cumpleañero, conocido por todo Viña del Mar y gran parte de la bohemia porteña como "El Lolo", trató de cantar uno de sus cebolleros boleros, pero la vergüenza tomó por asalto su rítmico tema.
"Si Lolo no puede cantar, tendré que recitar un poema", dije entremezclando algunas vocales y sílabas. Me mandé el tremendo verseo y saqué aplausos, lo que siempre alegra mi vida.
Después el cumpleañero también recitó. El texto estaba basado en el himno de su liceo y nos emocionó a todos los presentes.
Cantamos el cumpleaños feliz, nos sacamos fotos y la sopaipa, que seguía en remojo, volvió a su hogar, donde prendió la chimenea y cerró sus ojos, buscando la esquiva calma en los hipnóticos rayos catódicos de la televisión. Y dormí, hasta que los tempraneros cañonazos del 21 de mayo me despertaron, anunciando un nuevo día más de vida.

ajenjoverde@hotmail.com

5.22.2007

La Previa


Por Ajenjo


Estoy un poco nervioso ya que mañana es la Cumbre Guachaca Porteña, y como buen militante activo y combatiente de ese movimiento, tuve que hacer una sesión previa al magno evento.
Partimos al restaurante Caruso a comer unos ricos pescados y a beber vino blanco y limoncello, con la intención de encontrarnos con la Javi Luco, candidata a "Joyita del Pacífico". Cerca de las cuatro de la tarde apareció Dióscoro Rojas, quien quería echarse algo al buche, sin embargo la cocina estaba cerrada.
"Yo con unos tallarines con salsa quedo listo", dijo el Guaripola. "Yo te los preparo en mi casa", le dije, y partimos todos rumbo a mi nuevo hogar en la calle Yerbas Buenas. Aprovechamos de pasar por un supermercado y nos aperamos con unos quesos rayados y una botella de whisky para rematar el día.
En la casa me puse el delantal de chef y le preparé su plato de tallarines. "Pero ponle un huevo frito arriba, po’", me replicó Dióscoro.
Al final se comió su dosis de alimento, mientras nosotros nos bajamos el dorado licor y la preparábamos una jarra de café con crema al guaripola.
Decidimos prender la chimenea y sentarnos en torno al fuego, para hablar de política y otras cosillas. Entre los temas de conversación apareció el box y comenzó una sesión de entrenamiento bastante freak.
Dióscoro boxeaba con el brother médico, quien pedía a gritos que volvieran las peleas al Fortín Prat. Mi novia y mi hijo también repartían derechazos al mentón, en una danza que nos sacaba lágrimas de la risa.
Después de un rato de ejercicio volvimos a la chimenea y nos llegó de un sopetón la nostagia de la música setentera. La imagen, que podría graficarse como la "oda a la inconsecuencia", consistía en un grupo de personas, con un vaso de whisky en la mano, observando cómo se quemaban los troncos de la chimenea y cantando el "Venceremos" de Inti Illimani.
Y como dijo el alpinista: ¡nos vemos en la Cumbre!

ajenjo667@hotmail.com

5.11.2007

Matrimonio a la chilena


En recuerdo de Pablito Atucha


La liga de la novia vuela sobre el espacio de la sala Limache, en el salón de eventos que tiene la CCU en las afueras de Santiago. Mis dedos casi rozan esa liga, sin embargo, un empujón me saca volando, y con mi terno encero el brillante suelo.
Me levanto y tomo conciencia de que estoy en un matrimonio, que según mi peculiar visión de vida se puede resumir en: "un acto tribal donde una pareja se une eternamente (en teoría), mientras sus familiares y amigos chupan y comen como dementes, hasta llegar al trance que se refleja en bailes epilépticos".
En menos de tres meses he asistido a dos matrimonios en Santiago y he podido reafirmar mi teoría sociológica, donde las bodas son eventos en que la gente se relaja, especialmente por la influencia de bebidas espirituosas.
He visto de todo en estas fiestas y una de las situaciones más torcidas fue cuando se casó la hermana de un amigo en el Estadio Español, en Recreo.
Entré al baño del local y en uno de los cubículos estaba un viejito sentado en el suelo. Su ropa, su camisa, sus pantalones, hasta su corbata, estaban llenas de excremento. El anciano no se podía ni parar y solo gemía. Yo no pregunté como había llegado a esa situación extrema y solo atiné a llamar a un encargado para que ubicara a su esposa u otro familiar y se lo llevaran.
Fue el comentario del matrimonio durante toda la noche y, con lo exagerada que se pone la gente con el trago, decían que había explotado "una bomba de caca en el baño".
En el último matrimonio a que asistí la novia exhibía su anillo con inscripciones en el idioma de elfo, mientras que su entrada al salón de eventos fue con la música de "La Guerra de las Galaxias". Sirvieron empanadas de frambuesa, champiñones fritos con polenta y queso bañado con chocolate.
"Cada uno con su gusto dijo una vieja y agarró besos a un chancho", como decía mi abuela. Eso me gusta. La diversidad, la diferencia, hacen que la vida sea entretenida.
De vuelta del matrimonio santiaguino supe que nos había dejado Pablo Atucha y la pena y el desconsuelo ensombrecieron la fría mañana porteña.
Hasta pronto.


ajenjoverde@hotmail.com
http://ajenjoverde.blogspot.com

5.04.2007

Cojo y sin celular


por ajenjo

El resultado del fin de semana largo que vivimos a propósito del Día del Trabajador se puede resumir en la siguientes cuatro palabras: cojo y sin celular.
Todo partió con la ocurrencia de mi novia de venir desde Santiago con su automóvil. Para mí, que no sé pasar un cambio y la palabra embriague la asocio con una borrachera, los vehículos me tienen sin cuidado y mi reino son los colectivos, taxis y micros de la zona.
Con su auto recogimos a mi brother médico y nos fuimos directo a comer unas empanadas a Cochoa. Ese restaurante, que tiene las mesitas afuera, siempre ha alojado a una fauna que bebe cerveza y mastica las camarón queso con mucho ímpetu. El "Cuchillo" Eyzaguirre, del programa "C.Q.C". era parte del ganado.
Ahí nos bebimos dos litros de cerveza, mientras mi novia profitaba garabatos al cielo, ya que estaba condenada al agua mineral o la coca light. El que maneja no puede beber. Esa es la máxima. Esa es la frase que a muchos aún nos mantiene con vida.
Después nos largamos a comer unas bandejas de machas a la parmesana al Albatros. Un velero con el nombre de Taote fue la mecha para incendiar la lengua de mi brother, quien comenzó a soñar con su pequeño barco surcando los mares con rumbo a la Isla de Pascua, mientras la patota, en cubierta, toma sol, come y bebe a destajo.
Un vinito blanco nos entregó la fuerza necesaria para ir a visitar a unos amigos que viven en los bosques de Concón. Dos hermanos, uno arquitecto y el otro sicólogo, están auto exiliados en una zona onda "secta de Pirque".
Fue ahí donde quedé cojo. Me puse a cortar leña con un hacha y pegaba fieros golpes a los troncos. Cuando estaba sediento agarraba mi vaso lleno de roncola y me lo empinaba al seco. Después de 20 ó 30 minutos estaba agotado.
Seguimos chupando el roncito hasta que mi novia, con su cara larga por la sobriedad, nos instó a volver a Valparaíso, no sin antes pasar por una pizzería y mandarse una respetable cantidad de orégano y queso.
Al otro día, al bajarme de la cama, mi pie izquierdo no podía apoyarse. Los hachazos estaban pasando su cuenta y mi cuerpo, ya en la entrada de su cuarta década, no resistió tanto ajetreo.
A eso se le sumó que mi celular se descompuso y ahora, en la incomunicación total, sólo me queda tomar aspirina forte y dicoflenaco sódico.

ajenjoverde@hotmail.com