9.30.2005

Abstinencia alcohólica


"Existe una relación directa entre mi experiencia cuando te escucho
por teléfono y la de un religioso que a fuerza de tanto ayunar,
de tanta soledad y meditación, alcanza a oír la voz de su dios.
Salvo que tú existes, mientras que, en lo que se refiere a Dios,
tengo mis dudas".
Extracto de una carta de Philip K. Dick a su amada


Tengo que ser honesto: desde el 18 de Septiembre que ninguna
gota de alcohol toca mi estómago y mis neuronas. Estoy tomando
antibióticos para eliminar los rastros de una pulmonía primaveral
que me tuvo entre las cuerdas.
¿Qué hacer? No puedo ir a la barra para conversar con mis sicólogos
barman. No puedo juntarme con la patota para reirme y comer un
rico asado con vino tinto. ¿Qué puedo hacer? fue la pregunta
que comenzó a rondarme el cerebro violentamente.

La respuesta estuvo en Blockbuster y en mi amigo médico que viajó
a Buenos Aires y que me trajo unos buenos libros para matar el
tiempo. Televisión, cine y literatura, una mezcla letal.
Ahora estoy leyendo "Yo estoy muerto y vosotros estáis vivos",
de Emmanuel Carrère. Este biógrafo relata magistralmente la vida
del escritor de ciencia ficción Philip K. Dick, quien se hizo
bastante conocido por la adaptación de una novela al cine, que
se tituló "Blade Runner" y que le voló los sesos a una generación
completa. Este tipo fue un apóstol del LSD en la década del 70
y se convirtió en un gurú de la contracultura norteamericana.

El libro va revelando poco a poco el estado siquiátrico del escritor.
Dick estaba bastante loco y tenía lo que podríamos llamar una
"esquizofrenia mística". El muchacho andaba diciendo: "A quien
Dios habla ¿oye algo más que su propia voz?" Terminó bastante
rayadito, pero sus libros están llenos de un complejo universo
y tiene cientos de fanáticos que lo siguen como a un nuevo Mesías.

Estoy impactado con la vida de este escritor y me ha ayudado
a sobrevivir a esta abstemia antibiótica, que ya entró en su
cuenta regresiva, sin embargo la vuelta a la pista será lenta
y con más juicio y racionamiento.

También terminé de leer "Asfixia" del ultra taquillero Chuck
Palahniuk, donde el protagonista va de restaurante en restaurante
provocándose auto- ahogos con comida para ser rescatado por las
personas. Es un adicto al sexo, enfermizo, que tiene una visión
del mundo particular y negra. Palahniuk es el autor de "El Club
de la pelea", que fue llevada a la pantalla grande con gran éxito
y escándalo.

Ahora este artista escribe cuentos de terror. Cuando los lee
en voz alta, en sus lanzamientos , la gente se desmaya. ¿Será
verdad?

No solamente me he estado nutriendo de libros. He visto, en mi
soledad hogareña, horas y horas de televisión nacional y de películas
en DVD arrendadas. Creo que observé 20 cintas, desde una sátira
a los gringos con títeres que hacían el amor en todas las posiciones
imaginables ("Policía Mundial") hasta la potente "Mar adentro",
que no fui capaz de ver en el cine y que ahora me destrozó los
sentimientos. ¡Grandes Bardem y Amenábar!

Ahora sólo me queda esperar que la enfermedad se retire y que mi novia me llame de
Barcelona todos los días. Lo demás seguirán siendo libros y películas,
hasta quedar con sobredosis.

ajenjoverde@hotmail.com

9.25.2005

Un "18" en la cama


El título de esta crónica, que puede parecer algo erótico, no
tiene nada que ver con sexo. Pasé el 18 de Septiembre acostado,
con 39 grados de fiebre, por una bronquitis primaveral que todavía
me mantiene en cama.

El resfrío me pilló durante la tarde, en las ramadas del Sporting
Club, adonde había llevado a mi hijo que gozaba subiéndose a
unos juegos mecánicos de la década del 50 con la máscara del
Power Ranger negro. Fue ahí que comencé a sentir una extraña
presión en los ojos y en la cabeza. Le dije a mi novia Jacobé
que me compraría un vaso de chicha "para ver si logro sentirme
mejor". El dulce licor sólo logró descomponerme más y tuve que
partir a mi casa y arroparme bajo las sábanas.

Mientras me preparaban tecitos y me hacían cariño para bajarme
la fiebre, comencé a recordar otros 18 de Septiembre, que debe
ser la fecha alcohólica más distorsionada de todo el calendario,
ya que el pueblo sale de sus casas, para cuatro palos, les pone
unas ramas, y se pone a vender copete a diestra y siniestra.

Una de las Fiestas Patrias que más recuerdo fue en mi colegio
de Viña del Mar, donde se hacía una tradicional ramada en el
patio. Toda la familia asistía feliz y los jóvenes bailaban a
Charly García en el subterráneo, las cuecas en la cancha de baby
fútbol y los más viejitos al "salón de los recuerdos", en la
biblioteca, en el segundo piso.

El colegio se transformaba en una gran fiesta y mi familia asistía
completa, incluso algunos parientes santiaguinos. Uno de mis
tíos, que es seco para el trago fuerte, acompañó a mis padres
al "salón de los recuerdos". A las dos de la mañana estaba completamente
borrado y mi papá tuvo que sacarlo tomándolo de uno de los hombros.
Al bajar por la escalera mi padre no pudo con el peso y se fueron
rodando hasta quedar tirados en el pasillo central, a vista y
paciencia del público general.

Yo estaba bailando cueca con mi gran amor colegial que nunca
me pescaba y me avisaron del seudo accidente. Cuando llegué al
pasillo pude observar a mi papá bastante avergonzado, que levantaba
a mi tío, que había quedado igual que Martín Vargas. Un corte
en la ceja le sangraba profusamente. Llegamos hasta el baño donde,
por la urgencia de la herida, recogimos unos papeles del suelo
y logramos taponearle el tajo, mientras se lo llevaban a casa.

Volví a buscar a mi platónica amada a la ramada, pero ya bailaba
con otro, mientras mis compañeros comentaban que dos curaditos
se habían mandado el medio espectáculo. Preferí quedarme callado,
ya que cualquier defensa aumentaría más la historia, que se transformó
en toda una leyenda con el paso de los años. Se hablaba de una
violenta pelea en el "salón de los recuerdos" que había terminado
cuando uno de los protagonistas lanzaba a otro por las escaleras
para abajo. Sensacionalismo puro, pero bueno, así somos los chilenos.

Salgo de la bruma de la fiebre y vuelvo al presente, donde por
la excesiva calentura y el malestar corporal decido llamar a
un médico al hogar. Como es la tradición, el galeno era colombiano
y lo primero que me advirtió era que el termómetro que estaba
utilizando en mi axila "era rectal". Poniendo cara de que no
tenía idea, sólo atiné a decirle: "es que es de mi hijo".

El doc me mandó a sacarme una radiografía a mi pulmón izquierdo
y me llenó de antibióticos. Ahora, mientras una enfermera me
instala frente a la máquina de rayos X en el Hospital Alemán,
pienso en las sabias palabras de mi Jacobé, que en estos momentos
camina por Barcelona: "es bueno mirar el carnet de vez en cuando".

ajenjoverde@hotmail.com

9.16.2005

La hoguera de las vacaciones


Un amigo celebró su cumpleaños en el tercer piso del Barlovento
y partimos, junto a mi novia Jacobé, a ese cubo de cemento que
alguna vez estuvo enclavado en Valparaíso y que ahora está en
Viña del Mar.

Antes pasamos por la botillería "Caroca", ubicada frente a Falabella,
donde compramos un litro de vodka Stolichnaya y dos litros de
jugo de naranja y enfilamos hacia el departamento de un brother,
donde realizaríamos el tradicional "calentamiento de motores",
junto a la patota de siempre.

El Barlovento estaba bien simpático. Mi amigo médico recibía
a los invitados junto a su bella esposa y entregaba unos vales
que podían ser canjeados por tragos con los mozos del recinto.
Yo seguí militando en el vodka naranja, ya que septiembre es
un mes donde hay que evitar a toda costa las mezclas alcohólicas
y digestivas; sin embargo, es casi imposible, especialmente cuando
uno se encuentra de vacaciones y con una novia santiaguina que
ama la buena conversación y la rica cocina.

Durante la semana visitamos varios restaurantes, motivados por
su constante letanía capitalina: "quiero comerme una chorrillana".
La llevé al Renato, donde nos zambullimos en la papita frita,
cebolla, huevo duro, bistec y hasta longaniza. La mesera giganta
nos atendió con un cariño y esmero muy profesional.

Jacobé me contestó invitándome a cenar al Bote Salvavidas, donde
nos servimos unos aros de calamares fritos y un ceviche de camarón.
Para impresionarla, la llevé al Casino de Viña del Mar, donde
con su suerte de principiante se ganó 13 mil pesos.

Almorzamos harto en el Caruso, donde se devoraba el rissoto de
champiñones. También las pizzas en el Michelangelo salvaban la
tarde, que generalmente terminaba con una oncecita en El Desayunador,
ubicado en el cerro Alegre.

Con todos esos panoramas, ya consumidos por mi hígado y mi cerebro,
empinaba mi vodka naranja y sacaba unos rollos fritos llenos
de queso, en pleno cumpleaños de mi amigo.

A la 1.30 de la mañana decidimos irnos a nuestro local de siempre:
el Cinzano. Ahí nos esperaban Carmencita Corena y Pollito, con
su órgano musical que cada diez minutos entonaba el tradicional
"tenemoooos seeeeeed..." En ese momento había que ponerle un
vaso de vino para que la música prosiguiera alegremente.

Al final de la noche estaba agotado y pensaba que uno pide vacaciones
para descansar, no obstante a veces se termina involucrando en
maratones gastronómicas y fiesteras que lo dejan bastante cansado.

El último día de mi semana libre pasé acostado y reflexionando
sobre el amor, las partidas y las despedidas.
Terminé recitando la frase de algún escritor cuyo nombre no puedo
recordar, que señalaba que las ausencias son como el viento.
Una pequeña bocanada puede apagar una vela, sin embargo un viento
potente puede inflamar una hoguera. Sólo hay que tener en cuenta
la cantidad de amor y pasión que uno posea.

Sinceramente, a mí me sobra de las dos, así que sólo espero que
la ausencia sea una gran, fantástica y luminosa hoguera.

ajenjoverde@hotmail.com

9.12.2005

Cinematográficamente guachaca


Mientras la gran mayoría de los chilenos se aprestaba a gritar
por la Selección Nacional frente a Brasil, yo entraba al cine
Hoyts para que mi hijo se deleitara con su primera película en
tres dimensiones, llamada "El niño Tiburón y la niña de Fuego",
del desquiciado Robert Rodríguez.

En la mañana ya habíamos participado de otra proyección, también
bastante extraña, en una pequeña sala de cine recién inaugurada
frente a mi casa, en la calle Almirante Montt, en el cerro Alegre.
Justo al mediodía, mientras la gente avanzaba hacia la iglesia
San Luis, nosotros veíamos unos cortos de Chaplin que nos hicieron
reír durante largo rato.

El lugar, llamado "Ocho y medio", es un bello restaurante y abajo
tiene su acogedora sala de proyecciones, que promete dar excelentes
películas de cine arte. Todo un deleite para los habitantes del
cerro.

Las dos actividades las realicé bastante dañado, ya que había
participado de la inauguración del primer bar guachaca de Chile,
llamado "El primer ascensor hacia la luna", donde casi todos
los invitados terminaron viendo en tres dimensiones, sin utilizar
lentes bicolores.

El bar, ubicado en la calle Victoria, muy cerca de Francia, promete
ser el epicentro de los guachaquitas con plata. Es obvio que
al lugar no van a llegar los verdaderos viejitos que, como esponjas,
beben diariamente litros de vino barato y pipeño. Esos son los
guachacas duros, que botó la ola.

Una de las novedades para Valparaíso de "El primer ascensor hacia
la luna" será la venta de terremoto. Esa adictiva mezcla de pipeño,
fernet y helado de piña se podrá beber en jarra, con sus respectivas
réplicas. Hace poco me documentaba sobre un trago llamado "tsunami",
que en vez de pipeño lleva menta y que supuestamente es un combo
cerebral irreparable.

Dióscoro Rojas y su socio se paseaban algo nerviosos por el recinto.
Tienen muchos deseos de que el local tire para arriba y será
una tarea donde los sedientos de la ciudad jugarán un rol principal.

Ojalá haya poesía, música, teatro y mucha cultura popular. Hay
que encomendarse a Santa Rita y esperar que todo resulte a la
perfección.

Hace un par de días me volví a encontrar con Dióscoro y su socio.
Estaban en la plaza Aníbal Pinto esperando una micro para ir
a un cerro a buscar al arquitecto a cargo del bar. Me contó que
la inauguración terminó con 18 invitados extra. Un fuerte contingente
de carabineros se apersonó en el bar guachaca y les requisaron
todo el licor por no tener la patente alcohólica al día. La fiesta
se acabó injustamente.

Yo me pregunto: ¿Cómo le pueden pedir la patente alcohólica a
Dióscoro y sus amigos? Sólo basta observar sus rostros y darse
cuenta que esa patente la tienen tatuada en cada rasgo de su
cara.

Al final les dije que tenían que regularizar su situación y tirar
para arriba, mientras dirigía mis pasos a la película Sin City
con una petaquita de vodka naranja en el bolsillo de mi chaqueta.
Al final de la extraña cinta, y con una gran cara de interrogación en
mi rostro, pensé que Valparaíso es, sin duda, la Sin City chilena.
Sólo basta pasearse por Pedro Montt y mirar a los mutantes caminar
hacia sus cerros.

Uno también integra esa distorsionada lista.

ajenjoverde@hotmail.com

Militante patogallina


Hace mucho tiempo que se terminaron las militancias. Ya casi
nadie, y menos los jóvenes, está inscrito en algún partido y
tiene su carnet o porta alguna chapita de su colectividad política
preferida.

Esos tiempos ya pasaron, sin embargo yo me declaro un inclaudicable
e inalterable militante activo y combatiente del colectivo artístico
La Patogallina.

El fin de semana partí a Santiago a la casa de mi novia Jacobé.
La lluvia no me detuvo y tomé el metro Pajaritos y me bajé en
la Escuela Militar. El trayecto es muy divertido ya que uno puede
ir observando cómo cambian los rostros de la gente en los carros
según la estación que avanza. Empieza el pueblo y terminan los
rubiecitos. Pensando en esa constante social, y bajo una fuerte
lluvia, llegué hasta su casa en Las Condes.

Almorzamos junto a su familia y nos bajamos casi tres botellas
de vino. La conversa estaba rebuena hasta que sonó la alarma
de nuestras conciencias y se nos ocurrió partir a ver la obra
de teatro "1907. El año de la flor negra", en el Centro Cultural
Matucana 100. Martín, el hermano de mi novia, se compadeció y
sustrajo el auto de su madre, sumándose al carrete teatral.

Los tres ingresamos al recinto y nos encontramos con uno de los
patogallinas más queridos y adorables que pueda existir. Su chapa
de militante es "El Caleidoscopista" y nos recibió con un fuerte
abrazo, invitándonos a observar la obra. El teatro era espectacular,
de madera bicolor, con unos techos curvos y asientos cómodos.
¡Cómo se podía respirar el aire que dejó el gran maestro Andrés
Pérez!

La obra "1907" es una pequeña joya. Una delicadeza que todos
podremos disfrutar pronto, ya que los muchachos se ganaron un
Fondart para hacer una gira por esta región y Valparaíso, era
que no, es una de las paradas. Su trama es sobre los obreros
del salitre y la matanza de la Escuela Santa María. Una alucinante
versión que se aleja de la recontra escuchada cantata y se acerca
a un lenguaje joven, emocional y popular.

En la obra se luce otro amigo y militante patogallina. Su sobrenombre
es "El Rana" y es un actorazo que todavía mantiene inalterable
su lucha por la igualdad social y que no se traga el cuento de
la economía social de mercado.

"El Rana" y "El Caleidoscopista" a veces se dejan caer por El
Puerto. Siempre llegan a la casa de una Chica Superpoderosa,
que es otra militante de este lisérgico movimiento. Con ellos
las botellas de vino se abren mágicamente y las risas florecen
en cantidades industriales.

"El Rana" una vez salió de mi casa como si fuera la imagen de
San Pedro en plena procesión y con "El Caleidoscopista" la vida
se transforma en colores mágicos y brillantes.

Los muchachos son muy choros y su trabajo artístico es impecable.
Sólo basta recordar "El Húsar de la Muerte" para quedar en silencio
por varios minutos. Además existe la "Patogallina Sound Machine", que es el grupo
de rock preferido de mi hijo, que sólo tiene cuatro años de edad,
pero que ya ha asistido a sus recitales y se declara un pequeño
"patogallín".

Sólo queda terminar esta columna con un grito: "ya van a ver,
ya van a ver, cuando los patogallina se tomen el poder". Ojalá.
ajenjoverde@hotmail.com