3.24.2011

De lo único que estoy seguro es que me voy a curar

Por Ajenjo

Mientras está leyendo esta crónica, yo iré caminó al pueblo de Santa Cruz, donde participaré por primera vez en mi vida de una fiesta de la vendimia, donde se celebra la cosecha de la nueva uva que dará como fruto la bebida más rica del mundo: el vino tinto. Como nunca he participado de una fiesta de este tipo, tengo todo un batallón en la imaginación que me hace pensar muchas cosas. La primera es que me imagino a cientos de mujeres con coloridos pañuelos en la cabeza pisando racimos de uva en grandes toneles de madera mientras entonan canciones italianas. Mucha tele.

También mis neuronas me llevan soñar con litros de vino tinto que caerán gratuitamente en las gargantas del sediento público que viene a agradecer a la tierra por este fruto bendito. Todos en el pueblo con los labios, lengua y dientes morados, hablando y filosofando esas ideas que sólo el buen tintolio puede sacar de las cabezas humanas. Mucha tele.
Además Santa Cruz es territorio de uno de los hombres más millonarios de este país: Carlos Cardoen. Este hombre, que no puede salir de Chile ya que los norteamericanos tiene una orden de detención internacional en su contra, ha construido su propio país en este pueblo. El tatuador Polako, que estuvo en estas zonas, me contó que el museo, de propiedad del millonario, era tremendo. "Hay armas de todo tipo, y las armaduras de los guerreros ninjas son increíbles". Me imagino paseando en este recinto, con un litro de un buen mosto en el estómago, mientras observó la colección de arte indígena más poderosa del país. A lo mejor me encuentro con Carlos, y su bella esposa, y aprovechó a hablar sobre arte, historia y ese mundo tan peculiar.
A lo mejor le invitó una copa de buen vino colchagüino y terminamos abrazados y convertidos en los mejores amigos. Mucha tele.
Dentro de pocas horas resolveré todas las dudas y podré hablar con toda propiedad sobre lo que significa estar en una fiesta de la vendimia. Pero de lo único que estoy seguro es que voy a quedar bien curado...

ajenjoverde@hotmail.com

La verdad del mítico Hotel Valdivia

Por Ajenjo

Cumplí un año de matrimonio y mi bella esposa decidió regalarme una noche en el mítico Hotel Valdivia, en Santiago, considerado uno de los moteles de culto de Chile.
Para los que no lo ubican, este motel aparece en una de las escenas de la película Sexo con Amor. En la pieza, la actriz Sigrid alegría, completamente desnuda, juega en un carrusel de caballitos de mar.
Bueno, pero vamos al grano. Llegamos como a la una de la mañana. Un gran muro sucio, con una pequeña entrada de estacionamiento, recibe a los visitantes. Un abuelito guía a los conductores hacia un lugar cubierto por una cortina (más vieja que el mismo abuelito). Ahí una pantalla de TV anuncia las instrucciones: "no salga de su auto, hasta que llegue la camarera".
En el cubículo de al lado se escuchaba la voz de una colombiana y varios tipos... raro, muy raro...
La cosa es que llegó la camarera y nos llevó a la pieza árabe, a través de un laberinto de pasillos, puertas y cortinas. Costaba casi 50 mil pesos la gracia. La pieza era chica y no tenía casi nada que la identificara como árabe. Todo estaba muy limpio, pero estaba sacado de una película de la década del 60. El jacuzzi ya casi no respiraba. La tele tenía cuatro canales y la radio estaba mala (nos había advertido la camarera).
El desayuno tenía el té más barato que se puede encontrar en un supermercado y cuatro pastelillos incomibles.
Lo único rescatable eran los espejos en todas las paredes, pero eso lo tiene cualquier motel.
En Valparaíso el Blue Nuit tiene la pieza de la caverna a mitad de precio y le pega 20 patadas en el hocico.

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Altzaga: Un restaurante Biutiful en Valparaíso

Por Ajenjo

Salgo del cine con un verdadero daño cerebral. La angustia todavía la tengo atravesada en el estómago. La película "Biutiful" es una terrible denuncia de las infrahumanas condiciones de vida de los inmigrantes chinos y africanos en la primermundista Barcelona, donde actualmente muchos chilenos estudian postgrados con becas estatales o con recursos de su propia familia. Para poder hacer desaparecer ese mal neuronal, decidí revisitar el restaurante Altzaga, ubicado en el Pasaje Gálvez, en el cerro Concepción. Hace algunos meses fui invitado por la Universidad Santa María y en esta ocasión fui con mi propio dinero a invertir en buena comida y bebida. Este restaurante debe estar, actualmente, entre lo mejor de Valparaíso, tratando de desplazar de su trono al Pasta e Vino, que se ha quedado en los laureles gastronómicos.
En el Altzaga la onda es que cada comensal tenga una experiencia culinaria particular. Llegamos a la hora de almuerzo e inmediatamente el barman se acercó para pedir la orden de aperitivos. Pregunto amablemente cuál era el destilado favorito, y según otros gustos personales se mandó los medios cócteles. Fruta, cítricos, vodkas aromatizados, fueron parte del alcohólico principio.
Para comer pedimos unas empanaditas de mil hojas que estaban de rechupete. Después un pulpo, que se deshacía en la boca. Todo en su exacto punto de cocción y sabor. De segundo me lancé de nuevo con un atún, pero en esa ocasión no venía sellado con pimienta. Antes de servirnos este plato el mozo nos trajo, de regaló, una trilogía de pequeñas porciones de pastas rellenas, que nos dejaron viendo a la Santísima Trinidad. Todo esto lo bañamos con un tintolio de lujo, ya que la carta es poderosa y variada.
Una de las cosas más destacables es la atención donde el mozo, además de dar una pequeña clase de vinos, nos habló hasta del Festival de rock Lollapalloza.

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Entre el punk de pánico y los garabatos de Daniel Vilches

Por Ajenjo

A una botella de vodka Stolichnaya no le quedó nada de su transparente líquido, lo que se convirtió en el punto de partida para asistir, junto a un amigo de la universidad (un sobreviviente), a tirarle un ojo al recital de Carlos Cabezas y Pánico, en el Muelle Barón.

La actividad gratuita estaba inserta en el Rockódromo y su organización era de lujo: guardias, pantalla gigante, excelente audio y todo muy ordenado.
Llegamos con mi brother hasta la reja, al lado del escenario. Al parecer nuestra pinta de cuarentones rockeros espantaba un poco a la muchachada. Ahí nos encontramos con el cineasta Tevo Díaz y su hermosa acompañante, quien también disfrutaba del espectáculo.
Mi amigo sacó una metálica petaca desde su bolsillo y me dijo: "yo soy mochilero viejo", mientras se empinaba el fuerte licor que guardaba en el envase.
Escuchamos a Carlos Cabezas (excelente como siempre) y parte de Pánico, y nos retiramos mientras los punkies bailaban a puñete limpio en el muelle.
Quedé como si me hubieran agarrado a palos, pero eso no me impidió ir a ver el show de Daniel Vilches en el Teatro Mauri.
Salió una vedette que subía por el caño como una serpiente que tomó Red Bull; un cantante que estaba ultra tieso y que interpretó "Granada" como el mejor tenor y un humorista de más de cien kilos que mató de la risa al público.
Entre los asistentes había una pareja de curaditos que molestaba a los artistas. Un humorista, flaco como una escoba, les lanzó una cantidad de groserías e insultos impresionante, que logró apaciguarlos por un rato. Después que se terminó la función, que duró tres horas, los borrachitos casi reciben una paliza de parte del los asistentes, quienes ya no soportaban su estúpida actitud.
Me fui feliz a la casa con dolor de guata de tanto reírme con los extremos chistes y creo que hasta soñé que Daniel Vilches era el último sobreviviente de la tribu de los punk. ¡Un personaje de culto total!

ajenjoverde@hotmail.com