8.25.2011

Ese atractivo gusanito del Mezcal (Los copetes de mi vida 3° parte)



Por Ajenjo

Hace muchos años que no pruebo el tequila y el mezcal. No puedo sentir ni siquiera su olor, y cuando estuve un mes recorriendo el norte mexicano sólo me dediqué a tomar cerveza (michelada), vodka y ron. No probé jamás este fuerte licor que sale de un tipo de cactus bastante raro.

En mi época universitaria nos dio por tomar tequila en vasitos chicos, que ahora los cuicos le llaman shot. Eran los famosos golpeaditos. Mi amigo el arquitecto estaba de cumpleaños y se había comprado una botella de tequila. Llegué temprano para organizar la fiesta y su madre nos dio una once típica chilena, con mucho pan batido con palta y té. Antes de que llegaran las chiquillas hicimos una competencia de golpeaditos en su pieza, con sal y limón, como obligaba el alcohólico ritual. Cuando íbamos por el tercero se me accionó un reflujo gástrico terrible de fuerte y, como la mejor escena de Linda Blair en El Exorcista, lancé afuera medio kilo de pan con palta. Con mucho papel confort y un trapero traté de limpiar rápidamente, pero el olor era tan repugnante en la pieza que terminamos haciendo el cumpleaños en otro lado.
Antes de ese evento, que marcó mi vida con ese trago, era seco para comerme el gusano del mezcal. El barman de El Dique, un local rockero pesado que estaba al lado del Proa, siempre que me veía llamaba a sus amigos para mostrarle como me tragaba el gusano, sin antes exhibirlo en la boca. ¡Las tonteras que uno hacía!
Mi padre viajó a México y me trajo una polera y un envase negro con el famoso mezcal Gusano Rojo. La polera era muy bonita y la use hasta que le salieron hoyos en la espalda.
Un Año Nuevo en Valparaíso llegaron unos mexicanos por el Carnaval Cultural. Eran charros de un grupo de música y me topé con ellos en el Museo Lord Cochrane. Yo andaba con una petaca de pisco y les dije: “este copete es como el tequila y si son tan machos tómenlo sin bebida”. Uno de los músicos, creo que el trompetista, se bajó la petaca entera, casi de un solo trago y después andaba pintando los medios monos. No podía ni tocar.
Ahora el olor del tequila me desagrada (antes me daba arcadas) y sólo es un buen recuerdo de juventud.

ajenjoverde@hotmail.com

8.18.2011

El poderoso power del vodka (Los copetes de mi vida 2° Parte)


Por Ajenjo

A finales de los años 80 empezaron a llegar las primeras botellas del famoso vodka ruso Stolichnaya a los supermercados del país. La botella, con un diseño bastante ordinario, no era muy cara y fue la puerta de entrada para conocer este exquisito trago que, personalmente hablando, tiene un terrible punch power energético en las neuronas.

Al principio los Stolichnaya venían sin dosificador de plástico y en botellas de tres cuartos y de litro. Corrían muchos rumores de que en Paraguay se falsificaban y el mito hablaba, incluso, de gente que había quedado ciega con este trago. Puras mentiras.
Cuando estaba en la universidad nos fuimos a veranear a Maitencillo. Con mi amigo, el arquitecto, nos comprábamos, por sólo 700 pesos, un vodka chileno llamado Siberia. Era como tomar alcohol de quemar y las cosas que nos pasaron, después de vaciar esa botella, están guardadas en la memoria de la risa y la vergüenza.
Con platita en el bolsillo pude conocer el Absolut y todos sus sabores. ¡Qué botella más linda y que licor más rico! Un brother me regalo la versión rockera de este licor sueco. Venía forrado con cuero y puntas metálicas. Lo mejor es guardar la botella en el congelador (no se convierte en hielo, solo se espesa) y si uno anda medio nervioso, mandarse un trago chico. Pasa por el gaznate como el mejor remedio para el cuerpo y la mente.
Para un recital de Andrés Calamaro, en el pésimo espacio Riesco, entramos, con un brother fotógrafo, unas petacas azules de un vodka llamado Sky. Cuando fuimos a comprar alguna bebida blanca para echarle, nos encontramos que no había nada de nada para mezclar. La bebimos al puritano y fue una experiencia bastante buena y distorsionada.
Diego Maquieira, el gran poeta, casi queda ciego con tanto vodka y dicen que el suelo de su casa llego a estar lleno de botellas. Ahora ya no bebe.
Las mujeres alcohólicas lo prefieren ya que no deja aliento y les permite pasar inadvertidas frente a su adicción. Personalmente creo que el buen vodka es un trago estimulante, que te lleva a buenas conversaciones, al baile y al carrete. Último consejo: denle harto vodka a una mujer que deseen... y después me cuentan.

ajenjoverde@hotmail.com

Mi nostálgica relación con el pisco. (Los copetes de mi vida 1° parte)



Por Ajenjo


Cuando siento el dulzón olor del pisco con Coca Cola y hielo se me viene a la mente un montón de recuerdos de mi ya desaparecida juventud física, donde éramos capaces de bajarnos un Capel de 35 grados a medias con un amigo y salir a la calle pensando que estábamos súper bien (y dejábamos las medias embarradas).

Mi socio, que actualmente es un arquitecto que trabaja en la muni de Viña, vivía en la calle Quillota y tenía (todavía la tiene) una mamá súper buena onda. Ella nos advirtió que si seguíamos tomando en las escaleras de Valparaíso o en las plazas terminaríamos detenidos o asaltados por delincuentes. “Beban en la casa, si ustedes son todos estudiantes universitarios e inteligentes”, nos dijo la tía. Fue así como todos los viernes llegábamos con la roja botella de Capel o la negra botella de Control a la casa de mi brother, donde charlábamos y hacíamos la previa, antes de tomar la micro a Valparaíso y llegar al Proa al Cañaveral, lugar donde bailábamos y seguíamos bebiendo.
Recuerdo una botillería, en los alrededores de 15 Norte, en Viña, donde nos vendían los combinados preparados. Era una señora que mezclaba las botellas altiro, por un poco más de plata, y uno salía con su cantimplora lista para la foto. Muchas veces las tomábamos en la misma micro, con el vasito plástico.
Era el final de la negra década del 80 y el comienzo de los agitados 90. En los supermercados sólo se vendía pisco (a un precio alcanzable para universitarios) y era controlado por dos empresas. Pronto empezaron a subir de graduación alcohólica y terminamos tomando uno de 45 grados, que era súper doradito y que te dejaba terrible de loquito.
Desde que era niño le preparé los tragos a mi padre. El tomaba whisky, que duraba los diez primeros días del mes, y después pura piscolita. Yo se las preparaba y mientras subía la escalera a su pieza me pegaba la probada. “Está muy débil”, decía dentro de mi cerebro y bajaba a tirarle más agua de fuego.
Ahora ya no tomo pisco. Creo que si uno bebe mucho de un trago específico termina por llenar la cuota y después ya no lo puede ver más. Hace un par de año no soportaba ni el olor, pero ahora, como que me viene la nostalgia y las ganas de mandarme mi piscolita.

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¿Por qué La Gatita es uno de los mejores restaurantes de Chile?


Por Ajenjo

Casi la mitad de mi sueldo me la gasto almorzando y cenando en restaurantes. Es una de las cosas que más disfruto en la vida, especialmente cuando uno está acompañado de buenos amigos, bellas mujeres, conversa entrete y mucho vino y pisco sour.

Trato de ir siempre a lugares diferentes, pero cuando uno es bien atendido, la comida es rica y la boleta final es justa, uno se convierte en adicto.
Eso es precisamente lo que me pasa con La Gatita, de Concón, donde por lo menos dos veces al mes me dejo caer suavemente y me doy unos pataches exquisitos y queme llevan a asegurar que este restaurante es uno de los mejores de Chile.
Mi plato preferido se llama La Gatita. Tiene machas a la parmesana, camarones a granel, jaiba desmenuzada y loco. Las machas a la parmesana tienen una mezcla de crema y queso que jamás he logrado repetir en la cocina de la casa.
Todo está ultra fresco y muy sabroso.
Personalmente durante años no comí jaiba. Quedé traumado ya que tuve que ir a cubrir la sacada de un cadáver del mar, en la playa La Boca. El cuerpo sin vida estaba blanco transparente y de su boca salían jaibas vivas. Los pescadores me contaron que estos bichos se comían todo el interior de los cuerpos. “Son como pirañas”. Durante años recordé esta visión, pero en La Gatitas la jaiva desmenuzada es tan rica, que fue capaz de matar mi trauma.
Este plato es para compartir entre cuatro personas. De segundo me gusta el congrio a lo pobre o a la margarita. Todo es abundante y con un sabor espectacular.
Cuando uno llega a este restaurante hay que anotarse en una lista ya que siempre está repleto. Pueden pasar dos o tres horas de espera, pero a mi no me importa. He aprendido a pulir mi paciencia a la espera de los ricos manjares marinos que sirven. La atención es simple, rápida y sin atados.
Hay buenos vinos y todo tiene el precio justo, sin ridículos sobrecargos.
El secreto de La Gatita está en su humildad y excelencia.

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La noche en que el escritor Victor Rojas se llevó mi sombrero

Por Ajenjo

Hace como siete años, cuando era un fanático de Alexander De Large, el protagonista de La Naranja Mecánica, me compré un sombrero de hongo o bombín, que me lo llevaron en una gran caja al hotel donde me estaba quedando en Buenos Aires. El sombrero nunca me quedó bien, ya que lo compré a pedido por internet y, al parecer no me medí muy bien la cabeza.
El viernes pasado estábamos celebrando mi cumpleaños. Alas 2 de la mañana mucha agua había cruzado por el río (bueno, no precisamente agua). Alguien encontró el sombrero en la biblioteca y se lo puso. Era el escritor y cronista Víctor Rojas, a quien le calzó como un anillo al dedo. Por lo que supe días después, le dije que se lo llevara, ya que nunca lo había podido ocupar y a él le quedaba muy bien.
Supe de este “desprendimiento alcohólico”a través del chat de Facebook, cuando el propio escritor me dijo que tenía mi sombrero, que a todo esto es muy fino y caro.
A eso se suma que no abrí ningún regalo. A todo el mundo lo hacía pasar a la casa y dejaba en una esquina los paquetes de colores, a la espera de que en algún momento de la noche los abriera. Todos se fueron (¡este año no tuve que echarlos!), menos uno que estaba agarrado a la lavadora y no podía moverse.
Al otro día me encontré con varios libros, especialmente uno que recopila fotos y textos del cineasta Stanley Kubric. Es de la potente editorial Taschen y está de lujo. También encontré una petaca metálica con símbolos de la antigua Rusia (el martillo y la hoz) y varias botellas de licor: vodka, ron y mucho vino tinto.
Ahora, cuando la resaca del cumpleaños ya pasó, pienso en mi sombrero de hongo, que ya está en otra cabeza y que ojalá tenga un destino honorable.
Lo que se da no se quita y eso es la pura y santa verdad.

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8.16.2011

Más perdido que el Teniente Bello


Por Ajenjo

Son la una de la mañana y me encuentro afuera del local rockero La Cantera, en el corazón del barrio Chino de Valparaíso. Mi brother le pregunta al tipo de la puerta: ¿Hoy hay un homenaje a The Doors y Jimy Hendrix por Los Sombras Púrpuras? ¿Verdad? El tipo le pone una terrible cara de interrogante y le dice: “ nada que ver, está tocando Leo Quinteros y Diego Peralta”.

¿¡Cómo!?, le digo yo con cara de semi enojado y desubicado.
Al final entramos a tomarnos unas chelas. Bajé por algunos minutos a mirar al cantante. Me aburrí como una ostra, ya que ese día me había preparado mentalmente para The Doors y Hendrix, pero bueno... la vida es así.
Ese sábado comenzó con un regado almuerzo en la casa de una familia amiga. Como a las seis de la tarde, y ya con los labios morados y el cerebro entrampado en vino tinto, recorrimos la Avenida Alemania y entramos a una exposición en una casa del cerro Yungay, que en mi juventud conocí ya que era habitada por tres hermosas estudiantes de sicología de la PUCV. Ahora es una sala de arte, donde un artista presentaba dibujos y otro unos inmensos telares fabricados con jockey. Estaban bien potentes, especialmente uno de calavera.
Después seguí con rumbo a la antigua Ratonera, donde vi la obra de Teatro “Mi Marilyn Monroe”, interpretada por Carmen Barros. La octogenaria actriz se manda el tremendo papel. La señora canta, baila y actúa, convirtiéndose en todo un ejemplo para las personas de la tercera edad que se encierran en sus casas y viven quejándose todo el santo día. Si llego a los 80 años, quiero tener esa fuerza, vitalidad y claridad mental.
A la salida me encontré con mi brother que transmitía y transmitía con el recital homenaje de Los Sombras Púrpuras. El pobrecito estaba más perdido que el Teniente Bello, pero su intención igual era buena.
Al final terminé chupando cerveza como condenado, mientras batía y batía la lengua y abajo, en La Cantera, los trovadores cantaban sus temas de amor y desamor.

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Entra la locura del sicofolclor y los recuerdos del bar Mariella



Por Ajenjo

Mi esposa (que ya no es tan santa) me dice que irá a una despedida con sus compañeros de trabajo al pub “La Piedra Feliz”, que es catalogada por un brother como “La ciudad del pecado”(onda “Sin City”). Aprovechando mi viudez del viernes en la noche, me meto a Facebook, y me doy cuenta que Umbría en Kalafate tocaba en el Teatro Mauri y lanzaba su nuevo disco a los cuatro vientos.

Hago un par de llamadas y algunos socios engancharon con el carrete.
Bajo al plan para buscar un colectivo que me lleve al Teatro Mauri, cuando siento que alguien me toma de mi chaqueta y literalmente me secuestra hacia el bar “Mariella”, de la Subida Ecuador. Es mi viejo amigo Radye, quien junto a su bella novia, se tomaban unos vinos junto al dueño del local.
En la década del ’90 tuve la oportunidad de recitar poesía en ese bar. Eran tiempos de mucha locura acumulada, de tomar hasta perder la conciencia en medio de los gritos de muerte del siglo que se iba. Me bebí una chelita de litro junto a Radye y subí a las alturas de la Avenida Alemania.
El Teatro Mauri estaba repleto. Yo me aseguré con mi petaquita de ron Bacardi en el bolsillo y pagué las dos lucrecias de la entrada. Adentro estaba muy buena onda y pudimos llegar hasta adelante, donde habían sillas plásticas para ver elshow sentado.
Hace ocho años, escribí la segunda columna “Crónicas de Medianoche”, sobre este grupo. Tocaban en el Sindicato de Estibadores y el crítico musical René Cevasco se las daba deDj. Mucha agua (y vino) ha cruzado por el río desde esa época, pero sentí que los sonidos guardaban la misma potencia y energía de esos años.
A la bajista, Pax, la conocí en la universidad. Nunca fuimos amigos amigos, pero sí compinches de carretes fuertes . Ella, muy buena onda, me reconoció y me saludó.
Cuando iba a salir al escenario llevaba una vara con una gran pelota de incienso en la punta, como una sacerdotisa del sicofolclor. Al pasar por mi lado, me tocó la cabeza y me sentí bendecido por esta música que seguiré escuchando hasta que no exista ningún árbol en la tierra.

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La Cuisine o el restaurante que me gustaría tener en mi vida



Por Ajenjo


Una de mis metas es lograr montar un pequeño restaurante en algún momento de mi vida. Me lo imagino pequeño, con una seis o siete mesas, manteles cuadriculados de color azul y rojo con servilletas de género. Me gustaría servir pescados frescos y pastas, además de ricos postres. Una breve pero buena carta de vinos y cervezas. Un lugar cálido, amable, buena onda, sin grandes pretensiones, sin precios inflados, sin comida con nombres exóticos como “espuma de jaiva en aire de palta”. Un lugar don de un joven pueda pedirle formalmente a su pareja ser su novia, donde se escuchen conversas de cine, de libros, de política, de hijos, de la tele. En resumen, un restaurante donde uno vaya y diga: “pucha que estaba rica esta cuestión y no era nada de caro”.Mi proyecto no está ligado a enriquecerme. Quiero terminar mis días cocinando en mi querido restaurante.
Hay un restaurante en Viña del Mar, que conocí gracias a dos bellas mujeres (una era mi santa esposa) y que podría tener ciertas características que lo acercan a mi sueño: LaCuisine.
Aquí la onda es francesa, como estar en un pequeño local al lado del Sena. Debe tener seis mesas dentro del local, que son las que me interesaron.
Deben caber unas 20 personas. Era un martes y obviamente estaba todo lleno. Pedimos el menú.
Me llegó una palta rellena. Lamentablemente, la palta estaba más dura que una roca, pero el relleno era para llorar. Mis acompañantes pidieron una sopa, que también estaba deliciosa. Después apareció una merluza austral, acompañada de una salsa de mariscos. Todo exquisito, exquisito, exquisito.
De postre un panqueque con helado. Bueno también.
Todo debe haber salido por siete mil 500 pesos por persona, con bebida chiquitita incluida.
El restaurante te invitaba a la buena conversa, de filosofía, de la vida, de la muerte y el más allá. Megustó mucho y sentí que por ahí va la mano. Quiero algo no tanf rancés, más italiano y porteño.
Ojalá me resulte y ahora a estudiar cocina.

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Con la luz apagada en las noches luminosas de los cerros porteños



Por Ajenjo


Parece un chiste, pero es la realidad. Se me anduvo apagando la luz en una actividad denominada“NochesLuminosas”, que el fin de semana pasado se realizó en los cerros Alegre,Concepción, Bellavista y Cárcel de Valparaíso.
Todo comenzó a las 13.30 horas, en un tradicional asado hogareño.Compré empanadas de pino en Las Famosas y masa de sopaipillas congeladas en Los Ferruzola, además de un costillar y lomo vetado para la parrilla. Mientras freía las sopaipillas y esperabala llegada del pebre, que prometió traer un brother que vive en Mantagua, me encontré
con una botella de vodka Stolichnaya en el congelador del refrigerador. Ahí comenzó el error. Me tome algunos vasillos del licor ruso con aguatónica y la goma de borrar en las
neuronas comenzó su maldito efecto.
Llegarontodos los amigos, con guaguitas y niños incluidos.Yo freía y freía sopaipillas, mientras calentaba las empanadas y preparaba el carbón en la parrilla. El vodka seguía y seguía haciendo su efecto.
Almorzamos como a las cinco de la tarde y la conversa de sobremesa estaba bastante entretenida, con varias botellitas de vino incluidas, hasta que alguien dijo: vamos a una feria de diseño que hay en la sede de Balmaceda 1215, cerca de la calle LautaroRosas”. Para allá partimos.
Recuerdo,no con mucha claridad, comprar unos bombones de chocolate con diversos aromas de hierbas. También unalibreta roja que le regalé a mi hijo. Cuando nos estábamos retirando decidí bajar por una calle empedrada y me tropecé. Las risas continuaron de inmediato y me apoyé con una mano y mi rodilla derecha. Luego di
una vuelta de carnero y me paré rápidamente. Las carcajadas continuaron y cada vez eran más sonoras.
Al llegar a la casa me di cuenta que mi nuevo pantalón, que sólo llevaba dos posturas, tenía un gran hoyo. “Al zurcidor chino”, dije en forma positiva, mientras todos los invitados me miraban con cara de “la sacaste barata con esa tremenda caída”.
A veces pienso que tengo un ángel que me cuida y que debe estar hasta la coronilla de tanto trabajo.

ajenjoverde@hotmail.com