9.07.2010

Para los viejitos que no pasaron agosto


Por Ajenjo

A mi abuela Teresa Cádiz Jara, que se murió el domingo pasado a los 97 años de edad.


Estoy en el funeral de mi abuela en Quillota y miro a un bisnieto de ella, de siete años, que se acerca al vidrio del ataúd y lo queda observando fijamente, como hipnotizado.
Nunca me ha gustado ver el rostro de los muertos. Siento que es algo muy fuerte, que llega a convertirse en una situación obscena. En esta ocasión nuevamente me obligaron a mirar y el rostro de la Yaya (como la llamaban en la familia) estaba sereno y tranquilo.
Miro a mi alrededor y veo muy poca gente conocida. Reconozco a tíos y primos, con quienes me junto tarde, mal y nunca. El funeral provoca cosas buenas, como un padre que abraza y conversa con su hijo, con quien no mantenía relación hace años. Observo todo esto callado y pienso en todos los que no pasaron agosto, como mi abuela.
Me cuentan que un periodista, que organizó una de las cenas “de los que pasaron agosto”, no pudo asistir ya que sufrió un fuerte dolor estomacal que lo llevó a terminar recorriendo varios servicios de urgencia de la región. Estaban todos llenos ya que la sicosis de la muerte andaba rondando firme. En la noche tenía que organizar la final de un concurso de belleza juvenil. Era imposible zafarme de esta actividad y mientras en el escenario de El Huevo dos animadores juveniles bailaban con chicas disfrazadas de gato, yo pensaba en el rostro de mi abuela muerta.
Tuve que ir a la barra y pedirme un ron para calmarme un poco y lograr concentrarme para sacar la actividad adelante.
Sentía que encarnaba la frase “el show debe continuar” y era la pura verdad.
Diariamente nacen y mueren centenares de personas. La percepción del tiempo cada vez es más rápida y violenta. Lo que antes era nuevo ahora es viejo. Hay cosas que no existen y otras se pudren. Todo cambia y realmente siento que, como dicen en los funerales, “nosomos nada”.

ajenjoverde@hotmail.com

Un descubrimiento bueno, bonito y barato


Por Ajenjo

Cada vez que pasaba por la calle Dimalow, en camino al ascensor Reina Victoria, me fijaba en una mesitas de un restaurante instalado en la parte de abajo del cerro.
Nunca entraba, pero algo me decía interiormente que en ese recinto algo bueno pasaba.
Mi hermosa esposa, junto a sus bellas amigas santiaguinas que se hacen llamar “El Centro de Madres”, lo visitaron hace algunos meses y me aseguraron que la comida, el servicio y el lugar entraba claramente en el concepto de las tres b: bueno, bonito y barato.
Esta semana tenía una conversación pendiente con mi brother oftalmólogo, y le dije que fuéramos a conocer el Via Via Café, que tiene una entrada por Almirante Montt y otra por la calle Dimalow, en el gastronómico Cerro Alegre.
Nos encontramos con un menú de 3.500 pesos. ¿Y que le lleva?, se puede preguntar el lector desprevenido. Un menú de entrada, principal y postre o café con diversas opciones. Les recomiendo la crema de coliflor con hinojo, una joya para el paladar. También estaba la posibilidad de comerse una ensalada más tradicional. De segundo me lancé unas especies de caluguitas fritas de cerdo, con un puré de zapallo para hincarse y gritar al cielo: ¡ gracias por estar vivo! De postre me comí algo como una leche asada, compacta y sabrosa. Todo eso a 3.500 pesos.
La atención era de lujo y el lugar maravilloso, dirigido a los gringos que pululan por ese barrio. Al parecer los dueños son belgas y hay unas cervezas de ese país, pero que valen muy caras.
Al otro día volví con un par de amigos de la pega. El menú era el mismo y pude comer un pastel de papas normal y aproveché de repetirme la crema de coliflor. Hay unos pancitos chorreados con aceite de oliva y una cremita de verduras que sirven para amenizar. Les recomiendo ponerla en la sopita de coliflor.
El Via Via Café cumple con casi todo lo que me gusta de un buen restaurante y su presentación de los platos es impecable.

ajenjoverde@hotmail.com

No se puede ser tan consecuente en la vida


Por Ajenjo

Me gané un premio en un concurso: dos meses gratis en un gimnasio.
Una fuerte voz en mi cerebro me empezó a decir: “hace 15 años que no practicas ningún deporte. Tienes la bicicleta botada en la casa. Ya sobrepasaste la barrera de los cuarenta años. Ponte serio cabrito y toma esta oportunidad que te está entregando la vida”.
Así fue como me encontré en una multitienda comprando la “salida de cancha” (que término porteño más singular) y preparándome para mi primer día. Elegí gimnasia “cardio”, ya que pensé que eran máquinas para hacer ejercicios.
Cuando llegué al gimnasio, humilde, tímido, cabeza gacha, pregunté donde estaban mis actividades y me derivaron al cuarto piso. Tamaña fue mi sorpresa cuando me encontré con unos 15 abuelos haciendo ejercicios de brazos piernas y cuello.
También había un par de personas jóvenes. Me sentí perdido, pero dije: “por algo estoy aquí”.
Así que comencé a seguir las instrucciones de la profe. Abajo, arriba, un brazo, una pierna, la cabeza, agacharse, rodillas al pecho. Terminé semi muerto, pero contento.
Ahora estoy como adicto a esos días de gimnasio. Mi profe es Dios. Si me dice que me tire de espaldas y doble la pierna izquierda lo hago sin cuestionar nada. Creo que nunca había seguido instrucciones sin reclamar o discutir.
Después de la primera clase llegué corriendo al Moneda de Oro. Estaba tan contento que le dije al mozo Fernando que me trajera un ron con coca light y un gran chacarero con harto ají verde picadito arriba. Mientras engullía el gran pan y lo bajaba con mi amarguito ron les contaba a mi fiel grupo de amigos las nuevas aventuras en el gimnasio. De repente me di cuenta que estaba mal, que estaba siendo inconsecuente, que después de una hora de ejercicio no me podía poner a tomar roncito y a comer como un loco. Sin embargo, hay cosas que no se pueden dejar en el mundo y ya los ejercicios de “cardio”, por ahora, están más que bien.

ajenjoverde@hotmail.com

"Normas" o el empeño gastronómico en Valparaíso

Por Ajenjo

Vengo saliendo de una bronquitis que me tiene alejado del copete fuerte, pero de todas maneras me estoy bajando algunas maltas para tranquilizar esa sed eterna que no se pasa con nada. Me gusta la malta, la encuentro reconfortante y sana. A veces pienso que me entrega defensas corporales para pasar este frío invierno, además de tranquilizar los nervios.
Como ando en esta onda sana post enfermedad, decidí el domingo pasado comer en alguno de los nuevos restaurantes que están abriendo en el gastronómico Cerro Alegre.
Llegué, con mi bella esposa, hasta el tradicional emporio de barrio “Jenny Lorena”, en la calle Almirante Montt, donde en su segundo piso se instaló el restaurante “Norma´s” y subí a conocerlo.
El menú costaba 6.900 pesos (o algo así) y tenía tres platos. Primero me mandé un ceviche “afrodisiaco”, que estaba rico, con personalidad y sabor marino, debajo de una cama de lechuga y otras hierbas. De segundo opté por un lomo a lo pobre y me llegó un plato elegante. Siempre reclamo por la cantidad enorme de papas fritas (como en el O’Higgins) que termina ahogando a todos los otros elementos. Aquí el huevito bien frito estaba sobre una blanda carne. La cebolla dorada y un con sabor potente. Todo muy bien. De postre me mandé una crema al jerez y llegué a rechupetear la copa.
Mi señora se pidió un pescado con salsa, que también estaba rico. La atención excelente y cariñosa, con preocupación por el cliente. Me dieron hasta servicio especial de carne para comerme mi lomo. Aquí se nota empeño y dedicación por salir adelante en un ambiente de casa porteña, donde botaron los muros y quedaron las vigas a la vista.
Felicito esta aventura gastronómica, que nace en medio de tanta pomposidad, cachetoneo y altos precios que existe en el Cerro Alegre.
¡Qué les vaya bien!