9.07.2010

No se puede ser tan consecuente en la vida


Por Ajenjo

Me gané un premio en un concurso: dos meses gratis en un gimnasio.
Una fuerte voz en mi cerebro me empezó a decir: “hace 15 años que no practicas ningún deporte. Tienes la bicicleta botada en la casa. Ya sobrepasaste la barrera de los cuarenta años. Ponte serio cabrito y toma esta oportunidad que te está entregando la vida”.
Así fue como me encontré en una multitienda comprando la “salida de cancha” (que término porteño más singular) y preparándome para mi primer día. Elegí gimnasia “cardio”, ya que pensé que eran máquinas para hacer ejercicios.
Cuando llegué al gimnasio, humilde, tímido, cabeza gacha, pregunté donde estaban mis actividades y me derivaron al cuarto piso. Tamaña fue mi sorpresa cuando me encontré con unos 15 abuelos haciendo ejercicios de brazos piernas y cuello.
También había un par de personas jóvenes. Me sentí perdido, pero dije: “por algo estoy aquí”.
Así que comencé a seguir las instrucciones de la profe. Abajo, arriba, un brazo, una pierna, la cabeza, agacharse, rodillas al pecho. Terminé semi muerto, pero contento.
Ahora estoy como adicto a esos días de gimnasio. Mi profe es Dios. Si me dice que me tire de espaldas y doble la pierna izquierda lo hago sin cuestionar nada. Creo que nunca había seguido instrucciones sin reclamar o discutir.
Después de la primera clase llegué corriendo al Moneda de Oro. Estaba tan contento que le dije al mozo Fernando que me trajera un ron con coca light y un gran chacarero con harto ají verde picadito arriba. Mientras engullía el gran pan y lo bajaba con mi amarguito ron les contaba a mi fiel grupo de amigos las nuevas aventuras en el gimnasio. De repente me di cuenta que estaba mal, que estaba siendo inconsecuente, que después de una hora de ejercicio no me podía poner a tomar roncito y a comer como un loco. Sin embargo, hay cosas que no se pueden dejar en el mundo y ya los ejercicios de “cardio”, por ahora, están más que bien.

ajenjoverde@hotmail.com

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