12.30.2010

Me pongo de pie y grito al cielo: ¡Muchas gracias Universidad Santa María!

Por Ajenjo


Voy camino al restaurante Altzaga, ubicado en el cerro Concepción, donde hay un evento gastronómico dirigido a los periodistas y organizado por la Universidad Santa María. Tengo algunos problemas internos en mi cabeza, pero trato de disolver la tormenta cerebral y concentrarme en esta actividad que incluía una cata de vinos.
Al llegar me encontré con varios colegas con caras de sedientos, que esperaban afuera del local. Al ingresar me di cuenta que el evento era de “categoría internacional” ya que el barman me pregunto qué quería de aperitivo.¿Dígame qué trago le gusta y yo se lo preparo? a palabra vodka me salió como mágicamente y el profesional mezclo jugo de maracuya y otros líquidos que me dejaron de entrada bastante dañado.
Después llegó la cata. Aquí un especialista en el tema de los caldos se mando una amena charla. Un juego de cuatro copas enfrentaba a cada comensal. No memoricé cada cepa que probamos, pero recuerdo una llamada Nebbiolo, que nunca había tenido la oportunidad de degustar. Se da en Italia y cada trago de ese bendito licor causaba que me sintiera en el Paraíso, donde todos los conflictos se diluían al ritmo del sonar de copas.
Después de la entretenida cata, donde el sommelier me advirtió que “si quiere dejar vinos de guarda tienen que costar sobre 10 mil pesos”, llegó la cena. Pedí un tiradito de un rico pescado y de segundo un atún sellado con fuerte pimienta. El pescado, rojo en su centro, se cortaba con el tenedor. Un plato con mucha personalidad, que provocó que muchas copas de petróleo se bajaran rápidamente.
Del postre ya ni me acuerdo, pero todo era muy rico y con una atención de lujo.
Al final rematamos con unos rones con cocacola en vasos gigantescos, que obviamente causaron que las ideas se mezclaran extrañamente.
¿Qué puedo decir? Una invitación excelente, en un restaurante porteño donde se está rindiendo culto a Baco en todo su esplendor.

ajenjoverde@hotmail.com

¿Qué pasó en la muestra gastronómica de los asadores?

Por Ajenjo

Estoy bebiendo, con muy mala cara, un vino de marca San Pedro, “de exportación”, sin cepa reconocible, en una actividad llamada Muestra Gastronómica o Encuentro de Asadores, en la Avenida Altamirano.
¿No es Chile uno de los países con el mejor vino del mundo? ¿Cómo es posible que sirvan este vinagrillo en algo con apellido de “gastronómico”?
El petróleo de baja ley no sólo fue lo que me amargó, en esta actividad relacionada con el Forum de las ulturas (que ha estado bastante bueno), sino que la desorganización total y la falta de experiencia que se dejó entrever claramente.
Mi intención era comer y tomar lo más posible y me compré varios ticket multicolores por 4.500 pesos. El asunto era más enredado que “una pelea de pulpo en un plato de tallarines” ya que nadie entendía para que servían los de color azul, rojo, verde o amarillo.
Tuve que hacer una cola de una hora para que me dieran un pedazo de carne que podría haber asado en mi casa, sin ninguna gracia. Después pasé por algunos stand donde unos cubanos regalaban arroz frío con unos pedazos de mechada (ropa vieja le llamaban). También me comí un pescado en papel de aluminio más desabrido que bailar con la hermana.
Para los que hemos visitado muestras gastronómicas de ciudades o países, sabemos que el concepto es totalmente otro. Uno paga por entrar a una feria donde diversos restaurantes venden uno o dos platos de su carta en pequeñas porciones. Así uno va pagando de lugar en lugar, según sus gustos e intereses. Por último pagas un solo precio (8 mil o 10 mil pesos) y comes todo lo que quieras en las diversas carpas.
Aquí la cosa no resultó, pero la idea estaba bastante buena. Además el lugar era ideal, hermoso, y hay que seguir utilizándolo.
Cómo me gustaría una muestra gastronómica con el Caruso, el Pasta y Vino, el Malandrino, El Amaya, Casa Higueras y otros locales vendiendo lo mejor de su carta en porciones de tres mil pesitos.
¡Y con un vino que se pueda beber sin que la garganta se espante, por favor!

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Camino al extremo recital de Rammstein

Por Ajenjo

Estoy en un café internet de Santiago, tratando de despachar esta columna en forma desesperada, ya que en algunos minutos más ingresaré al recital de Rammstein, ese grupo alemán de metal industrial extremo, donde seguramente pasarán muchas cosas que les relataré más adelante.
El calor en esta ciudad es sofocante y pienso en mi Valparaíso querido, y lo echo de menos.El pasado fin de semana recibí a una simpática pareja de santiaguinos y los llevé a conocer las bondades del Fórum de las Culturas 2010. Terminamos en un sector denominado “Tornamesa”, cerca de la estación de trenes Barón, donde habían muchas locales. Uno de los stand que más me sorprendió fue el de la ciudad de Quebec. rimero te podías tomar una foto detrás de un paisaje canadiense. Anotabas en una pantalla tu correo electrónico y la imagen llegaba en un par de días.Después podías observar una maqueta de un gigantesco granero, donde se proyectan hermosas imágenes, muy parecido al show que montaron en La Moneda para el Bicentenario.
El lugar donde está Nápoles es ultra potente. Primero te ponen un casco para que puedas recorrer sin problemas el lugar (es que el recinto está bastante dañado). Hay muchas pantallas de alta definición que proyectan como era la vida hace muchos siglos (onda Imperio Romano).
Además de estos lugares, había gente vendiendo artesanía y otras “macanas”, como las llamaba mi abuelo que se murió hace ya muchos años de un cáncer en todo el cuerpo.
Después de mirar todas estas maravillas me fui a comer helado al “Emporio La Rosa”, la última novedad cuica que llegó al Puerto. Me encontré con mi amigo el escritor Francisco Casas, quien no me reconoció, hasta que le dije: “si estuviste en mi casa, con el Yura, viendo diapositivas de seres deformes”. Ahí se acordó y me estiró su mano amigablemente.
El “Emporio La Rosa” vende buenos helados. Todo, al parecer, es bastante sabroso y con mucha onda, pero hay que tener el billete largo. El helado de “niño” vale 1.100 pesos y es sólo una pequeña bolita. A pesar de estos precios la gente va por lo nuevo y siempre sus mesas están llenas, y nadie quiere perderse estos nuevos sabores que inundan El Puerto.
Al final terminé donde un amigo arquitecto que celebraba sus 40 años de edad. El evento era en las parcelas,
frente al cementerio Parque del Mar, de Concón.Mi brother contrató Dj y puso luces en su gigantesca casa de madera, mientras la fauna bebía y comía pizza de cebolla. Me encontré con gente que no veía hace miles de años. Uno de mis amigos estaba pololeando con una tarotista quien, en medio de la fiesta, le mandó la tremenda cachetada que, al parecer, puso fin a esa relación.
Al final volví temprano a la casa y ahora me voy al recital, donde el grito de Rammstein, Rammstein ya está inundando mi cerebro en toda su totalidad.

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El retorno a Pedro Aznar y al mítico Bar La Playa

Por Ajenjo


Mi bella esposa me dice que estoy bebiendo mucho en las actividades sociales y que siempre terminó “transmitiendo” y que sería bueno que me calme un poco. Como un buen esposo. le hice caso y decidí asistir al recital gratuito de Pedro Aznar, por el Forum de las Culturas, en la Plaza Sotomayor, muy compuesto y ordenado.
Incluso me corté el pelo y mis patillas setenteras fueron derribadas por mi peluquero Pablo, en un cambio de look veraniego. Llegamos muy temprano al recital y nos sentamos en las blancas sillas, mientras una folclorista entonaba un trote nortino en el escenario.Después de una hora de actuación la mujer seguía cantando a la geografía chilena. Iba como por Puerto Montt cuando escuché la frase: “Podríamos ir a tomar unas cervecitas a la espera de Pedro Aznar”. “¿Pero cómo es la cuestión?”, le dije, mientras desocupábamos
nuestras sillas y caminábamos hacia el mítico Bar La Playa.
Hacía años que no entraba a este reducto noventero, que fue la sede principal del retorno del carrete a Valparaíso, luego de años de toque de queda y represión fiestera. Recuerdo haber entrado a una gigantesca masa humana que bailaba sin parar en todas las esquinas del adornado bar. Ahí aprendí a comer chorrillana, a beber vino tinto barato y conversar hasta que los pajaritos advirtieran la presencia de los rayos solares.
En el Bar La Playa (llamado por todos El Playa), también recité varias veces, en unos llamados miércoles de poesía, y conocí mucha gente interesante y divertida.
Pedimos unas cervezas y volvimos al recital. Pedro Aznar ya cantaba sus poéticas tonadas. Se mandó “Media Verónica”, de Andrés Calamaro, y me embargó la emoción, provocando que la sed sacara terreno en mi cerebro.
Antes que terminara de cantar nos fuimos al “Moneda de Oro” (ahora más famoso que nunca por el caso Alinco) y me tomé unos rones con cocacola, mientras hablaba y hablaba del mundo y sus consecuencias.
Bastante dañado tomé el taxi a mi casa, mientras mi esposa recriminaba nuevamente mi estado.
“Llevarme a un bar es lo mismo que traer un niño a una dulcería”, alcancé a decirle antes de que se me cerraran los ojos.

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En una kermesse escolar con los nervios rotos y mucha sed



Por Ajenjo


Estoy en un juego inflable controlando la entrada de decenas de niños pequeños que quieren tirarse por un tobogán.Como buen padre cumplo con el turno de la kermesse de mi hijo en su colegio y transpiro mientras corto los tickets y los meto en una bolsa plástica.
Una apoderada me dice que deje de trabajar y que vaya a ver a mi hijo, “que parece que se cayó y se pegó muy fuerte”. Llego a un patio con un poco de pasto y hombres de terno, que eran guardias de seguridad, rodeaban a mi hijo que tenía un chichón gigante y un poquito de sangre en la frente. Una inspectora lo levantó, mientras otras madres gritan histéricamente: “no lo muevan, no lo muevan”.
Lo llevamos a la sala de primeros auxilios y ahí le pusieron hielo y lo dejaron reposando, mientras yo le hablaba y le decía: “porque no eres como los otros niños, por qué siempre terminamos así”.
Esa frase me la dijo mi padre cientos de veces y ahí estaba yo, repitiéndola en este karma generacional que continuará indefinidamente.
Con los nervios rotos y mi hijo de nuevo corriendo por los patios de su escuela sigo haciendo el turno en la kermesse. Al terminar me encuentro con una ex polola, muy crespa, de Playa Ancha, y me dice que una banda de rock está tocando en el gimnasio. Vamos hacia ese sector y nos encontramos una barra de bar que vende ron, vodka, whisky y cerveza. “Un roncito no me haría nada mal para componer mis nervios”, me digo, mientras pago el trago.
Me lo bebo rápidamente mientras converso con la chiquilla, ahora toda una señora, y decido ir en busca de mi hijo. “Parece que están todos en la discoteca”, me dice otra apoderada y yo no puedo creerlo. Avanzo hacia ese lugar, donde el regaetton sale por los parlantes a todo volumen, y pienso que mi hijo, de sólo 10 años, no puede estar meneándose con esos ritmos caribeños.
El guardia no me quería dejar entrar, “ya que está prohibido para los padres”, pero después me dejó ingresar y obviamente el pequeño no estaba en ese lugar.
Respiro tranquilo y al final lo encuentro jugando y corriendo por el patio.
“Ojalá nunca crecieran”, rezo para mis adentros, mientras tomamos, a la medianoche, la micro de retorno a la casa.

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12.29.2010

Con el acelerador apretado en el Forum de las Culturas 2010

Por Ajenjo
Estoy en la Gala del Vino, en el Mirador Yugoslavo, bebiendo mostos de alta ley. Entré al evento gracias a mi bendita credencial de prensa, que me permitió saborear quesos, chocolates y tomar petróleo del bueno.
Después de unas diez copitas, de pequeño tamaño, decidí irme a la casa, ya que el viento porteño me estaba entrando fuerte en la cabeza.
Al otro día me desperté feliz y me fui donde mi amigo personal y pintor, Andrés Ovalle, donde me encontré con sus cuadros de la ex Presidenta Bachelet. Entre el público rondaba la bella ex ministra Paula Quintana, entre otros personajes locales.
Antes de almorzar visité la exposición fotográfica instalada en la Estación Puerto. Sinceramente quedé con la boca abierta. Creo que es una exposición de nivel europeo, que no tiene nada que envidiarle a muestras instaladas en Milán o Nueva York. Además, el edificio está impresionante y ojalá reciba más muestras. Me fui a comer una chorrillana vegetariana al restaurante El Jardín del Profeta, que está muy recomendable. Todo rico y muy saludable. Ver exposiciones cansa mucho y me fui a descansar a la casa y prepararme para ver al escritor Pedro Lemebel, en el Salón Blanco de la Piedra Feliz. Llegue a las 9 en punto y mi mochila llena de libros del famoso cronista para que pusiera su rúbrica. Recién estaban abriendo el bar y los escritores participantes del encuentro estaban con una sed tremenda y presionaban a las meseras por un “tragullo”.
Me senté tranquilo a la espera de Lemebel. Llegó como a la medianoche y aproveché un momento para conversar. Le dije que hace 10 años le había regalado mi primer libro de poemas y que nos habíamos pegado varios carretes en Valparaíso. El cronista me reconoció y me dijo que estaba un poco cansado, ya que lo habían operado de un cáncer en la garganta. Pidió una copa de vino, que bebió con mesura mientras me autografiaba los textos.
El domingo terminé con Los Jaivas, cantando a todo pulmón Las Alturas de Machu Pichu, mientras pensaba que el Fórum de las Culturas está muy bueno y hay que seguir aprovechando las actividades.

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Buscando un completito en el C° Alegre

Por Ajenjo

Son las seis de la tarde y con mi hijo decidimos ir a comer algún “sanbiruche” en algún local del Cerro Alegre. Le advierto que es fin de mes y que los morlacos están bastante escasos, por lo tanto hay que buscar algo barato. Esta característica no es una situación que actualmente exista en el cerro, donde cada restaurante que se abre está cobrando entre 7 y 10 lucas por cuatro papas y un pedazo de carne.
Alguien me había advertido que se había abierto un negocio llamado “Obelix”, donde despachaban completos y Barros Luco. Llegamos hasta ese local, en calle Grossi y estaba abierto, pero no había nadie. Sólose veían unas papas fritas, terriblemente cocidas, en un colador. Grité “aloooooooo” y nadie
salió. Me dio mala espinay me largué.
Llegamos hasta un local del cerro Concepción, relacionado con el Emeterio de Concón, donde venden
empanadas. Nos sentamos en una mesa del segundo piso, y sólo había un lugar ocupado por tres tipos de aspecto bastante dudoso.
Nosotros pedimos nuestras empanadas (yo me comí una Emeterio de 3.500 pesos llena de mariscos) y los tipos se engullían gigantescos platos de locos, machas a la parmesana, calugas de pescado y mucho vino
blanco.
En un momento uno de los tipos se paró a hablar por celular y después se fueron los otros. El mozo apareció a los minutos y grito: “donde están los de esa mesa”. “Se fueron” les dije y su cara se cayó al suelo. Al irnos mi hijo me pregunto porque se llamaba a eso “perro muerto” y le dije que en el cerebro del garzón, producto de la rabia, queda un perro muerto en el cerebro. ¿Será así?

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La revolución del Forum de las Culturas 2010

Por Ajenjo

Revolucionado está Valparaíso con esto del Fórum de las Culturas 2010. Todo el mundo habla y comenta, pero todavía no conozco a nadie que sepa exactamente de que se trata todo esto. Lo bueno es que ya hay varias actividades en carpetas y que alegrarán la vida de esta ciudad tan extraña, tan carnívora y tan adictiva.
Personalmente, con mis amigos, nos estamos preparando para el recital que Los Jaivas ofrecerán en la Plaza Sotomayor.
Tengo la certeza y la conciencia que muchos dirán: “Los Jaivas, de nuevo, uufff”, “Los Jaivas ya no son Los Jaivas ya que la mitad del grupo está muerto”. A mi no me importa nada de nada. Tengo un fanatismo incondicional con ese grupo que abrió mis oídos a la música. Creo que el rock cósmico andino que ejecutan llega a su mayor cúspide con “Alturas de Machu Pichu”, obra musical comparada con The Wall u otros discos conceptuales de alto poder creativo.
Ese domingo 31 de octubre tengo pensado hacer una comida marina en la casa. Machas y ostiones a la parmesana, ceviches y otras preparaciones, más mucho vino blanco del bueno, serán el aperitivo para llegar a escuchar los versos de Neruda transformados en rock (tocarán el disco entero, sin pausas). Tengo hasta mi polerita de Los Jaivas, comprada afuera de la Quinta Vergara cuando cumplieron 40 años como grupo, para llegar hasta este recital. Será a las 5 de la tarde, con solcito primaveral y ambiente de Halloween. Toda una onda rara.
Otra de las actividades que quiero ver junto a mi hijo es la exposición del Gonzalo Ilabaca. Una de las razones por las que saqué fuerzas para recorrer México y la India fueron sus pinturas que una vez observé en la Galería Modigliani, en Viña. Esos colores, esos personajes que se van a esfumar dentro del cuadro, son necesarios para entender esta ciudad. Me gustaría que a mi hijo le quedaran grabadas en sus neuronas estos paisajes.
También quiero ver a la viuda de Borges (la enigmática Kodama y su pelo albo).
¡Qué todo salga bien!

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Aunque duela: El pisco peruano es más rico que el pisco chileno

Por Ajenjo

Llego a Lima, capital del Perú, un viernes feriado por el Combate de Angamos. El taxista, un tipo muy amable y conversador como la mayoría de los peruanos, nos cuenta detalles de la ciudad y nos explica donde comer y carretear. Después de dejar las cosas en el hotel llegué a un restaurante y me tomé tres pisco sours. Quedé súper loco y salí a caminar por el hermoso barrio de Miraflores.
Paseo por la costanera y un niño, como de un año y medio, se baja los pantalones frente a nuestro grupo y nosotros pensamos que nos reconoció como chilenos y quiere llevarse de retorno el Huáscar. Nos topamos con un gran monumento al amor. Muchas parejas se besan alrededor. Un matrimonio, conformado por una novia vestida de blanco de 15 años y un joven de 16 aproximadamente, se toman fotografías. Es como un ritual urbano.
Quedé tan cansado con la caminata y los pisco sour que dormí hasta el otro día.
Me desperté y tomé el bus Metropolitano, que te lleva hasta el centro. Ahí me empine unas Pilsener Callao para tirar para arriba el ánimo. En la noche me fui al distrito de Barrancos y me metí precisamente al bar la Noche donde un tal Daniel F, onda el Chinoy peruano (pero como de 50 años) cantaba canciones de protesta. En un momento se lanzó Te Recuerdo Amanda, de Víctor Jara, y una lágrima salió de mi cerebro
directo al vaso de ron.
Seguí bebiendo en el ultra taquilla bar Ayahuasca, considerado uno de los 35 mejores bares del mundo. La onda era cuica étnica y en el baño muchos hombres se “espolvoreaban” la nariz, tratando de pasar desapercibidos.
Terminé esa noche en el casino Atlantic City al ritmo de las máquinas tragamonedas y más roncito. El tercer día tome vino blanco con pescados de alta calidad y rematé con un bajativo de pisco acholado, puro, que bajó por mi garganta, transformándose en uno de los licores más ricos que he probado en mi vida.
El último día me lancé dos pisco sour más y tengo que decirlo con todas sus letras y no me importa nada: el pisco peruano le pega veinte patadas a los piscos chilenos.
La verdad es la verdad y punto final.

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11.15.2010

El bar Renato se pondrá de pie

 
Por Ajenjo


El bar Renato fue uno de los primeros locales porteños emblemáticos y patrimoniales que conocí en mi vida. Su cercanía al cine Metro (actual Hoyts) lo convertían en una parada obligatoria para comentar las películas.
Una de las primeras en llevarme fue una crespa polola que tenía en Playa Ancha. Fuimos a ver juntos “Malas influencias” y después (para hacerle honor al título de la película) me dejé arrastrar hacia este recinto.
Cuando ingresé quedé peinado para atrás. Era como entrar a la máquina del tiempo, donde viejitos jugaban a las cartas enclavados en la década del ‘50. En el segundo piso habían reservados con una cortina de tela que permitía un poco de privacidad.
Recuerdo haber pedido una botella de vino y calugas de pescado. Después me hice más habitué del local.
Me encantaban dos garzonas que atendían muy amablemente. A una la apodamos “La Giganta” ya que media como metro 78 y usaba largas trenzas como de huasita sureña. Sus piernas eran dos grandes torres que nos hipnotizaban y muchos quedaban prendados a su cortita falda.
En ese local vi jugar cartas varias veces a un enigmático hombre con un parche en el ojo, que tomaba wiskhy desde una botella instalada en una pequesa mesa a un costado. El grupo que lo rodeaba siempre estaba en silencio, concentrados en su juego. A los años ese hombre habría de protagonizar un sangriento hecho policial, pero es mejor no hablar de ciertas cosas.
Con mi brother fotógrafo decidimos hacer un Chorrillanómetro para un reportaje del diario. Durante cinco días seguidos almorzamos y cenamos chorrillanas en diversos locales para buscar la más sabrosa. El Renato ganó lejos por su blanda carne, su papa frita consistente, su cebolla a punto, el huevo bien revuelto y cocido, entre otros secretos que ya no puedo recordar.
El crítico de arte Carlos Lastarria, quien frecuentaba también este local, señalaba que uno de los errores era que seguían sirviendo cañas de vino tinto a los curaditos del sector y no se concentraban en la gastronomía popular y porteña. Perfectamente podrían haberse convertido en un referente a nivel local, pero el estigma del bar de Puerto lo llevaba muy marcado y no pensaba en deshacerse de su onda.
Entrevisté una vez al penúltimo dueño, un hombre muy joven que estaba un poco deprimido ya que cada vez entraba menos gente al local. Le tocó la crisis y tuvo que vender.
Hablé con los dueños actuales del Renato y muy emocionados me dijeron que lucharán por levantarlo de nuevo y reconstruirlo del incendio que acabó con todo. Desde esta tribuna les doy mi humilde apoyo.

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Hoy el Carnaval se toma Valparaíso: ¡Todos a los mil tambores!


Por Ajenjo


Generalmente en esta columna escribo sobre botellas que me he tomado, platos que he engullido y  lugares que he conocido. Ahora estoy aprovechando la oportunidad para invitar a todo el mundo a participar de una de las fiestas porteñas que más me gusta y que cada año he disfrutado como el mejor vino: Los Mil Tambores.
Vivo hace 13 años en esta ciudad y esta será la onceava vez que los tambores se toman el sonido urbano y el carnaval de colores invade la atmósfera. He seguido paso a paso la evolución de este evento que fue creciendo año y año y se convirtió en todo un mito.
En Santiago, Concepción, La Serena, y en otras ciudades de Chile, deben existir centenares de jóvenes armando sus mochilas y llenándolas con ilusiones, esperanzas y fuertes ideas, para llegar a proyectarlas a esta hermosa ciudad.
Las muchachas que ofrecerán su piel como tela para los famosos “Cuerpos Pintados” deben estar algo nerviosas o ansiosas, ya que mañana les tocará su momento y son parte esencial de todo este carnaval.
Llevo varios días discutiendo con otros amigos sobre la idea de haber cambiado el escenario del evento. Ahora serán los cerros quienes acogerán a los tambores y el color. ¿Habrá sido la decisión correcta?
¿No se supone que un carnaval debe abarcar y tomarse cada vez más los espacios urbanos? ¿Por qué no en el cerro y en el plan? ¿Por que esa turba llena de locura y
buenos pensamientos no comenzó en los cerros para después bajar a desordenar la ciudad?
Todas estas interrogantes ya servirán para el próximo año. Ahora lo fundamental, la médula de todo este asunto, es que la cosa debe salir bien y quedar en la historia de este maldito y bendito Puerto.
Siempre he admirado la constancia y potencia de Chago Aguilar y tengo la conciencia de que son muchos los hombros y cerebros que están detrás de esta singular fiesta.
¡Que les vaya bien cabros y que la chiquillada no pare de gozar!


ajenjoverde@hotmail.com

10.14.2010

Nuevamente llevando santiaguinos a la ramada travesti

Por Ajenjo

La primera columna de Crónicas de Medianoche que escribí en las ya lejanas Fiestas Patrias del 2003 se titulaba (si la dañada memoria no me falla) “Sobreviviendo a la ramada travesti”.
En esa ocasión relataba algunas vivencias en este singular recinto de distorsión porteño, que cada año se hace más famoso y que se instala en el Parque Alejo Barrios, en Playa Ancha.
La semana pasada volví a llevar a un grupo de santiaguinos a la ramada “Mujeres con truco” que lidera el travesti más reconocido en este Valparaíso del nuevo milenio: La Zuliana. La anfitriona, vestida con un traje largo de látex lleno de grandes agujeros, se paseaba totalmente maquillada por el piso de tierra de la ramada, imaginando que se encontraba en alguna discoteca de Hollywood.
Yo andaba con mi esposa, mi suegra, mi cuñada y mi cuñado con su polola, entre otras personas. La Zuliana, en un gesto de amabilidad extrema, nos dejó pasar sin cobrar la entrada, que sólo costaba mil piticlines.
Nos sentamos y pedimos algunas cervezas para pasar el rato, mientras una orquesta de tres integrantes hacía retumbar nuestros oídos con violentas cumbias. Pedimos algo para comer y no había nada. “Es que la vieja de las empanadas no llegó”, fue el argumento de la garzona.
Mi bella señora tuvo que salir a comprar afuera para calmar al enano que todos llevamos en el estómago. A los minutos comenzó el show travesti.
La mayoría de los transformistas superaba los 100 kilos de peso. La más distorsionada era una pequeña regordeta que se había puesto un corsé a ultra presión.
El acoso a los espectadores empezó en forma inmediata. A mi cuñado lo sacaron al medio y el gran gordo vestido de mujer le hizo un koala. Quedó tirado en el suelo, cuan largo es, mientras a nosotros nos salían lágrimas de la risa.
Un hombre ebrio, que estaba junto a su pareja, se hizo el chorito con los travestis. Les faltó el respeto con algunos movimientos corporales y sufrió la maldición. Tres “gordas-gordos” se le lanzaron encima, lo aplastaron, lo golpearon y por último le bajaron los pantalones. Le dieron la tremenda lección al pobre tipo, que se fue más que humillado.
Al final un travesti entonó la canción “Soy lo que soy” y reivindicó a los de su clase sexual. Nosotros nos retiramos cansados de reírnos y con varias historias para contar sobre este Bicentenario.

ajenjoverde@hotmail.com

Modestos consejos para sobrevivir en estas Fiestas

Por Ajenjo

Primero que todo hay que tomarse las cosas con calma. Esto hay que asumirlo literalmente: “tomarse las cosas (cerveza, vino y fuertones) con absoluta calma”. Nadie está apurado y nadie tiene una pistola en la frente.
Hay que comer antes de tomar. Si Ud. es uno de los que se despierta con la “Cecilia” y la apacigua con una cerveza de litro a las 10 de la mañana ya estamos mal. Antes de destapar cualquier líquido sírvase un buen desayuno.
Ojalá unos buenos batidos con palta molida, huevo revuelto, su jugo de naranja y su café con leche. Ahí es el momento de recién empezar a pensar en el futuro y sacar las chelitas heladas del frío. Ponga en el congelador un par de vasos shoperos y vierta el
dorado y anestesiante líquido. Después viene el carbón y todo lo relativo al asado. Lo más probable es que tenga que recibir visitas. No se le ocurra prepararle un pisco sour a la suegra y tomarse la botella antes que la viejuja aparezca. Con eso se asegura una pintada de mono de las grandes y el reto de la santa señora.
En estas fechas la mejor trilogía es cerveza, vino y el fuertón de buena ley que a Ud. le plazca. Haga el quite a la dulzona y pícara chicha ya que puede sufrir severas sorpresas en el cerebro y el estómago. También a todos los sour o licores dulces o con nombres raros o gringos. Con el asado dele al vinito. El petróleo es bueno para el corazón y va lentamente adormeciendo la sobriedad. No importa terminar con todos los dientes y la boca morada.
Para los bajativos recomiendo ron o whisky. El vodka es algo que le tengo mucho respeto, ya que he visto los resultados finales en “respetables damas y caballeros” que después han terminado llorando o con un arrepentimiento extremo.
Personalmente estoy tomando el ron y el whisky (salvo un 12 años) con cocacolita y harto hielo. Un secreto de mi padre que en paz descanse: cada un vaso de licor fuerte, otro de bebida solo, así uno se asegura la hidratación mental. No se le ocurra ir a meterse curado a fondas y ramadas. En el Alejo Barrios, en Playa Ancha, puede terminar en la de “los travestis” y ahí puede perder mucho más que la compostura. Si ya está achichado, quédese con la familia y diga todo lo que no puede decir durante el año. En estas fechas se perdona todo, ya que al final “curao no vale”. Si toma no se le ocurra la tamaña estupidez de manejar. Tome micro, colectivo o taxi. Ojalá todos los pasemos bien y sobrevivamos para contarlo...

ajenjoverde@hotmail.com

Mucho más que todas las gracias totales del mundo

Por Ajenjo

Dicen que el rock argentino funciona con radicales trincheras: en un lado están los fanáticos de Calamaro, en otro los del loco Charly García, en otra de las esquinas los de Fito Páez, los de Sumo, los de Virus, y así una larga lista.
Cuando tenía 15 años pertenecía a todas estas trincheras. El rock argentino se transformó en una de las bandas sonoras más importantes de mi vida, que junto a Los Jaivas, se convirtieron en esos sonidos que se meten en los genes y en las neuronas y que uno jamás podrá dejar de escuchar.
Ayer, viendo el programa “Informe Especial” sobre Gustavo Cerati, me emocioné profundamente y no sólo por todos los recuerdos que se me vinieron como un tsunami cerebral, sino por la tristeza de ver un genio musical durmiendo, al parecer, para siempre.
Recuerdo llegar a las 16 horas a la Quinta Vergara para escuchar un concierto de Soda. Esos raros peinados nuevos, esas camisas de colores inglesas los encasillaban como los The Cure latinoamericanos.
En Viña del Mar de la época se paseaban sólo dos tribus urbanas: los artesas y los trasher y ver la estética de esos tres tipos era todo un bombazo para la cabeza de un adolescente chileno ochentero.
Tuve la oportunidad de verlo en uno de los recitales “Mutek” en el Muelle Barón, ya en el nuevo siglo. Estábamos todos bastante locos y apareció como a las 5 de la mañana. Su cuerpo brillaba literalmente y se subió al escenario y toco una música electrónica suave, que actuó como un terciopelo neuronal.
Sus letras estaba siempre cargadas de un leve erotismo, que explotaba con frases como “y gozaras el rol de señora bien...” . Experimentó en todos los sentidos musicales. La imagen de su actuación con una orquesta sinfónica, con Cerati vestido como El Principito, en el Teatro Colón, fue espectacular.
Puedo asegurar que este vocalista nos voló la cabeza con su revólver musical a toda una generación y ahora, mientras duerme en este sueño tan profundo y conmovedor, sólo nos queda agradecerle por todo lo que logró.
¡Gracias totales al artista!

ajenjoverde@hotmail.com

9.07.2010

Para los viejitos que no pasaron agosto


Por Ajenjo

A mi abuela Teresa Cádiz Jara, que se murió el domingo pasado a los 97 años de edad.


Estoy en el funeral de mi abuela en Quillota y miro a un bisnieto de ella, de siete años, que se acerca al vidrio del ataúd y lo queda observando fijamente, como hipnotizado.
Nunca me ha gustado ver el rostro de los muertos. Siento que es algo muy fuerte, que llega a convertirse en una situación obscena. En esta ocasión nuevamente me obligaron a mirar y el rostro de la Yaya (como la llamaban en la familia) estaba sereno y tranquilo.
Miro a mi alrededor y veo muy poca gente conocida. Reconozco a tíos y primos, con quienes me junto tarde, mal y nunca. El funeral provoca cosas buenas, como un padre que abraza y conversa con su hijo, con quien no mantenía relación hace años. Observo todo esto callado y pienso en todos los que no pasaron agosto, como mi abuela.
Me cuentan que un periodista, que organizó una de las cenas “de los que pasaron agosto”, no pudo asistir ya que sufrió un fuerte dolor estomacal que lo llevó a terminar recorriendo varios servicios de urgencia de la región. Estaban todos llenos ya que la sicosis de la muerte andaba rondando firme. En la noche tenía que organizar la final de un concurso de belleza juvenil. Era imposible zafarme de esta actividad y mientras en el escenario de El Huevo dos animadores juveniles bailaban con chicas disfrazadas de gato, yo pensaba en el rostro de mi abuela muerta.
Tuve que ir a la barra y pedirme un ron para calmarme un poco y lograr concentrarme para sacar la actividad adelante.
Sentía que encarnaba la frase “el show debe continuar” y era la pura verdad.
Diariamente nacen y mueren centenares de personas. La percepción del tiempo cada vez es más rápida y violenta. Lo que antes era nuevo ahora es viejo. Hay cosas que no existen y otras se pudren. Todo cambia y realmente siento que, como dicen en los funerales, “nosomos nada”.

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Un descubrimiento bueno, bonito y barato


Por Ajenjo

Cada vez que pasaba por la calle Dimalow, en camino al ascensor Reina Victoria, me fijaba en una mesitas de un restaurante instalado en la parte de abajo del cerro.
Nunca entraba, pero algo me decía interiormente que en ese recinto algo bueno pasaba.
Mi hermosa esposa, junto a sus bellas amigas santiaguinas que se hacen llamar “El Centro de Madres”, lo visitaron hace algunos meses y me aseguraron que la comida, el servicio y el lugar entraba claramente en el concepto de las tres b: bueno, bonito y barato.
Esta semana tenía una conversación pendiente con mi brother oftalmólogo, y le dije que fuéramos a conocer el Via Via Café, que tiene una entrada por Almirante Montt y otra por la calle Dimalow, en el gastronómico Cerro Alegre.
Nos encontramos con un menú de 3.500 pesos. ¿Y que le lleva?, se puede preguntar el lector desprevenido. Un menú de entrada, principal y postre o café con diversas opciones. Les recomiendo la crema de coliflor con hinojo, una joya para el paladar. También estaba la posibilidad de comerse una ensalada más tradicional. De segundo me lancé unas especies de caluguitas fritas de cerdo, con un puré de zapallo para hincarse y gritar al cielo: ¡ gracias por estar vivo! De postre me comí algo como una leche asada, compacta y sabrosa. Todo eso a 3.500 pesos.
La atención era de lujo y el lugar maravilloso, dirigido a los gringos que pululan por ese barrio. Al parecer los dueños son belgas y hay unas cervezas de ese país, pero que valen muy caras.
Al otro día volví con un par de amigos de la pega. El menú era el mismo y pude comer un pastel de papas normal y aproveché de repetirme la crema de coliflor. Hay unos pancitos chorreados con aceite de oliva y una cremita de verduras que sirven para amenizar. Les recomiendo ponerla en la sopita de coliflor.
El Via Via Café cumple con casi todo lo que me gusta de un buen restaurante y su presentación de los platos es impecable.

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No se puede ser tan consecuente en la vida


Por Ajenjo

Me gané un premio en un concurso: dos meses gratis en un gimnasio.
Una fuerte voz en mi cerebro me empezó a decir: “hace 15 años que no practicas ningún deporte. Tienes la bicicleta botada en la casa. Ya sobrepasaste la barrera de los cuarenta años. Ponte serio cabrito y toma esta oportunidad que te está entregando la vida”.
Así fue como me encontré en una multitienda comprando la “salida de cancha” (que término porteño más singular) y preparándome para mi primer día. Elegí gimnasia “cardio”, ya que pensé que eran máquinas para hacer ejercicios.
Cuando llegué al gimnasio, humilde, tímido, cabeza gacha, pregunté donde estaban mis actividades y me derivaron al cuarto piso. Tamaña fue mi sorpresa cuando me encontré con unos 15 abuelos haciendo ejercicios de brazos piernas y cuello.
También había un par de personas jóvenes. Me sentí perdido, pero dije: “por algo estoy aquí”.
Así que comencé a seguir las instrucciones de la profe. Abajo, arriba, un brazo, una pierna, la cabeza, agacharse, rodillas al pecho. Terminé semi muerto, pero contento.
Ahora estoy como adicto a esos días de gimnasio. Mi profe es Dios. Si me dice que me tire de espaldas y doble la pierna izquierda lo hago sin cuestionar nada. Creo que nunca había seguido instrucciones sin reclamar o discutir.
Después de la primera clase llegué corriendo al Moneda de Oro. Estaba tan contento que le dije al mozo Fernando que me trajera un ron con coca light y un gran chacarero con harto ají verde picadito arriba. Mientras engullía el gran pan y lo bajaba con mi amarguito ron les contaba a mi fiel grupo de amigos las nuevas aventuras en el gimnasio. De repente me di cuenta que estaba mal, que estaba siendo inconsecuente, que después de una hora de ejercicio no me podía poner a tomar roncito y a comer como un loco. Sin embargo, hay cosas que no se pueden dejar en el mundo y ya los ejercicios de “cardio”, por ahora, están más que bien.

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"Normas" o el empeño gastronómico en Valparaíso

Por Ajenjo

Vengo saliendo de una bronquitis que me tiene alejado del copete fuerte, pero de todas maneras me estoy bajando algunas maltas para tranquilizar esa sed eterna que no se pasa con nada. Me gusta la malta, la encuentro reconfortante y sana. A veces pienso que me entrega defensas corporales para pasar este frío invierno, además de tranquilizar los nervios.
Como ando en esta onda sana post enfermedad, decidí el domingo pasado comer en alguno de los nuevos restaurantes que están abriendo en el gastronómico Cerro Alegre.
Llegué, con mi bella esposa, hasta el tradicional emporio de barrio “Jenny Lorena”, en la calle Almirante Montt, donde en su segundo piso se instaló el restaurante “Norma´s” y subí a conocerlo.
El menú costaba 6.900 pesos (o algo así) y tenía tres platos. Primero me mandé un ceviche “afrodisiaco”, que estaba rico, con personalidad y sabor marino, debajo de una cama de lechuga y otras hierbas. De segundo opté por un lomo a lo pobre y me llegó un plato elegante. Siempre reclamo por la cantidad enorme de papas fritas (como en el O’Higgins) que termina ahogando a todos los otros elementos. Aquí el huevito bien frito estaba sobre una blanda carne. La cebolla dorada y un con sabor potente. Todo muy bien. De postre me mandé una crema al jerez y llegué a rechupetear la copa.
Mi señora se pidió un pescado con salsa, que también estaba rico. La atención excelente y cariñosa, con preocupación por el cliente. Me dieron hasta servicio especial de carne para comerme mi lomo. Aquí se nota empeño y dedicación por salir adelante en un ambiente de casa porteña, donde botaron los muros y quedaron las vigas a la vista.
Felicito esta aventura gastronómica, que nace en medio de tanta pomposidad, cachetoneo y altos precios que existe en el Cerro Alegre.
¡Qué les vaya bien!

8.13.2010

Acostado en una camita escuchando el cuento de Buchettino


Por Ajenjo

Dos hombres con antorchas nos conducen hacia una pequeña puerta. El olor a madera húmeda, a bosque sureño, penetra fuerte por las narices. Los hombres abren las puertas y aparecen numerosas camitas, todas muy bien arregladas. Al centro está la actriz María Izquierdo, con un libro en la mano, invitando a todo el público a ocupar una de las camas y relajarse.
Se trata de la obra de teatro “Buchettino”, que se está montando en el Centro Cultural Espacio Matta, de la popular comuna de La Granja, en Santiago y que fui a ver junto a mi hijo y mi bella esposa.
Para llegar tuvimos que recorrer la mitad de Santiago. Pasamos por poblaciones que nunca había conocido, como la mítica San Gregorio, donde en sus límites paseaban jóvenes con sus caras huesudas, demostrando su férrea militancia a la pasta base.
Al llegar salió a nuestro encuentro Jenny Romero (la más audaz, bella, creativa y estimulante de todo el clan Romero) y nos mostró el centro cultural. Casi me caí de poto cuando, con mucho orgullo, nos llevó hasta el mural que en los años 70 había pintado Roberto Mata junto a unos niños pobres, en un gran paredón de la ya desaparecida piscina municipal de la comuna. “Tuvieron que sacarle 14 capas de pintura y apareció en gloria y majestad”, nos señala. El mural es bellísimo, con esos cuerpos de marciano que el fallecido pintor ocupó en muchos de sus multicelulares cuadros. Me dan ganas de llorar.
El Centro Cultural Espacio Matta es fantástico, gigantesco, lleno de salas de teatro, de baile y de pintura. Pienso en la ex cárcel de Valparaíso y sólo me da pena y tristeza ese peladero abandonado donde sólo habitan promesas inciertas y sueños frustrados de todos los porteños.
Cuando los cincuenta espectadores están en sus camitas, María Izquierdo comienza a leer el tradicional cuento de Pulgarcito, que está lleno de fuertes escenas de violencia intrafamiliar y desamparo. La obra es sonora y mientras la actriz relata la historia, el ambiente se va llenando de mágicos sonidos. La voz del Ogro es terrible y le da miedo a todos.
Al abandonar la obra me cuentan que durante la semana se llena de niños de escuelas pobres, que disfrutan la obra completamente gratis. También van niños y jóvenes ciegos, quienes le sacan todo el jugo a la conmovedora sonoridad de esta obra.
Ahora, que he estado bajo el flagelo de la bronquitis, con fiebre y remedios, he tenido mucho tiempo para pensar y darme cuenta que hay mucha gente en el mundo que está haciendo hermosas cosas por los demás y uno no tiene la menor idea. A toda esos seres humanos de acción solidaria y verdadera, mis más sinceros respetos y mi admiración eterna.
¡Larga vida a “Buchettino”!

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Expulsando a los amigos de la cada el día del cumpleaños

Por Ajenjo

Todavía no puedo recuperarme al cien por ciento luego de haber celebrado un nuevo cumpleaños que me dejó bastante dañado física, cerebral y espiritualmente.
Todo comenzó un día viernes, cuando llegue a mi casa apurado de la pega a preparar “tacos mexicanos” para los amigos que se atrevieron a romper la barrera del frío. Mientras molía palta y pelaba tomate me comencé a tomar unas cervezas torobayo, que algunas semanas antes había adquirido en una rebaja de supermercado.
Cada botella que llegaba era un invitado. Perdón. Cada invitado que llegaba traía una botella, lo que pronosticaba una tormenta alcohólica en “mi jato” (casa).
Después de la cerveza me metí una copita de vino, pequeña, para brindar por algo que ahora no recuerdo ni quiero recordar.
Los brother conversaban en diversas partes de la casa, pero se concentraron en la mesa, donde se depositaban los licores a beber. Un recorrido nervioso eléctrico me pasó por la columna vertebral cuando me encontré con tres botellas de vodka y varias de ron, que esperaban ser destapadas y bebidas.
Agarré un vaso, agua tónica y me decidí por el vodka, sin embargo tuve que cambiar al ron en la mitad del partido, ya que se acabó con que combinar ese dichoso licor ruso.
Cerca de las 4 de la mañana no me sentía muy bien. La honestidad no quita lo valiente (o algo así) y me paré arriba de un banquillo y les dije a los presentes, en un tono moderado y educado, que ya se tenían que ir de la casa.
Obviamente nadie me pescó y todos seguían estrujando las botellas. Tuve que elevar un poco la voz y con una modulación bastante arrastrada los volví a invitar a salir de la casa.
Ahí me hicieron más caso, pero costó varios minutos que el último de los invitados
atravesara el umbral. Les pido perdón por haberlos expulsado, pero ya no tengo ni cuerpo ni cabeza para escuchar a tanto loco curado.

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Mirando por el tercer ojito en Iquique


Por Ajenjo



Llevo caminando como 25 cuadras por Iquique en busca de un restaurante que mi mujer tiene anotado en un papel y que según ella “es muy bueno”. Cargo a mi hijo en la espalda, lo que convierte cada paso en una tortura. Al final llegamos a otro lugar, llamado “El tercer ojito”, que se encontraba frente a la playa Cavancha.
Era feriado y el local estaba lleno y tuvimos que esperar unos 15 minutos a que se desocupara una mesa. El restaurante era como “jipicuiqui”, que es una mezcla entre algo cuico y hipie, entre algo lord y artesanal, con diseño pero relajado. ¿Me entienden?
Nos pusieron unas mini hallullitas con una exquisita salsa de aceitunas y mantequilla, lo que calmo la ansiedad del almuerzo. La carta era marina con toques tailandeses, peruanos y chilenos. No tenía mucha hambre y mi bella señora se pidió un ceviche a la peruana, mientras yo me consumí un “picante de loco”. Tenía la posibilidad de que el plato fuera mitad loco y mitad pulpo, pero decidí que fuera solamente con conchalepas conchalepas*.
El ceviche estaba bien rico. Me recordó los que hacían en el Caruso: Cocina del Mar”, ese ya desaparecido restaurante porteño que quedó grabado con fuego en mi memoria culinaria.
El plato de picante de loco estaba bueno, pero era pesado. La blanca carne, teñida con un exquisito aliño, estaba algo dura y me obligó a consumir el plato lentamente. Al final me lo devoré completo y no dejé nada de nada. Después me tomé un jugo de sandía como postre (sandía en pleno julio, que maravilla el norte chileno) y me fui más que satisfecho. Incluso se me quedó una mochila y los mozos me la tenían bien guardada.
También fui al mercado iquiqueño y me comí una cojinova con puré por cuatro lucas. Exquisita.

* conchalepas conchalepas: nombre
científico del loco.


7.20.2010

Camino a La Tirana o tratando de romper la aparente realidad





Por Ajenjo

Estoy sentado en el palco presidencial del Teatro Municipal de Iquique y observo cómo mi hijo juega en el escenario. El lugar es maravilloso, como el teatro viñamarino, pero construido completamente de madera. Por mil pesos se puede visitar completo, subir hasta el último piso por pequeñas escalerillas de madera y entrar a todos los rincones.
Iquique es sólo una parada, ya que mi verdadero destino es La Tirana, donde los diablos bailan por horas sin parar, en uno de los paisajes lisérgicos y multicolores más impactantes que he visto.
Hace cinco años vine por primera vez y en mis oídos y neuronas quedaron tatuadas las imágenes de este verdadero manicomio étnico, donde la locura llega a su estado más sublime y se convierte finalmente en tradición.
Ahora quiero que mi hijo vea este espectáculo, pero a veces lo que a uno lo asombra no tiene porque impactar a los demás. Cuando salimos del hermoso teatro iquiqueño el niño me pregunta donde está el mall de esta ciudad “y podríamos ir a ver una película y comer pizza”. A veces creo que la batalla está perdida, pero tampoco se trata de ponerse un viejo amargado (y ocupo la palabra amargado, en vez de una que es impublicable) y sólo queda seguir adelante.
Hablando en forma honesta, Iquique no es una urbe muy hermosa. Mi hijo piensa que está en Perú, no sólo por los rasgos faciales de la gente, sino que por que la bebida del hostal es Inca Kola y es atendido por una mujer que nació en Tacna. Hay muchos restaurantes chinos, como de “chifa” y ha estado muy nublado y frío.
Ya quedan pocas horas para partir al pequeño pueblo en las alturas, donde los diablos ya han comenzado su ritual. Me armaré con unos buenos sándwichs, una petaquita de vodka con Red Bull y volveré a sumergirme en esos sonidos de cajas, trompetas y platillos con la sana intención de olvidar toda la maldita rutina y abrirle los ojos a mi hijo para que traspase de una vez por todas la aparente realidad en que vive.

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Metido un día domingo en un "baby sour"

Por Ajenjo


Mis bellas compañeras de trabajo están organizando un “baby shower”, que es “una actividad donde se le entregan regalos a una amiga que está en avanzado estado de embarazo y que muy pronto tendrá a su hijo en la clínica”. Ellas no invitaron a ningún hombre, como si el evento tuviera una característica de “secta femenina secreta”.
Sinceramente creo que estos “baby shower” se realizan para tirar para arriba a la pobre embarazada, que lleva semanas enclaustrada en la casa, ausente de todo tipo de carrete y fiesta (ni siquiera puede beber un traguito) y que lo único
que desea fervientemente es poder dar a luz lo más rápido posible.
El fin de semana partí a Santiago para convivir con la familia de mi santa esposa. Además de conocer el rico restaurante peruano el “Otro Sitio” y sus piqueos de ceviche, pude engullir un bistec a lo pobre en el “Chilenazo”.
Mi mujer me pidió que la acompañara a un “baby shower”, y mi cara se estiró varias veces, mis ojos se abrieron y un rotundo “no” salió de mi boca. Sin embargo las mujeres son expertas en el arte de convencer y terminé sentado en un living, con varias chiquillas (y sus parejas) comentando cuál era el mejor artículo para evitar que la leche mojara los sostenes. Raro, muy raro.
Lo bueno fue que varios amigos también fueron “convencidos” por sus señoras y entre cerveza y cerveza el famoso “baby shower” se fue convirtiendo en un “baby sour”. Entre la anestesia de la cervecita y los chistes la tarde se convirtió en una alegre
convivencia.
La mejor parte fue cuándo, motivado por varios vasitos de chela, le dije a la embarazada para animarla: “lo mejor fue que soló te engordó la pura cara (la palabra precisa era guata) y todos se comenzaron a reír nerviosamente”.
Rápidamente trate de arreglarla, pero ya las carcajadas eran muy grandes y la embarazada se agarraba su panza y lloraba de la risa.
¿Por qué no serán mixtas estas fiestas?, terminé preguntándome mientras abría
la última latita.


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La magia del sushi para reconciliar parejas


Por Ajenjo

Después de una pelea con mi esposa decidimos reconciliarnos en el nuevo restaurante japonés Tama, que se instaló en la calle Almirante Montt, en Valparaíso.
Llegamos sólo algunos minutos después que abrieran el local y nos fuimos al segundo piso. Ahí nos encontramos, al parecer, con el dueño, quien nos contó que las bellas mesas del restaurante, que tiene adornos de arena y conchas en su interior, las habían encontrado en una demolición. “El maestro que trabajó en el local me señaló que las compráramos y que él las arreglaría”, indicó como un excelente anfitrión.
A los segundos llegó un joven mozo, quien nos entregó la carta de sushi y otros cortes de pescados y mariscos a lo japonés.
Nunca he sido fanático del sushi, sin embargo el tiempo ha ido variando mi opinión, especialmente por mi bella esposa, quien engulle estos pedazos de arroz y su cara se llena de felicidad y amor.
No soy un experto ni nada parecido en este tipo de comida, pero me encantó que tuvieran unos suhsi fritos, calientitos, que se deshacían en la boca. Creo que se llaman Furay, pero no tengo certeza.
La música que sonaba era una electrónica suave. Había un “happy hours” muy conveniente, que incluía una tabla y copete. Me tomé un buen pisco sour y mi señora una copa de vino. Todo aceptable, en un ambiente juvenil y relajado. Me gustó mucho, sobre todo la variedad de cositas ricas que hay.
Hay varios sushi en Valparaíso y siempre había alabado el que está cerca de la Plaza Victoria. Ahora le salió competencia.
Me retiré feliz y contento, además me había reconciliado con mi mujer gracias a estos exquisitos bocaditos de arroz, mariscos y pescado.

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7.19.2010

Entre el fútbol y la vida de los peces

Por Ajenjo

Eran las 10 de la mañana y mi brother fotógrafo metía una malta y unos huevos a la juguera para hacer una rica bebida de desayuno, y comenzar a mirar el partido de Chile contra Suiza en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010. Nos comimos unos panes con palta y jamón y seguimos bebiendo ron y vino para acompañar el costillar de chancho con papas asadas que sirvió para festejar el gran triunfo.
A las cuatro de la tarde, y después de ganar el juego del cacho, tenía la cabeza como un bombo, pero saqué fuerzas de flaqueza y decidí ir a ver la película “La vida de los peces”, de Matías Bize. Para los que creemos que el amor puede ser la experiencia más celestial o infernal del mundo, para los que hemos llegado al nirvana cerebral en los brazos de una mujer, o para los que han andado buscando una pistola para matarla, esta película es una joya directa.
Han dicho que la cinta es un laberinto lleno de fantasmas o que Bize está pegado en los temas sentimentales, sin embargo eso es precisamente lo que convierte a esta película y su director en algo superior. Siempre me ha gustado la gente pegada, que se apasiona por una sola cosa en la vida y es capaz de morir por ella. Creo que en la pasión extrema se puede lograr la perfección en toda disciplina, especialmente en el arte y el deporte. Creo que la gente que no tiene una pasión, que no se ha quedado pegada en nada de nada, es fome, aburrida, como un té con leche. Mientras los que te hablan de un equipo de fútbol, de un grupo musical, de una mujer o de lo que sea, con los ojos desorbitados y una locura especial, son como un buen vaso de ron.
Para mi la película trata sobre las decisiones que no se tomaron en un momento de la vida y que se convierten en malditas obsesiones que te seguirán hasta la muerte. ¿Qué habría pasado si me hubiera ido al motel con ella? ¿y si renuncio al trabajo? ¿y si no me hubiera tomado ese último vaso?
Ahora, cuando lean esta columna, estaré viendo el partido esencial de Chile en el Mundial. Con mis brother compraremos pizzas y fugazas en La Riveira y nos almorzaremos la segunda parte del gigantesco costillar de chancho que compramos en Setchmacher y, según lo que pase, me podrán ver en las calles de Valparaíso, ebrio de felicidad, gritando por este Chile grande y querido...

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Para todos los que vieron el partido solos en sus casas


Por Ajenjo

Mi hijo y mi esposa se van de la casa para ver el partido de Chile contra Honduras, en el Mundial de Sudáfrica 2010, en el colegio y en el trabajo respectivamente.
Quedo solo en mi cama. Miro al espejo y me veo con un gorro de lana y la estufa prendida, mientras los gladiadores cantaban el himno a todo pulmón. Decidí hacer un desayuno, pero lamentablemente al abrir el refrigerador me encontré con una bolsa con pan de molde y la tradicional margarina chilena. “No importa”, me dije a mi mismo, y tosté los pancitos con mucha gallardía, mientras calentaba agua para el café.
De repente vi unas latas de cerveza que coquetamente me llamaban y me decían que las bebiera. Eran las 7.20 de la mañana y tenía que llegar al trabajo a las 10, por lo tanto estaba vetado todo tipo de alcohol. Con el dolor de mi alma las rechacé y me fui con la bandeja a la cama.
Estaba solo. Cuando Chile metió el gol me emocioné mucho. Creo que lloré. Mi señora me llamó por teléfono y gritaba como si le estuvieran poniendo corriente. Llamé a mi brother oftalmólogo para comentar el triunfo parcial y lo encontré durmiendo, “perdóneme compadrito es que la guagua lloró desde las tres a las seis de la mañana y no sentí la alarma. Gracias por llamarme”.
Seguí viendo el partido y le lanzaba improperios a los jugadores, que se perdían y perdían goles. Al final el arbitro tocó el pito y la calma volvió a mi cuerpo. No tenía a nadie con quien hablar, nadie a quien decirle mi complejo análisis del partido, nadie a quien abrazar y gritar que ganamos...
Mientras me duchaba, soñé que levantábamos la copa y éramos campeones del mundo y pensé en los rones que me esperaban en la noche para celebrar con mis compipas...

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La mejor paella de mi intensa y agitada vida


Por Ajenjo


Comer bien no es una situación que sólo esté ligada a tener buenos y frescos insumos, a poseer modernos aparatos de cocina o manejar un recetario de excelencia.
También es muy importante, incluso esencial, la presencia de agradables comensales, que provoquen que el placer de probar nuevos sabores se transforme en una comida inolvidable.
Eso fue precisamente lo que me sucedió el sábado pasado, cuando los apoderados del colegio de mi hijo organizaron un evento social en una hermosa casa en Paso Hondo.
El plato de fondo era una paella, sin embargo antes tuvimos la posibilidad de probar unos pedazos de asado de entraña que se deshacían en la boca. También llegó un vino con fruta (sangría) que estaba como “agüita de la llave” y tuve que moderarme para no beberme la gran jarra.
A la hora de la paella aparecieron muchos mostos de calidad, que fueron la compañía ideal para comer ese arroz lleno de sorpresas marinas y terrestres. Mi mujer me advirtió, en varias ocasiones, que bajara la velocidad en la ingesta de vino, lo que cumplí a la perfección, casi como un caballero inglés.
El vino, estimulante de la conversación por excelencia, nos llevó por diversas reflexiones y terminamos bastante tarde, tratando de arreglar el mundo y contando sabrosas anécdotas.
Más allá de haber comido una de las paellas más ricas de mi agitada vida, conocí un grupo humano diverso y tolerante, conversador y optimista, en el fondo muy buenas personas... ¿Y cuando es la fecha de la próxima paella?

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6.10.2010

Cada uno con sus gustos


Por Ajenjo

“Cada uno con sus gustos decía una vieja mientras agarraba a besos a un chancho”, decía mi madre cuando se encontraba en alguna situación particular, donde había alguien que rechazaba la comida o no le gustaba una película. Esta frase la puedo aplicar a un nuevo restaurante que visité en Valparaíso, del tipo “tenedor libre”, que en otras palabras es “coma todo lo que pueda por seis lucas, sin las bebidas incluidas”.
El local abrió sus puertas hace algunas semanas y es toda una novedad para la familia porteña, quien el sábado pasado, y a pesar de la lluvia, repletó el recinto.
Nunca he sido muy fanático de los “tenedores libres”, salvo el “Gatsby”, que lamentablemente está en el mall de Viña y da lata comer en ese ambiente tan cargado al comercio.
Este nuevo local porteño, ubicado en la Avenida Pedro Montt, tiene un afán por la fritura. Todo está pasado por un batido y metido en aceite, lo que causa que uno se llena con tremendos trozos de jibia o de pescado que viven debajo de una fuerte capa amarilla.
En los postres todo está lleno de jalea de diversos colores (“la jalea y el té puro es para los enfermos”, también decía mi madre).
El asador de carnes debiera visitar al sicólogo, ya que mientras uno espera un trozo le cuenta todas sus penurias. Hay un cocinero de sushi que saca algunos roll que la gente se pelea y las ensaladas son puros vegetales rayados.
En fin, a algunos les gusta esta onda de fritura. A mi hígado no.

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6.03.2010

Y todo por culpa de unos malditos huevos duros


Seis amigos de Santiasco llegaron a pasar el fin de semana largo al Puerto y les preparé el tremendo panorama: la Cumbre Guachaca 2010 en el centro de eventos El Huevo.
Mis compinches me tenían para la “previa” un vodka aromatizado a la pera, que fue un el primer “punch” de una noche extremadamente etílica.
Hay que ser honestos: después de los cuarenta la “sopaipa” se empieza a pasar más rápido. Es decir, con un par de copas uno ya está transmitiendo como “loro de siete lenguas”.
La cuestión es que la felicidad embargaba mi cuerpo y llegamos al local donde una gran jarra de terremoto, con harto helado de piña, fue la entrada al mágico mundo de Bilz y Pap.
Salió La Sonora Palacios y bailé todos los temas como si estuviera en plena diablada de La Tirana. La danza tropical me daba más sed y me bajaba los vasos de terremoto como “agüita de la llave”.
La Sonora terminó su hipnótico recital y me llegó el hambre. Mi olfato estomacal me invitó a sentarme a una mesa donde habían dos huevos duros. Sin preguntar los descascaré y me los comí ¡Toda una delicia nocturna!
El problema fue que los huevos duros no eran de propiedad del grupo de amigos, sino de una señora que, cuando se dio cuenta de mi cavernícola actitud, me invitó a retirarme recordándome todo el nombre de mi parentela.
Mi hermosa y tolerante mujer estaba algo enojada (seamos sinceros, estaba hirviendo), por mi actitud.
Salimos de El Huevo en medio de punkis que nos miraban y que yo, según lo que me cuentan, invitaba a mi casa.
Al otro día, con una cervecita helada, miré como el Inter le ganaba al Munich, mientras mis amigos santiaguinos se reían a carcajadas de la “fría noche de los huevos duros”.
Ahora estoy “en capilla” y espero que me perdonen antes del Mundial.

5.26.2010

Comiendo pizza y tomando vinito con Los Patogallina


Por Ajenjo

El Rana y El Antonio, mis viejos compinches de la gran compañía artística La Patogallina, estuvieron en Valparaíso presentado dos obras de gran calidad y emotividad.
A través del correo de las brujas, los invité a mi casa, para ofrecerles una bienvenida porteña.
Fue así como casi 15 actores y miembros de este colectivo cultural se tomaron mi humilde hogar y pasamos una noche llena de la mejor conversa.
Yo estaba algo nervioso, ya que no sabía si la casa iba a responder. En la cocina preparaba pizzas, mientras uno de los actores me servía vino en forma constante. El alcohol subió a mis neuronas y la masa de las pizzas quedó completamente mojada en jugo de tomate, sin embargo a todos les gustó y creo que premiaron más el esfuerzo que la calidad del bocado.
Ya con algunos rones en el cuerpo me dio por recitar algunos poemas, captando la atención de mis célebres invitados.
Al otro día llevé a mi hijo al Aula Magna de la Universidad Santa María para ver “Los caminos de Don Floridor”, una de las joyas del teatro familiar chileno de los últimos tiempos.
El pequeño miraba la obra con la boca abierta y se reía a carcajadas con las aventuras de los actores.
Yo trataba de reconocer las caras tras los maquillajes y descubrir quien fue la joven que me ayudó a armar las pizzas o quien fue el que me dio el trago.
¡Salud por estos genios!

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Carreteando con Alejandra Alvarez o el mejor Shawarma de Valparaíso



Por Ajenjo


Estoy nuevamente en Chantiasco acompañando a mi esposa en algunos carretes familiares, cuando nos invitaron al bar Narciso, en Providencia. Estos bares santiaguinos son como si unos amigos arrendaran una casa, la pintaran de rojo, le pusieran un letrero y vamos para adelante.
El asunto era un cumpleaños y el festajado, como buen ciudadano santiaguino, no había puesto nada para tomar y unas ramitas y papas huachas eran el cóctel para calmar el estómago.
Bajé a la barra y me compré un gran ron de 3.300 pesos. El barman agarró los hielos con la mano y los depositó en el vaso (no soporto ese gesto, lo encuentro insalubre) y me lancé a beber.
De repente veo pasar a la famosa Alejandra Alvarez, quien estuvo involucrada en un escándalo de fotos de carácter pornográficas que salieron a la luz pública. Vestía un gorro y un largo abrigo y nos miraba como si nosotros fuéramos extraterrestres.
Yo la miré un rato, pero mi mujer se puso algo celosa y atiné a dejarla tranquila visualmente y dedicarme a mis rones.
Al volver a Valparaíso encontré un nuevo puestos de shawarmas al paso, ubicado en la calle Huito. Soy fanático de los shawarmas, como ya lo he dicho con anterioridad y éste es “onda fusión”. A los tradicionalistas no les gustará mucho, sin embargo amo estas mezclas de sabores y la combinación de colores y olores.
Las ensaladas son frescas y la salsa de ajo exquisita. Uno puede agregarle palta y otras cosillas para convertir el shawarma en una bomba de sabor. También hay creps y el más rico es el de manjar con salsa de chocolate.
Ojalá le vaya bien a estos chiquillos, que tienen una cocina abierta, donde uno ve los ingredientes y la limpieza con que preparan todo. Me gustaría que pudieran convertirse en restaurante y aumentar sus mezclas y sus inventos gastronómicos.
Cuesta emprender en la vida.
Personalmente he impulsado muchos proyectos que la mayoría se han caído en el camino, sin embargo sigo luchando y creyendo que en la vida, para ser feliz, hay que emprender, emprender y emprender.


Lucho Barrios y un inolvidable recital en el Teatro Imperio



Por Ajenjo

Era el año 2002 y mi ex mujer me había invitado a un recital de Jorge “Negro” Farías, Luis Alberto Martínez y Lucho Barrios en el ya desaparecido Teatro Imperio, en la avenida Pedro Montt.
Antes de entrar me encontré con mi ex suegro (actual amigo del alma) y le dije que me esperara, ya que iría a comprar una petaquita de pisco con coca cola para hacer que el evento se convirtiera en una velada más grata.
Las entradas numeradas nos llevaron a una fila pegada en el escenario y casi podíamos tocar a los artistas. Unos músicos salieron a calentar los instrumentos y de repente mi ex suegro, con una voz de emoción intensa, me gritó: “están tocando la canción Apache”. Yo me reía ya que el guitarrista tocaba el típico ritmo de los pistoleros persiguiendo a los indios, en esas viejas películas en blanco y negro.
Me comencé a beber el combinado y mi ex suegro, influido por la emoción, me pidió unos tragos.
El primero en salir fue el Negro Farías. Con sus grandes anteojos y su peculiar forma de cantar emocionó a los presentes. “El trago le fregó la carrera a este gran cantante”, me dijo mi acompañante al oído, mientras por mi garganta bajaba ese típico sabor dulzón de la piscolita chilena. Después salió Luis Alberto Martínez, a quien le decían “el cantante de las madres”. Se supone que hay dos teorías de ese apodo, pero es mejor no profundizar más este tema.
Finalmente apareció Lucho Barrios. El Teatro Imperio se levantó completo y se
escuchó un largo aplauso.Sus canciones, imposibles de no haberlas escuchado alguna vez, llenaron el recinto, y se despidió con un tsunami de gritos emocionados.
Ahora que Luchito Barrios se fue para siempre, pienso en Farías y en la Carmen Corena.
¿Dónde estarán? ¿Acaso cantando boleros eternos, borrachos por amores sufridos e hijos olvidados?

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Visiones de un todo incluido en "Santo Domingo"


Por Ajenjo

Después de experimentar por ocho días lo que es vivir en “Natura Park”, un resort donde toda la alimentación y las bebidas están incluidas las 24 horas, tengo algunas visiones que me gustaría compartir respetuosamente. En mis sueños se me aparece una anciana que parece hombre, quien prepara cientos de tortillas de huevos durante la mañana. Junto a ella hay una gringa que debe pesar, a vuelo de pájaro, más de 150 kilos. Carga un plato con mucho pan, jamón, queso de diversos colores, salchichas, tocino, huevos duros, tacos mexicanos, tomate, cebolla, tostadas francesas, churros y plátano frito. Tiene el descaro de colocarle sacarina al tazón de café.
En la playa está lleno de cincuentonas europeas que deben haber tenido una bella juventud física. Ahora, en la paradisíaco lugar, se sacan sus partes de arriba del traje de baño y exhiben sin pudor sus senos, que parecen racimos de melones a punto de caer al piso. Las jovencitas hacen muy poco topless ya que los hombres, la mayoría bastante bebidos, las miran no con muy buena intención. Una de las visiones más impresionantes se produce a las seis de la tarde. En una gran piscina que tiene un bar en su interior hay un rincón donde salen burbujas. Ahí se juntan los curados más extremos, que en termos especiales beben todo tipo de tragos inimaginables. No se si será mi turbia imaginación, pero los veo que se miran libidinosamente. Hay mucha tensión sexual donde jóvenes abrazan y se ríen con viejujas ebrias, quienes a su vez miran a los negros que atienden como bistec humanos.
Yo también me veo en las visiones tomando un trago llamado “zombie” (que te dejaba tal cual su nombre). En un momento ingreso a una denominada “Fiesta del Coco”, donde bailo alrededor de la piscina y me regalan por mi esquizofrénica danza, un coco lleno de ron. A esa altura las visiones ya son muchas, de olores y colores diferentes, y sólo queda prepararse para
la ducha en la pieza y buscar el puesto donde se reparten hamburguesas, pizzas y hot dogs para seguir la fiesta.

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All Inclusive o el matrimonio más raro de mi vida


Por Ajenjo

Estoy en el matrimonio de la hermana del gimnasta Tomás González y puedo decir, sin titubeos, que es la boda más rara a la que he asistido en toda mi vida. Nos dijeron que una “machi de Limache” realizaría la sagrada unión, pero en vez de llegar una señora bajita y regordeta, llegó una rubia de ojos azules con pinta de neo hippie que dejó a todos locos. “Hermano viento, abuelo fuego, bendice a esta pareja”, decía en voz baja, mientras prendía fuego y salía un aromático humo.
Entre los asistentes había un tipo vestido de indio, con turbante y todo y cuando estábamos bastante ebrios, uno de los invitados temía que el excéntrico invitado explotara como un hombre bomba.
Ahora, aunque ustedes no lo crean, estoy escribiendo desde un carísimo cyber en República Dominicana, en esos hoteles gigantescos donde todo está incluido, celebrando mi luna de miel. Llegué el miércoles en la noche y tuve que viajar desde la capital Santo Domingo, hasta Punta Cana, en un distorsionado viaje en una van de tres horas y un poco más.
Dentro del auto iba una pareja de chilenos de la tercera edad que trabajaba vendiendo pescado y mariscos en una feria de Estación Central, en Santiago. Uno de sus hijos le había regalado el viaje. El chofer de la van, que era dominicano, se puso a despotricar contra los haitianos (con quienes comparten esta gigantesca isla caribeña), tratándolos de “demonios”, mientras el caballero le decía que “parecen monos”. Todo el racismo chileno en su máxima expresión.
Avergonzado de mis compatriotas llegué de noche a un resort ecológico. Al principio estaba tímido, pero poco a poco empecé a comer y beber como un cosaco. Anoche me acosté con dos cervezas en el cuerpo y tres piñas coladas de alto poder. Aquí no hay límites para nada y tengo miedo. En la mañana tomé desayuno y lo acompañé con un Bloody Mary (vodka, jugo de tomate, salsa de
tabasco y una rama de apio), comenzando una anestesia corporal y cerebral exquisita.
Puedo beber todo lo que quiera durante las 24 horas. Comer hamburguesas con papas fritas o “perros calientes” durante todo el día y tomar ron hasta caer tendido en la playa.
¿Sobreviviré?

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4.15.2010

La Isla Siniestra y una petaquita de ron


Por Ajenjo

Cada vez que los conflictos, generalmente sentimentales, toman mi cerebro por asalto, me trato de esconder del mundo para relajarme y alejarme del ruido urbano.
¿Adónde se puede estar solo en Valparaíso?
La respuesta es simple y entretenida: el cine.
Esta semana estaba bebiendo mi roncito con coca cola en el Moneda de Oro cuando me entró una idea en mi adormecido cerebro. ¿Y si voy a ver la última de Scorsese, La Isla Siniestra?
Abandoné la mesa diez para las diez y tomé una micro rumbo al cine porteño. Al bajar del bus aterricé justo al frente de una botillería y me vino la tentación de comprarme mi petaquita de ron con una bebida cola de medio litro y el infaltable vasito plástico.
Esto de beber en el cine viene de mi alocada vida universitaria, donde teníamos un amigo profesional que era capaz de descorchar varias botellas de vino con un lápiz pasta marca Bic. Tenía la técnica de hundir el corcho y después beber para que el corcho descendiera y dejara verter en los vasos el sagrado líquido.
A veces preferíamos beber cajas de vino, ya que a pesar de que el vinagrillo era de dudosa calidad, el envase era de fácil apertura.
Lo más cómico fue en el querido Cine Arte, donde mi amigo ingresó botellas de cerveza de litro para consumir viendo una película de Almodóvar. El misterioso hombre de la linterna lo sorprendió y se la trató de quitar. El público veía a mi amigo tirando le la parte de atrás de la botella, mientras el de la linterna tenía el gollete y luchaban contra todas sus fuerzas. En un momento mi amigo soltó el envase, y el otro salió disparado al suelo, en medio de las risas del respetable. Humillado se retiró con la cerveza.
Recuerdo todo esto mientras vierto el dorado licor en mi vaso, mientras Leonardo di Caprio ingresa a un manicomio y mis problemas se disuelven mientras el ron baja por la garganta y los sicópatas desfilan aterrando al público en la oscura sala.

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¿A donde se fueron a volar las cervezitas chilenas?


Por Ajenjo

Pido una cerveza Escudo, la de tres cuartos, la tradicional, la más fuerte, de color más dorado, y me dicen que no hay, que están agotadas y que sólo me pueden vender unas de nombres extraños y cuicos. Con una de tamaño chico me compro un litro de mi cerveza querida y caigo en una crisis depresiva, alcohólica y poética y me pregunto: ¿a dónde se fueron a volar las cervezas chilenas?
Me llega una invitación por Facebook de una amiga de La Calera para participar de un grupo denominado: “Fuerza CCU” y que revelaba que algo había pasado en el terremoto con esa empresa y que volver al stock normal en los bares se demoraría algunas semanas.
¿Qué podemos hacer sin cerveza?
Esa bebida alcohólica es en la universidad como el agua de la llave.
A las 9 de la mañana mi amigo decía ¿El profe de español falto de nuevo, vámonos a tomar desayunito al Club Social?
Ahí litros y litros de cerveza corrían sin parar, donde todos se gastaban la plata para las fotocopias, la micro y el almuerzo. ¿Qué acaso a alguien le daba hambre?
A las seis de la tarde ya estaban todos listos para la foto, hablando en lenguas, cantando canciones populares, gritando ¿somos amigos o no somos amigos? y alguna pareja besándose profundamente en medio de los gritos de todos.
Que tiempos aquellos donde la cerveza era el néctar de la vida universitaria, la ambrosía diaria de sobrevivencia, el elixir bendito que nos motivaba a seguir estudiando.
De todas maneras igual habían algunos efectos negativos. Como esas interminables caminatas al baño por el rápido descenso del líquido y la caña infernal, donde además de dejar la pieza más hedionda que ramada el 19 de septiembre, provocaba una sed infernal, donde litros y litros de jugo en polvo se tomaban en la mañana para olvidar el desorden.
Tener a un pueblo sin cerveza en sus bares es peligroso y hay que advertirles a las autoridades.
Ya me imagino miles de jóvenes marchando por las calles, hacia el Congreso, exigiendo más cervecita espumosa...

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Más que malandrino es Buenedrino o la mejor pizzería de Valparaíso



Por Ajenjo

Durante dos años estoy comiendo, junto a mi hijo, en una de estas pizzerías que son cadenas internacionales y que la comida cabe claramente en el concepto de “rápida”.
Aunque le pongas champiñones, anchoas, y el extraño “extra queso”, siempre saben a lo
mismo.
Sinceramente ya las odio y en las últimas ocasiones trato de llevarlo al “Marco Polo”, donde se come un completo mayo palta,“pero con poca mayo”, mientras yo me devoro una ensalada gigante de atún o pollo.
El pasado sábado conocí el “Malandrino” una pizzería en Almirante Montt, en el cerro
Alegre, que de boca en boca se ha convertido en toda una revelación. Primero que todo hay que señalar que el ambiente es exquisito. Hay pocos restaurantes en este Puerto que emiten calor de hogar desde la entrada a la salida.
Hay muchos gringos y chilenos que quedan maravillados con este ambiente “tano” y familiar, lo que invita a relajarse y pensar que estamos en una pequeña ciudad italia
na, donde hay un pequeño local con un horno de barro y una regordeta señora que saca las pizzas más ricas del mundo.
Yo partí con un pisco sour, que estaba muy fuerte y que un hielo me permitió beberlo con más calma. Después pedimos, junto a mi bella esposa, una pizza que tenía a la rúcula como estrella principal.
Todos los ingredientes son frescos, como recién salidos del campo. La masa extra delgada con el sabor único que le da sacarla de un horno de barro. Suave, delicada y con aroma.
La carta de vinos es buena y no tan cara (ya que ahora es la moda colocar todos los ceros que se puedan en los mostos).
La atención muy simpática, informada y amable, especialmente para los extranjeros que repletan el lugar. Incluso el gran anciano Nicolino se pasea por el lugar y conversa con quienes tienen el privilegio de conocerlo. Seguramente Nicolino se siente en Italia por la decoración y los aromas, al igual que todos los comensales que disfrutan esas masas y vinos.
Es la mejor pizzería de Valparaíso y que ese horno siga lanzando humo y permitiendo que esa masa, crujiente y dorada, salga eternamente. Ahora sólo tengo que llevar a mi hijo...

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