12.22.2007

Stop al consumismo


Tengo muy claro que debo escribir sobre bares, fiestas y carretes en la zona, pero ahora me pregunto metiéndome la manos a los bolsillos: ¿Con qué plata puedo carretear si hay que comprar regalos, regalos y más regalos?
Tuve la mala ocurrencia de ir a meterme al mall de Viña del Mar a comprar un par de obsequios para la Navidad y me encontré con una jauría sedienta que arrasaba con todo a su paso.
"¿Para que servirá eso? En realidad no sé, pero se vería bonito en la pieza del niño". Diálogos de este tipo se pueden escuchar en gente que peina sus tarjetas de crédito en estas fechas.
Hace más de una década trabajé en La Calera como reportero de un pasquín y una radio. Cerca de la Navidad tuve que ver en la calle a un famélico Viejito Pascuero desmayarse en la vereda y tuvo que ser trasladado al hospital. El hombre se había conseguido un disfraz y con 30 grados de temperatura salió a tocar su campanita sin comer nada.
Después de reportear esa noticia me di cuenta que en estas fechas las diferencias sociales se hacen cada vez más abismantes y peligrosas. El que tiene mucho compra mucho y el que no tiene nada mira como gato afuera de la vitrina de una pescadería.
Los niños son los que más sufren ya que tienen que recibir un bombardeo mediático de juguetes inalcanzables para muchas familias. Pero ahí está el crédito y las 20 cuotas que invitan a pagar el triple por cada producto.
"La Navidad pasa pero las deudas quedan", reza un papelógrafo pegado por manos anónimas en la avenida España y que alerta a las personas a detener esta enfermiza fiebre de consumo.
Está claro que estas palabras rebotarán en la nada y mi propia inconsecuencia me llevará a endeudarme para observar la cara de mi hijo feliz al abrir su regalo y encontrar lo que tanto desea.
¿Qué nos pasó en el camino? No tengo muy clara la película y muchas veces prefiero pensar en el rico colemono heladito que se fabrica en esta época y que invita a la conversa y a la buena onda.
Si le sobra platita cómprese una botella en el Moneda de Oro. Yo lo tomo todo el año y a mi grupo de amigos lo bautizaron como los "terneros". Ese líquido lechoso puede adormecer este consumo que cada vez nos consume más y mas.

12.17.2007

Un Jaiva del pueblo


Hace unos tres años publiqué una columna llamada "Secuestrando un Jaiva", donde escribí la hermosa visita que Eduardo Parra realizó a mi casa, luego que lo raptáramos junto a un brother amante de este grupo rockero, cósmico y andino
Algunos días atrás pasé a tomarme una cerveza chica al Liberty y nuevamente me encontré con Eduardo, quien se bebía unas cañas de vino blanco con algunos conocidos del bar y de Valparaíso en general.
Esta vez no me acerqué y sólo tome mi chelita apoyado en la barra, mientras escuchaba el vozarrón de este talentoso poeta y músico, que con su risa llegaba a estremecer los cimientos de unos de los tugurios alcohólicos más antiguos del Puerto.
Eduardo Parra genera en la gente una empatía muy grande, pero especialmente en los seres humildes, en las personas que llevan el estigma del miserable, del marginado, del que ya no quiere pensar mucho en esta vida llena de dolor y sufrimiento.
Fue así como en cuestión de segundos Eduardo estaba rodeado de guachaquitas porteños, quienes lo miraban como un héroe, como un milagro dentro de sus vidas donde el medio pato de 200 pesos es el eterno protagonista de los días sin sentido. Eduardo los abrazaba y les hablaba. Ellos reían y reían, mientras las cañas de turbio vino blanco eran despachadas a granel.
Como testigo de un hecho milagroso, yo permanecía en la barra, mientras pedía otra cerveza más para disfrutar de la visión. En cosa de segundos el grupo se desarmó y Eduardo salió disparado y se juntó con unos amigos que venden pescado al lado del Mercado Puerto.
Aquí apareció otro grupo de indigentes y habitantes del Barrio Chino, quienes hicieron muy buenas migas con el Jaiva mientras vivió frente a la Iglesia La Matriz. Ahora se juntaban para recordar viejos tiempos al ritmo de cajas de vino blanco que eran despachadas en grises vasos de plástico, en plena calle.
Mi última visión, como espejismo surrealista, fue ver a Eduardo rodeado de estos seres marginales, que extendían sus manos para recibir alguna moneda o un gesto de cariño. En estos tiempos que corren, donde todo es de plástico y falsedad, donde la mayoría de los hombres sólo están preocupados de su cuenta corriente y de su tarjeta de crédito, hay personas talentosas, humanas y humildes de verdad.
¡No te mueras nunca hermano Eduardo Parra!


12.07.2007

Ramo asesino

Por Ajenjo

Estas fechas son buenas para los matrimonios. Al parecer la primavera invita a las personas a comprometerse "hasta que la muerte los separe" y comienzan las fiestas, las comidas, el baile y el exceso en general.
El fin de semana pasado fui aun matrimonio en la famosa CasaPiedra, en Santiago. El día anterior al evento mi hermano médico me había inyectado penicilina ya que mis amígdalas estaban al borde de la pudrición.
Con el ánimo bastante bajo llegué a la fiesta, donde conocía al uno por ciento de los invitados. A pesar de las recomendaciones de que no se puede beber con antibióticos me mandé varios pisco sour, vinos blanco y del otro y algunos vodka con tónica para adentro. Honestamente el ánimo se me compuso un poco y hasta pude salir a bailar temas de Rafaella Carra y Village People que el dj de turno colocaba a discreción.
Llegó el momento de que la novia lanzara el ramo. Según mi distorsionada visión la muchacha vestida de blanco se encontraba un poco excedida de copas. Las solteras se agruparon y bailaron la colita. En cuestión de microsegundos la novia disparó el ramo como una bala loca y le llegó al rostro de una pobre solterona que no alcanzó a levantar sus manos. Un hilo de sangre empezó a correr por su dañada nariz. Al parecer el ramo tenía rosas, que son bellas, pero que tienen muchas espinas.
El camarógrafo y el fotógrafo trataban de tomar imágenes del suceso, sin embargo la invitada de la nariz tajeada estaba con su rostro desencajado y bastante apestada. Saqué un pañuelito desechable y se lo pasé para que se limpiara la sangre, mientras una persona de la organización la llevaba al baño.
Decidí irme a las tres de la mañana. Una cuidador de autos me ayudó a pedir un taxi y mientras esperaba el vehículo le contaba la historia del ramo asesino. Me miraba con cara de incredulidad y en sus ojos estaba la interrogante: "¿cuántos tragos se habrá tomado este loco?".
Al final me fui de CasaPiedra con la imagen de la nariz sangrando y el ramo asesino, que son gajes del oficio de las bodas chilenas.
Ahora sólo me queda "desenvainar la espada del texto" y prepararme para el recital del gran Andrés Calamaro, este domingo en Santiasco.
¡Cómo quedarán las gargantas!

12.03.2007

El hada verde en Valparaíso

Por Ajenjo

Me lo habían dicho varias veces: "oye se puso un bar en Valparaíso que será de todo tu gusto. Es un local temático sobre el ajenjo y hasta colocan a Calamaro. Se llama Verde Absenta".
Me costó creerlo y después de empiparme un Casillero del Diablo con mi brother fotógrafo partí a la calle Salvador Donoso en busca de este nuevo bar porteño.
Una luz verde que emana desde el local al exterior es la señal para detenerse y entrar. Todo el local está pintado de un verde ajenjo, hermoso, tranquilizador, opiáceo, que lleva a la calma neuronal e invita a soñar.
Las mesas tienen bellos cuadros. A nosotros nos tocó Oscar Wilde, que al final yo lo observaba hablarme directamente. ¡Es que el ajenjo tiene 70 grados!
La atención es excelente. El ajenjo casero cuesta 2 luquitas y el embotellado de marca el doble. Pedimos el caro para comenzar y nos trajeron las copas, el azúcar, el agua, y el vital líquido verde en su interior.
Mojamos los terrones de azúcar, los instalamos en las cucharas especiales y las encendimos. Hacía más de un año que no probaba ese sabor. La última vez fue en Barcelona, en el bar Marsella, donde después de beber ron viendo un partido del "Barsa" por TV terminé rayando la media papa con dos ajenjos vaciados en mi mente.
Ahora estaba mucho más relajado y mientras el licor espirituoso bajaba por la garganta comenzó a salir Calamaro desde los parlantes. ¡Que cosa más deliciosa! El trance fue violentado por el maldito sonido del celular y me percaté que ese aparato muchas veces es una condena a la realidad más que una ayuda.
Después de bebernos el absinthe ( como dicen los europeos) decidimos probar el casero. Sólo una copa dividida en dos. A esa altura la cosa ya se estaba moviendo.Me levanté al baño y ahí reafirmé que el ajenjo tiene su fama porque golpea a los pensamientos de una manera violentamente aterciopelada.
Nos fuimos contentos y con la esperanza de que el local aguante los embates de la oferta y la demanda y para terminar sólo nos queda la frase de la novela de Bram Stoker dicha por el conde Drácula: "…Absenta es el afrodisíaco del alma. El hada verde que vive en la absenta quiere tu alma".


11.26.2007

Krishnas en el Moneda de Oro



ajenjoverde@hotmail.com

Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais... atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser”, dice el replicante de la famosa película Blade Runner.
Yo desde Valparaíso le contesto: “He visto a dos Hare Krishna entrar al bar Moneda de Oro y sentarse a conversar animadamente, mientras beben sus tacitas de té. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
Sí. Aunque ustedes no lo crean, estaba tomando una botella de vino y comiendo un gran chacarero cuando entraron estos monjes vestidos con sus pantalones naranjas y unas camisas blancas al tradicional bar porteño. Mis compañeros de mesa dijeron: “estos deben ser los trotskistas del grupo krishna y se arrancaron a tomar unos copetitos”.
Nada que ver. Se sentaron y charlaron largamente mientras bebían té. Uno era ultradelgado y el otro tenía pinta de shamán, de maestro, de iluminado.
Hace tiempo que los Hare Krishna están en la ciudad. A veces les da por marchar alocadamente por las calles, con sus platillos y sus cantos religiosos. En otras venden sus exquisitos sandwich de carne de soya, con una especie de mayonesa que nunca he podido copiar.
Ahora ya están en los bares y es un buen signo de tolerancia y diversidad. Al parecer tienen un centro en la Subida Ecuador y en el cerro Alegre. Son misteriosos, atrayentes y muchos jóvenes quedan seducidos por esa vida religiosa, lejana al mundanal ruido de la calle porteña.
También he visto muchos negros caminando por las veredas. Gente de color, como la llaman los norteamericanos. Incluso conocí uno que toca la trompeta en diversos bares. La toca muy mal, pero igual parece un Louis Armstrong en plena juventud farrera.
Me gusta esta mezcla racial. Me gustan que las calles de Valparaíso parezcan publicidad televisiva de Coca Cola o una foto de Toscani._Me gusta la diferencia y como dijo José Luis Rodríguez en su famosa canción: “a todo negro presente, yo le voy aconsejar, que combine los colores que la raza es natural. Que un negro con una negra es como noche sin luna, y un blanco con una blanca es como leche y espuma”.
ajenjoverde@hotmail.com

11.18.2007

¡Qué no se quemen más bares, por favor!


por Ajenjo


¿Qué haremos cuando se queme el Bar Inglés y no tengamos donde tomarnos esos relajantes pisco sour acompañados por esos pancitos con tártaro?
¿De dónde sacaremos lágrimas cuando las llamas extingan el restaurante Menzel y sus privados con sus cortinas rojas desaparezcan para siempre?
¿Quién nos sacará del estado de catalepsia cuando leamos en La Estrella que se quemó el Cinzano y que por milagro alcanzaron a arrancar Carmencita Corena, Pollito, el barman Rodolfo y todos los cantantes?
¿Qué remedios para los nervios me darán cuando me digan que el Moneda de Oro ardió bajo el implacable fuego y los garzones Alonso y Fernando quedaron cesantes en la calle y ya no tienen a quien servirle el heladito colemono?
¿Quién nos consolará cuando nos informen que el Máscara, con todos sus chicos dark y sus niñas góticas, se disolvió en medio de llamas azules y negras? ¿A dónde me internarán cuándo me cuenten que el Liberty ardió en su totalidad y que no pudieron salvar a los pajaritos enjaulados que cantan el himno del Wanderers?
¿Qué ataque de epilepsia me atormentará cuando me informen que El Ascensor a la Luna explotó en fuego y cenizas y las cuecas bravas y urbanas se apaguen con el ruido de las mangueras bomberiles?
¿Qué haremos cuando Valparaíso, como una Roma bajo el látigo de Nerón, arda completa y todo se queme, todo se disuelva en el aire como el humo de un asadito?
Ojalá nunca pase ninguno de los incendios que pronostico, pero no es posible que cada dos o tres meses tengamos que asumir que un pub, un bar, una fuente de soda, muere abrazada a las llamas. Desde esta humilde columna hago un llamado a todos los dueños de locales nocturnos que tomen las medidas necesarias para evitar estas tragedias. Cada bar quemado es una lágrima y sólo queremos reír.
ajenjoverde@hotmail.com
http://ajenjoverde.blogspot.com

11.08.2007

Vergüenza brasileña


Historias cariocas I

Estoy recién bajándome del avión que me trajo desde Río de Janeiro a Santiago y mi celular suena para informarme que mi amiga La Ronca celebraría sus cuarenta años de edad con una nueva y explosiva fiesta en su departamento del cerro Alegre.
Al evento llegaron todos sus amigos, quienes nuevamente al ritmo de algunas botellas de champaña destapadas por el arquitecto, tuvimos que soportar la llegada de los carabineros, que alertados por los vecinos, pusieron freno a la energética celebración.
Yo me sentí un poco culpable, ya que con mi voz bien elevada relaté una de las vergüenzas más grandes que he tenido en el último tiempo y que me pasó en la ciudad de Paraty, ubicada a cinco horas y media de Río de Janeiro y patrimonio histórico de Brasil.
Con mis cuerdas vocales bajo el látigo del vodka Stolichnaya, relaté la siguiente historia: "ese día decidí salir en la noche sin calzoncillos, sólo con el pantalón puesto, a lo gringo como le llaman, ya que el calor me tenía bastante chato. Debido a mi prominente guata de sexy y barrigón ya no puedo abrocharme el botón del pantalón y me lo afirmo sólo con la correa. Junto a mi bella novia fuimos a comprarnos unos vasos de piña colada en la plaza del pueblo y encontramos a dos simpáticas españolas que nos metieron una sabrosa conversa. Las chicas venían viajando hace dos meses por Sudamérica y tenían muchas historias. Yo también colaboraba con alguna mentira y echaba tallas y tomaba mi piñita colada. De repente veo que mi novia se me acerca con la cara desesperada y me dice al oído con una voz de alarma e impacto: "¡súbete el cierre por favor!". Me miré antes de arreglar el entuerto y una de las mayores vergüenzas tomó por asalto mi rostro y cerebro y rápidamente abandoné la escena. Nunca supe si las niñas vieron algo, pero yo tenía un sentimiento de lamentosa sobreexposición".
Las fuertes risas y comentarios sobre la historia de la vergüenza brasileña seguramente terminaron de cansar a los vecinos de La Ronca, quienes para variar llamaron a los carabineros para que advirtieran sobre la posible multa de ruidos molestos.
Me retiré de la ruidosa fiesta, mientras recordaba mi viaje a Brasil, lleno de buenas experiencias, donde conocí nuevos amigos y pude estar con mi hermano chico, que trabaja tatuando a la gente con henna en una feria artesanal.
Además aprendí una de las lecciones más importantes de mi vida: "siempre, pero siempre, usar calzoncillo".
Se los digo en serio.




ajenjoverde@hotmail.com

10.18.2007

Reencuentro


"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante".
Oscar Wilde.

Hace 20 años salí del colegio Seminario San Rafael de Viña del Mar. Todos mis compañeros se desperdigaron por el territorio y tuve la oportunidad de reencontrarme con ellos y hablar, hablar y hablar sobre un pasado que ya no existe, pero que marcó profundamente nuestras vidas.
Todos estábamos más o menos iguales. Algunos más pelados, algunos más guatones, pero ninguno presentaba severos cambios físicos radicales.
"Donde hemos cambiado es en la mente", aseguraba yo, filosofando en forma barata con la sexta copa de vino en la mano.
Mis compañeros arrendaron una casa por el día en Miraflores y contrataron unos compadres que hacen asados a domicilio. Los cocineros se vistieron con sus ropas de chef, mientras asaban la carne que realmente estaba en segundo plano, ya que las bocas de mis compañeros se batían como loros de siete lenguas para contar sus vidas, los hijos que tenían, las separaciones matrimoniales, sus trabajos, sus triunfos y sus derrotas.
Llegué nervioso, a la reunión pensando en el juzgamiento de los demás, en que sería puesto en una silla de tribunal y me condenarían por mi pésima conducta y mi vida licenciosa.Estupideces e inseguridades de uno no más.
Todos nos abrazamos, los amigos y los no tan amigos. Comencé a chupar cerveza para calmar la ansiedad y dos tarros heladitos se me desintegraron de la mano en cuestión de minutos.
Mis compañeras estaba todas muy buenasmozas y simpáticas. Uno recordaba todo el amor pasional, hormonal y platónico que sintió sobre ellas, pero ahora eran amigas que querían escuchar que había pasado en estos dos decenios de vida.
Con mi ¿octava? copa de vino en la mano me puse a recitar un poema en un pequeño living de la casa. El daño neuronal causado por el cabernet me impidió recordar el termino de mis versos. Ahí empecé a percatarme que estaba dando jugo y que la cosa se acentuaría en las próximas horas.
Después de hablar otras incongruencias observé que la reja de la casa estaba abierta y como un rayo transparente me largué corriendo sin despedirme de nadie. Atrás quedaban veinte años de todo tipo de experiencias juveniles. Al frente un futuro lleno de sorpresas, enigmas y misterios.

ajenjoverde@hormail.com

10.12.2007

El eterno retorno de Carmen Corena

Son como la una de la mañana y camino hacia el baño del bar Cinzano y me encuentro de frente con la cantante, y amiga personal, Carmen Corena, quien había dejado por un tiempo el escenario aquejada del corazón.
Mi impresión es bastante grande y la abrazo y la saludo como un soldado que vuelve sano y salvo de la guerra. "Yo estoy sentida ya que después que me fuiste a visitar al hospital con Dióscoro Rojas y el reportero gráfico después no me llamaste nunca más", me dijo con sus palabras como balas de metralleta para mi adolorida conciencia.
"¿Qué te puedo decir Carmencita?", le respondo y bajé mi vista al piso buscando alguna basura, algún signo en el suelo, pero que sólo era para evitar que sus ojos se entrecruzaran con los míos y me hicieran sentir más vergüenza.
Los chilenos somos bastante pencas en ese sentido. Nos envuelve siempre la contingencia, el trabajo, los hijos, los problemas económicos, el carrete. Cuando hay que visitar amigos medio enfermos, llamar por teléfono a quien necesita una voz de apoyo, siempre lo andamos dejando para el final. Pero bueno, seguramente con la misma moneda me pagarán algún día.
Invité a Carmencita a mi mesa y ella, como la gran dama de la bohemia porteña, se sentó sin mayores resentimientos. "Estoy bastante enferma del corazón y sólo una operación me ayudaría", dice un poco bajoneada.
"¿Qué te sirves Carmencita?", le pregunto, pensando que se tomará un tecito simple o una agua de hierbas. "Tráigame un whisky en vaso chico, ya que eso me ayuda a despejar mi corazón", contestó con voz segura y serena.
Después de eso se subió al escenario y empezó a entonar La Hiedra, mi bolero favorito, y tomé de la mano a mi nova y bailé bien apretadito, con una sonrisa de reencuentro y de alivio, ya que la reina Corena había vuelto en gloria y majestad.
Entrada la madrugada me contó que había grabado un nuevo disco con Titae Lindl, el famoso bajista de Los Tres, y que traía un DVD de regalo.
Me fui del Cinzano feliz del retorno de Carmencita Corena, pero un poco triste por el reto que me llegó al ser despreocupado y simple a la hora de ayudar a los que necesitan compañía y una voz de apoyo.
Es la hora de un cambio de actitud.

ajenjoverde@hotmail.com

10.05.2007

Flaitelandia


El pasado fin de semana visité el santiaguino parque de atracciones llamado Fantasilandia, que ya es conocido en varios ambientes como Flaitelandia, debido a la numerosa presencia de "flaites" que colocan su peculiar sello al ambiente de la "diversión total".
Mientras mi hijo y mi novia me esperaban con cara de asustados, yo hacía la fila para ingresar al "Castillo Encantado", una de las atracciones más populares del parque y que consiste en un tren fantasma sin carrito, donde la gente avanza caminado por estrechos pasillos y es acosado por actores que representan a lo más granado del cine de terror.
Solitario pensaba en que someterme a estados de miedo controlado es un placer que hay que aprovechar cuando la ocasión lo permite.
En la entrada del recinto te recibe un actor flaco y demacrado con un look onda "el cochero de la muerte", quien explica claramente que "por favor no toquen a nadie y nadie los tocará y no se suelten de sus compañeros".
El grupo estaba integrado por seis amigos. Yo quedé al final y más solo que un dedo. El primer encuentro es con una mujer tronco, que con una gutural voz grita: ¡todos morirán!
El ambiente era bastante oscuro y el grupo de amigos corría compacto, mientras yo quedaba sólo enfrentando a los monstruos. La escena de "El exorcista" es increíble. Mientras la niña, maquillada como la mejor Linda Blair, se retuerce y aúlla, su cama se levanta mágicamente en medio de temblores y estertores.
Hay un sicópata enjaulado, una doctor loco que tiene a una mujer cortada en pedazos y viva. La "cortadita" grita como salvaje que la ayuden y todos salen corriendo.
Drácula es bastante caballero y no mete mucho miedo, pero al final te está esperando "el loco de la motosierra" y uno tiene que salir arrancando para salvarse de quedar mutilado.
Realmente la cosa da mucho miedo, especialmente si uno no tiene compañía. La mejor frase que pude pensar cuando caminaba por los pasillos aguantando las ganas de evacuar fue "solito se metió, solito salió" y es la pura y santa verdad.
Después de la experiencia traté de que me hijo ingresara a la "casa fantasma", que es el tradicional juego con carritos y con monstruos "light". El pequeño aceptó, pero cuando estábamos llegando a la hora de meternos al carrito le vino el arrepentimiento que se exteriorizó en un fuerte llanto. Como pude lo saqué rápidamente de la fila, mientras le decía al oído: "solito se metió y el papá te tuvo que sacar".
He ahí la gran diferencia entre el niño y el adulto.

ajenjoverde@hotmail.com

9.28.2007

¡Fenómenos!


"Dicen que para reír, no hace falta mirar atrás, y esta vez para mí, tienen razón..."
(Extracto de la canción "La mitad del amor", del disco "La lengua popular", de Andrés Calamaro)


Llego a pub La Torre, ubicado a un costado de la Universidad Católica de Valparaíso, para observar el show del "Club de la Comedia"; sin embargo mi instinto me dice que tengo cero posibilidades de entrar al local, ya que la fila del público da vuelta la manzana y llega hasta el edificio de la Teletón.
El espectáculo estaba fijado a las nueve de la noche y llegué a las 08.30, pensando que media hora era una cifra temporal bastante aceptable. Error.
Junto a mi novia caminamos varios metros hasta llegar al final de la cola. Nos instalamos sabiendo que el recinto no podía contener a tanta gente, pero la esperanza es lo último que se pierde en estos casos.
Tratando de entender cómo el show se había convertido en algo tan masivo y popular, avancé hacia la entrada y pude observar que entre el público se encontraba el cineasta Tevo Díaz, quien, con una chaqueta de cuero albinegra, hablaba con un celular pegado a su rostro.
En la entrada me explicaron que, debido al éxito de público, los humoristas iban a montar dos shows en la noche y que si me esperaba algunas horas tendría la oportunidad de ver a mis personajes favoritos, como el "acumulado" y el "encuestador".
Aborté la posibilidad bajo el simple argumento del picado: "Si igual los vemos en la tele, qué tanta cuestión". Mi novia me apoyó y nos fuimos al restaurante Caruso, donde nos mandamos unos camarones al ajillo, un ceviche mixto y unas empanaditas de marisco. Me tomé un pisco sour, dos copas de vino blanco, dos vasitos de un bajativo llamado huesillo y un apiao y quedé transmitiendo en frecuencia magnética.
Al otro día me dediqué a escuchar el último disco de Andrés Calamaro, que mi brother fotógrafo me consiguió calientito desde Buenos Aires.
El discazo se ha transformado en la banda sonora de mi vida. Bajo por las calles Yerbas Buenas con mis audífonos puestos, coreando sin vergüenza los brillantes textos del trovador transandino.
Si ven a alguien gritando por la calle: "La musa es una sola musa/ o es una serpiente de muchas cabezas,/ los buscadores de promesas,/la tientan con cerveza/ si se va puede volver/ el día menos pensado,/para darle su consuelo, al poeta mal hablado./Habrá que desenvainar las espadas del texto/ y escribir una canción aunque no haya algún pretexto,/ y dedicársela al primero que pase caminando...", soy yo.



9.21.2007

Entre el Tagada y los travestis

El 18 de septiembre desperté optimista y contento. Me largué a la calle Pirámide a buscar verdura y algo de vino, ya que una pareja de santiaguinos llegaría a mi casa y uno de ellos cultiva el amor a las zanahorias y a las lechugas y odia la carne: es vegetariano.
Pensé que todo estaría cerrado, sin embargo una solitaria carnicería presentaba una larga fila de gente que demostraba que los chilenos a última hora siempre andan comprando los choripanes y el carbón.
En la verdulería de la avenida Brasil uno de los dependientes le lanzaba una caja de verduras a una mujer, mientras le gritaba insultos que terminaban en "aca" y en "adre". Al frente una leva gigante, compuesta por una perra y 30 perros, se mordía y gritaba como una jauría sedienta de sexo y sangre.
Un poco asustado compré una lechuga, zanahorias, alcachofas y vino y volví a la casa a prender el carbón y recibir a mis amigos.
Después de unos fierritos y hartas ensaladas, acompañadas de tintito y vodka naranja nos largamos a las ramadas del Alejo Barrios, en Playa Ancha, para que mis amigos conocieran en profundo el espíritu dieciochero porteño.
Apostamos a la "cueva del cuye", tiramos pelotas a los tarros y disparamos dardos. Todo costaba 100 pesos y era bastante entretenido.
Alguien gritó: ¡Vamos al Tagada! y yo, para no quedar como cobarde, asumí la fila para comprar boletos e ingresar a ese famoso juego.
Tuve que dejar mi petaca de vodka naranja en el tarro basurero, mientras entraba a ese gran disco y nos sentábamos, mientras la gente se agarraba como podía a los asientos. Cerré los ojos y todo comenzó a girar y girar, mientras la bilis de mi cuerpo amenazaba con salir disparada al espacio exterior. Por suerte nada pasó y superé el combate del Tagada.
Después caminamos por las fondas y llegamos donde la famosa travesti Zuliana, quien vestida como conejita chilena incentivaba a los presentes a pasar. "Señor periodista de La Estrella pase a la ramada, aquí le tengo una mesa reservada para que vea el show, que pronto empezará", me gritó colérica, mientras mis amigos santiaguinos ponían cara de asombrados.
El show era entero cuático. El animador era un travesti gigante apodado "el camión del agua". Salió un chico que bailó "la pirilacha" y se tiraba al piso de tierra como poseído por un demonio. Vimos de todo y nos reímos a mandíbula batiente.
Después de dos litros de chicha y no sé cuántas empanadas hice "tilt" y me fui acostar. ¡Sobreviví!

9.20.2007

¡Y cómo van a quedar los hígados!


El título de esta crónica ya fue una vez publicado por este diario, hace diez o nueve años atrás, y hacía alusión directa a la forma en que el pueblo chileno tomaría alcohol debido a las largas Fiestas Patrias que se avecinaban. Ahora yo tengo miedo y como dice un siquiatra: el miedo paraliza y es uno de los sentimientos que más hay que hacerle caso en la vida. A la angustia hay que rechazarla, pero al miedo hay que tomarlo en cuenta a la hora de las decisiones.
Me imagino que la gente comenzará a tomar trago hoy en sus respectivos trabajos. Empanadas, vino tinto y chicha, forman parte del cóctel de toda oficina que se precie como tal. Después viene la primera noche de carrete y de ahí que nos cuide y nos ampare el santo patrono de los curaditos chilenos: El tío Roberto Parra.
Personalmente no tengo ningún plan trazado y sólo quiero dejarme llevar por estas maratónicas sesiones de comida y bebida que dejarán mi cerebro atormentado y mi hígado directo para el cambio de equipo.
Recuerdo que los marinos gringos de las Unitas, que llegaban siempre en estas fechas a Valparaíso, quedaban asombrados con esta costumbre de las ramadas. (Poner voz de gringo) "Nunca había conocido un pueblo que tomara tanto... ¡se vende alcohol en cada esquina! En unos locales formados por cuatro ramas la gente danza al ritmo de unos licores bastantes extraños. Chicha y pipeño le llaman a la bebida de fuertes colores y la toman hasta quedar inconscientes. Además comen carne y verduras ensartadas en unos fierros y muchas empanadas. A veces hay violentas peleas pero la música siempre sigue sonando y en todas partes hay ebrios circulando tranquilamente".
Esa fantasiosa descripción seguramente era la que cruzó por miles de cabezas de marinos norteamericanos, quienes no comprendían cómo se podía beber por tantos días seguidos.
Ahora la cosa se viene maratónica y recomiendo mesura para cuidar el cerebro y el bolsillo. ¡Nadie puede comenzar a tomar el viernes y continuar el sábado, el domingo, el lunes, el martes y el miércoles, sin pagar alguna consecuencia!
Esta es la fiesta chilena más importante para el pueblo. En estos días todos queremos comer y beber bien y olvidar los pesares que la vida nos entrega constantemente.
Sólo me queda desearle a todos que lo pasen chancho y cuiden sus hígados, que debe ser uno de los órganos que al sentir los primeros acordes de cueca, empieza a tiritar como volantín chupete...
ajenjoverde@hotmail.com

9.08.2007

La oncecita




De todas las comidas que tradicionalmente se realizan en Chile la que siempre más me ha gustado es la once.
A lo mejor recuerdo mi niñez y adolescencia en Chorrillos, cuando mi madre molía paltas, hervía tarros de leche condensada en la olla a vapor, cortaba queso y colocaba el jamón en la mesa, mientras grandes vasos de Cola Cao despedían ese aroma inconfundible que llamaba hipnóticamente al comedor.
Mis compañeros de curso eran adictos a estas once y siempre estiraban el chicle para quedarse y así poder, exactamente a las seis de la tarde, probar un queque o un kuchen que mi madre traía de sorpresa. Cuando mi padre llegaba del trabajo siempre subía las escaleras y murmuraba sobre lo caro que estaba la vida y la tropa que voluntariamente tenía que alimentar en su casa.
La hallulla caliente donde se puede derretir la margarina. El pan batido al que desde su miga le sale humito y recibe a la fresca palta con jamón son cosas que le ganan a cualquier bistec a lo pobre o mariscal crudo. En gustos no hay nada escrito, dijo una vieja y agarró a besos un chancho, decía mi abuelita y así es la cosa.
Ahora he descubierto en Valparaíso un lugar donde he podido recrear estas onces que mi madre me preparaba todos los días. Son tan ricas las cosas que preparan y el ambiente es tan relajante y tranquilo que dan ganas de quedarse a vivir ahí.
Se trata de Café con Letras, ubicado a un costado de los 14 asientos, en el cerro Concepción. Ellos ganaron el concurso "La Once Completa", que organizó el municipio porteño, y por tres lucas uno se manda un espumoso café con leche, un ave palta u otro sandwich a elección, sopaipillas pasadas o secas y un trozo de torta.
El lugar además funciona como librería y biblioteca. Hay revistas y diarios, cuentos infantiles, novelas y todo lo que se quiera leer. También hay juegos didácticos para los niños y he jugado las primeras partidas de un peculiar ajedrez con mi pequeño hijo.
Estoy visitando ese lugar casi todos los domingos. Empiezo a ponerme ansioso como a las 4 de la tarde y saco a la prole trotando de la casa camino al Café con Letras, mientras me imagino la taza humeante y mi ave palta en la mesa.
A lo mejor las cosas que están relacionadas con la felicidad en la vida son las que logran recordar ciertos aspectos de la niñez. Los olores, los sabores, las conversaciones y la sensación de retroceder en el tiempo y sentirse cómodo es una situación que pocas veces logra concretarse en la adultez y hay que aprovecharlas.

ajenjoverde@hotmail.com

9.03.2007

Esperando Jazz


Mi nuevo amigo Agustín, que ha regentado varios bares y locales nocturnos de Valparaíso, me invitó a la inauguración de su nuevo espacio para escuchar jazz: El Journal.
Durante todos los miércoles tocará lo más granado de los músicos locales y nacionales en ese local ubicado en la calle Cochrane, en el corazón del Barrio Chino, donde reina el puñal, los traficantes de pasta y cocaína y las discotecas gay.
Puede sonar fuerte la anterior descripción, pero en el fondo es un buen lugar para escuchar jazz, que personalmente la asocio con negros heroinómanos, con Jack Kerouac y su tropa de locos y toda una onda muy bohemia, cargada de humo y licor fuerte.
Recuerdo que hace ya una buena tracalada de años asistí con un grupo de amigos al Primer Festival de Jazz de Viña del Mar, que se desarrollaba en el hermoso Teatro Municipal de esa ciudad. Sinceramente nunca habíamos escuchado jazz, ya que veníamos de una rara mezcla entre Silvio Rodríguez, Los Jaivas, Jimy Hendrix, Metallica y Sepultura.
Llegamos al teatro cargados con botellas de pisco de 35 grados, que era nuestra bebida de cabecera, pensando que estábamos matando con nuestra parada anarco alcohólica. Sacamos boletos para la galera y al entrar vimos a un lote de locos que movían sus cabezas sincopadamente al ritmo de un sonido suave y rápido.
Entre los músicos había un bajista calvo y uno de mis amigos, bajo el influjo del destilado, se lanzó el desubicado grito: ¡guena pelado! Después seguimos lanzando tallas de grueso calibre y garabatos y seguíamos pensando que estábamos en un recital punk rock. Unos guardias de seguridad llegaron a buscarnos a la despoblada galería y alertados por sus trajecitos azules, arrancamos hacia la platea.
En el intermedio se nos acercó un amigo y nos dijo: "arriba había unos locos súper pungas (actuales flaites) que gritaban como trastornados". Nosotros lo miramos inocentemente y le replicamos: "si, eran re pingas los locos" y nos largamos a reír.
Seguramente estaré este miércoles en la inauguración de las noches de jazz. Comeré y chuparé y seguiré sin entender mucho esos raros ritmos que hipnotizan a los elegidos que tienen la capacidad de captar la esencia.
Cada uno en su onda no más.

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8.24.2007

Skiador en el Marco Polo


por Ajenjo


¿Hay algo más rico que comerse un completo con una taza de té caliente en el restaurante Marco Polo de Valparaíso?
Sí.
¿Qué?
En vez del completo comerse un Skiador.
¿Y qué es eso?
Es un sanbiruche que lleva ave, palta y un huevo frito que corona todo el precioso platillo. Puede ser en pan de molde, batido o amasado.
Todos los viernes tengo que recoger a mi novia en el Terminal de Buses de Valparaíso y aprovechamos a caminar por Pedro Montt hasta llegar a la tradicional fuente de soda y, a pesar de las dietas y de la vida sana, me inclino ante el Skiador y una gran tazón de café con leche. ¡Qué cosa más rica!
Otras veces, y antes de ir al cine, nos vamos al Renato, donde una de mis garzonas preferidas, "la giganta", me sirve una de las maltas con huevo más sabrosas del Puerto. La instala en un jarro de plástico, con un cucharón, y así uno tiene la posibilidad de revolver aún más la espumosa mixtura.
Los completos, los sanbiruches, los tragos, siempre quedan más ricos en las fuentes de soda que en la casa. Por más empeño que uno le ponga, por más que tengas los ingredientes más frescos, es imposible copiar los sabores que uno tanto disfruta. ¿Será la mayonesa? Vaya uno a saber...
En esas cavilaciones me encontraba cuando se me ocurrió entrar a mi segundo hogar: el Moneda de Oro. Era un aburrido día de semana y decidí pasar a probar los terribles rones que sirve el garzón Fernando. El licor llega en un vaso largo y siempre, pero siempre, falta hielo.
Al entrar me percaté que había una mesa llena de mujeres, de todas las edades, quienes cantaban a todo pulmón temas de Rafaela Carra y del folclore popular. El grupo estaba muy entusiasmado y celebraban el cumpleaños de la jefa del local.
Esperando que llegara mi brother, que está adicto a los tallarines con mechada , me entretuve escuchando los cánticos de las hermosas damiselas.
La situación se empezó a poner chistosa cuando el guitarrista lo invadió un espíritu de trovador campesino y se largo a tirar estrofas erótico-cómicas junto a un caballero que también integraba la mesa de la cumpleañera.
(Poner voz de payador) "Una vieja se comió tres kilos de cemento y después se fue al baño y estuvo haciendo departamentos". Frases de este tipo, obviamente con palabras más directas, nos hicieron reír a mandíbula batiente.
La noche cerró con el garzón Fernando poniendo un DVD de corridos mexicanos, que se mezcló con el cántico cumpleañero que seguía firme y fuerte en estas largas y entretenidas noches de bohemia porteña.
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8.17.2007

Expulsan a hincha evertoniano del Bar Cinzano


A mi padre

VALPARAÍSO, (Agencias).- Un apasionado hincha del populoso equipo de Everton de Viña del Mar fue expulsado a la fuerza por los garzones del Bar Restaurante Cinzano, luego de provocar un confuso incidente que terminó con todos los protagonistas sanos y salvos y bebiendo en la barra del local.
El hecho ocurrió en la madrugada del sábado pasado, cuando el hincha oro y cielo, identificado sólo con el seudónimo de Ajenjo, se encontraba con su hermosa novia bebiendo, según su propia versión, "una rica piscolita servida por mi querido barman Rodolfo, uno de los mejores del Puerto".
Mientras el dulce trago corría por su garganta el cantante Alberto Palacios, sacando fuerzas de flaqueza e incentivado por el público, comenzó a cantar el himno del equipo Santiago Wanderers.
Como es la tradición en ese boliche de Valparaíso, los garzones también agarraron el micrófono y comenzaron a entonar estrofas al equipo de sus amores. Al terminar la canción dedicada al cuadro verde uno de los garzones, a todo pulmón, se lanzó el tradicional grito de guerra: ¡Ese a ene...!, y la gente del local, impulsada por las bebidas alcohólicas consumidas con generosidad, respondió: "San...".
El parroquiano Ajenjo, apoyado en la barra, no soportó estar rodeado de hinchas wanderinos, y en un acto de arrojo sin parangón, emitió el grito de su equipo: "Ever for ever... ". Grande fue su sorpresa cuando nadie del local le respondió, teniendo que terminar el grito en la más completa soledad, pero siempre guardando su postura y gallardía.
"Fue en ese momento que uno de los mozos, motivado por la silbatina generalizada adentro del bar, me sacó a la fuerza del recinto, mientras algunos de los parroquianos ponían cara de asombrados y otros, simplemente, aplaudían la extrema decisión", declaró el afectado.
Después de permanecer sólo algunos segundos afuera del Cinzano, Ajenjo retornó a buscar a su novia, percatándose que uno de los garzones, en una posición bastante romántica, conversaba en la barra del bar. Pensando que la situación pasaría de anecdótica a policial, el expulsado hincha fue recibido con risas y abrazos y una nueva piscola llegó a sus manos.
La noche se cerró con fuertes abrazos entre los wanderinos y el hincha del Everton, quien fue felicitado por su valentía y arrojo al gritar, en pleno reducto verde, por el equipo de su niñez.



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8.13.2007

Secretos íntimos de un Tamagotchi


Son las 9 de la noche y alcanzo a ingresar a una multitienda para comprar la nueva obsesión de los niños: la mascota virtual conocida como Tamagotchi.
En la década del 90 fue muy popular y todos comentaban que la mascota se hacía caca, comía, jugaba y hasta moría, para la tristeza del pequeño dueño. Voy a buscar a mi hijo a su colegio y lo veo rodeado de amigos que, con sus tamagotchis correspondientes, se conectan digitalmente y tienen amigos virtuales.
El niño me llama por teléfono para comentarme que su mascota, de nombre Nick, se quedó dormido con una calavera a su lado y le digo que lea las instrucciones y que lo más probable es que tenga que darle su medicina.
No hay que analizar mucho a este tamagotchi para darse cuenta que este juguete es un invento chino, donde existen 80 millones de hijos únicos llamados "los pequeños emperadores" y que necesitan hermanos virtuales para que aprendan valores, especialmente la atención y el cuidado hacia otros seres.
Pensando en tamagotchis, amigos virtuales y hermanos futuros llego al Bar Inglés donde me encuentro con mi brother oftalmólogo que se está zampando un plato de pantrucas en fuente de greda con su correspondiente pisco sour. Aprovecho de engullirme un pan batido lleno de ají macerado al vinagre con mantequilla, mientras el juguito de limón comienza a calentar mis entrañas.
¿Por qué no vamos al cine, brother y rompemos esta exquisita rutina de comer y chupar por unas horas?, le digo, mientras enfilamos hacia Viña para ver "Secretos Íntimos", uno de los escasos filetes visuales que llegan a la recta provincia.
Antes de entrar al solitario y luminoso mall nos compramos la tradicional petaquita de ron, una energizante y una lata chica de Coca Cola para sostenerse en las dos horas y 15 minutos que duraba la cinta.
La película comienza con frases para el bronce, pero la más destacada es "si quieres dejar de hacer el amor, cásate". La frase es emitida por una mujer que está en un parque con sus amigas, cuidando a sus hijos. El argumento es un martillazo a la desgastada institución del matrimonio y recomiendo ir a verla sólo o con amigos, pero no con la pareja.
El título original de la película es "Niños pequeños" y el personaje del pedófilo, y lo que le va ocurriendo a lo largo del guión, es impactante.
Creo que cada trago del dorado licor cubano dentro del cine logró apaciguar un poco la amargura de los personajes que desfilaron por la pantalla.
En realidad la vida es bastante amarga, pero hay mucho ron para endulzarla.

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8.06.2007

Las Cruces


Por Ajenjo


Siempre había mirado al balneario Las Cruces como un lugar medio mítico. En mi ilimitada imaginación, veía caminar al poeta Nicanor Parra por una bella playa, mientras el ex Yegua del Apocalipsis, Francisco Casas, vestido como una estricta monja, compraba pan caliente en uno de los pequeños negocios.
Hace algunas semanas tuve la oportunidad de desmitificar mi visión y visitar este pueblo, donde engullí las lenguas de erizo más grandes que he consumido en toda mi vida.
Para los nacidos y criados en Valparaíso y Viña del Mar, los balnearios del sur son mucho más esquivos y desconocidos. Todos fuimos a Quintero, Horcón, Maitencillo, Zapallar o Papudo, sin embargo los nombres de Quintay, Algarrobo, Rocas de Santo Domingo y Cartagena, están asociados a los santiaguinos.
Aprovechando uno de los fines de semana largos partimos a Isla Negra. La idea primaria era conocer la casa de Pablo Neruda, ya que todas las veces que fui con mis compañeros de la Escuela de Periodismo lo único que hacíamos era vaciar garrafas en la playa mientras hablábamos y hablábamos.
Ese mismo día jugaban los chicos de la Sub 20 contra Nigeria y mi brother, que hacía de chofer, quería ver el partido literalmente a toda costa. Mi novia dijo que podíamos almorzar en Las Cruces, ya que como buena santiaguina pasó muchos de sus veranos en ese pueblo.
Llegamos hasta un restaurante llamado "Puesta de Sol", donde había una tele chica prendida con el partido de fútbol. Nos atendieron de lujo y nos dimos un inolvidable patache de mariscos. ¡Las lenguas de erizo eran gigantescas y todo era fresco y natural, recién sacado del mar! En síntesis, veinte patadas en la cara a todas las picadas de Valparaíso, Viña y Concón.
Antes que finalizara el partido me fui a caminar solo a la playa. La poetisa CarmenBerenguer paseaba por el restaurante con una amiga. Seguramente venía de la casa de su íntimo amigo Pancho Casas, que vive en Las Cruces. Volví al restaurante y mi brother gritaba como desaforado : ¡Ceacheiiii!, y la gente del restaurante le respondía apasionadamente.
Fuimos a la tumba de Vicente Huidobro, actualmente convertida en una jaula de pésimo gusto con un anciano guardia que te mira como si fueras el Cabro Carrera y nos bebimos unas cervezas en la playa chica de Cartagena.
El remate fueron unos gigantescos sánguches en los kioskos ubicados a un costado del Santuario de Lo Vásquez, donde al ritmo de un video con los chistes del Indio cerramos un asoleado y bello día invernal.
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7.27.2007

¿Mariscos de tarro?


Después de reponerme de unas relajantes vacaciones en mi querido y recordado Valle de Elqui (lugar donde comencé a viajar con un grupo de amigos que analizaba en las noches la Biblia y que terminamos, años después, atacando a las pisqueras para disminuir su producción) he vuelto a la carga con más ánimo y esperanza de que la vida es bella.
Antes de comenzar mi peregrinaje por estas tierras de uva y papaya recibí una invitación al restaurante Turri, ya que en el barrio gastronómico existían fuertes comentarios que algo estaba pasando en ese local. ¿Renovación?
Personalmente creo que el restaurante Turri, del cerro Concepción, debe ser uno de los que poseen la vista más hermosa de Valparaíso, en un sector arquitectónico de gran potencia, sin embargo su cocina siempre ha sido (y lo vamos a decir claramente y sin adornos retóricos) bien malita.
Cuando era veinteañero mi padre me llevó en algunas oportunidades al restaurante Turri. La que más recuerdo fue cuando me encontré con Alejandro Jodorowski y su familia comiendo alegremente. Fui al baño a lavarme las manos, como quien se prepara a saludar a un sumo sacerdote y avance con timidez hacia su mesa. Le estiré mi brazo y le dije que era un admirador de su obra. Jodorowski, con cara de malas pulgas, como quien es interrumpido en una relajante velada familiar, me devolvió el saludo.
Ahora llegué al Turri con mi novia, mi brother oftalmólogo y mi amigo fotógrafo a beber y probar si los nuevos rumores de renovación tenían un asidero correcto.
Cuando estábamos pidiendo las cositas "para picar" se me salió algo que fue catalogado por los comensales de medio ordinario. Le pregunté al joven mozo: "perdón pero en este jardín de mariscos que ofrecen, ¿los mariscos son de tarro? (aduciendo a las conservas de chorito y almejas). "Claro que no", me respondió y se retiró algo sonrojado. Es que la fama del uso de mariscos congelados o de tarro es algo muy reconocido en restaurantes porteños y necesitaba salir de las dudas.
Pedí de fondo un caldillo de congrio, pero no había. Un poco cansado decidí comerme unas chuletas magallánicas con salsa de menta y espinacas a la crema, ya que las otras opciones no me convencieron. Mi plato fue un siete, pero para mi novia, que se pidió una lasaña, la situación no fue igual. Los bordes de la masa estaban negros y duros.
En realidad la renovación gastronómica no era tanta, sin embargo nos pegamos una buena charla, en una salita para fumadores con chimenea incluida y con unas mentas frappé muy relajantes. Algo es algo.

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7.13.2007

Patache


Una de las santas verdades del periodismo es que millonarias jamás serán las personas que toman esta profesión como el sustento económico de sus vidas, sin embargo a veces todo se compensa con unos pataches de lujo, donde uno agradece estar reporteando.
A esto se le suma que uno es patachero por vocación, además de bueno para los mostos y las bebidas espirituosas, y tiene amigos que se asocian (Dios los cría y el Diablo los junta) en este carnaval de la buena mesa, las carcajadas fuertes, la buena conversa y el exceso en general.
La semana partió en el Moneda de Oro con una invitación del oftalmólogo. "Comámonos un pernil a medias con purecito", me dijo como quien no quiere la cosa. Así llego Alonso, el mozo, con un pernil sin hueso, pancito y pebre.
Al otro día visité a uno de mis ídolos gastronómicos: César Fredes, en el restaurante Caruso. Para su información y envidia sana nos manduqueamos ostras de Chiloé con un infinito olor a mar; un tiradito de rollizo en tres colores (o tres ajíes); un caldillo marino criaturero; un curry de vieja con leche de coco y finalmente un sorbete de mandarina .
¿Saben porqué se llama caldillo criaturero? Porque después de comerlo hay que ir hacer la criatura... Después terminé la noche en El Ascensor a la Luna, donde los periodistas celebraban algo y obviamente estaban todos chupando y bailando.
El fin de semana tuve que ir a Santiago para dictarle una charla al grupo de teatro La Patogallina en su reducto del Hospital San José. Los muchachos están preparando una obra sobre el circo y los bufones. Como buen militante patigallinesco los ayudé con lo que pude y el Kaleidoscopista me regaló uno de sus caleidoscopios como agradecimiento.
El sábado fue la guinda de la torta. Un casamiento en La Casona de las Condes. Aquí sí que la onda era recontra abc1. Como uno es camaleón a la hora de comer y chupar sólo quedó entregarse a ceviches, ostras, carnes y postres de todo tipo. Sólo para situarlos en el nivel del asunto les digo que el whisky etiqueta negra (12 años), que sólo uno besa en pocas ocasiones, aquí se vertía a granel en los vasos.
Ni les detallo como quedé.

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7.06.2007

De cómo Erick Polhammer trató de engrupir a mi novia y otras historias


por ajenjo

El fin de semana pasado fue bastante loco. Todo empezó con una buena dosis de "rabo de mico" (cola de mono) en el Moneda de Oro y después aterrizamos en una extraña fiesta electroglam a la que El Kaleidoscopista, uno de los integrantes de los Patogallina, nos había invitado.
La fiesta era en una casa de la calle Serrano, donde alguna vez funcionó en forma clandestina el "Laberinto Pagano", que ahora, en su nueva dirección, es el lugar de culto de los chicos bisexuales.
En la fiesta electroglam habían cuatro gatos rondando. Un pintor, que estaba literalmente doblado por el copete, había inaugurado una exposición con sus cuadros. El escritor Erick Polhammer leyó alguno de sus poemas como parte del performance.
El conocido escritor, con un vaso pegado en la mano, no cesaba de repetir que vivía en una realidad aparte. Mirando a mi novia a los ojos le dijo: "Quiero invitarte a mi estudio para que seas mi musa" (bien barato el "tollo" del autor de "Los helicópteros"). Después de unos rones, la conversación con el poeta derivó en lo que puede llamarse la "genitalogía" y terminamos saliendo rumbo a la casa.
Al otro día me llamó Dióscoro Rojas y lo invité al cumpleaños de una amiga. Como parte del regalo para la festejada, llevé unas diapositivas con seres deformes, que a veces proyecto para entretener a la masa. En la mitad de la exposición uno de los invitados se le ocurrió tirarle una talla al guaripola y dijo: "Lo que pasa es que el Dióscoro es niñita". Y ahí quedó la embarrada.
Dióscoro se levantó sulfurado, con sus manos temblando, y amenazó violentamente al bromista. Tomándolo de los hombros gritaba: "Tú no me conocís y nadie me viene a faltar el respeto". La cosa estaba a punto de pasar al combo, sin embargo el guaripola se retiró de la casa, casi expulsando espuma por la boca. Un amigo lo llevó hasta la plazuela San Luis, donde tomó colectivo y se calmó.
Al otro día Dióscoro me llamó y me dijo que la sicóloga le recomendaba reaccionar inmediatamente cuando no se sintiera bien en algún lugar.
"No se preocupe, hermano, a todos nos pasa", le respondí con una sonrisa en la cara.

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6.29.2007

Paola Volpato y el pato francés


Por Ajenjo


Ver a la inspectora Zanetti, interpretada por mi querida Paola Volpato, abriendo un refrigerador y mirando cuatro envases con corazones humanos en su interior es un símbolo claro que las teleseries chilenas tuvieron un giro inesperado de la mano de Pablo Illanes.
Hace poco me encontré sumergido en la siguiente situación: " Oye, ¿vamos a tomarnos unos copetes al Moneda?", "no puedo, es que ayer la teleserie del asesino quedó re buena compadrito y me voy a verla acostadito y con la estufa prendida adentro de la pieza", respondí.
Así esta la realidad en la serie nocturna "Alguien te mira" de TVN y creo que todo se debe a la retorcida imaginación de Illanes, quien ya me había deslumbrado con la novela "Una mujer brutal" y ahora, libre de la mano de cualquier censura, se lanza un piquero con un guión donde la cocaína, el sexo torcido, los asesinatos, los sicópatas cuáticos y los homenajes escondidos a directores bizarros (como el apellido Argento, que suena y suena) son pan de cada día. Ver a Paola Volpato en ropa interior negra amarrada a un catre metálico es para aplaudir de pie ¿O no?.
¿Y qué tiene que ver Paola Volpato y el pato francés?, nos preguntamos todos con cara de gil.
En realidad nada, pero este fin de semana bajamos, junto a mi hijo y mi novia, a comer al centro de Valparaíso. Yo quería zamparme dos completos por luca, pero ella insistió en ir a conocer un restaurante francés que está en Salvador Donoso. "Si tú invitas, yo feliz", repliqué.
Se trata del "Port D’Avignon" , que la revista Wikén le instala 5 tenedores todas las semanas.
Me pedí un pato francés confitado, mientras a mi hijo le regalaron un "Boeuf Strogonov". Obviamente no le gustó, pero mi pato se lo devoró, al igual que un creme brulee. Nos zampamos un vino San Damián para chuparse el corcho, mientras el propietario del local nos metía conversa y nos relataba su experiencia culinaria en este alucinógeno Valparaíso.
Al final un mozo sacó un cepillo y limpió las migajas de la mesa, mientras, inspirado por San Damián, me imaginaba afilando cuchillos y preparándome para cortar en mil pedacitos a mi actriz preferida: Paola Volpato.
Al final terminé haciendo una cola con cientos de niños que gritaban como locos en el cine Hoyts para ver Shrek 3.
Es la realidad más real y no hay más.


ajenjoverde@hotmail.com

6.21.2007

Neva en Santiago


por ajenjo


Estoy afuera del ultrataquillero Centro Mori, en Santiago, donde Jenny, una de las integrantes del poderoso clan Romero (donde la reina es Carmen, la del famoso "Teatro a Mil"), me espera con invitaciones para ver la obra "Neva".
Llego con una botella de vino tinto envuelta en celofán y con una gran cinta blanca. Es su regalo por ser buena onda.
Antes de que empiece la obra de teatro nos vamos a un bar donde en cuestión de minutos nos bajamos unos pisco sour y un kir royal. ¡Es que el frío santiaguino es terrible!, dice la conciencia para justificar el tragullo.
Entramos al bello teatro, propiedad de Benjamín Vicuña y Gonzalo Valenzuela, y pasamos por el restaurante "Amorío", donde la clase alta come y bebe al ritmo de sus tarjetas de crédito.
La obra de teatro es un filete de alto nivel. Aquí no hay saltimbanquis, orquestas, desnudos o garabatos baratos. Aquí hay teatro puro, donde el texto y la actuación se amalgaman para emocionar a los espectadores.
Una de las actrices declama: "todas las mañanas me despierto con ganas de matar un rico, pero después almuerzo y se me pasa".
La obra está situada en SanPetersburgo, en Rusia, donde el río se llama Neva. Es en plena revolución, donde la contingencia política es fuerte y los textos pasan del amor al anarquismo en cuestión de segundos.
Los actores terminan agotados y el aplauso es sincero y emocionado.
Dañados por la obra nos vamos a una cena que unos amigos habían preparado en su hogar santiaguino. Un aperitivo de ron, un risotto de champiñones, vino tinto y piscolita para rematar fueron parte de la hermosa velada.
Lo más impresionante de la noche fue la decoración de la casa donde cené. Pertenece a dos amigos, quienes la tienen como un museo lleno de grabados y adornos bellísimos.
Uno de los dueños me hizo un recorrido por las piezas, donde me mostró grabados de artistas brasileños y uruguayos y un mueble lleno de diminutos artículos.
Volví a la mesa del comedor emocionado por lo que mis ojos habían visto y terminé más impresionado, al observar como una perra salchicha se bebía copas y copas de vino tinto.
"Sólo toma cerveza y vino, ya que los destilados no le gustan", me dice unos de los amigos. "Hay de todo en la viña del Señor", respondo, y me replican: "sobre todo en las viñas".

6.16.2007

Apagando velas en el Club Árabe


Para variar, y aunque suene lo más repetido del mundo (pero así es mi rutina) les relataré que estoy en el bar Moneda de Oro tomando una cerveza. A mi alrededor hay dos mesas con japoneses que hablan si parar en un idioma incomprensible. Beben un vivo tinto de Exportación, y por sus caras lo están haciendo "chupete".
Una vez leí en un sección de este diario llamada "Lo curioso y pintoresco" que la mayoría de los asiáticos eran alérgicos al alcohol y se ponían colorados. ¿Tendrá certeza científica esa afirmación? No sé, pero de que los ojos rasgados estaban colorados, estaban.
Mientras bebo mi cervecita recordamos, junto a mi brother médico, el cumpleaños del fin de semana, donde "El Lolo" celebró sus cuarenta primaveras tirando la casa por la ventana.
El lugar elegido fue el hermoso Club Árabe. La cosa era igual que un matrimonio: mesas redondas, vinito tinto, comida rica y conversación con gente que uno conoce en el momento.
Mi mesa estaba muy simpática. Un chileno, que había vivido muchos años en Ecuador, se comía todo el queso rallado con la mano. Otro comensal hablaba como locutor del Discovery Channel, mientras yo contaba anécdotas de asaltos y otras aventuras.
Llegó el momento de cantar el Feliz Cumpleaños y Lolo salió al centro y con micrófono en manos se mando su tradición bolero picante que sacó aplausos y risas. Ya son años que este muchacho entona esa canción con partes tan famosas como "la Juana Cepeda", "el maestro estucador" y "empleador particular".
Después aparecieron unas chicas bailando la danza del vientre. Tenían muy poco aspecto de árabes, pero eran muy empeñosas.
Una chimenea gigante, al lado del bar, nos llamó cariñosamente. Se podía beber todo el trago que uno quería y unos wiskachos, además de un vodka naranja de remate, pusieron el fin para una noche inolvidable. Yo tenía ganas de tirar algunas fichas al casino, pero mi estado económico atentó contra la idea. Mejor poca platita, pero segura.
Ahora sólo queda decir: ¡güena po' Lolo te la mandaste con le media fiesta!
Y, ¿que voy hacer yo para celebrar mis 40 años?


mailto:ajenjoverde@hotmail com

6.07.2007

El eterno resplandor de una almeja


Existen lugares y objetos que se transforman en paisajes esenciales del recuerdo humano particular. He visto gente guardando trozos de pelo, dientes de niño, entradas de cine, boletos de micro y una interminable lista de cosas que tienen, para el sujeto individual, una connotación maravillosa y mágica, pero para el resto son basura.
A mí me pasa esta situación con un lugar y un objeto: Maitencillo y las almejas.
Me ha tocado estar comiendo ese bicharraco marino en las rocas ubicadas frente a la caleta de pescadores en diferentes situaciones de mi vida. Una vez estaba tan trastornado por los remezones emocionales que no escuchaba ni siquiera el ruido del mar. Mis amigos me hablaban y sólo observaba su boca moviéndose rítmicamente, sin embargo no existía sonido alguno. Grave.
Hace algunos días volví, como un ritual sagrado, al mismo sitio. Con mi novia y mi brother oftalmólogo compramos un kilo y medio de almejas. Yo me fui a mi querido ex negocio "Paranga" y me llevé unos limones y una cervecita en lata para mi bella compañera.
Sabiamente había sacado un vino blanco del refrigerador y lo había metido en una bolsa con hielo para beberlo con las almejitas.
Mi amigo sacó un cuchillo y un sacacorchos y nos mandamos casi toda la bolsa de moluscos. Algunas fueron ofrendadas a las gaviotas, ya que el estómago estaba para tocar batería.
Alguien gritó: "¡vámonos pa’ Zapallar" y partimos a conocer el mítico restaurante César, donde políticos democratacristianos gastan sus lucas en ricos manjares.
Los mozos nos atendieron como si fuéramos parroquianos de toda la vida. Nos convidaron cigarrillos y pusieron en la mesa locos, camarones y empanaditas de mariscos. Pisco sour, kir royal, vino blanco y mucha menta de bajativo confirmaron un cuadro bastante elevado a nivel cerebral.
"Aceptan cheque o tarjetas", le preguntó mi brother a los mozos. "Lo siento muchacho, aquí sólo efectivo", fue la respuesta. "Debe ser porque viene mucho politiquillo", replicó el médico envalentonado por la bebida. Las risas fueron generales y tuvimos que ir a un servicentro en las afueras de Zapallar a buscar los malditos billetes.
Después tratamos de ver el famoso rayo verde del atardecer y terminamos en una eventualidad que estas páginas no pueden revelar. Me autocensuro por el bien de todos.

6.01.2007

Miss Ron y Verso


Desde hace una buena cantidad de años nos juntamos, con mi brother, todos los miércoles en el Bar Inglés para charlar y tomar algunos tragos que calmen la desesperación de vivir.
Sin embargo, hay algunos días de la semana que esa desesperación se une a una sed implacable y a nuevos cahuines que hay que contarse por obligación y la cita se adelanta para poder descargar el material cerebral y tranquilizar al hígado que clama por más toxicidad.
Este pasado lunes nos juntamos en el Moneda de Oro y nos topamos, sin saber, con el tradicional concurso Miss Universo, donde las mujeres más bellas de la galaxia desfilan en trajes de baño.
Nos comimos unos sangüches de queso caliente y Alonso, el garzón del local, nos trajo dos rones potentes que asustaban de sólo verlos.
Hay locales que sirven rones mínimos y cobran una millonada. "Es que tenemos una medida obligatoria señor", señalan los mamones garzones de los nuevos y plásticos bares.
En el Moneda la cosa es distinta. Aquí los rones se sirven con generosidad. Nada de pequeños chorritos del dorado licor. El vaso hasta la mitad y que se salven los valientes.
Con ese panorama empezaron a desfilar, cual caballos en la troya, las minitas más ricas del planeta.
Los señores del dominó, que como estatuas vivientes juegan muy concentrados, giraron sus cuellos y emitieron algunas sentencias sobre las carnes en exposición que salían por el televisor.
A medida que el concurso avanzaba los gritos del público aumentaban. Todos los presentes, insuflados por el espíritu del ron, quedaban extasiados con la presencia de esas largas piernas y esos rostros siempre sonrientes que hacen soñar con amores imposibles.
"¿Donde estarán esas mujeres ?", grita un parroquiano. Otro le contestaba: "En Viña compadrito, en Jardín del Mar". Las tallas, inocentes para el local, generaban risas, pero a la vez hacían reflexionar sobre la belleza humana.
Las mujeres siguen desfilando y uno se da cuenta que la frase de Phineas Fletcher es la más pura verdad: "la belleza, cuando menos vestida, mejor vestida está".
Al final una de las candidatas se sacó la contumelia en el escenario, mientras Alonso nos llevaba la cuenta y sólo quedaba irse a dormir y soñar con esas largas e interminables piernas de mujer bonita.

ajenjoverde@hotmail.com

5.27.2007

Con la sopaipa súper pasá


Llego con algunos minutos de retraso al restaurante "Caruso", donde mi brother médico, junto a su familia, está celebrando el cumpleaños de su padre con un abundante almuerzo marino.
Traigo un vinito de buena cepa de regalo y saludo a los 14 comensales, mientras trato de reformar mi cara que, cuando desperté ese domingo, tenía todo el aspecto de andar "con la sopaipa súper pasá". Había asistido a la IV Cumbre Guachaca en los salones del VTP, donde me bajé, obviamente junto a mis socios y socias, cuatro jarras de terremoto.
Me pusieron un pisco sour como entrada y al sentir ese ácido y adictivo sabor bajando por el gaznate pude oír la explosión del licor de la noche anterior en mi cerebro y mi lengua se soltó de sus amarras y comenzó una epiléptica sesión de conversa distorsionada.
Un caballero, que era un experimentado galeno santiaguino, escuchaba con atención mis exageradas aventuras y relatos de la vida periodística. ¿Qué especialidad tiene usted?, le pregunto con mucha educación. "Soy ginecólogo", me responde. "Que choro su trabajo", digo casi en forma automática y una risa general invade la mesa.
Mi novia también se rió a mandíbula batiente, pero su cara ya expresaba que mis chistes podrían pasar la raya de la "buena onda" a la "ordinariez total". Comenzaron los discursos y uno de los yernos del cumpleañero, conocido por todo Viña del Mar y gran parte de la bohemia porteña como "El Lolo", trató de cantar uno de sus cebolleros boleros, pero la vergüenza tomó por asalto su rítmico tema.
"Si Lolo no puede cantar, tendré que recitar un poema", dije entremezclando algunas vocales y sílabas. Me mandé el tremendo verseo y saqué aplausos, lo que siempre alegra mi vida.
Después el cumpleañero también recitó. El texto estaba basado en el himno de su liceo y nos emocionó a todos los presentes.
Cantamos el cumpleaños feliz, nos sacamos fotos y la sopaipa, que seguía en remojo, volvió a su hogar, donde prendió la chimenea y cerró sus ojos, buscando la esquiva calma en los hipnóticos rayos catódicos de la televisión. Y dormí, hasta que los tempraneros cañonazos del 21 de mayo me despertaron, anunciando un nuevo día más de vida.

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5.22.2007

La Previa


Por Ajenjo


Estoy un poco nervioso ya que mañana es la Cumbre Guachaca Porteña, y como buen militante activo y combatiente de ese movimiento, tuve que hacer una sesión previa al magno evento.
Partimos al restaurante Caruso a comer unos ricos pescados y a beber vino blanco y limoncello, con la intención de encontrarnos con la Javi Luco, candidata a "Joyita del Pacífico". Cerca de las cuatro de la tarde apareció Dióscoro Rojas, quien quería echarse algo al buche, sin embargo la cocina estaba cerrada.
"Yo con unos tallarines con salsa quedo listo", dijo el Guaripola. "Yo te los preparo en mi casa", le dije, y partimos todos rumbo a mi nuevo hogar en la calle Yerbas Buenas. Aprovechamos de pasar por un supermercado y nos aperamos con unos quesos rayados y una botella de whisky para rematar el día.
En la casa me puse el delantal de chef y le preparé su plato de tallarines. "Pero ponle un huevo frito arriba, po’", me replicó Dióscoro.
Al final se comió su dosis de alimento, mientras nosotros nos bajamos el dorado licor y la preparábamos una jarra de café con crema al guaripola.
Decidimos prender la chimenea y sentarnos en torno al fuego, para hablar de política y otras cosillas. Entre los temas de conversación apareció el box y comenzó una sesión de entrenamiento bastante freak.
Dióscoro boxeaba con el brother médico, quien pedía a gritos que volvieran las peleas al Fortín Prat. Mi novia y mi hijo también repartían derechazos al mentón, en una danza que nos sacaba lágrimas de la risa.
Después de un rato de ejercicio volvimos a la chimenea y nos llegó de un sopetón la nostagia de la música setentera. La imagen, que podría graficarse como la "oda a la inconsecuencia", consistía en un grupo de personas, con un vaso de whisky en la mano, observando cómo se quemaban los troncos de la chimenea y cantando el "Venceremos" de Inti Illimani.
Y como dijo el alpinista: ¡nos vemos en la Cumbre!

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5.11.2007

Matrimonio a la chilena


En recuerdo de Pablito Atucha


La liga de la novia vuela sobre el espacio de la sala Limache, en el salón de eventos que tiene la CCU en las afueras de Santiago. Mis dedos casi rozan esa liga, sin embargo, un empujón me saca volando, y con mi terno encero el brillante suelo.
Me levanto y tomo conciencia de que estoy en un matrimonio, que según mi peculiar visión de vida se puede resumir en: "un acto tribal donde una pareja se une eternamente (en teoría), mientras sus familiares y amigos chupan y comen como dementes, hasta llegar al trance que se refleja en bailes epilépticos".
En menos de tres meses he asistido a dos matrimonios en Santiago y he podido reafirmar mi teoría sociológica, donde las bodas son eventos en que la gente se relaja, especialmente por la influencia de bebidas espirituosas.
He visto de todo en estas fiestas y una de las situaciones más torcidas fue cuando se casó la hermana de un amigo en el Estadio Español, en Recreo.
Entré al baño del local y en uno de los cubículos estaba un viejito sentado en el suelo. Su ropa, su camisa, sus pantalones, hasta su corbata, estaban llenas de excremento. El anciano no se podía ni parar y solo gemía. Yo no pregunté como había llegado a esa situación extrema y solo atiné a llamar a un encargado para que ubicara a su esposa u otro familiar y se lo llevaran.
Fue el comentario del matrimonio durante toda la noche y, con lo exagerada que se pone la gente con el trago, decían que había explotado "una bomba de caca en el baño".
En el último matrimonio a que asistí la novia exhibía su anillo con inscripciones en el idioma de elfo, mientras que su entrada al salón de eventos fue con la música de "La Guerra de las Galaxias". Sirvieron empanadas de frambuesa, champiñones fritos con polenta y queso bañado con chocolate.
"Cada uno con su gusto dijo una vieja y agarró besos a un chancho", como decía mi abuela. Eso me gusta. La diversidad, la diferencia, hacen que la vida sea entretenida.
De vuelta del matrimonio santiaguino supe que nos había dejado Pablo Atucha y la pena y el desconsuelo ensombrecieron la fría mañana porteña.
Hasta pronto.


ajenjoverde@hotmail.com
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5.04.2007

Cojo y sin celular


por ajenjo

El resultado del fin de semana largo que vivimos a propósito del Día del Trabajador se puede resumir en la siguientes cuatro palabras: cojo y sin celular.
Todo partió con la ocurrencia de mi novia de venir desde Santiago con su automóvil. Para mí, que no sé pasar un cambio y la palabra embriague la asocio con una borrachera, los vehículos me tienen sin cuidado y mi reino son los colectivos, taxis y micros de la zona.
Con su auto recogimos a mi brother médico y nos fuimos directo a comer unas empanadas a Cochoa. Ese restaurante, que tiene las mesitas afuera, siempre ha alojado a una fauna que bebe cerveza y mastica las camarón queso con mucho ímpetu. El "Cuchillo" Eyzaguirre, del programa "C.Q.C". era parte del ganado.
Ahí nos bebimos dos litros de cerveza, mientras mi novia profitaba garabatos al cielo, ya que estaba condenada al agua mineral o la coca light. El que maneja no puede beber. Esa es la máxima. Esa es la frase que a muchos aún nos mantiene con vida.
Después nos largamos a comer unas bandejas de machas a la parmesana al Albatros. Un velero con el nombre de Taote fue la mecha para incendiar la lengua de mi brother, quien comenzó a soñar con su pequeño barco surcando los mares con rumbo a la Isla de Pascua, mientras la patota, en cubierta, toma sol, come y bebe a destajo.
Un vinito blanco nos entregó la fuerza necesaria para ir a visitar a unos amigos que viven en los bosques de Concón. Dos hermanos, uno arquitecto y el otro sicólogo, están auto exiliados en una zona onda "secta de Pirque".
Fue ahí donde quedé cojo. Me puse a cortar leña con un hacha y pegaba fieros golpes a los troncos. Cuando estaba sediento agarraba mi vaso lleno de roncola y me lo empinaba al seco. Después de 20 ó 30 minutos estaba agotado.
Seguimos chupando el roncito hasta que mi novia, con su cara larga por la sobriedad, nos instó a volver a Valparaíso, no sin antes pasar por una pizzería y mandarse una respetable cantidad de orégano y queso.
Al otro día, al bajarme de la cama, mi pie izquierdo no podía apoyarse. Los hachazos estaban pasando su cuenta y mi cuerpo, ya en la entrada de su cuarta década, no resistió tanto ajetreo.
A eso se le sumó que mi celular se descompuso y ahora, en la incomunicación total, sólo me queda tomar aspirina forte y dicoflenaco sódico.

ajenjoverde@hotmail.com

4.27.2007

Luto

Pensaba no escribir nada hoy y declararme en luto oficial por la muerte de Jorge “Negro” Farías. Quería que la columna apareciera completamente abandonada de letras y sólo el rostro del hombre con eternos lentes quedara como símbolo de una pérdida más de los últimos héroes de la bohemia porteña. Sin embargo, la historia que tengo que contarles es buena y vale la pena ensuciar este pedazo de diario con una anécdota más.
Exactamente hace una semana partí a Santiago en busca de la X Cumbre Guachaca. Mi amigo Dióscoro Rojas me llamó en la tarde para decirme que lo habían encerrado en su casa, que estaba bajo el acoso de los periodistas faranduleros y que me esperaba en la Estación Mapocho.
Llegue a las nueve de la noche y le dije al Dióscoro, quien se prestaba a subir al escenario para realizar el discurso inaugural, que mandara solidarios saludos al “Negro” Farías, “ya que está agonizando en El Puerto y tu saludo lo reanimará”.
Fue así como el Gran Guaripola partió la gran fiesta guachaca, nombrando frente a cinco mil personas al hombre que, pocas horas después, dejaría de respirar por siempre.
Yo comencé a beber terremotos como desaforado. Me mandé dos litros, más o menos, de la tóxica poción, y mi novia, ya viendo mi cara deformada por el pipeño y el helado de piña, empezó a preocuparse.
Su nerviosismo aumentó cuando supo que estaba haciendo la cola para rematar con una piscolita. En el escenario, la Sonora Palacios se descrestaba tocando y mi tele cerebral ya comenzaba a emitir señales de amnesia.
Al otro día abrí un ojo y vi una pared blanca con un cuadro de un velero. ¿Dónde estoy?, grité aterrado, mientras los hilos neuronales se juntaban para formar la historia nocturna. Era un motel de la mítica y capitalina calle Marín .
En ese lugar recibí la llamada de Dióscoro, quien me comunicó el fallecimiento del “Negro” Farías. “Hicimos todo lo que pudimos para ayudarlo, todo, pero, bueno, ¿qué mierda le vamos hacer?”, decía el guaripola entre sollozos.
Dióscoro terminó criticando duramente a la cultura oficial que deja morir en la indigencia a los héroes populares y señaló que Jorge “Negro” Farías resucitará de la misma forma en que el Tío Roberto Parra vive en el corazón de cada hombre humilde, cariñoso y buena persona.

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4.20.2007

Alcohólico camaleón



Una amiga me pregunta si me gusta Woody Allen y le respondo que en el living de mi casa tengo un retrato del pequeño director, quien me parece un verdadero genio.
"Es que acabo de ver la película Zelig y no me gustó", me replica, mientras pongo cara de asombro y terminó la conversación.
Para los que no lo saben, Zelig es una fábula que relata la vida de un extraño hombre que se transforma según el interlocutor que tenga. Habla con un judío, es judío. Habla con un negro, se convierte en negro. En síntesis: un hombre camaleón.
Reflexiono sobre esta película mientras me empipo un Martini seco en el bar Farewell del Sheraton Miramar con mi amigo Alan, el dueño del Vinilo, quien es el DJ de la noche y pincha discos de Zalo Reyes y Leonardo Favio.
Tengo una tropa de amigos, donde yo obviamente me incluyo, que somos verdaderos camaleones alcohólicos, en el buen sentido del término.
Podemos beber en la barra del Bar Inglés, en finos restaurantes de Maitencillo, en resto bares japoneses del Parque Arauco, en el Bote Salvavidas o en la terraza del Gato Tuerto.
Pero también podemos mandarnos litros de colemono en El Moneda de Oro, beber terremotos en el Ascensor a la Luna, tragarse una Escudo chica en el Liberty, comerse un completo en el Kanibal o un Barros Luco en un carrito callejero sin mayores complejos.
Hay gente que no le cabe esto en la cabeza. Te llaman inconsecuente o hasta "fascista encubierto" o "reaccionario" y yo no los entiendo. Siempre recuerdo la frase de Carlitos Caszely (otro verdadero genio) cuando le preguntaron sobre su supuesta militancia socialista y su gusto por la buena vida. "Tú crees que acaso hay que vivir en una casa con piso de tierra para denunciar las injusticias sociales en que vivimos", le respondió el futbolista.
El beber en oscuros vasos del Liberty o en afeminadas copas con forma de cono en el bar Farewell tiene el mismo sentido, pero diferente precio.
La cosa se trata de anestesiar la neurona. Nada más, nada menos.




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