10.14.2010

Nuevamente llevando santiaguinos a la ramada travesti

Por Ajenjo

La primera columna de Crónicas de Medianoche que escribí en las ya lejanas Fiestas Patrias del 2003 se titulaba (si la dañada memoria no me falla) “Sobreviviendo a la ramada travesti”.
En esa ocasión relataba algunas vivencias en este singular recinto de distorsión porteño, que cada año se hace más famoso y que se instala en el Parque Alejo Barrios, en Playa Ancha.
La semana pasada volví a llevar a un grupo de santiaguinos a la ramada “Mujeres con truco” que lidera el travesti más reconocido en este Valparaíso del nuevo milenio: La Zuliana. La anfitriona, vestida con un traje largo de látex lleno de grandes agujeros, se paseaba totalmente maquillada por el piso de tierra de la ramada, imaginando que se encontraba en alguna discoteca de Hollywood.
Yo andaba con mi esposa, mi suegra, mi cuñada y mi cuñado con su polola, entre otras personas. La Zuliana, en un gesto de amabilidad extrema, nos dejó pasar sin cobrar la entrada, que sólo costaba mil piticlines.
Nos sentamos y pedimos algunas cervezas para pasar el rato, mientras una orquesta de tres integrantes hacía retumbar nuestros oídos con violentas cumbias. Pedimos algo para comer y no había nada. “Es que la vieja de las empanadas no llegó”, fue el argumento de la garzona.
Mi bella señora tuvo que salir a comprar afuera para calmar al enano que todos llevamos en el estómago. A los minutos comenzó el show travesti.
La mayoría de los transformistas superaba los 100 kilos de peso. La más distorsionada era una pequeña regordeta que se había puesto un corsé a ultra presión.
El acoso a los espectadores empezó en forma inmediata. A mi cuñado lo sacaron al medio y el gran gordo vestido de mujer le hizo un koala. Quedó tirado en el suelo, cuan largo es, mientras a nosotros nos salían lágrimas de la risa.
Un hombre ebrio, que estaba junto a su pareja, se hizo el chorito con los travestis. Les faltó el respeto con algunos movimientos corporales y sufrió la maldición. Tres “gordas-gordos” se le lanzaron encima, lo aplastaron, lo golpearon y por último le bajaron los pantalones. Le dieron la tremenda lección al pobre tipo, que se fue más que humillado.
Al final un travesti entonó la canción “Soy lo que soy” y reivindicó a los de su clase sexual. Nosotros nos retiramos cansados de reírnos y con varias historias para contar sobre este Bicentenario.

ajenjoverde@hotmail.com

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