12.29.2009

Recuento patachero y bebedor del 2009



Por Ajenjo


Es la hora de las conclusiones, de los recuentos y de los recuerdos, por lo tanto, me dedicaré a recorrer parte de los que comimos y chupamos en el ya casi extinto 2009.
Primero hay que mencionar al Club Cigale (Blanco 38), ese nuevo centro de carrete porteño donde se me "apagó la tele" mientras desfilaban hermosas modelos vestidas de vírgenes. Lejos el mejor local para bailar, tomarse unos tragos y no estar chocando con universitarios sedientos de tres cervezas de litro por mil pesos.
Para comer rico, la lista de lugares descubiertos es más larga. Para los de billete largo el restaurante Montealegre (Higueras 133) y el Pasta e Vino (Templeman 352), del cerro Alegre, son excelentes, pero su ambiente tan acuicado nos aleja un poco.
En el cerro Florida apareció el Oda al Pacífico (Cóndor 35), donde todo es de categoría, pero hay que estar atento a que los mozos no elijan los platos que uno va a consumir.
Dos grandes descubrimientos nos alteraron el cerebro este año, y que tienen relación con el chancho. El primero fue el costillar ahumado de la carnicería Sethmatcher (Bustamante 118). Un lujo para paladares avanzados. A esto hay que sumarle el pernil del Hamburgo (O’Higgins 1274), que se corta con el tenedor.
En restaurantes fuera de la ciudad, catalogo como lo mejor en mariscos y pescados al Bric a Brac (Isidro Gaete 25) de Maitencillo, donde se respira Francia en cada plato.
El mejor pisco sour es el del Poblenou (Urriola 476). Dos te mandan directo al ciberespacio en forma inmediata y deliciosa.
Pero el restaurante que supera a todos y que es la nueva estrella que brilla en el cielo porteño es el Caruso (Cumming 201), de Tomás Olivera.
Las mejores calugas de pescado, empanadas de cordero, cazuela de cerdo con chuchoca y una leche asada donde a uno le corren las lágrimas, son parte del festín que uno se puede mandar. La relación precio, calidad y cantidad es para sacarse el sombrero y todo preparado por la estricta mirada del mejor chef chileno, el guaripola de los cocineros nacionales.
Ahora viene Año Nuevo: ¡cómo quedarán esos hígados!


12.28.2009

La plaza Ánibal Pinto es el manicomio de los perros


Por Ajenjo


Los que caminamos por Valparaíso nocturno en busca de algún trago que nos calme esta horrible ansiedad de fin de año, podemos ver un espectáculo rarísimo: decenas de perros persiguiendo las ruedas de los autos en la Plaza Aníbal Pinto.
¿Por qué hacen estos los perros? Bebiendo una jarra de dorada cerveza Stella Artois, converso con gente y trato de resolver esta duda, que realmente me está atormentando la mente.
“Mira, un veterinario me dijo que los perros que trataban de morder las ruedas de los autos se han vuelto locos”, me asegura un experto.
La idea me gustó y me imaginé que la Plaza Aníbal Pinto era un manicomio de perros, y que todos los canes callejeros que les falta un tornillo se instalan en esa zona a esperar su demente muerte.
Entre esos locos perros hay uno al que le puse “El vampiro”, ya que se le salen los dientes por los labios, adquiriendo una apariencia bastante freak.
En la década del ‘80, en la plaza de Quillota, estaba el “perro burro”, que había sido atropellado y la rueda le
había pasado exactamente “ahí”, produciéndole una gran deformación.
Entre otras teorías sobre la obsesión de los perros con las ruedas está que los quiltros piensan que los automóviles son gigantescas bestias que en sus patas (ruedas) traen el orín de muchos perros.
Eso los hace asumir su territorialidad y tratar de expulsara estos monstruos con olores extranjeros.
Realmente no se qué pasa, pero vi a dos gringos con una botella de vino blanco en un cartucho de pan, observando durante horas a los perros y me di cuenta de que ya son parte del paisaje
y la fauna porteña.
Ojalá que el manicomio continúe.





ajenjoverde@hotmail.com

“La Mangiata" versus Pasta e Vino o David contra Goliat




Por Ajenjo




Muchos seguramente dirán que comparar el restaurante “La Mangiata” con el “Pasta e Vino” de Valparaíso es una soberana estupidez, ya que son como David y Goliat en casi todos los aspectos que se analicen, sin embargo les recuerdo que el chico y hábil David terminó derrotando al gigantón.


Celebré el cumpleaños de mi hijo en “La Mangiata”, junto a tres compañeros de escuela. Se comieron sus pizzas, ensuciaron el mantel cuadriculado y apagaron la vela de un pastel que cariñosamente uno de los dueños de la pequeña trattoria nos regaló. Después llegó el otro dueño y como es la tradición, con calculadora en mano, nos dio la cuenta de una velada llena de cariño, amor y platos de pasta como hechos en casa.


Tuve una invitación para ir a comer al famoso “Pasta e Vino”, junto a un grupo de simpáticos leguleyos. Me tomé dos pisco sour y probé unos vinos con un ensamblaje de ¡4cepas! Uno de los abogados pidió un plato que llevaba caviar. Todo era de categoría y alta calidad, sin embargo no me sentía como en Valparaíso. Perfectamente podía estar en Borderío o en el nuevo patio de restaurantes en la capitalina Bellavista. Algo faltaba y es precisamente lo que le sobra a “La Mangiata”.


No puedo decir nada en contra de la comida y los mostos del “Pasta e Vino”, pero tengo que asumir que estoy en Valparaíso, donde la basura reina en las calles, las paredes están llenas de rayados y la mitad de las cosas no funcionan.


Comer en “La Mangiata” no es degustar las mejores pastas del mundo, pero se nota cariño verdadero en cada humilde plato. Por si las moscas, está en Rodríguez 538 y pídanse los ñoquis.




12.13.2009

Adiós Yerbas Buenas, de vuelta al Cerro Alegre


Por Ajenjo


Esta es la mudanza número quince en mi vida y estoy chato de andar cargando mis libros y cuadros como un gitano de casa en casa; sin embargo, así es la vida y "solito se metió, solito salió".
Después de habitar casi tres años en un pasaje de la calle Yerbas Buenas, un vecino, con quien logré hacer buenas migas durante ese tiempo, me invitó a su casa para despedirme junto a mi novia. Le llevé de regalo un pisco "Alto del Crimen" y me encontré con una bonita recepción, con canapés de camarón, jamón-queso, pizzas y unos mostos de gran poder. Yo pensé que la recepción era para mi humilde persona, que abandonaba el pasaje, ya que también había otros vecinos; sin embargo, era el cumpleaños del dueño de casa, quien había aprovechado los festejos para invitarnos y despedirnos a nosotros.
Sin conocerme mucho, el anfitrión me puso una botella de litro de ron Havana en la mesa, lo que me transformó en un loro de siete lenguas y comencé a dar mi peculiar visión de todos los habitantes del pasaje. Todos se reían mientras hablaba. En algunas ocasiones escuchaba ooooooooo (de asombro) y en otras el cariñoso codazo de mi novia me alertaba que las
estaba embarrando.
Mi vecino se convirtió en mi amigo ya que, en algunas ocasiones, me llevaba en su furgoneta blanca desde la casa al trabajo. Su vehículo, a los que se les llama cariñosamente "pan de molde", tenía un sillón de living instalado en su parte trasera. De esta manera, muy cómodo y relajado, viajaba por la calle Yerbas Buenas hasta Esmeralda, conversando con mi vecino amigo de lo humano y de lo divino. Su esposa es encantadora y representan para mí el espíritu de la familia porteña, con un gran corazón lleno de amistad y buena onda.
Ahora vuelvo a mi cerro Alegre, donde viví diez años llenos de intensa aventura. Este fin de semana cargaré un nuevo camión con muebles y electrodomésticos y dejaré una casa y una familia vecina que me acogió siempre con cariño y amistad.
Hasta luego Yerbas Buenas y que se preparen en el Alegre...


12.11.2009

La mejor terraza de Valparaíso es de color verdoso


Por Ajenjo


He sido y siempre seré “guata amarilla” y aunque ame esta ciudad y viva hace 13 años en sus cerros, no podré cambiar al Everton por el Wanderers.
A pesar de mi corazón ruletero, me fui a meter a la terraza que instaló el local “La Vida en Verde” en plena Plaza Aníbal Pinto, epicentro carretero del sector.
La sorpresa que me llevé fue tremenda. Primero por el rico shop Torobayo que me llegó en un vaso helado (¡pucha que se agradece ese detalle cuando hay calor!) y por el grato ambiente de terraza.
Siempre he postulado que Valparaíso es una ciudad para bares en terrazas. Todo se presta para bajarse unos buenos pisco sour a la vena sintiendo el airecito primaveral.
¡Cerraría toda la calle O’Higgins (al lado de la Intendencia) a los malditos automóviles y la llenaría de sillas y mesas multicolores llenas de jarras con frutilla y buen vino!
Volviendo a la terraza de “La Vida en Verde”, me tomo mi shop heladito mirando fotos de mis “enemigos futboleros”, pero todo está tan bonito, que tampoco me molesta tanto.
Por el efecto cerveza voy al baño y me encuentro con otra sorpresa: su limpieza extrema. ¡Pucha qué agrado y qué ejemplo para los bares porteños!
Salgo contento y decido ir en la semana al “Poblenou”, un ya tradicional local de la subida Urriola, donde aprovecho unas buenas ofertas que me llegaron por correo electrónico.
Comemos un sushi, tomamos un pisco sour (de categoría cinco estrellas) y nos bebemos otros tragos.
Nos sentamos en una especie de living y con el grupo de amigos, batimos la lengua en medio de la filosofía barata y alcoholizada.
La atención era medio lenta, pero tampoco tanto, y aprovechamos una rebaja de un 30 por ciento en un vino blanco de la Viña Casablanca llamada Cefiro, que era para rechupetearselo de lo rico. ¡Pasaba como agüita de la llave!
Lástima que el_“Poblenou” no tenga terraza y que su vista panorámica sea una muralla pintada con un mural.
Tampoco hay que ponerse tan exigente, si al final estamos en Valparaíso...


ajenjoverde@hotmail.com