12.30.2010

En una kermesse escolar con los nervios rotos y mucha sed



Por Ajenjo


Estoy en un juego inflable controlando la entrada de decenas de niños pequeños que quieren tirarse por un tobogán.Como buen padre cumplo con el turno de la kermesse de mi hijo en su colegio y transpiro mientras corto los tickets y los meto en una bolsa plástica.
Una apoderada me dice que deje de trabajar y que vaya a ver a mi hijo, “que parece que se cayó y se pegó muy fuerte”. Llego a un patio con un poco de pasto y hombres de terno, que eran guardias de seguridad, rodeaban a mi hijo que tenía un chichón gigante y un poquito de sangre en la frente. Una inspectora lo levantó, mientras otras madres gritan histéricamente: “no lo muevan, no lo muevan”.
Lo llevamos a la sala de primeros auxilios y ahí le pusieron hielo y lo dejaron reposando, mientras yo le hablaba y le decía: “porque no eres como los otros niños, por qué siempre terminamos así”.
Esa frase me la dijo mi padre cientos de veces y ahí estaba yo, repitiéndola en este karma generacional que continuará indefinidamente.
Con los nervios rotos y mi hijo de nuevo corriendo por los patios de su escuela sigo haciendo el turno en la kermesse. Al terminar me encuentro con una ex polola, muy crespa, de Playa Ancha, y me dice que una banda de rock está tocando en el gimnasio. Vamos hacia ese sector y nos encontramos una barra de bar que vende ron, vodka, whisky y cerveza. “Un roncito no me haría nada mal para componer mis nervios”, me digo, mientras pago el trago.
Me lo bebo rápidamente mientras converso con la chiquilla, ahora toda una señora, y decido ir en busca de mi hijo. “Parece que están todos en la discoteca”, me dice otra apoderada y yo no puedo creerlo. Avanzo hacia ese lugar, donde el regaetton sale por los parlantes a todo volumen, y pienso que mi hijo, de sólo 10 años, no puede estar meneándose con esos ritmos caribeños.
El guardia no me quería dejar entrar, “ya que está prohibido para los padres”, pero después me dejó ingresar y obviamente el pequeño no estaba en ese lugar.
Respiro tranquilo y al final lo encuentro jugando y corriendo por el patio.
“Ojalá nunca crecieran”, rezo para mis adentros, mientras tomamos, a la medianoche, la micro de retorno a la casa.

ajenjoverde@hotmail.com

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