Por Ajenjo
Hace como siete años, cuando era un fanático de Alexander De Large, el protagonista de La Naranja Mecánica, me compré un sombrero de hongo o bombín, que me lo llevaron en una gran caja al hotel donde me estaba quedando en Buenos Aires. El sombrero nunca me quedó bien, ya que lo compré a pedido por internet y, al parecer no me medí muy bien la cabeza.
El viernes pasado estábamos celebrando mi cumpleaños. Alas 2 de la mañana mucha agua había cruzado por el río (bueno, no precisamente agua). Alguien encontró el sombrero en la biblioteca y se lo puso. Era el escritor y cronista Víctor Rojas, a quien le calzó como un anillo al dedo. Por lo que supe días después, le dije que se lo llevara, ya que nunca lo había podido ocupar y a él le quedaba muy bien.
Supe de este “desprendimiento alcohólico”a través del chat de Facebook, cuando el propio escritor me dijo que tenía mi sombrero, que a todo esto es muy fino y caro.
A eso se suma que no abrí ningún regalo. A todo el mundo lo hacía pasar a la casa y dejaba en una esquina los paquetes de colores, a la espera de que en algún momento de la noche los abriera. Todos se fueron (¡este año no tuve que echarlos!), menos uno que estaba agarrado a la lavadora y no podía moverse.
Al otro día me encontré con varios libros, especialmente uno que recopila fotos y textos del cineasta Stanley Kubric. Es de la potente editorial Taschen y está de lujo. También encontré una petaca metálica con símbolos de la antigua Rusia (el martillo y la hoz) y varias botellas de licor: vodka, ron y mucho vino tinto.
Ahora, cuando la resaca del cumpleaños ya pasó, pienso en mi sombrero de hongo, que ya está en otra cabeza y que ojalá tenga un destino honorable.
Lo que se da no se quita y eso es la pura y santa verdad.
ajenjoverde@hotmail.com
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