9.16.2005

La hoguera de las vacaciones


Un amigo celebró su cumpleaños en el tercer piso del Barlovento
y partimos, junto a mi novia Jacobé, a ese cubo de cemento que
alguna vez estuvo enclavado en Valparaíso y que ahora está en
Viña del Mar.

Antes pasamos por la botillería "Caroca", ubicada frente a Falabella,
donde compramos un litro de vodka Stolichnaya y dos litros de
jugo de naranja y enfilamos hacia el departamento de un brother,
donde realizaríamos el tradicional "calentamiento de motores",
junto a la patota de siempre.

El Barlovento estaba bien simpático. Mi amigo médico recibía
a los invitados junto a su bella esposa y entregaba unos vales
que podían ser canjeados por tragos con los mozos del recinto.
Yo seguí militando en el vodka naranja, ya que septiembre es
un mes donde hay que evitar a toda costa las mezclas alcohólicas
y digestivas; sin embargo, es casi imposible, especialmente cuando
uno se encuentra de vacaciones y con una novia santiaguina que
ama la buena conversación y la rica cocina.

Durante la semana visitamos varios restaurantes, motivados por
su constante letanía capitalina: "quiero comerme una chorrillana".
La llevé al Renato, donde nos zambullimos en la papita frita,
cebolla, huevo duro, bistec y hasta longaniza. La mesera giganta
nos atendió con un cariño y esmero muy profesional.

Jacobé me contestó invitándome a cenar al Bote Salvavidas, donde
nos servimos unos aros de calamares fritos y un ceviche de camarón.
Para impresionarla, la llevé al Casino de Viña del Mar, donde
con su suerte de principiante se ganó 13 mil pesos.

Almorzamos harto en el Caruso, donde se devoraba el rissoto de
champiñones. También las pizzas en el Michelangelo salvaban la
tarde, que generalmente terminaba con una oncecita en El Desayunador,
ubicado en el cerro Alegre.

Con todos esos panoramas, ya consumidos por mi hígado y mi cerebro,
empinaba mi vodka naranja y sacaba unos rollos fritos llenos
de queso, en pleno cumpleaños de mi amigo.

A la 1.30 de la mañana decidimos irnos a nuestro local de siempre:
el Cinzano. Ahí nos esperaban Carmencita Corena y Pollito, con
su órgano musical que cada diez minutos entonaba el tradicional
"tenemoooos seeeeeed..." En ese momento había que ponerle un
vaso de vino para que la música prosiguiera alegremente.

Al final de la noche estaba agotado y pensaba que uno pide vacaciones
para descansar, no obstante a veces se termina involucrando en
maratones gastronómicas y fiesteras que lo dejan bastante cansado.

El último día de mi semana libre pasé acostado y reflexionando
sobre el amor, las partidas y las despedidas.
Terminé recitando la frase de algún escritor cuyo nombre no puedo
recordar, que señalaba que las ausencias son como el viento.
Una pequeña bocanada puede apagar una vela, sin embargo un viento
potente puede inflamar una hoguera. Sólo hay que tener en cuenta
la cantidad de amor y pasión que uno posea.

Sinceramente, a mí me sobra de las dos, así que sólo espero que
la ausencia sea una gran, fantástica y luminosa hoguera.

ajenjoverde@hotmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

se te acabo la inspiracion ajenjo?