9.12.2005

Cinematográficamente guachaca


Mientras la gran mayoría de los chilenos se aprestaba a gritar
por la Selección Nacional frente a Brasil, yo entraba al cine
Hoyts para que mi hijo se deleitara con su primera película en
tres dimensiones, llamada "El niño Tiburón y la niña de Fuego",
del desquiciado Robert Rodríguez.

En la mañana ya habíamos participado de otra proyección, también
bastante extraña, en una pequeña sala de cine recién inaugurada
frente a mi casa, en la calle Almirante Montt, en el cerro Alegre.
Justo al mediodía, mientras la gente avanzaba hacia la iglesia
San Luis, nosotros veíamos unos cortos de Chaplin que nos hicieron
reír durante largo rato.

El lugar, llamado "Ocho y medio", es un bello restaurante y abajo
tiene su acogedora sala de proyecciones, que promete dar excelentes
películas de cine arte. Todo un deleite para los habitantes del
cerro.

Las dos actividades las realicé bastante dañado, ya que había
participado de la inauguración del primer bar guachaca de Chile,
llamado "El primer ascensor hacia la luna", donde casi todos
los invitados terminaron viendo en tres dimensiones, sin utilizar
lentes bicolores.

El bar, ubicado en la calle Victoria, muy cerca de Francia, promete
ser el epicentro de los guachaquitas con plata. Es obvio que
al lugar no van a llegar los verdaderos viejitos que, como esponjas,
beben diariamente litros de vino barato y pipeño. Esos son los
guachacas duros, que botó la ola.

Una de las novedades para Valparaíso de "El primer ascensor hacia
la luna" será la venta de terremoto. Esa adictiva mezcla de pipeño,
fernet y helado de piña se podrá beber en jarra, con sus respectivas
réplicas. Hace poco me documentaba sobre un trago llamado "tsunami",
que en vez de pipeño lleva menta y que supuestamente es un combo
cerebral irreparable.

Dióscoro Rojas y su socio se paseaban algo nerviosos por el recinto.
Tienen muchos deseos de que el local tire para arriba y será
una tarea donde los sedientos de la ciudad jugarán un rol principal.

Ojalá haya poesía, música, teatro y mucha cultura popular. Hay
que encomendarse a Santa Rita y esperar que todo resulte a la
perfección.

Hace un par de días me volví a encontrar con Dióscoro y su socio.
Estaban en la plaza Aníbal Pinto esperando una micro para ir
a un cerro a buscar al arquitecto a cargo del bar. Me contó que
la inauguración terminó con 18 invitados extra. Un fuerte contingente
de carabineros se apersonó en el bar guachaca y les requisaron
todo el licor por no tener la patente alcohólica al día. La fiesta
se acabó injustamente.

Yo me pregunto: ¿Cómo le pueden pedir la patente alcohólica a
Dióscoro y sus amigos? Sólo basta observar sus rostros y darse
cuenta que esa patente la tienen tatuada en cada rasgo de su
cara.

Al final les dije que tenían que regularizar su situación y tirar
para arriba, mientras dirigía mis pasos a la película Sin City
con una petaquita de vodka naranja en el bolsillo de mi chaqueta.
Al final de la extraña cinta, y con una gran cara de interrogación en
mi rostro, pensé que Valparaíso es, sin duda, la Sin City chilena.
Sólo basta pasearse por Pedro Montt y mirar a los mutantes caminar
hacia sus cerros.

Uno también integra esa distorsionada lista.

ajenjoverde@hotmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

que lastima que ninguna de tus historias tenga un comentario , yo quiero incluir el mio por que creo que eres potente, eres un niño gozando con las palabras te felicito ajenjo, y estoy de acuerdo contigo despues de salir del cine crei estar en una ciudad mutante ,la vida entera es mutante .senti una bomba en mi cabeza. las imagenes de ahi se tornaron intensas, la calle cambio de color.