9.22.2006

16, 17, 18 y 19


Por Ajenjo

Mi semana dieciochera partió el sábado en el Jardín Botánico de Viña del Mar, donde junto a un grupo de nostálgicos realizamos un picnic a la antigua, con huevos duros, sanguchitos de jamón queso, jugos varios y mucho vino tinto. Estiramos un mantel largo en un gran césped y mientras los niños elevaban volantines, peleaban, corrían en sacos y jugaban a la pinta, nosotros reflexionábamos bajo el notable influjo de la naturaleza y el Pinot.
El domingo decidí hacer un asado particular para mi novia y mi hijo, donde comimos salchichas, choripanes y un rico bistoco. Había decidido sólo beber en la noche, ya que cada almuerzo regado me estaba dejando con un nocaut cerebral que me impedía razonar bien el resto del día y me esperaba un recital de Sol y Lluvia en El Huevo.
Llegué a las once de la noche a ese tremendo local porteño y como es la tradición, el grupo se asomó por el escenario como a las dos de la madrugada. El público estaba bastante excitado, más aún por las canciones que salían por los parlantes como aperitivo: "El pueblo unido", "La batea", entre otros temas setenteros bastante combativos y sin dobles lecturas. Me había tragado varias vasos de vodka con bebida energizante y después apliqué cervezas a granel, causando que me moviera como saltimbanqui en la pista. Llegué al Cinzano donde el piloto automático y la amabilidad del barman Rodolfo me mantuvieron algunos minutos hablando incoherencias con los cantantes y los mozos. Un Barros Luco calmó el hambre y nos fuimos para la casa.
El 18 apareció mi nueva suegra, quien venía desde Santiago a zapatear a suelo porteño. La recibí en mi casa, bastante dañado, con un pequeño asado. Mi amigo médico llegó al rescate tipín cuatro de la tarde y tuvimos un largo bajativo con whisky. A las 18.30 horas yo informé a la masa que teníamos que partir en forma inmediata a la ramada del Dióscoro Rojas ya que se llenaría. Este síndrome persecutorio de "quedar afuera del recinto", lo he padecido por años: saco entradas con meses de anticipación, llego tres horas adelantado a la gigantesca fila, sin embargo nunca hay nadie. En esta ocasión pasó lo mismo y el restaurante "El primer ascensor hacia la luna" se encontraba con un sola mesa ocupada y con la ausencia total del compadre Dióscoro. Seguimos bebiendo whisky y hasta bailé una pequeña pieza de música costumbrista.
Estábamos sentados en una larga mesa con muchos amigos y el local obviamente empezó a llenarse, pero a las tres horas después. Mi suegra me hablaba de matrimonio en forma de broma, mientras yo hablaba y hablaba parodiando al loro de siete lenguas de Jodorowsky.
Al final terminé bailando en el Cinzano y tomando un taxi rumbo a mi casa.
El 19 fue un día casi sacado de una película de Antonioni. Todo el mundo se movía lento y sólo unas copas de vino a la hora de almuerzo, en la casa de mi madre, me revolvieron la conciencia.
¡Y ahora viene Halloween!

ajenjoverde@hotmail.com

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