8.08.2005

Cabezas de cobre y corazón de porcelana


(Al Atelier Riquet)
El recepcionista de mi trabajo me entrega un sobre. Instalo el paquete en el mesón y me doy cuenta de que adentro hay una caja de fósforos. El recepcionista me devuelve una mirada semi acusadora. Decido abrir el sobre delante de todos, para evitar supuestas sospechas de algo raro. La caja de fósforos tiene una fotocopia pegada en el dorso que no alcanzo a leer. Abro la caja y me encuentro con un papel blanco. Me pongo un poco nervioso y sigo investigando. Es la invitación a la exposición Talleres Abiertos, de artistas que están trabajando en el Atelier Riquet, en Valparaíso. Todo vuelve a la calma.

El evento fue el viernes y antes de ir, decidí pasar al cine para mirar "El Castigador", que era la única película en cartelera que no había visto. Después de una buena dosis de sangre y muerte, partí hacia el tercer piso del Café Riquet.

Llegué un poco tarde y una banda de jazz estaba tocando al final de la escalera. Seguí subiendo y me encontré con una trastornada fauna de pintores, escultores, dibujantes y artistas en general, que mostraban sus últimos trabajos realizados en estos talleres.

Mi gran amigo Radye estaba vestido con una peluca morada y una chaqueta de plástico de un color muy poco sobrio. Me abrazó y me mostró sus últimos y distorsionados cuadros.

A Radye lo conocí hace muchos años, leyendo la mítica revista de cómic Trauko, donde participó con una historia basada en un guión de William Burroughs. Nos voló a todos la cabeza con sus dibujos. Después colaboramos juntos en una revista punk llamada Klitoriz, donde él dibujaba eróticas portadas y yo escribía encendidos poemas.

Ahora estoy en su taller, que comparte con otro artista. Me sirve, en un vaso plástico, un vino en caja morada de cepa Merlot, que pasa muy suave por el gaznate y rebota en forma amistosa en las neuronas. Veo sus pinturas y me doy cuenta de que Radye tiene una fuerza en sus colores y en su temática, que muy pocos mantienen todavía. Me gusta un cuadro de tres travestis en una calle porteña. La mejor pintura es una tamaño grande, de color naranja fosforescente, donde unos tipos levantan una cabeza degollada.

Los vinos en las cajas moradas se acaban. Juntamos algunas monedas y me autodesigno para ir a comprar más vino. Llego a la botillería y pido dos cajas de Merlot. Un viejo borracho pregunta al vendedor por ese nuevo producto: "Es más dulcecito que el otro", le responde. Una manera simple de describir el Merlot.

Vuelvo al taller. Llegan muchas chicas bonitas e interesantes. El taller de Radye la lleva en la distorsión y eso atrae a estas mujeres con anteojos con marcos negros y caras de intelectuales. Una de ellas me cuenta que es escultora y que trabaja con cobre y porcelana.

Me retiro temprano de los talleres y pienso en toda la fauna que sigue carreteando en el Atelier Riquet. Así son los artistas: cabezas de cobre y corazón de porcelana.

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