8.09.2005

Mantequillo


(Al viento costero de Maitencillo)

Voy directo al supermercado costero "Paranga" a comprar unos botellines de 350 centímetros cúbicos de vino blanco y un kilo de limones. Estoy en Maitencillo en un día soleado, en el sector de la caleta, y con mi brother médico hemos decidido comernos unas buenas almejas crudas.

Realmente necesitaba una sabrosa docena de ostras, sin embargo habían desaparecido de las mesas de los pescadores y las almejas calmaron el apetito por mariscos. Las engullimos en las rocas, sólo con limón, y la lengua del bivalvo se movía antes de ingresar a la boca y al tubo digestivo, demostrando la frescura de la carne marina.

Maitencillo es exquisito. Ese caminar a las siete de la tarde por la playa "Las Machas" es un experiencia que calma las neuronas de cualquier tormenta de angustia que uno esté padeciendo. Es como si el aire penetrara a los pulmones con una carga de optimismo reflexivo y de vitalidad para los buenos tiempos futuros.

Este balneario, ubicado entre Horcón y Zapallar, fue desde hace muchos años un lugar de aventuras y relajo. Un compañero de curso tenía un tío que poseía una hermosa casa frente a la playa de la caleta de pescadores. Teníamos 14 años de edad y después de darnos un largo sauna salíamos corriendo de la casa para enfrentarnos a ese helado mar y competir quien llegaba hasta la lejana roca.

Durante la década de los ochenta, nos prestaron innumerables veces esta casa y con grandes amigos la usamos como el sitio secreto para pasar de la niñez, a la adolescencia y al divino tesoro de la juventud. Le llamabamos "Mantequillo", en nuestro sectario vocabulario.

Fueron las primeras botellas de vino y pisco tomadas a la orilla de la playa. Fueron las primeras indigestiones estomacales, frente a inalcanzables rubias santiaguinas que nos movían sus cuerpos al ritmo de los bronceadores. Fueron tiempos bellos y llenos de locura, en un balneario que siempre acoge en forma amable a sus visitantes estivales e invernales.

Después de tomarnos los botellines de Rhin, que estaban bastante poderoso, salimos de Maitencillo rumbo a Horcón. Las almejas sólo fueron una pequeña entrada y estuvimos dispuestos a bajarnos unas calugas de pescado y una doble ración de machas a la parmesana con vinito blanco en cubeta y pisco sour.

Horcón estaba como siempre. Los artesanos paseándose y el sol en todo su esplendor. Todavía no llegan los macheteros de poblaciones marginales de la capital que ahuyentan a los turistas con su amarga letanía: "compadrito tiene cien pesitos para continuar el carrete".

Salimos recontra dañados del restaurante "El Ancla", donde la bella garzona Tamara nos atendió con gran esmero y calidad. Volvimos a Viña del Mar y, para variar un poco, nos metimos a una farmacia a comprar una buenda dosis de bebida energizante.

Terminamos en el cumpleaños de una buena amiga en las alturas del Cerro Alegre, donde en medio de fierritos y buena conversa todavía se sentía el cálido y optimista aire tibio de la playa "Las Machas".

ajenjoverde@hotmail.com

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