8.10.2005

La juguera y el botón rojo


¿Se imaginan meterse a una juguera por dos días y que aprieten el boton rojo sin detenerse? Eso exactamente fue lo que me sucedió el pasado fin de semana, donde se conjugaron los astros de la distorsión y el carrete y terminé el domingo ultra dañado, tomando jugo de papaya y pasando la maldita resaca, viendo la exquisita y estética película "Héroe".

Todo comenzó un viernes en el Deck 00, en el Muelle Barón, donde la masa danzaba con una escenografía formada por música tecno y una gigantesca luna. La fiesta se desplazó al Cinzano, donde terminamos bailando cueca bajo la voz de Carmen Corena, hasta que los mozos nos despidieron amablemente, como lo exige la tradición.

Al mediodía del sábado, un reportero gráfico amigo tocaba la bocina de su automóvil afuera de mi casa para partir a Casablanca, a la Fiesta de la Flor de la Vid. ¡Hacía varios meses que no consumía platos tan sabrosos y caldos tintos y blancos que eran la más suave crema para mis neuronas y el estómago!

El evento fue en una viña que construyó una reproducción del Palacio Vergara en pleno valle, con una tremenda pileta en su entrada y donde funciona un tradicional restaurante viñamarino.

Después de esa bomba de placer para las papilas gustativas, aterricé nuevamente en Valparaíso, donde me encontré con un amigo pintor que estaba de cumpleaños. "Te invito a tomar unas heladitas botellas de colemono al Moneda de Oro", le ofrecí de regalo, y lo asumió muy complacidamente.

Hice un intermedio en mi hogar dulce hogar, para darme un largo baño de tina con sales relajantes. Me preparaba para encontrarme con una nueva socia carretera, que tiene las pilas de una adolescente y la experiencia de una mujer de cuatro décadas, sin ser ni lo uno ni lo otro.

Primero la llevé a conocer el atelier arriba del Café Riquet, nido de pintores que trabajan sin parar, proyectando sus vidas en el óleo y la aromática trementina. Después nuevamente nos fuimos al Deck 00, donde el grupo porteño Maiziping ofreció un potente recital, acompañado de lisérgicas animaciones digitales. ¿Seré electrónico?, me preguntaba con un vaso de ron en la mano.

Después terminé en el Exódo, donde reconocí y saludé a viejos y tóxicos amigos. Salí arrancando, ya que no podía sostener más carrete en mi cuerpo y cabeza.

El domingo me fui a mi restaurante predilecto: Caruso. Unos ostiones a la parmesana y un buen vaso de jugo de papaya estacionaron lentamente a mi yo interior.

Terminé viendo la película "Heroé" y me sentí igual que el protagonista, cuando lo invadían las nubes de flechas negras. Cueca, música electrónica, la fiesta de Casablanca, bares y locales nocturnos habían estado dentro del jarro de vidrio de mi juguera personal.

¿Quién aprieta el botón color rojo de esa máquina cerebral tan profunda y violentamente? ¿Se detendrá algún día o habrá que desenchufarla por algunos meses?



ajenjoverde@hotmail.com

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