8.11.2005

Soy el Kava-Kava


A Mario Silva Araki y Jimena Ramírez

He retornado de la Isla de Pascua más loco que nunca. La experiencia
asumida y bebida en ese lejano y minúsculo lugar del planeta
me voló los sesos. Me siento diferente en la ciudad, desubicado,
no inserto, extranjero, algo triste y muy, pero muy cansado.
Por dónde partir es el problema. Playas paradisíacas, arqueología
marciana, cervezas mañaneras y vodka al atardecer, amistad profunda
y amor verdadero, conforman una amalgama que me tiene en un estado
de aceleración total. Quiero parar, pero los recuerdos son un
trueno implacable.

Salí volando un 21 de mayo y no me detuve más. Con mi brother
médico, ahora conocido en la isla como el "tahote mata tahero",
nos zampamos varias latas de cerveza antes de tocar con nuestros
pies Rapa Nui. Nos recibió mi amiga que trabaja para el Gobierno
y nos instaló un collar de flores, trasladándonos a una campestre
cabaña que comparte con su compañero isleño.

Ahí se armó un asado que duró más de doce horas. Sacamos chuletas
de cerdo, entrañas y abastero, pollo, cecinas, vino y ron. Comenzó
a llegar la gente y la amistad verdadera apareció como el gran
espíritu del Kava-Kava, que ahora está a mi lado escribiendo
esta crónica.

Yo soy el Kava-Kava. Un moai muy delgado, de cara huesuda y risa
irónica, que demuestra el estado de desnutrición que hace muchos
años atacó a los habitantes de la Isla de Pascua. La figura de
este espíritu da miedo, pero es un gran cuidador del alma.

Subí y bajé volcanes en extinción, ingresé a cavernas semi prohibidas,
donde el silencio de los muertos era respetado obligatoriamente.
Observé dibujos ancestrales, comí erizos arrancados de rocas
negras , desayuné empanadas de atún y participé de cientos de
asados de costillar de chancho.

Anakena era arrancada de una película. Debe ser una de las playas
más impresionantes del mundo, ya que reúne palmeras, arenas blancas,
moais y un mar muy temperado. Salíamos con el taxista Héctor
a las 12.30 del día, quien nos dejaba en un estado de semi normalidad,
para recogernos seis horas después, transformados en militantes
activos y combatientes del vodka Stolichnaya.

En la noche visitaba rutinariamente la casa del abogado de la
Gobernación. Fue ahí donde comí el sushi más sabroso de mi vida,
que era preparados por las brillantes manos gastronómicas de
este joven profesional de las leyes. También servía sachimi y
era el mejor anfitrión de toda la isla, con un corazón y un cariño
del porte del volcán Rano Kau.

Uno de los episodios más raros en esa casa fue que otro abogado,
apodado El Oso, llegó a Rapa Nui con el Episodio III de "La guerra
de las galaxias" en DVD. Era una copia de prueba, antes de lanzar
el formato definitivo. Entre la emoción de mirar cómo Darth Vader
ingresaba al Templo Jedi y el duelo final con Obi Wan Kenobi,
me zampé solo una botella de vodka con jugo de naranja. Al otro
día desperté en mi cabaña, con los audífonos puestos y escuchando
a Silvio Rodríguez, mientras una amiga me relataba que me había
transformado verdaderamente en el Kava Kava y que, semi desnudo,
había salido corriendo a la calle con el celular en una mano
y la botella en la otra.

Ahora recuerdo entre brumas esas escenas y la risa se desplega
desde mi cabeza llena de imágenes, y se estaciona a un costado
de la playa Pea, donde el cielo polinésico acarició mis mejillas
y mis enredadas neuronas continentales.

ajenjoverde@hotmail.com

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