8.11.2005

¿Quién lleva la batuta?


"Aunque me tiren al agua y me agarren a palos, me traten de basura y me amarren las manos, voy a ser muy porfiado porque ahora yo decido cuándo empiezo a vivir mi vida".

Fiskales Ad Hok

Estoy con mi hijo, y un ramo de flores, en las afueras de la Estación Mapocho, a la espera de que llegue mi amiga santiaguina. Nos había invitado a su casa, en el barrio de Independencia, para almorzar locos y salmón, que fue acompañado por un buen vino tinto.

Durante la tarde salimos de su casa con rumbo al Parque Forestal, donde nuestros niños observaron un entretenido show de marionetas y terminaron agotados de tanto correr por ese mítico y literario lugar capitalino, que en la década del '50 acogió a Lafourcade, Linh, Jodorowsky, entre otros potentes escritores chilenos.

En la noche venía el plato fuerte: el lanzamiento del disco nuevo de LaFloripondio en La Batuta, reducto esencial de todos los rockeros chilenos.

Para llegar en buena onda nos compramos una botella de ron Pampero y la fuimos bajando lentamente. Mi amiga ya había decidido no manejar esa noche y utilizar micros y taxis para llegar hasta la Plaza Ñuñoa. Quería beber sin los límites que impone el enfrentarse a un volante.

Fritz, el baterista de LaFloripondio, nos había puesto en una lista para entrar gratis, ahorrándonos los cuatro mil pesos que costaba el ticket. Eran como las doce de la noche y el recinto, de no muy grandes dimensiones, estaba semi vacío.

Me encontré con integrantes del grupo de teatro La Patogallina y nos saludamos efusivamente. Al rato pude divisar al vocalista de los Fiskales Ad Hok, Alvarito España, y recordamos los viejos tiempos de la revista Klitoriz y de los recitales donde terminaba tras las rejas. "El 30 de abril estaré tocando en Valparaíso y podríamos juntarnos para carretear", me señaló el líder del grupo punk más emblemático del país. "No te preocupes, te estaremos esperando junto a los amigos y veinte vinos y tres cervezas", le respondo, parodiando uno de sus temas más famosos.

Después empezó el recital y La Batuta estaba repleta. El Macha, vocalista del grupo, salió rompiendo los tímpanos, mientras Juanito Gronemeyer tocaba un balón de gas de 45 kilos con toda la potencia villalemanina.

El show lo empezamos a mirar parados desde los asientos de la barra, sin embargo, al tercer o cuarto tema nos fuimos adelante, donde la juguera del pogo (baile tribal punk) se convertía en un atractivo imán. Me despojé de algunos prejuicios y me tiré al centro del huracán. Suaves empujones y sana locura colectiva eran el mejor remedio antiestrés provocados por la semana laboral. La masa cantaba y gritaba "bailando como mono quiero encontrarte" y era exactamente lo que pasaba en La Batuta.

Para no cambiar el trago, bebimos varios ron Mitjans con Cocacola a dos mil pesos, que era uno de los líquidos más baratos que se vendían en la barra. A las tres y media de la mañana decidimos marcharnos y buscar la calma para enfrentar el temido domingo.

Al bajarme del taxi, me estrellé violentamente contra un árbol y terminé con una bolsa de hielo en la frente y los cariñosos retos de mi amiga.

Logré quedarme dormido al amanecer y en mi cerebro todavía resonaba fuerte el rock de La Batuta y la fuerza de la juventud que se diluye en cada implacable segundo que marca la ruta hacia el panteón.

ajenjoverde@hotmail.com

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