8.10.2005

El ceviche de la vida


Estoy en la inauguración del restaurante Caruso, en la subida Cumming, en Valparaíso.

La bella dueña me invitó como cliente y periodista. Me acompaña mi fiel amigo y reportero gráfico, que en estos temas gastronómicos y bebestibles, siempre está dispuesto a extender su horario hasta que las estrellas o el teléfono celular lo devuelvan a la realidad.

El local, muy familiar y acogedor, tenía unos cuarenta invitados, que gozaban de diversas preparaciones de cocina peruana y chilena; sin embargo lo más increíble eran los pisco sour. Cuando ya iba por el tercero, me percaté que tenía que echarle algún engaño al estómago y un buen plato de ceviche calmó el apetito, causando que la marea de los recuerdos me tomara descuidadamente por asalto.

Me encontré en un mercado de las playas de Esmeralda, en Ecuador, donde un vendedor me inducía a comer de desayuno un ceviche de pescado, de camarón o de concha negra. Eran preparaciones increíbles, con un sabor fuerte y único, que mis papilas gustativas nunca más han podido reconocer.

Al volver a Chile me convertí en un experto en ceviches. Los hago de diversas formas y los aliño con las más variadas especies, sin embargo, mi mayor secreto es dejar remojando el pescado en leche, durante algunas horas, entregándole una textura y suavidad muy especial.

La inauguración del Caruso sigue adelante. Me siento junto a mi amiga, a quien cariñosamente llamo "La Marilyn Manson", y conversamos sobre la Isla de Pascua y los amores y desamores que uno se va encontrando en la vida.

Del pisco sour me cambié a generosas copas de Chardonnay. El evento ya estaba terminando y me fui en busca de acción al Máscara, donde me esperaban los conocidos de siempre. Bailé durante algunos minutos con un ron de dudosa marca entre mis manos y decidí tomar un taxi e irme al sobre en busca de paz y tranquilidad.

En la mañana me despertó el teléfono. Un brother me invitaba al restaurante "Manos peruanas", recién inaugurado en Reñaca.

El propietario y un mozo, que venían directamente de Lima, nos atendieron con una amabilidad sin fronteras. Pedimos ceviche y un piqueo criollo, que llevaba chicharrón de pollo, ají de gallina, lomo salteado y seco de cordero. La casa nos invito un pisco sour, que personalmente me abrió el apetito, causando que pidiera dos más para acomodarme a la calurosa tarde que se venía encima.

Bajamos el almuerzo caminando por la costanera, desde el primero al quinto sector de Reñaca. Una suave brisa convertía a la tarde en un lugar ideal para observar bellas mujeres que tostaban sus carnes al sol.

Terminé bastante cansado y me pasé a un Teletrack a observar el St. Leger. Después fui a Blockbuster y me encontré con una joya: "La chica del puente". Es una película en blanco y negro que trata sobre una joven suicida que se quiere lanzar por un puente de París y es rescatada por un lanzador de cuchillos.

El video se acabó, cerré los ojos y dormí plácidamente, soñando con pisco sours, ceviches y una muchacha que muere atravesada por la afilada navaja del distraído artista.



ajenjoverde@hotmail.com

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