8.11.2005

Honestidad Brutal


Estoy en la barra del "Cinzano" pidiendo mi primer botellín de cerveza del día. Es un caluroso sabádo y estoy nervioso, muy nervioso, ya que había organizado uno de los almuerzos más importantes de mi vida y no quería que nada fallara.

Para poder tranquilizarme decididí beber un poco y lograr la ansiada calma neuronal que sólo el alcohol logra entregarme. Los que saben de lo que hablo entienden perfectamente esa dulce anestesia del primer trago de helada cerveza.

Al lado de la barra se me instalan dos tipos. Uno tiene la cabeza canosa y se nota que tuvo una noche agitada y que se está estabilizando con vasos llenos de frutilla y vino tinto. El otro es un anciano de 92 años que ocupa sombrero y lentes gruesos de un plástico muy negro. Es delgado y cuando habla todo el mundo se ríe.

El anciano bebe su borgoña y se larga del bar, mientras que el canoso me mete conversa. Me cuenta que está separado y que los problemas lo agobian constantemente, mientras el barman se ríe en forma cariñosa de sus desgracias.

Pienso en la gente que bebe antes del almuerzo en la barra de los bares. Son tipos extraños, conversadores, solitarios, algo perdidos en la vida, que buscan un bastón en los condenados vasos transparentes.

Yo siempre que llegó temprano a una barra me compro un diario. Hago como si lo leo y paro las orejas a las conversaciones ajenas. Pueden pasar horas y me entretengo mucho, sin embargo los borrachines siempre atacan a la tranquilidad e intervienen. Si la persona es entretenida puedo iniciar una conversación, pero si la cosa se torna violenta o aburrida, sigo hojeando mi diario y todo retorna a la normalidad.

El canoso me invita la segunda cerveza y reflexiono: "si sigo tomando voy a llegar a medio morir saltando al almuerzo y no es la idea". La acepto, pero con la personal condición de que fuera la última.

Salí del "Cinzano" menos nervioso, sin embargo el aquelarre instalado en mi estómago era fruto del nerviosismo que todavía bajaba por la corteza cerebral. Me encontré con mis invitados y nos fuimos al "Caruso". Dos pisco sour, un vino blanco, un ceviche y un platillo de mariscos al merquén en pocillo de greda me liberaron de mis preocupaciones.

Al final de la comida apareció una de las sorpresas que había preparado. Una torta llena de velitas era el corolario de un emocionado almuerzo y canté un cumpleaños feliz lleno de esperanza y honestidad.

Después mis invitados se fueron y quedé solo. Caminé por Valparaíso pensando en las vueltas de la vida, en la montaña rusa emocional a que nos sometemos, al eterno resplando de una mente llena de recuerdos, a la honestidad brutal de decir y hacer lo que uno siente.

Terminé en la barra del "Vinilo", donde me encontré con el músico Alvaro Peña y su brother pintor. Conversé algunos segundos con ese extraño artista y seguí pensando en esta vida porteña. Ahora tengo que destruir el miedo y entrar a un futuro incierto, pero lleno de esperanzas.

El problema es que esa frase ya la había escrito antes.

ajenjoverde@hotmail.com

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