10.17.2005

Apolo y los mil tambores


"La flor que anda de mano en mano para qué la quiero yo"
Víctor Jara.

Estoy con el escritor Víctor Rojas mirando pasar "La marcha de
los mil tambores". Niñas desnudas con sus cuerpos pintados se
pasean por las calles, un indigente disfrazado hace de las suyas,
un camión con un contingente de jóvenes con camisas blancas,
pañuelos rojos y muchos instrumentos, toca ritmos tropicales
sin parar. Entre los cantantes reconozco a Bujanda, con quien
hace más de diez años armamos la banda punk "Lakañarock" y tocamos
en bares donde nos pagaban el recital con una botella de pisco.

Entre todos los marchantes aparece el delgado poeta Alejandro
Banda. Viene disfrazado de mimo y reparte panfletos que hablan
sobre el derecho al aborto. Nos abrazamos en la calle y le pregunto
cómo esta. Obviamente no me contesta, es un mimo. Más atrás viene
el líder y organizador de esta bella actividad: Chago, quien
con una máscara de carnaval veneciano grita y se saluda con todo
el mundo. Está contento ya que la gris ciudad nuevamente se llena
de color gracias a su trabajo. Van a pasar muchos años y esta
marcha juvenil y desenfadada crecerá cada vez más, gracias a
este luchador incansable de la gestión cultural independiente.

Con todas esas imágenes en la cabeza, especialmente de las chiquillas
y sus curvas trabajadas por el pincel mágico de Victor Musso,
me quedé dormido y una llamada telefónica me despertó. Era mi
amigo médico, quien gentilmente me invitaba a almorzar.
Después de vagar por varios restaurantes terminamos sentados
en el portal del Apolo 77, ubicado en esa mítica escalera del
cerro Alegre. El lugar era más que acogedor ya que un suave sol
primaveral acariciaba las cabezas e invitaba a la conversación.
Mi brother se mandó un pulpo con un pure de zapallo. Yo almorcé
canelones rellenos con calamares en su tinta y cangrejo dorado,
con espárragos a la parrilla. Para regalonear a las neuronas
nos mandamos unos pisco sour, unas copas de vino blanco y unos
bajativos de ron con cocacola.

Cerca de las cinco de la tarde alguien nos recordó el partido
de la selección chilena. Subimos por la escalera Apolo lentamente,
mientras nuestros jugos digestivos armaban una fiesta en el estómago
con las delicias consumidas. Nos fuimos derechito a la pantalla gigante del Moneda de Oro, donde bajo la influencia de más ron con cocacola, seguimos muy
de cerca las jugadas del partido. El local estaba lleno y llamaba
la atención una mesa llena de hombres con sus esposas, quienes también gritaban y comentaban el partido como expertas en fútbol.
Es que las mujeres porteñas son muy choras y se comen con limón
a las viñamarinas y santiaguinas.
Después de abrazar a medio local con el gol chileno enfilamos
a la inauguración del Festival de Cine de Viña del Mar, para
ver la película argentina "El Aura". La cinta terminó siendo
un diazepan a la vena y los ojos se cerraron en medio de un sueño
etílico y cinéfilo.

A la salida me encuentro con la actriz Paty López. Tiene la cara
desencajada, está pelada al cero, y camina como un zombie. Da
miedo y prefiero evitar su encuentro.

Termine en el cóctel del certamen comiendo canapés y tomando
jugo de tuti frutti, mientras pensaba que el fin de semana había
estado bastante agitado y que un rompecabezas de 700 piezas me
esperaba en la casa, implacable, repartido, complicado y entretenido.

ajenjoverde@hotmail.com

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