11.14.2005

Miserablemente punk


"Es mejor quemarse que disolverse lentamente"
Kurt Cobain

Estoy en el restaurante y pensión "Mi Casa", ubicado a escasos metros del terminal de buses de Valparaíso. El local todavía mantiene toda la bohemia y dignidad de los antiguos bares, salvo por un gigantesco wurlitzer que por 200 pesos toca desde Pearl Jam hasta las mejores rancheras.
Me estoy bajando una jarra de vino blanco garrafero con chirimoya, esa exquisita fruta que logra nutrir al mosto albo de un sabor dulce y único. La conversa está buena y el tiempo pasa suave, sin hacerse notar. Deben ser las seis de la tarde y la brisa primaveral acomoda más el ambiente.
Estamos esperando el momento exacto para entrar al "Pánico Rock Festival", evento que trajo a la ciudad a Los Miserables, grupo de cabecera de la década de los '90, que nos hizo conocer el punk verdadero y comprometido. En la universidad traficamos sus primeros casetes, especialmente uno llamado "Pisagua", que en
su tapa mostraba uno de los rostros calavéricos que aparecieron en las fosas del desierto.
Antes de llegar a la puerta de un antiguo galpón del Muelle Barón, me compro una petaca de ron Bacardi dorado para ingresarla clandestinamente al recinto, ya que es recontra sabido que en las tocatas punk no se vende alcohol, a menos que se quiera ver la destrucción del local. La revisión del público, de parte de guardias privados, está al máximo, sin embargo y gracias a mis años de experiencia, logro pasar la bebida cubana en medio de mis pantalones.
El recital se observa bastante bueno y empiezo a encontrarme con rostros conocidos, que en su mayoría tienen diez y hasta veinte años menos que yo. No se ven muchos punkies con sus pelos parados, ya que han sido sobrepasados por una nueva estirpe: los ska. Estos chicos sí tienen una onda especial. Se visten con sombreros
de la década del '50, camisas negras, suspensores, chaqueta y pantalón formal, además de zapatos negros ultra brillantes. Parecen un ejército de Al Capone, que se mueve al ritmo sincopado de la música. Me imagino qué pensarán sus padres cuando los ven salir: "Gracias a Dios, mi hijo es super formal y seguramente se dirige a un baile con niñas bien". Las pinzas, ya que los loquitos son los que más se desordenan, demostrando que la piel
no hace al lobo y que la lana no te convierte en oveja.
El animador anuncia a Los Miserables y los músicos santiaguinos se toman el escenario. Uno de los enfervorizados muchachos grita "¡muerte a Bachelet!", mientras otro amigo lo mira con curiosidad
y le dice: "¿no era muerte a Pinochet?" .
El vocalista de Los Miserables es todo un ser freak. Sufre un extraño mal que lo mantiene como un hombre de otra dimensión. Sólo verlo cantar vale las tres lucas de la entrada. Lamentablemente, el sonido era pésimo, ya que el recinto no tenía ninguna arquitectura acústica y no se entendía nada de lo que gritaban los poderosos
artistas. Ahí empecé a darme cuenta de que, aunque los años pasen, exista democracia, las tocatas sean más profesionales y más organizadas; todavía siguen metiéndole el dedo en la boca a los jovencitos.
No es posible que un grupo que tiene un mensaje vocal tan profundo y extremo, no tenga una amplificación decente.
Después que Los Miserables terminan su show, me dan ganas de retirarme, pero faltaban como cuatro grupos más. Me quedo unos minutos viendo a un vocalista flaco, crespo y totalmente ebrio, que se mueve como saltimbanqui sobre el escenario, mientras sus amigos rasguean guitarras y bajos.
Ahí los años se me vinieron encima y vi mi cama calientita, la tele y un néctar de durazno y me fui cantando: "quiero punk, quiero una pausa, quizás morir de amor en tu mirada..."

ajenjoverde@hotmail.com

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