6.15.2012

Un ron tira más que una yunta de bueyes



Por Ajenjo

Desde que nació mi hija Sara he sido partícipe de muchas celebraciones, que tienen como objetivo festejar esta nueva vida que llegó al mundo sana y salva.
El día que nació, mi suegro y su familia me llevaron al restaurante La Gatita y nos dimos un tremendo patache de mariscos y pescados. Quedaron impresionados con el plato que lleva camarones, ostiones, locos y machas a la parmesana. Uno de sus hijos se pidió un congrio a lo pobre y no fue capaz de mandarse al pecho ese tremendo plato con dos huevos fritos, cebolla frita y una torre de papitas fritas. Yo estoy optando por la albacora a la mantequilla con lechuga palta, para no quedar tan enguatado. La simpática garzona, que siempre nos atiende, me puso al frente tres mentas frapé, que se sumó a las dos botellas de vino blanco que fueron bajadas como agüita de la llave. Cuando volvíamos a la clínica tuve que decirles que por favor estacionaran el auto en la berma ya que estaba desesperado por ir al baño y unos cañaverales permitieron desinflar mi vejiga, en medio de las risotadas de la parentela.
Otra de las celebraciones regadas fue en el Moneda de Oro. Ahí mis amigos, que no están tomando por la ley de tolerancia cero con el alcohol y el manejo de autos, decidieron dejar el vehículo en sus casas y lanzarse a la bohemia, por lo menos por esta vez. Es que como dice el dicho “un ron tira más que una yunta de bueyes”. Mientras la Universidad de Chile ganaba un partido por la tele, nosotros nos bajábamos varios rones y decidimos, en honor a la pequeña Sara, rematar el festejo con dos botellas de colemono. La mayoría no se acuerda como nos retiramos, en medio de chistes y empujones de amistad, además de despertar a El Profesor, cliente habitué de este local (que incluso le guardan las botellas de vino con su nombre escrito con plumón en la etiqueta) que se había quedado dormido arriba de la mesa.
Yo llegué bastante dañado a la casa y mi mujer, en son de castigo, me obligó a mudar a la guagüita. Sin exagerar, veía tres pañales, tres hipoglos, tres motas de algodón y tres de todo. ¡Hasta veía a tres Saritas! Igual cumplí mi cometido y me declaró experto en estos quehaceres bebísticos.
Ahora se vienen más celebraciones, más parentela y amigos que llegan con botellas bajo el brazo y uno, sinceramente, ya quiere calma, tranquilidad y poder estar relajado y disfrutar este período tan hermoso de la vida. Pero que se le va hacer…
¡Y descórchate la otra por la niñita! Salud.


ajenjoverde@hotmail.com

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