12.18.2008

Los poderosos sabores de Amaya


Por Ajenjo


Tengo en mi mano la boleta 0001 del recién inaugurado restaurante Amaya, ubicado en el pasaje Rudolph, en el cerro Bellavista de Valparaíso.
Es la noche de inauguración y junto a un simpático grupo de amigos nos sentamos en la terraza del local.
Pedimos unos pisco sour "Catedral". Seguramente su nombre proviene de los enormes vasos que llegaron y les puedo asegurar, sin exageraciones etílicas, que es una de las combinaciones de pisco y limón mejores que he tomado en mi alcohólica vida.
Después vino un piqueo peruano. Recuerdo un suave ceviche, trozos de pulpo a la oliva, jaiva y palta. Todo muy fresco y rico. Esa entrada alcanza en forma perfecta para dos personas.
Luego pedimos un tacutacu de mariscos, riñones al jerez y un ají de gallina de campo, que venía con grandes trozos de esa sabrosa ave.
Nos empipamos unos tintos y salimos más que satisfechos.
La ex chef peruana del restaurante Caruso, Úrsula Franco, junto a su socia Soledad Oviedo, sacaron las alas y se independizaron, creando este nuevo restaurante que seguramente se transformará en un nuevo ícono gastronómico de Valparaíso.
Yo les pedí que me regalaran la boleta 00001 y accedieron sin ningún problema. De esta manera mi fetiche colección de entradas a eventos y boletas exclusivas tiene un nuevo integrante.
Después de comer en el Amaya la vida se hace más ligera y divertida y decidí asistir a la función de "Monga: La mujer simio", que se está montando en la plaza Bismark y que se inserta en el festival de teatro container.
Siempre he sido un admirador de Monga y muchas veces, en los veraniegos juegos del estero de Viña del Mar, me asusté y grité como un loco cuando el gorila se escapaba de la jaula.
Muchas niñas decían que algunos tipos se dedicaban a "toquetearlas", en medio de todo el barullo y la corredera que se armaba.
Ahora la compañía de teatro OANI, que trabaja con muñecos, realiza un homenaje a Monga y monta un hermoso y terrorífico cuento que trata sobre la diferencia y la tolerancia entre los hombres.
Llevé a mi hijo de ocho años, quien comenzó a asustarse cuando del container apareció un muñeco deforme que invitaba a ingresar al espectáculo. El público estaba conformado sólo por 10 personas.
En un momento de la obra se repite el show de Monga y mi hijo empezó a emitir gemidos de terror, mientras yo le decía al oído que se calmara y que sólo era una obra de teatro. En un momento el gorila comenzó a golpear la reja, las luces se prendían y apagaban, y el corazón del niño ya se salía por la boca.
La función terminó y la cara de terror infantil no se podía disimular. Al salir les dije a los actores: "mi hijo no olvidará nunca esta función".
"Le vimos la cara de susto que tenía", dijeron entre risas.
Al final nos fuimos caminando por la Avenida Alemania, hablando sobre historias de gorilas y fantasma, como los dos mejores amigos que somos.


ajenjoverde@hotmail.com

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