12.10.2008

El señor de los helados


Dos grandes "cooler" llenos de latas de cerveza y hielo son la principal atracción de un paseo al lago Peñuelas, donde nuevamente con un grupo de amigos nos "tomamos" este hermoso Parque Nacional de Valparaíso.
La patota se junto en un supermercado, donde compramos las cosas que nos faltaban y partimos en un pequeño bus de transporte escolar.
Eran las 11.30 de la mañana y todos, con una latita de cerveza, entonaban canciones de paseo.
"En el fondo de la mar" (gritaba yo), mientras el coro repetía "paranpanpán".... Y así nos fuimos cantando y chacoteando hasta que llegamos al hermoso parque.
Los niños estaban felices ya que la naturaleza los saca de la sicótica urbe de cemento y caca de perro, mientras nosotros tirábamos choripanes, tutos de pollo y uno que otro pedazo de vacuno, que comíamos en pedacitos.
En la mitad del asado escuchamos el clásico sonido del cacho que tocan los antiguos heladeros.
Un vendedor, seguramente vecino del sector, con su caja de madera llena de paletas a 150 pesos recorría el lugar tranquilamente.
Lo llamamos, les compramos unos helados y con la humildad que entrega el vino tinto, lo invitamos a comerse su choripan.
El heladero se fue contento, pero al rato volvió a sentarse a la mesa y lo recibimos con un gran tuto de pollo.
"Ustedes son muy simpáticos, pero hay uno que está bastante curadito ya", decía entre risas, mientras el acusado se sonrojaba y seguía empinando el codo.
Yo conté la historia de un heladero de Quillota, a comienzos de la década de los 80, cuando las fábricas de estos productos no eran tan profesionales.
Los envoltorios no eran herméticos y corría el mito de que el heladero, debido al calor imperante, chupaba las partes finales de los helados. Los niños de la Villa Los Queltehues tenían que comprobar que el color del chupete no fuera blanco, ya que eso significaba que ya había sido repasado.
El heladero se enojó un poco y me dijo que nadie, en su oficio, podría hacer una cochinada tan grande. "Somos humildes vendedores, pero somos conocidos como Los señores de los helados, por nuestra noble tarea".
Todos le aplaudieron, mientras el más curadito del grupo trataba de tocar el cacho del heladero, en un acto que nos siguió sacando carcajadas toda la tarde.


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