10.20.2008

Los erizos me están matando


Por Ajenjo


Después de hacer un asado dominguero con longanizas argentinas, pollo y entrañas a la hora de almuerzo, en la bella localidad de San Pedro (cerca de Quillota), decidimos realizar un juego antiestrés con una botella de plástico llena de piedrecillas.
La idea era lanzarla contra una muralla mientras los participantes gritaban lo que más odiaban. Debido al exquisito vino tomado, los gritos eran bastante chistosos. Mi novia lanzó un alarido que decía: "odio no ser millonaria", mientras mi hijo azotaba la botella y decía con su tierna voz: "odio el italiano".
Por motivos de discreción no diré lo que dijo mi brother médico. Tampoco publicaré lo que yo odio: son cosas personales.
La cuestión es que después de ese largo fin de semana desperté el lunes y estuve literalmente arrastrando los pies. Me sentía muy raro y mal y tuve que darme un baño de tina con coquitos de eucaliptus para calmarme un poco.
¿Qué me está pasando?, me preguntaba cada segundo, hasta que recordé que nuevamente caí en el pecado del erizo, ese marisco que lentamente me está dejando pasado a gladiolo. Cada vez que como, termino con un violento ataque de gota y mi pie derecho no soporta ni siquiera el peso de la sábana. El dolor es muy violento.
Ahora tomo remedios para esa enfermedad y pienso que puedo cometer algunos excesillos, como los erizos.
Este sábado partí con un platillo de ostras con el borde negro y una champaña numerada que mi brother sacó del refrigerador, para brindar por las nuevas vidas que invaden el mundo. Después vino una panzada de erizos con pan con mantequilla y en la noche una bandeja al horno llena de ostiones a la parmesana, con unos pequeños cubos de tomate en su concha. ¡Qué banquete marino!
Al otro día rematamos con ese asado, donde todos terminamos jugando a la botella y al odio que tenemos acumulado en el cuerpo y en la conciencia.
Sinceramente odio no poder comer erizos a destajo. Odio no poder mandarme kilos y kilos de ese marisco tan particular.
Con mucha nostalgia recuerdo cuando bebía, en unos puestos de la ciudad de Talcahuano, un elixir fabricado con jugo de erizos, de picoroco y aguardiente. ¡Era algo ultrapowermetal para el estómago y el cerebro!
Pero finalmente es mejor no odiar. La experiencia me ha llevado a pensar que el amor es más entretenido y buena onda. Aunque todos sabemos que estos dos conceptos muchas veces se mezclan y se confunden en un pastiche bastante alucinante. Amo lo que odio y odio lo que amo. ¡Salud!


ajenjoverde@hotmail.com

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