10.05.2008

Nacimiento, muerte y despedida


Le cuento a Dióscoro Rojas que mi cuñado se va a estudiar un doctorado en historia a París por cuatro años y que le voy a regalar unos euros . Mi intención era colocar los billetes en un sobre bonito o en una caja con diseño para que la cosa no fuera tan fría.
El Gran Guaripola de los Guachacas me dice que cuando sus amigos se largan de Chile, él tiene la costumbre de regalarle una caja de fósforos donde sale la Cordillera de Los Andes y así pueden recordar estos grandes cerros nevados y no olvidarse de la patria querida.
Decido hacer lo mismo y compro una caja de fósforos grande, le meto los euros adentro, y le escribo un texto para que entienda las razones del peculiar envase.
Las despedidas siempre emocionan y tienen una alta carga de sensibilidad, especialmente cuando la gente se va por mucho tiempo.
Con este daño neuronal llego al Moneda de Oro, donde mi brother me cuenta que será papá por primera vez a los 37 años de edad. ¡A brindar por la nueva vida que llega al mundo!, le digo, mientras el garzón Fernando carga los tremendos vasos de ron y hielo para celebrar tamaña declaración.
“Ser padre es la experiencia más trastornante del mundo compadre y la más hermosa y hay que prepararse para querer por toda la vida a la pequeña criatura que viene en camino”, le digo con una parada de consejero sabio que ni yo mismo me la creo.
Entremedio de la conversación me cuentan que se murió el Tío Pin, quien durante la década de los ‘80 nos prestó su casa en Maitencillo para veranear y pasarlo bien.
“¡Qué triste!”, le digo a mi brother, mientras recuerdo todas las aventuras vividas en esa casa, que era la única que tenía un sauna en esa época y que nosotros le sacamos el jugo y tuvimos nuestros primeros acercamientos amorosos frentes a las cuicas santiaguinas que pululaban por ese balneario.
Pienso en la muerte, la vida y las despedidas y me doy cuenta que la vida pasa como un tren desbocado y que todo puede cambiar en un par de segundos.
“No somos nada, no somos nada”, me digo para mí mismo, mientras le exijo al garzón otro vaso de ron que anestesie esta histeria existencialista que a mis casi 40 años me ataca con todo.
Ahora sólo queda prepararse para pensar en las nuevas vidas que vendrán a poblar este maravilloso y asombroso planeta llamado Valparaíso.


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