7.06.2006

Me robaron la manito


Llevo viviendo casi diez años entre los cerros Concepción y Alegre y mi contacto con la delincuencia siempre ha sido mínimo; sin embargo, el viernes pasado me robaron la manito de la puerta de mi casa, esa que le sirve a las visitas para anunciar que ya llegaron.
Me percaté del robo cuando apareció una amiga santiaguina, junto a un colombiano, a pasar un distorsionado fin de semana en Valparaíso. Llamaron a la puerta cerrando su puño y golpeando la madera, situación que me pareció muy rara.
La manito, a la que le tenía mucho cariño, era de mujer y con un hermoso anillo en uno de sus finos y largos dedos. Era de bronce y ahora seguramente estará recostada en un paño en la feria de la calle Merced y el reducidor cobrará 15 lucas al interesado que se la quiera llevar.
Apesadumbrado por el robo, comenzó el carrete con los invitados. Compramos comida china para llevar en el Pekín y varias botellas de tintolio. En la mesa de mi casa la conversa estuvo presente hasta las 5.30 de la mañana.
Al otro día, y con bastante daño neuronal, partimos a la chanchería Sethmacher, en el Barrio Chino, para comprar longanizas y costillar y tirarlas a la parrilla eléctrica. Lamentablemente, el tradicional negocio sólo atiende hasta las 13.00 horas los días sábado. Para pasar la tristeza fuimos a Liberty a calmar la sed.
En ese bar, lleno de curaditos patrimoniales, nos tomamos una cervecita de litro que arregló todos los problemas y vimos cómo Portugal eliminaba a los penales a Inglaterra, en una pequeña televisión instalada arriba de un refrigerador.
En un supermercado nos abastecimos de las cosas para el asado y volvimos a mi casa con su puerta huérfana y comenzó la fiesta.
Desde las cuatro de la tarde hasta las doce de la noche resistí bien, sin embargo, el sueño me invadió y decidí ir acostarme, advirtiéndole a los invitados que la cosa estaba llegando a su fin.
Uno de mis amigos me dijo que había llamado por teléfono a un grupo que recién comenzaba a carretear y que venían por la plaza Aníbal Pinto con ron y tinto.
"Yo no doy más", dije, y me fui acostar a la pieza totalmente derrumbado. A la 1.30 de la madrugada sentí gritos y música fuerte en la cocina. Con mi pijama invernal de algodón bajé la escalera y llegué hasta el centro del carrete y dije: "¡por favor, estoy durmiendo arriba con mi hijo, pueden irse a carretear a otro lado!".
Todos salieron corriendo con rumbo a La Máscara, mientras yo retornaba al colchoncito y a la calma del sueño.
Al otro día, y con un sol espectacular, terminé recorriendo el Museo Naval junto a mis invitados extranjeros, mientras seguía pensando en la manito robada de la puerta y su incierto destino.

ajenjoverde@hotmail.com

No hay comentarios.: