7.21.2006

¿A dónde van los bares que mueren?


Por Ajenjo
Seguramente la frase que titula esta columna pertenece a otra persona, sin embargo eso no es lo importante. Lo esencial es: ¿adónde van a parar las conversaciones, los vasos quebrados, los vómitos, las discusiones, las peleas y todo lo que rodea un bar? ¿Cómo es posible que con sólo cerrar un puerta e instalar un candado se muera un lugar así?
Esta pregunta comenzó atormentar mi cerebro luego de pasar cerca de la calle Arlegui, arriba de una micro, y mirar el lugar donde antes funcionaba el bar Correo.
Ese recinto viñamarino era muy particular, especialmente para un grupo de viejitos que todos los días le repetían a sus también viejitas esposas: "voy al correo y vuelvo altiro". Los ancianos se penqueaban de lo lindo con vino barato y cerveza y después llegaban a sus casas con una modulación bastante extraña.
En la década del ochenta había que tener 21 años para poder beber en un bar. Nosotros, con nuestros espinilludos rostros, llegábamos hasta las mesas y el dueño nos instalaba una buena dosis de Escudos. Quedábamos bastante "cuáticos" con el licor dorado y uno de nuestro amigos, en una especie de sicosis, se dedicaba a llenar de ketchup el envase de mostaza y viceversa. Después su gran obsesión era ver la cara de los comensales que se equivocaban.
Había un vejete que atendía en el bar Correo y que era bastante extraño. Siempre cuando la borrachera llegaba a su climax nos decía que en el segundo piso habían piezas para arrendar. Nunca nadie aceptó su invitación para "ir a conocerlas".
Otro bar viñamarino que se perdió en la memoria del mundo fue el Caribean. Ubicado a un costado del puente Libertad atendía hasta altas horas de la noche en un ambiente medio cuicón y mafiosesco. La leyenda dice que una bella mujer cantaba y que un periodista terminó enamorado hasta las patas de su voz y de su cuerpo. ¿Será verdad?
Ahora, cuando me encuentro en la barra o en las mesas del Moneda de Oro, del Cinzano, del Renato, del Vinilo, del Exodo, del Dominó, del Liberty o de cualquier bar porteño, pienso que todo desaparecerá, incluso nosotros.
A pesar de mi incredulidad religiosa creo que las cosas, especialmente los muebles, se cargan de la energía de las personas. ¿Cómo será utilizar una mesa que estuvo durante años en el Roland o en el American Bar?
Seguramente los vasos se caeran mágicamente y mancharán de tinto el mantel y los recuerdos.
¿Cómo es posible que todas estas cosas se esfumen y nadie diga nada?
¿Por qué los bares no tienen vida eterna? ¿Por qué?

ajenjoverde@hotmail.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...Ahora todo parece sacado de un sueño.Los lugares ya no son los de antes,algo así como lo describía Neruda,"nosotros los de entonces,ya no somos los mismos".No queda más que "redescubir",no queda más que volver a dejar nuestras energías en algún lugar que casi no existe...o quizás la mística sea desapegarnos de todo lo material y volvernos seres de paso ,más espirituales,menos apegados y más libres.
Los turistas encuentran en este Valparaíso de hoy,lo que los ya porteños no tan jóvenes,no podemos.
Será que después de los 30 ya no es tan fácil acomodar nuestras ideas en cualquier sitio?

Daniela aliagha dijo...

las ideas se pueden acomodar en cualquier parte, sobre todo hay que ser ludico, y pues claro que no importe la edad, ser en todo aspecto seguir creando!!!