7.16.2006

Santiasco


Dedicado a todos los que aman la vida provinciana

Mi novia llegó nuevamente de Barcelona, pero ahora a quedarse con maletas y petacas a Chile y , si la suerte nos acompaña, a nuestro querido Valparaíso.
Pasamos el viernes en el Moneda de Oro, el Caruso , el Cinzano y finalmente El Máscara, donde terminé dando un jugo de proporciones, pero que tenía justificación en la emoción de la llegada.
El sábado partí a Santiago, donde nuevamente fui recibido con mucho cariño por la familia de mi chiquilla, y almorzamos unas ricas costillitas, con vino tinto y un conversador remate de ron.
En la noche asistí a un cumpleaños en plena comuna de Las Condes, donde conversé con un grupo de animados abogados, entre los que se contaban defensores penales, jueces de menores, relatores y una fauna leguleya bastante simpática. Se habló bastante de la delincuencia, de la reincidencia y de las cárceles.
A las tres de la mañana mi novia me levantó sus cejas y dejé el vaso de Cuba Libre en la mesa y salimos a buscar un taxi. Un tipo, que tapaba su cabeza con un gorro y un jockey nos miraba curiosamente.
Yo, asustado y precavido, le dije a mi novia que mejor esperáramos que el tipo se retirara. "¿Qué me estay mirando?", me gritó, mientras corría agresivamente hacia mi encuentro. No lo pensé dos veces y salí disparado en busca de ayuda. Gracias a mi santita que siempre me cuida, nada me sucedió y el tipo se diluyó en la violenta noche capitalina.
A las cuatro de la mañana ya estaba acostadito en una pieza de la casa de mi mujer, cuando unos gritos me alertaron. Afuera se armó una pelea cinematográfica entre varios jóvenes totalmente alcoholizados.
Se pegaban brutalmente correazos, se sacaron las camisas y se abollaban los autos a patadas. Mi novia llamó a carabineros y primero llegó una camioneta de seguridad ciudadana, que sólo se limitó a anotar en una libreta las patentes de los protagonistas. Y todo esto en la cuica comuna de Las Condes.
Al final llegó la policía y todo, al parecer, se había calmado. Traté de volver a conciliar el sueño cuando otro automóvil volvió a la carga y supuestamente reventaron algunos vidrios de la casa.
Al otro día el comentario en el desayuno de la violencia fue obligado. "¿Esto seguramente también pasa en Valparaíso?", me preguntaba mi nueva suegra. "Sí", le respondí, sin embargo no tengo recuerdos cercanos de noches de violencia tan extremas.
¿Que le pasa a los santiaguinos?, me preguntaba mientras tomaba el bus en la estación del metro Pajaritos.
Viví en Caracas durante seis años de mi vida y conocí de cerca la cara de la delincuencia de las grandes urbes. Me robaron más de cinco veces mi patineta y una vez hasta me apuntaron con una pistola, mientras un grupo de hombres con medias en la cabeza asaltaba el negocio donde compraba jugo y queque para llevar al colegio.
Creo que las grandes concentraciones de seres humanos sólo sirven para sacar lo más horrible de nosotros. El vivir achoclonados sicotiza a los hombres y les instala la violencia ciega en la cabeza.
¡Amo la provincia, pero también amo a mi santiaguina! ¿Que puedo hacer?

ajenjoverde@hotmail.com

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