8.13.2009

Adiós Caruso querido...

Por Ajenjo

Mientras usted esté leyendo estas líneas tranquilamente, yo estaré en Maitencillo celebrando mis cuarenta años de edad. Si quiero ser honesto, tengo que afirmar que sin duda estaré bastante “arriba de la pelotita”, bebiendo buenos mostos y del fuerte, para tratar de frenar el implacable paso del tiempo, ese tiempo que te hace más cauto e inteligente, pero que a la vez va corrompiendo el cuerpo y acercándote a ese aroma a gladiolo que todos sentiremos alguna vez.
A toda esta celebración, que seguramente estará llena de cánticos, abrazos y brindis, se suma una noticia triste: el cambio de dueño del restaurante Caruso de Valparaíso.
Este local se transformó en un centro histórico en mi vida, donde los ceviches, las empanaditas de marisco y los tiraditos, se mezclaron con mutaciones trascendentales en mi curriculum emocional y que me cambiaron para siempre. Recuerdo que partimos almorzando ricos menús y conociendo esa curiosa pizarra que rotaba de mesa
en mesa con todas sus sabrosuras.
Mi hijo, en esos tiempos, tenía como cuatro años (ahora tiene el doble) y su mayor travesura era borrar parte del menú, mientras los jóvenes y simpáticos mozos se reían de su pequeña picardía.
Pasé momentos de locura y varias veces salí con bastante daño cerebral, ya que siempre nos ofrecían un
rico lemoncello de bajativo, que potenciaba los pisco sours y el vino blanco que habíamos consumido junto a los platos, y nos dejaba transmitiendo de lo lindo.
Su dueña, Javi Luco, a quien yo llamaba cariñosa y respetuosamente, la Nicole Kidman de los cerros porteños, fue hasta candidata a reina guachaca y yo le habría dado la corona, ya que mujeres tan simpáticas y bellas hay muy pocas.
Hay lugares que se convierten en parte de uno, así como el hígado, el cerebro o los ojos, el Caruso se integró a mi vida en forma amable y buena onda, dejándome ser, sin mayores trabas o complejos.
Participé de la creación de este restaurante desde un comienzo y luego lo vi convertirse en un joven famoso, que aparecía en la mayoría de las revistas de gastronomía de Chile y donde siempre se alabó la increíble calidad de los vinos que ahí se servían.
Ahora, en la soledad culinaria más grande que he tenido en toda mi vida sólo me queda decir: ¿qué hago con mis cuarenta años y sin tener a mi Caruso querido?


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