5.19.2008

De chunchules y erizos


Por Ajenjo

La palabra colesterol casi no existió en la vida de mis abuelos y padres. Para ellos lo que más podía sonar como alguna enfermedad asociada a las grasas del corazón era el arteriosclerosis o algo así.
Ahora tengo amigos que se hacen exámenes médicos con la misma emoción que uno se devora un pernil con papas cocidas y ensalada de lechuga.
Lamentablemente soy un poco suicida en mi forma de vida gastronómica. Y mis amigos también.
Cuando nos ponen las parrilladas llenas de chunchules en el "Moneda de Oro" o los terribles platos de erizos de "La Gatita" en Concón, jamás hemos pensado en el colesterol bueno o malo o en nuestras arterias transformadas en una cañería a punto de explotar por el sarro acumulado. Simplemente le echamos "pa´ dentro no más".
Lo único que nos está salvando es la ingesta de vino tinto. Desde hace años que dicen que el Cabernet Pipeñón es bueno para la salud, pero "una sola copa al día" (ahí está otro de nuestros problemas).
Ahora, cuando me quedan un poco más de 400 días para cumplir los 40 años, estoy algo preocupado y seguramente tendré que someterme a los galenos y sus invasivos exámenes.
Recuerdo a mi padre sacando el bicho del erizo y tragándoselo frente a los ojos de sus asombrados hijos. Esa escena vuelve a mi cabeza cuando agarro un pan batido caliente, lo unto de mantequilla, le instalo una lengua anaranjada de erizo y me lo sirvo. Después una copita de vino blanco helado y ya estamos en el cielo.
Pienso en OrsonWells y Marlon Brando, dos colosos que terminaron cobrando por sus películas todo lo que podían comer, beber y fumar.
Siento que un médico me lanzará la media sentencia: "la grasa le está saliendo por las orejas y las venas, por lo tanto coma más sanito".
¿Tendré que renunciar definitivamente a los erizos y chunchules?
Creo en la ciencia y en sus grandes avances y estoy casi seguro que pronto saldrá a la venta una pastilla que elimine todo el colesterol malo y permita comer y beber a destajo.
Mientras tanto, y desconociendo el estado interno del cuerpo, sólo queda seguir conversando, mientras la parrillada de restaurante sigue emitiendo ese chirrido lleno de grasa, amistad y buena onda.
¡Qué vivan los chunchules y los erizos!


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