4.19.2008

Ojos morados



Por Ajenjo

Salgo del cine impactado por la mafia rusa actuando en todo su esplendor. Después de observar la sobrevalorada "Sin lugar para los débiles" tuve la suerte de ver "Promesas del este" la última joyita de David Cronenberg, quien sigue siendo, para mi, uno de los directores más respetados.
Fui completamente sobrio y solo al cine. En toda mi lucidez mental. Recordé los tiempos en que meterme a las salas, a la hora que fuera, era un vicio solitario y persistente, que lo fui dejando por los avatares de la rutina de la sociedad trabajólica y consumista.
La película es violenta, muy violenta, sin embargo la semana pasada me pude dar cuenta que la fuerza bruta está presente en todos lados y pertenece a nuestra querida naturaleza de ser humano.
A mi hijo de siete años lo empujaron en su colegio por la escalera para abajo. Quedó con un machucón muy feo en su cabeza, que lentamente fue bajando y transformando su ojo en un pozo de tinta. Fuimos a Reñaca para aprovechar este abril veraniego y se paseaba de mi mano, mientras las personas pensaban: "santo Dios y pobre niño, como lo deben golpear en su familia". Onda la media violencia intrafamiliar.
Poco me ha importado en mi vida lo que piensan los demás. "Los grandes siempre están en la boca de los más chicos", me decía un compañero de universidad que era "pelado" hasta por la vieja del kiosco por sus extrañas costumbres para vestirse, hablar y actuar. Ahora, de la mano con mi hijo y su ojo entintado, nuevamente pensé que la gente habla por hablar.
Los ojos morados siguieron siendo una constante en mi vida. A mi querida madre la asaltaron en pleno centro de Viña. Un lanza le arrebató su cartera y se cayó, pegándose el medio cabezazo en la vereda.
Yo estaba saliendo de una tina con sal de mar y me estaba poniendo el pijama cuando me avisaron. Ahí empezó a operar "el efecto periodista" ya que el chofer de la ambulancia me conocía por las circunstancias de la pega y me llamó para contarme que mi madre estaba machucada y lloraba en una sala de la posta del Hospital Gustavo Fricke.
¡Menos mal que estoy sobrio!, me dije para mis adentros y salí disparado como una bala loca para abrazar a mi madre y llevarla devuelta a su hogar.
Ahí estuve acompañándola y regaloneándola, mientras su ojo se iba volviendo más y más morado.
Les contaría la vez que en la universidad quedé con el ojo morado, pero lo poco que me queda de recato me lo impide.

ajenjoverde@hotmail.com

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