8.15.2006

Dinosaurios Animalcoholic


Por Ajenjo

Una nueva visita a Santiago con mi hijo tenía como meta principal poder visitar la exposición "Dinosaurios Animatronic", que se instaló en la Estación Mapocho para el divertimento de todos.
Antes de visitar la muestra, llegamos hasta la casa de mi novia, en Las Condes, donde se había preparado un rico almuerzo para festejar la integración del pequeño al nuevo grupo familiar. Había varios invitados, todos muy simpáticos, además de comida y bebida a destajo. Mientras el niño se entretenía pegando figuritas de un álbum, yo me dedicaba a tomar generosas copas de vino y transmitir mi visión porteña de la vida a estos comensales santiaguinos.
Como pasa en casi todas las casas chilenas, cuando las visitas son muchas, los anfitriones sacan las sillas, pisos, sillones y todo lo que sirva para estar cómodos, aunque estén medios endebles. A mí me tocó una silla que no resistió mi excesiva gesticulación y tuve mi propio megaterremoto, mientras las carcajadas en la mesa ya eran un signo de relajo etílico.
Uno de los invitados, que es dueño de un restaurante, sacó de sorpresa un amareto sureño, y terminamos la jornada bebiendo en pequeños vasos esta dulce ambrosía que proviene de las almendras o de los cuescos del durazno, ya que ambos dejan el mismo sabor en la boca y en las neuronas. Para ser sinceros no recuerdo el número de vasitos que empiné, sin embargo me detuve cuando alguien dijo: "A ese ritmo verán en la exposición no sólo tiranosaurios, sino que además elefantes rosados".
Un grupo de bellas jovencitas nos acompañó a la muestra de los dinosaurios y para ser responsables pedimos un taxi que nos dejara en la primera estación del metro. Mi hijo iba bastante emocionado, sin embargo, la enorme cantidad de gente que se apiñaba como ovejas en los carros del metro lo estresó un poco.
La exposición era bastante impresionante y se podían ver videos y reproducciones reales de estos bichos. Me percaté de mi estado de confusión cuando fui al baño y al salir me perdí. No podía encontrar la entrada de la muestra hasta que un guardia de seguridad, amablemente, me señaló la ruta correcta.
Al salir mi hijo me empezó a reclamar por que su dinosaurio preferido, el terodáctilo, no tenía su modelo animatronic, y me pidió que le comprara uno. Encontré una bolsa con animales plásticos, que en todas las tiendas valen 500 o mil pesos, y que aprovechando la curiosidad infantil, los comerciantes lo vendían al triple. A esa altura sacaba billetes arrugados de mi bolsillo y no me importaba nada, ya que con la resaca siempre viene el conteo de lo gastado y se suma a los terribles dolores de cabeza.
Salimos de la Estación Mapocho y me di cuenta de que estaba frente a La Piojera. Mis cuicas amigas, a pesar de ser santiaguinas de toda la vida, no conocían ese hermoso templo del terremoto y el pernil. Pasamos a servirnos unos vasos de pipeño con fernet y helado de piña y nos fuimos para la casa bastante dañados.
La sonrisa en la cara de mi hijo y mi dolor de cabeza en la mañana se fundieron en un solo gesto de amistad filial.
ajenjoverde@hotmail.com

1 comentario:

Bluegloss dijo...

Buena historia, digna de aventura fuera del territorio conocido ajaja...
saludos y cariños....
nos encontramos pos ahi...
cuidate y espero mas travesias..
chau!