
Por Ajenjo
"Soy incapaz ante las relaciones de dinero y las relaciones de influencia, y no puedo resistir el amor: es algo mucho más fuerte que todas mis fuerzas, y me las ha desbaratado".
Andrés Caicedo.
Voy en tren rumbo a Limache leyendo el libro "Mi cuerpo es una celda", que corresponde a textos, manuscritos, críticas de cine y cartas del colombiano Andrés Caicedo y que recopiló nuestro taquilla escritor Alberto Fuguet.
Desde hace mucho tiempo que no leía textos tan honestos, donde la tristeza más profunda y la desesperación por no sentirse integrado a la sociedad son la tinta de una pluma que vale la pena leer.
Muchas veces he sostenido que la honestidad al escribir literatura o periodismo es un factor fundamental a la hora de tener lectores. Si uno cuenta la verdad sin muchos adornos, tal como sucedió, la gente quedará atrapada en esa realidad y para más remate se entretendrá.
El libro "Mi cuerpo es una celda" es eso: honestidad pura. Parte con una hermosa carta suicida dirigida a la madre de Andrés Caicedo, donde el atormentado muchacho explica que la muerte será la liberación de su dolor interno. Al final el joven colombiano tomó 60 pastillas de seconal y se despidió del mundo a sus 27 años.
Personalmente, jamás he pensado seriamente en el suicidio y creo que si tuviera que tomar la extrema decisión, seguiría los pasos del personaje Ben Anderson en la lacrimógena película "Adiós a Las Vegas".
Para los que no la han visto, se trata de un loquito que cobra su indemnización laboral y se la gasta toda en trago fuerte. Para amenizar su suicidio, se enamora de una prostituta.
Yo creo que llegaría con un camión aljibe al Moneda de Oro y pediría que me lo llenaran de cola de mono. Contrataría un chofer para que subiera el vehículo hasta mi casa y con una manguera me serviría el lechoso licor hasta que mi cerebro emitiera la última luz de realidad.
El suicidio es algo serio y no es una situación para tomarla a la chacota. Tengo un primo que se ahorcó en su casa y su madre jamás pudo recuperar la luz de sus ojos. Por ahora no tengo ni la plata ni las ganas para contratar el camión aljibe y llenarlo de colemono. Sólo me queda seguir juntándome con los brothers en el bar y ver el sangriento noticiario de Chilevisión, jugando al cacho y murmurando sobre fútbol y política y de esta manera tratar de encontrar un pequeño sentido a esta extraña aventura que llamamos vida.
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